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Capítulo 13: Enredo


Dos semanas después


—Muy bien equipo, les recuerdo la importancia de llegar temprano mañana— comunicó Adriana desde la sala de juntas—Es fundamental que logremos cubrir todos los aspectos del evento.

La atmósfera en la empresa era palpable, pues en los últimos días se había rumoreado sobre la inminente sucesión del propietario a favor de su nieto, un individuo conocido por todos excepto por mí. Dado que se dedicaba principalmente a supervisar las obras de la firma, rara vez se le veía en la empresa, limitando su presencia a ocasiones trascendentales. Según los comentarios de María Paula y Luisa, este personaje parecía haber sido esculpido por las mismas deidades.

Me dirigí hasta mi lugar y tomé mis pertenencias, me hallaba en un estado de apatía, ejecutando mis tareas mecánicamente, con escasos deseos de dirigirme a la empresa, especialmente después de que mi madre finalmente decidiera desvelar la verdad acerca de mi progenitor. De alguna manera, sentí un quiebre en mi ser, anhelaba escuchar que mi existencia había sido un misterio para él, pero la realidad resultó ser todo lo contrario.

Ningún niño merecería crecer desprovisto de la presencia paterna, la posibilidad de entablar conversaciones y evadirse cuando los reproches maternos se hicieran patentes, de pasear tomados de la mano en los momentos de adversidad y de compartir un paraguas en medio de la tormenta.

Pablo Carpio, un joven periodista ansioso por la verdad, se unió a Reporteros sin Fronteras (RSF) con el anhelo de vivir de cerca la experiencia de cubrir las noticias durante la última guerra en Medio Oriente. Le había anunciado a mi madre que se iría menos de un año a perseguir su sueño, ya que de lo contrario se sentiría resentido. En ese momento, de recién graduado, deseaba conquistar el mundo. Con el corazón apesadumbrado, ella le permitió marcharse, haciéndole prometer que regresaría por ella y el bebé que estaba en camino.

Mis abuelos nunca aprobaron la relación de su única hija con un joven de poca relevancia. Aunque no había nacido en ese entonces, podía anticipar la resistencia de la familia Mendoza. Después de dedicar al menos seis meses a cubrir noticias, finalmente mi madre, quien se encontraba en el octavo mes de embarazo, recibió una carta de mi progenitor. Le informaba que tenía pendiente cubrir una última ciudad antes de regresar para mi nacimiento, sin embargo, no anticipaba los acontecimientos que estaban por suceder.

Un grupo armado secuestró a cientos de periodistas que informaban sobre la verdad durante la guerra, lo que causó gran consternación a nivel mundial y, por supuesto, a Elena Mendoza. La noticia tuvo un impacto tan fuerte que adelantó su parto y le provocó una subida de presión, obligando a una cesárea de emergencia. Puedo imaginar el dolor y la angustia que experimentó, aferrada a la esperanza de que los encontrarían y regresarían. Después de ese trágico suceso, no se volvió a saber nada más de los cautivos. Algunos especulaban que habían sido torturados, mientras que otros creían que les habían arrebatado la vida. Lo cierto es que el grupo terrorista nunca dejaba libre a nadie.

Podía sentir el peso de sus palabras resonando en mi mente, la preocupación palpable en cada una de sus frases. Su deseo ferviente de que mi camino fuera distinto, que no se perdiera en la búsqueda de sueños lejanos y quedara atrapada en un destino incierto.

***

Llegué a casa exhausta, después de pasar horas organizando el material con Robert para las entrevistas. Él había bajado la guardia y nos llevábamos mejor, entendió que yo no era una amenaza y que había llegado para aliviar su carga. Ahora me trasladaba en mi auto, era extraño no ir con Ana a todos lados, pero era momento de tener aún más independencia. Lo más incómodo fue el momento en que todos me vieron llegar, estaba consciente de que aquel modelo era muy llamativo y que pasar desapercibida sería imposible.

—¿Han tenido la oportunidad de contemplar el precioso Mercedes Benz en el estacionamiento?—mencionó Adriana al entrar.

—En efecto, seguramente pertenece a uno de los propietarios—comentó Diego, restándole importancia.

—Pertenece a Irene—indicó Robert señalándome.

—¡Qué!—exclamaron todos al unísono.

—La vi llegar esta mañana

«Trágame tierra» pensé mirando a todos

—¿Eres de familia acomodada y nunca lo habías mencionado?—preguntó Andrés acercándose con una taza de café.

—Mi familia lo es, yo no—respondí seca.

—Interesante, ¿Y por qué trabajas entonces?—inquirió María Paula—Podrías simplemente integrarte a las empresas familiares.

Permanecí en silencio, lo cual llevó a Adriana a intervenir.

—Basta, chicos, la vida de Irene es asunto suyo, no me agradan los cotilleos de pasillo.

