Capítulo 20: Armadura
El cosmos parecía burlarse de mí, o quizás era yo quien arrastraba numerosas cuestiones pendientes de una vida anterior, que en esta existencia intentaba resolver. Me resultaba increíble tener a aquel hombre frente a mí, estrechando nuestras manos, y poder sostener su mirada. Sus ojos guardaban un sorprendente parecido con los míos.
Tenía una sensación de constricción en la garganta, necesitaba verificar la identidad de aquel individuo. Anhelaba confirmar su existencia o descartar la posibilidad de que se tratara de un impostor.
—Disculpe mi osadía, ¿Podría usted ser un periodista?—Inquirí, entrelazando mis dedos con fuerza.
—Sí, ¿Has tenido la oportunidad de revisar algunos de mis escritos?—Sonrió con cierta perplejidad y se acomodó en su asiento
.«Veamos cómo encauzo esta conversación» reflexioné para mis adentros.
—En efecto, he tenido la ocasión de adentrarme en sus artículos y encuentro sumamente interesantes los temas que aborda...
—Escribo sobre política —concluyópor mí—, es posible que a muchos jóvenes les resulte tedioso.
—Estudio periodismo—me acomodé en la silla—, mi enfoque se centra en la investigación...
—Oh, qué coincidencia tan sorprendente. Eres la primera estudiante que encuentro desde que arribé al país
—¿Cuánto tiempo lleva en el país? —pregunté con el corazón latiendo con fuerza.
Sentí como si mi pecho fuera a estallar en ese preciso instante, la adrenalina fluía por mis venas con cada palabra.
—Hace... —consultó su reloj en la muñeca— aproximadamente veinticuatro horas.
—Le pido disculpas por mi atrevimiento —le sostuve la mirada fijamente—, ¿Por casualidad conoce a Elena Mendoza?
«Listo, ya lo dijiste Irene»
Me observó con incredulidad y su mirada empezó a oscurecerse, tal vez fui demasiado contundente al plantear esa interrogante sin brindar espacio para la charla. Sin embargo, en ese instante de angustia, estaba tan ansiosa que habría desafiado el vacío en caída libre sin activar previamente el equipo de seguridad.
—¿Para quién trabajas?—Entrecerró sus ojos.
Debí suponer que respondería con otra interrogante. Sin embargo, jamás imaginé que formularía tal cuestión, mientras escudriñaba el entorno con la mirada. Al percatarme de que había tardado demasiado en contestar, simplemente se levantó y se marchó sin mediar palabra. Me sentí avergonzada, al darme cuenta de que había echado a perder la única oportunidad de descubrir si verdaderamente era mi progenitor.
Frustrada, me encaminé hacia mi habitación y empecé a recoger mis escasas pertenencias. Luego de unos minutos rememorando la conversación, decidí partir. Toqué su puerta en dos ocasiones, sin obtener respuesta alguna. Rendida, me dirigí a la recepción con la esperanza de hallar algún número de contacto.
—Saludos—Sonreí—¿Podría facilitarme el contacto del caballero que ocupaba la habitación contigua a la mía?
—Buen día, señorita. Lamentablemente, no podemos brindar esa información, pero el caballero ya ha hecho abandono de nuestras instalaciones.
—¿De verdad?
—Efectivamente, se retiró aproximadamente hace diez minutos.
«Bien jugado, Irene, Carpio se marchó apresuradamente por tu culpa» pensé mientras veía la salida.
***
Abrí la puerta de la residencia y lo primero que me encontré fue seis pares de ojos. La preocupación era palpable y el ambiente se sentía opresivo. Había regresado a la realidad y sus semblantes eran el vívido recordatorio de que debía afrontar lo inminente.
—Irene, ¿por qué te esfumaste de esa manera?—Me miró con fastidio.
—Saludos, madre—Deposité un beso en su mejilla—Me encuentro bien, no hay motivo de preocupación.
—Lo sabía, solo quieres llamar la atención—negó con desaprobación.
Me sentí herida al escuchar esas palabras, nunca antes me había tratado de esa manera.
—Rubia, ¿has ingerido alimento?—Ana cambio de tema.
—En realidad, no tengo apetito, Ana—Respondí mientras continuaba hacia mi habitación.
Siquiera me detuve a escuchar lo que Alexander tenía para decirme, simplemente incliné la cabeza y seguí mi camino. Pasada media hora, contemplaba el techo, perdiendo la cuenta de las imperfecciones que encontraba, escuché dos golpes en la puerta y al oír que no decía nada, abrieron.
