Capítulo 18: Serendipia
Hace algunos años había leído en un libro sobre "Serendipia", un término que se refiere a la suerte de encontrar algo bueno o hacer un descubrimiento inesperado mientras se busca algo diferente.
Puede ocurrir en cualquier aspecto de nuestras vidas, ya sea en el amor, en el trabajo o en cualquier otra situación. Es como encontrar un tesoro escondido sin haberlo buscado intencionalmente.
La única ocasión en la que me dejé llevar por completo, fue cuando conocí a Alexander. Al principio pensé que nuestra conexión era simplemente una coincidencia fortuita, pero con el transcurso del tiempo, me di cuenta de que lo nuestro era una serendipia.
—Hola, vecina, un placer. ¿Tendrás sal por casualidad?— Su voz se extinguió al mismo tiempo que la taza que sostenía en la mano se estrellaba contra el suelo, rompiéndose en pedazos.
—Me has dado un susto de muerte —exclamé, llevándome la mano al pecho.
«Espera un momento» «¿vecina?» Reflexioné sus palabras.
Antes de que pudiera articular respuesta, él me empujó hacia el interior y cerró la puerta, dejándome perpleja.
—¿Por qué te has vestido así? —inquirió con una ceja alzada mientras me señalaba.
No entendía la pregunta hasta que me di cuenta de que llevaba puesto un vestido de seda muy revelador y sin sostén. Me abracé a mí misma tratando de cubrirme.
—Esta es mi casa y elijo usar lo que yo desee—aclaré mi voz.
—¿Ah, sí? —se aproximó poniendo sus manos en mi cintura— Mientras yo viva, eso no ocurrirá.
Tragué saliva con nerviosismo, mientras Alexander se acercaba a mi oído.
—¿Qué... estás haciendo?—coloqué mis manos en su pecho.
—Está matándome que no hayamos definido esto de una vez por todas—susurró, apretando el vestido.
Mi piel se erizó y solté un gemido involuntario.
—Yo también estoy cansada de lo mismo—cerré los ojos.
Sentí que al decir esa frase me liberé, finalmente dije lo que quería decir, y para él fue como un pase libre.
—¿Me darías una oportunidad?—Tomó mis mejillas—No te arrepentirás, pequeña.
Ese apodo era mi favorito, era una referencia clara entre nuestras estaturas, me sentía pequeña frente a su imponente presencia.
Estaba cansada de evitarlo por la intensa atracción sexual que había entre nosotros, desde el primer momento hubo algo inconcluso que necesitaba resolver.
Lo miré a los ojos, decidida a no responder a su pregunta. En su lugar, agarré con firmeza el cuello de su camisa y unimos nuestras bocas en un beso apasionado. Sus labios tenían un sabor embriagador que me hacía perder la cabeza. Sus manos exploraban mi espalda y mi cuello con ansia. Sin poder contenerme más, deslicé mis manos debajo de su camisa y comencé a subirla, lo que nos obligó a separarnos momentáneamente.
—¿Estás segura? —preguntó con voz agitada. Esta vez no estás ebria.
—Sí, quiero —respondí con firmeza.
Él sonrió satisfecho, sin necesidad de más palabras, pues nuestros cuerpos se atraían como imanes. Volvimos a fundirnos en un beso apasionado. Podía sentir la cálida piel de Alex. Él me alzó y me colocó entre sus caderas, caminando conmigo hacia mi habitación. No fue necesario encender la luz, pues la claridad que se filtraba por las cortinas de la ventana creaba un ambiente seductor a nuestro alrededor.
Alexander comenzó a besar mis piernas mientras introducía una de sus manos dentro de mi vestido. No sabía si prestar atención a sus labios fríos o a las sensaciones que me provocaban sus dedos cerca de mi ropa interior.
Cuando estuvo a punto de llegar a mi zona íntima, no pude más y solté las palabras que había estado tratando de contener:
—Soy virgen —dije, cubriéndome la cara.
Un pesado silencio se apoderó del ambiente. De pronto, sentí cómo tomaba mis manos y entrelazaba sus dedos con los míos.
—Antes pensaba que eras perfecta, pero ahora te veo como una joya que siempre quiero proteger —sus ojos verdes brillaban con intensidad.
—Alex —tragué saliva nerviosamente—, no sé cómo... ya sabes.
Mi experiencia sexual era limitada y me costaba admitirlo. Había tenido un único encuentro torpe con un chico en el bachillerato que terminó mal, ya que ninguno de los dos sabía lo que estaba haciendo.
Después de eso, decidí dejar el tema a un lado. Mi madre me había dado una charla sobre sexualidad, lo cual fue una situación realmente incómoda. Hablar de estos temas con los padres nunca es fácil.
—¿Confías en mí?
Asentí, pues pese a estar molestos, él me había ayudado sin pensarlo dos veces. Sería tonto no aceptarlo.
—No te preocupes, conmigo aprenderás todo lo necesario.
Su voz había cambiado de dulce a grave. Era como si dos personas diferentes habitaran en un solo cuerpo, y ahora tenía frente a mí a un ser inquietante.