Agradecí internamente su presencia, ya que hablar de mi vida privada no era lo más apropiado. Ellos no comprenderían nuestra peculiar relación familiar. No esperaba heredar propiedades como mis primos o alcanzar un puesto destacado en los Mendoza. Mi meta siempre estuvo clara desde que inicié mi carrera, debía convertirme en una periodista de renombre y eso lograría. Estaba decidida.

En la cocina, intentaba preparar una ensalada saludable cuando empecé a experimentar nuevamente molestias estomacales. Hacía muchos años que no las sentía desde mi intoxicación alimentaria. Sabía que debía acudir al médico, pero posponía esa visita lo más que podía, ya que el hospital me recordaba a una etapa difícil y presentía que algo no estaba bien en mi interior. Estaba a punto de dar un bocado cuando sonó el timbre; sorprendida, abrí la puerta y mi mejor amiga saltó sobre mí.

—Hola rubia, ¿Me echaste de menos?

—Por supuesto, pero casi me dejas sin aliento.

—Qué sensible resultaste ser—dijo riendo.

—Has subido al menos dos kilos Ana—Tosí exageradamente—¿Te alimentaron con comida para engordar pollos en la convención?

—Muy graciosa—respondió alzando una ceja y cruzando los brazos—No puedes culparme por disfrutar de los exquisitos platos, y no me refiero solo a la comida.

—Por favor Ana, se me ha quitado el apetito.

Ella rio a carcajadas, su buen humor era evidente por su bronceado y su radiante aspecto, algo bueno le había sucedido.

—¿Con quién compartiste la noche?—interrogué mientras me acomodaba en la cocina.

—No estoy segura si atribuirlo al destino o a la casualidad—exclamó emocionada—Me encontré con Leandro en el avión.

—¿Leandro?—inquirí, confundida, antes de dar un bocado.

—El joven que nos acompañó la última vez que nos excedimos con la bebida.

—Corrección—señalé con mi dedo—él estuvo contigo, porque yo apenas recuerdo algo.

—Lo admito—rio—Mira aquí, estas dos últimas semanas han sido frenéticas—me mostró una fotografía juntos.

>Fue una experiencia maravillosa; estábamos abordando el avión cuando nos percatamos de la situación. Él me preguntó por mi asiento y solicitó a la azafata que me acompañara a primera clase. No podía creerlo, encontrándome yo en primera clase junto a ese atractivo individuo.

—Debo admitir que siempre tienes una suerte envidiable, Ana —expresé sorprendida.

—Lo más destacado de todo esto es que coincidíamos todos los días, a pesar de que él se encontraba por motivos de negocios y yo asistía a la convención de psicólogos.

—¿Regresaron juntos?

—No —respondió con tristeza—Sin embargo, intercambiamos números y acordamos encontrarnos nuevamente.

—No te veía tan radiante desde que rescataste a un felino hace un año.

—Lo sé —suspiró emocionada.

Ana merecía experimentar la felicidad plenamente, aunque me inquietaba el hecho de que en los últimos dos años había intentado colmar el vacío emocional con diversas personas. Admiraba su espíritu alegre y entusiasta, pero era consciente de que detrás de esa aparente alegría se escondía una pequeña niña anhelando amor. En ese aspecto, encontraba similitudes entre nosotras.

Nuestra amistad representaba la manifestación más cercana al genuino afecto, aunque en un contexto de amistad; éramos cómplices en las adversidades y sabía que podía confiar en ella cuando la vida se tornara complicada. Por ello, cuando me vi en la necesidad de compartir con ella todo lo sucedido con mamá, no vaciló en cancelar sus planes de viaje para quedarse a mi lado. Sin embargo, siendo consciente de la importancia que tenía para ella ese viaje, no quise coartar su libertad y la animé a seguir su felicidad. Fue una decisión acertada, ya que verla tan emocionada también me colmaba de alegría.

—¿Alexander todavía no te ha escrito?

Sacudí la cabeza en señal de negación mientras mezclaba la ensalada con la mirada gacha.

—Espero sinceramente que haya una razón de peso—comentó sirviéndose un vaso de agua—No creo que sea para tanto un jarrón.

—Prefiero apartar esos pensamientos de mi mente y enfocarme en lo que depara el día de mañana.

Cerré los ojos por un breve momento y al abrirlos de nuevo, contemplé con intensidad mi escenario mientras los recuerdos de aquella mañana inundaban mi mente.

***

—Adoro esta pareja

Ambos nos sobresaltamos y me giré instintivamente, descubriendo que era Marta quien había salido del departamento.

—Tía, ¿otra vez por aquí? —expresó Alexander con frustración.

—Vengo en son de paz —alzó las manos— finalmente me he divorciado.

Estaba a punto de hablar cuando me contuve. Deseaba desaparecer en ese momento, pues el ambiente se había vuelto sombrío. Al entrar, la conversación giró en torno al divorcio. Me fascinó la estructura y decoración del apartamento, preguntándome si todos serían iguales o si habría algunas reformas. Pero no tuve oportunidad de mencionarlo, ya que sentí la necesidad de ir al baño. Al salir, tropecé accidentalmente con un jarrón, intentando sostenerlo, pero este se rompió en pedazos en el suelo.