—¿Podemos hablar?—Alex, este no es el momento adecuado—respondí con los ojos cerrados.
—¿Cuándo entonces? No puedes escapar, Irene, necesitas comenzar el tratamiento ahora.
—¡No puede ser!—grité levantándome.
Corrí por la casa hasta encontrar a la castaña.
—No tienes derecho a contarle a nadie —la señalé—. Es mi maldita enfermedad.
—Irene —intentó tomar mis manos.
—No, Ana. Yo decido qué haré.
—Esto no es un resfriado con el que puedas jugar —mencionó Alexander molesto.
Con lágrimas en los ojos y con una sensación de angustia en el pecho, les grité que no quería volver a verlos y que me dejaran sola. Alexander me ignoró y me abrazó, a pesar de que yo luchaba por zafarme de su agarre. Él se mantuvo firme como una roca, y fue entonces cuando comencé a liberar todo lo que llevaba dentro de mí y colapsé.
Lo último que recuerdo fue a Ana gritando mientras Alex me levantaba en brazos. Había soportado tanto durante los últimos meses que nunca me había molestado en desahogarme un poco de la carga que llevaba dentro.
Odiaba que mi madre se fuera, apenas me vio entrar por la puerta. En el fondo, deseaba que Ana también se atreviera a contarle, porque yo no encontraba las palabras para hacerlo. No sabía si estaría a mi lado o si me dejaría sola en el proceso. Estaba tan cambiada, tanto física como interiormente, que ya no la reconocía.
Elena, a quien yo casi siempre había conocido con su elegante cabello castaño, ahora lo llevaba de un negro intenso, sin el brillo habitual en sus ojos cafés que tanto me gustaban. Había perdido esa calidez y dulzura, características que me recibían cuando nos veíamos, incluso cuando había hecho alguna travesura. Eso era quizás lo que más me dolía, pues por primera vez sentía que mi presencia era una carga para ella.
Un pitido de máquina me alertó y, al intentar abrir los ojos, la intensa luz me obligó a cerrarlos de nuevo. Entonces, escuché que se abría una puerta y una voz se escuchó.
****
—Ten paciencia, pronto recobrará la conciencia.
—Han transcurrido veinticuatro horas desde que perdió el conocimiento.
«¿Cómo es posible?»
—Su nivel de estrés alcanzó un punto crítico.
Intenté nuevamente abrir mis ojos, enfocando gradualmente a los dos caballeros frente a la cama.
—Lo sé...—sus palabras se interrumpieron al percatarse de mi despertar—Mi amor.
—¿Qué sucedió?—pregunté mirándolo, aclarando mi voz.
—Un placer conocerte, Irene —mencionó el caballero mayor, ataviado con una bata blanca—. Soy el doctor Gustavo.
—Hola, doctor, es un placer
—Noté a Meyer muy inquieto por tu bienestar —sonrió con burla mirando al castaño.
Alex le lanzó una mirada de desaprobación y se aproximó para tomar mi mano derecha.
—Cada vez detesto más los hospitales —mencioné.
Ambos rieron mientras yo trataba de incorporarme, pero un mareo me invadió y un dolor de cabeza se apoderó de mí.
—Debes aprender a manejar todo con serenidad, ya que el estrés no conlleva consecuencias positivas.
—Fácil es decirlo, doctor—susurré con los ojos cerrados.
—Lo entiendo, por eso te voy a referir a alguien que te asistirá —Extendióuna tarjeta de presentación hacia mí.
—¿Un psicólogo? Pero ya tengo una en casa.
—Me comentaron que has ignorado la recomendación de tu amiga. Es importante que lo hables con alguien más.
Dejé la tarjeta en la mesa y, después de unas recomendaciones y algunas vitaminas, el doctor se fue.
Tener a Alexander a mi lado era incómodo, y no sabía cómo abordar el tema. Así que cuando él intentó iniciar una conversación, decidí ir directo al grano.
—Ya sabes que tengo cáncer.
Estas palabras resonaron en la habitación, rompiendo el silencio que se había apoderado de nosotros. Era un silencio afilado, tan espeso que parecía poder cortar el aire mismo. Podía sentir cómo su peso oprimía mi pecho, dificultando que pudiera respirar con normalidad.