Poco a poco, me quitó el vestido, disfruté de la suave caricia de sus dedos. A continuación, pasó su lengua por todo mi cuerpo, dejándome completamente excitada.
—¡Alex! —gemí.
Él levantó la mirada, preocupado.
—¿Quieres que me detenga? —preguntó.
—Quiero que sigas —supliqué.
Una risa brotó de sus labios, contagiándome con su alegría. Incluso en los momentos más íntimos, una pausa para reír era bienvenida.
Con él, me sentía libre de ser yo misma, sin inhibiciones. Sacaba a la Irene que mantenía escondida en lo más profundo de mi ser. Era como si buscara constantemente hacerme sentir cómoda y segura, lo cual me agradaba enormemente.
—A sus órdenes, pequeña —dijo, con una ceja levantada.
Deslizó mis bragas y estimuló con el dedo, emitiendo todos los sonidos musicales que podía. Hasta que lo vi quitarse los bóxers, colocar un preservativo y acercar a su miembro erecto a mi intimidad, me causaba temor por el posible dolor. Sin embargo, fue tan cuidadoso que bastó con que me dijera "te deseo" para dejarme llevar.
Entró lentamente, el dolor era intenso, cerré los ojos por la presión y respiré profundo. Lo sentí arrepentirse, hasta que yo misma lo busqué de nuevo y él volvió a posicionarse, entrando de una sola estocada.
Grité al principio, pero pronto me calmé; comencé a olvidar el dolor y a sentir placer. Entendí por qué las personas pueden volverse adictas a fundirse con otro cuerpo, y entendí lo que Ana me decía: "cuando llegue la persona indicada, lo entenderás"
Me di cuenta de que no había vuelta atrás, y me alegré de que mi primera vez haya sido con Alexander. Durante la siguiente hora, cualquier rastro de incomodidad desapareció, y los dos nos entregamos apasionadamente.
***
—¿Y qué opinas de la cena? —inquirí con interés.
—Mi amor, debo admitir que tienes potencial —respondió, saboreando el último bocado.
«Cada vez que me llama así, me derrito» reflexioné mirándolo.
Tras dejar la habitación en completo desorden, nos dirigimos a la cocina donde la comida aguardaba fría. Aunque dudaba de su sabor, él se ofreció a probarla en mi lugar. Conociendo
Conociendo la honestidad de Alex, estaba segura de que me revelaría la verdad si la receta no cumplía con sus expectativas.
—He puesto todo mi empeño en esto —le aseguré con complicidad, guiñándole un ojo.
—¿Estás satisfecha ya?—indicó mi plato con una sonrisa.
—He comido lo suficiente —respondí negando con la cabeza.
—Tu médico me ha llamado—comentó mientras enjuagaba los platos.
Un silencio llenó la habitación, me encontraba sin palabras, enfrentando lo inevitable.
—¿Cómo es que ustedes ...?
—Es el hermano de mi mejor amigo, dejé mi número como contacto de emergencia en caso de alguna eventualidad.
«Por poco» exhalé el aliento que mantenía retenido.
—¿Por qué no has ido a la lectura de los resultados?—Inquirió.
—No he tenido la oportunidad —mentí.
—Mañana, una vez finalizada la jornada laboral, te acompañaré al consultorio —se colocó frente a mí.
—No es necesario —negué—. Yo puedo ir sola, Alex.
Se levantó y llegó hasta mí, tomó mi cara entre sus manos.
—De ahora en adelante, quiero ser parte de tu vida —besó mi frente—espera un momento.
Salió disparado de la cocina y abandonó la residencia, dejándome perpleja mientras me disponía a limpiar la isla. En menos de tres minutos, regresó con agitación y tomó delicadamente mi mano.
—Deseo ser la primera persona a la que acudas en momentos de adversidad. Quiero que tengas la certeza de que ocupas el lugar más importante en mi vida, Irene.
De su bolsillo emergió una elegante funda de terciopelo carmesí, adornada con las iniciales de una reconocida marca de joyería. Al contemplarla, quedé atónita al descubrir su contenido, lo que me llevó a cubrir mi boca con la mano libre.
—¿Me otorgarías el honor de ser tu novio?
Mi corazón comenzó a palpitar con intensidad, jamás antes había experimentado a alguien tan decidido a ingresar en mi vida sin vacilaciones, tal como él lo estaba haciendo. Su sinceridad y confianza eran tan evidentes que no dudaba en parpadear para alcanzar sus anhelos.
—Claro que sí—reí nerviosa.
Él, emocionado por mi respuesta, colocó el brazalete en mi muñeca, el cual constaba de tres dijes cuidadosamente seleccionados.
Se tomó la molestia de explicarme que el primero, un lápiz, simbolizaba su deseo de que escribiera mi propia historia; el segundo era una mariposa azul, reflejando el color de mis ojos e instándome a desplegar mis alas; y el último era su corazón, pidiéndome que lo llevara conmigo a donde quiera que fuese.