Me agaché a recoger un pedazo y, sin querer, me corté un dedo. Alex se apresuró al escuchar el ruido, pero su mirada de preocupación por la sangre pasó a segundo plano al ver el objeto roto. Luego me miró molesto y se fue, a pesar de los intentos de Marta por detenerlo. Unos segundos después, se escuchó el portazo de la entrada.

Marta atendió con paciencia mi pequeña herida y, con pesar, comentó que no era un buen momento para seguir charlando. Me pidió mi número, prometiendo que volveríamos a vernos, y me retiré. Inicialmente, la juzgué mal, pero todos merecen una segunda oportunidad para causar una impresión más favorable. Pasar por un divorcio no deseado debe ser una experiencia difícil, pero es mejor seguir adelante que permanecer en un lugar donde ya no te valoran.

No podía negar que la reacción de Alex me había herido. En el poco tiempo que lo conocía, no había percibido ni una pizca de molestia o rechazo hacia mí, pero esa tarde sentí como si una pequeña barrera se hubiese levantado entre nosotros.

***

—Te has pasado con este vestido Ana —dije mientras me observaba en el espejo.

—Siempre dices lo mismo, rubia —me guiñó el ojo—Debes admitir que te ves preciosa, el azul rey resalta el color de tus ojos.

—No estoy convencida de esta abertura en la pierna.

—Mírate bien, porque hoy no solo harás tu trabajo, lo devorarás —dijo, tomando mis hombros.

—Solo espero que todo salga bien —le agradecí.

—Ya verás que sí —me entregó el bolso de mano y las llaves— por cierto, luego tendrás que prestarme tu auto, es precioso.

—Cuando quieras—caminé hacia la puerta—Por favor, limpia el desastre.

—Sí, sí, eres una maniática de la limpieza. Es tu momento, ¡vete ya! —dijo, empujándome suavemente.

Estacioné mi vehículo en el hotel y me encaminé hacia el salón de eventos. Robert me aguardaba con impaciencia junto a la puerta de entrada, lo observaba pasearse de un lado a otro, mostrando signos de ansiedad que casi lo llevaban a arrancarse los cabellos. Al divisarme, su semblante transitó de la preocupación a la alegría en un instante.

—Dos aspectos importantes—Colocó su mano con un gesto dramático sobre su pecho—Agradezco al cielo que hayas llegado, y en segundo lugar...—Me escudriñó de arriba abajo.

—¿Qué? Sabía que no debía haber elegido este vestido—me lamenté.

—No, no—Negó con la cabeza varias veces—Estás realmente hermosa, el vestido te sienta de maravilla.

—Gracias, Robert—suspiré aliviada—¿Por qué estás tan nervioso?

Me instó a acercarme para susurrarme al oído.

—El nuevo propietario ha llegado y te toca entrevistarlo—murmuró.

—Oh, eso suena estupendo...

«Espera, ¿qué diablos acaba de decir?»

—¿Cómo es posible que yo sea la encargada de llevar a cabo la entrevista? —Exclamé con sorpresa, abriendo mis ojos de manera perpleja.

—Por favor, mantén la calma —dijo él, cubriendo mi boca con sus manos—Adriana lo solicitó expresamente.

«Adriana está poniendo a prueba mi capacidad" pensé con angustia, temiendo cometer algún error que pudiera arruinarlo todo»

—Deja de preocuparte y ve a prepararte en la habitación—me indicó una puerta—Es la puerta 2B.

Asentí rápidamente, había innumerables maneras de fracasar en una batalla: La primera era ir sin balas, y yo estaba dispuesta a cargar el arma en el camino.

Treinta minutos después, practicaba las preguntas frente al espejo de la habitación, habían traído dos sillas para que pudiéramos explicar a los entrevistados la dinámica. Se me daba extraordinariamente bien interactuar con desconocidos, tenía un talento para obtener información con tan solo sonreír, quizás el nuevo propietario era un caballero afable y estaría dispuesto a colaborar.

Dos golpes en la puerta me hicieron estar alerta. Rápidamente, me arreglé el cabello con esmero para recibir al entrevistado, sin embargo, un zarcillo se desprendió de mi oreja y cayó al suelo. Me agaché con elegancia para no romper el vestido, justo en el momento en que dos nuevos golpes resonaron. Una vez recuperado el pendiente, me erguí frente al espejo para comprobar mi aspecto. Fue entonces cuando la puerta se abrió y mis ojos se encontraron con una figura inesperada.

—¿Irene?

«¿En qué enredo me he metido?»




Hola mis queridos lectores, desde el fondo de mi corazón perdonen la tardanza, tengo varios días enferma y me duele todo el cuerpo. No tengo fuerzas para sentarme mucho tiempo para escribirles, por lo que les pido tengan paciencia por si tardo un poco más de lo normal.

Les agradezco todo el amor que han dado a esta historia, la cual espero sigan disfrutando. No se olviden de votar y comentar, nos leemos pronto. Con amor, Ale.

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