El diagnóstico había caído sobre nosotros como un manto de oscuridad, envolviendo cada uno de nuestros pensamientos y emociones. Miradas de incertidumbre, preocupación y, quizás, miedo, se cruzaban entre nosotros, mientras intentábamos procesar la noticia.
Lo vi intentar hablar, él buscaba las palabras adecuadas, pero en ese momento ninguna parecía suficiente para expresar la magnitud de lo que estábamos enfrentando.
—Pequeña...
—No te preocupes, Alex, no es necesario que me tengas lástima. Aún tienes la oportunidad de irte, ya que llevamos poco tiempo siendo novios.
—¿Quién te dijo que yo estaba haciendo eso? Por favor, Irene, estás siendo muy dura con nosotros.
Lo observé dar vueltas en la habitación mientras negaba con los ojos cerrados, me apenaba verlo en tal estado, no podía negarlo, pero aún más me entristecía que optara por permanecer a mi lado por temor al juicio ajeno.
—Lo percibo en tus ojos y en los ojos de cualquier persona que ha sido informada de mi condición.
—Tienes muchas posibilidades de enfrentar la enfermedad. Hay un nuevo estudio fuera del país prometedor para tu caso.
«Ha estado buscando posibilidades para mí», pensé con dolor en mi pecho.
—Y las aprovecharé, pero preferiría que no estuvieras presente cuando...—mi voz se entrecortó —. Ya no sea la misma persona.
La madre de una amiga del colegio sufrió cuando se enfermó de cáncer. Perdió el cabello, bajó de peso y su esposo se separó de ella cuando ya no podía más. Eso la devastó y, a pesar de luchar contra la enfermedad, no pudo superar el dolor de la separación y falleció, dejando a su hija joven y sin su madre.
—Carajo, ¿Eso es lo único que te importa?—Tomó su cabello frustrado.
<Desde que te vi por primera vez, pensé que eras la mujer más hermosa que mis ojos habían contemplado. Tan encantadora pero con una determinación arrolladora. No estoy contigo por lástima o porque me estén obligando, te escogí a ti porque deseo que seas parte de mi presente y futuro. No dejaré que esa maldita enfermedad te arrebate de mi lado.
Al concluir su última palabra, las lágrimas brotaron de mis ojos. Odiaba mostrar debilidad ante los demás, pero detestaba aún más tener cáncer. Me resultaba doloroso aceptar que sería una especie de carga para alguien, que tendrían que velar por mí las veinticuatro horas del día.
Sus brazos envolvieron rápidamente mi ser, tan imponentes que se convirtieron en mi refugio seguro. A pesar de mis intentos por apartarlo de mí, sabía que su decisión de quedarse era irrevocable. Durante los últimos tres años, esperé ansiosamente que alguien regresara por mí, preguntándome si sería posible que me amara más que a mí misma; finalmente, llegó alguien dispuesto a compartir los días grises y los no tan grises conmigo.
Quizás él no era consciente de que, aunque aparentara ser el más fuerte de los dos, podía notar que también estaba tan asustado como yo. Con su armadura, me estaba ayudando a reunir el valor necesario para enfrentar lo que se avecinaba, y la determinación que siempre me había caracterizado.
En ese momento, cuando percibí los latidos acelerados de su corazón y su firme agarre, me quedé sorprendida. Me dejé llevar por la situación y, al cerrar los ojos, me sumí en el sueño, solo deseando concentrarme en el presente, dejando las decisiones para el mañana.
Holaa mis queridos lectores, esta nota no es para pedirles disculpas (Como siempre) es para comentarles sobre lo que ha pasado durante este mes de ausencia. A mi siempre me encanta contarles de mi vida, parece una telenovela *inserten risas* . Yo misma me río de mis desgracias e infortunios.
Sin embargo, les comento que he estado ausente porque he renunciado a mi trabajo, sentía que estaba en un lugar que ya no era para mí. Estaba acabando con mi energía y mi verdadera esencia, tal vez no les importe este tema y pasen de largo pero me ha quitado tiempo porque he tenido que dejar todo en orden para poder comenzar este 2025 con mejor pie.
Y no es que el 2024 fue malo, es un año que me motivo a volver a escribir, a sacar a la luz esa escritora que tenía guardada desde el 2019.
Gracias por estar aquí, por leer mis historias, por no irte y esperar. Les deseo un feliz y próspero año nuevo, con amor Ale.
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