Su declaración fue inesperada, solo a mí me mostraba esa faceta tan dulce que escondía en su interior. No me arrepentía de lo que estaba por venir; había tomado una decisión importante.
***
El ambiente en la oficina era opresivo, con el departamento de marketing en plena efervescencia, relaciones públicas realizando llamadas frenéticas y nosotros redactando con gran celeridad.
—¿Cuál es el progreso?—inquirió Adriana.
—Estamos finalizando la inclusión de las fotografías para remitirte el borrador —mencioné.
—Listo— comentó Robert—. Ya puedes revisar tu correo, jefa.
—Qué eficiencia —sonrió complacida—, nos vemos mañana. Por cierto, está precioso tu brazalete.
—Muchas gracias, fue un obsequio—. Expresé emocionada.
Ambos arquearon sus cejas cómplices, estaba más que claro quién era el responsable. Tras una extenuante jornada, por fin logramos exhalar; había renunciado a mi almuerzo para concluir mi parte de la redacción. Dedicamos tanto empeño, que confiaba en que no habría necesidad de correcciones por parte de ninguno de los dos.
Tomé mi bolso y me despedí de Robert; el castaño me comunicó que se le presentó una reunión inesperada y que nos encontraríamos en el consultorio. Experimenté una leve sensación de nerviosismo en el estómago. Era una novedad para mí intercambiar mensajes sobre mi vida, considerando que habíamos interactuado el día anterior y habíamos compartido un pequeño desayuno por la mañana en mi residencia.
Aún no le había indagado acerca de cómo llegó a ser mi vecino, pero el tiempo parecía esfumarse cuando estábamos juntos. Presioné el botón del ascensor, ingresé y cuando se estaban cerrando las puertas apareció Luisa deteniéndolo. Ni siquiera me saludó, parecía albergar resentimiento hacia mi persona.
—¿Qué se siente tener los medios para ascender?
—¿Disculpa?—La observé a través del espejo.
—Has nacido en la opulencia, con una vida lujosa. Y, además, has conquistado al CEO.
La manera en que pronunció lo último fue como si de sus labios emanara veneno, como una serpiente a punto de estrangular a su presa.
—Siempre he permanecido al margen de la riqueza de mi familia —alcé una ceja—. Es lamentable que cargues con tanto rencor en tu vida.
Se volteó bruscamente, agarró mi mentón con firmeza, intenté quitarla, pero afianzó su agarre lastimándome.
—No subas tanto, la caída puede ser mortal— sonrió con malicia y me soltó.
Antes de que pudiera responder, el ascensor se abrió en recepción y ella salió, mientras yo aún me dirigía al nivel del estacionamiento. Me invadía un profundo malestar; detestaba a aquellas personas que se arrogaban el derecho de emitir juicios sobre los demás.
Esperaba mi turno, observé nuevamente las paredes blancas que más detestaba, había regresado y, aunque no era mi intención original, tarde o temprano sabía que tendría que hacerlo.
—Señorita Mendoza, puede pasar —anunció la secretaria del Doctor.
Reuniendo coraje, me puse de pie, conté hasta tres y me dirigí hacia la puerta. Toqué dos veces hasta que me concedieron el acceso.
El doctor Gutiérrez me recibió con una sonrisa cálida que gradualmente se desvaneció, transformándose en una mirada de desaprobación.
—Es un placer encontrarte al fin, Irene.
—Saludos... Doctor —mencioné con cierta vergüenza.
—Me parece que eres una de las pocas pacientes que se niega a visitarme.
—En realidad, la situación no es tan simple como parece —comenté con nerviosismo.
—He decidido ofrecerte una nueva oportunidad —sonrió—. Por favor, toma asiento.
Me senté frente a su escritorio, el cual estaba impecable y escasamente decorado. Mientras me preguntaba acerca de mi recuperación, no pude evitar notar lo joven que era; aunque no éramos contemporáneos, calculaba que no superaba los 33 años.
—¿Recuerdas lo que te mencioné en nuestra última consulta?
Asentí con solemnidad y tragué con dificultad, un nudo se formó en mi garganta, impidiéndome articular palabra alguna.
Dos golpes discretos en la puerta lo alertaron y dio permiso de entrada. Quizás era su asistente en busca de ciertos documentos, reflexioné en ese preciso instante.
—Los resultados de la biopsia del tumor que se extirpó, Irene, ya están disponibles.
—Por favor, dígame de una vez, doctor, ¿es maligno?
—¿Tumor?—oí una voz a mis espaldas.
Hola queridos lectores, he tardado un poco en actualizar porque he tenido que editar varias veces el capítulo. Trato de que ustedes puedan disfrutar la lectura sin error. Sin embargo si ven que algo está mal, tengan paciencia luego estaré en etapa de edición nuevamente una vez finalice la historia.
Ahora bien, ¿Se esperaban que Alex fuera el nuevo vecino? Esa visita llegó con muchas sorpresas ¿No creen? Nos leemos pronto con amor, Ale.
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