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Capítulo 11: Peor día


Santa Rosa se convirtió en un enclave de espiritualidad donde la élite y las personas influyentes se establecían. Con la llegada del auge petrolero, los extranjeros arribaron y gradualmente transformaron una ciudad olvidada en un destino turístico de gran valor.

En medio de las distinguidas y acomodadas familias se encontraban los Mendoza, destacados en el ámbito de la construcción e inmobiliario. Carmelo Mendoza y Julieta Mendoza eran figuras tan prominentes que su presencia era imprescindible en cualquier festividad o gala. Para mí eran simplemente abuelos de renombre, nunca conté con ellos ni con su aprecio.

Después de tres horas de viaje, finalmente arribé a la residencia que había sido mi hogar a lo largo de toda mi existencia. Experimenté una sensación peculiar al contemplar una vez más el sitio que presenció mi crianza; no lo había visitado desde mi partida al comienzo del primer trimestre, precisamente tres años atrás. Al abandonar la morada, parecía como si estuviera desafiando, de algún modo, las limitaciones de lo inalcanzable.

Noté que la fachada había experimentado un cambio, intrigada, descendí del taxi y el conductor se encargó de mis maletas, agradeciéndole al tiempo que le pagaba. Durante el trayecto mantuve silencio, exhausta por la prolongada permanencia sentada, y preocupada por la insistencia reciente de mi madre en querer regresar. Mi único deseo era llegar pronto a la habitación para descansar y tomar el almuerzo. Me acerqué al portón y saludé a los vigilantes, quienes, emocionados por mi llegada, salieron entusiastas y abrieron de inmediato.

A medida que avanzaba, me di cuenta de que el extenso jardín había sido transformado de un espacio abandonado a una exuberante vereda de flores, tal vez mi madre estaba tomando conciencia de no desaprovechar aquel terreno. Sin embargo, aquello no fue nada comparado con lo que vi al llegar a la verdadera entrada de la casa, mis ojos no podían dar crédito a lo que estaban presenciando.

La fachada experimentó una renovación, siendo revestida con paneles de madera clara y amplios ventanales. Esta transformación me impactó profundamente, especialmente considerando la firme declaración de mamá de no realizar cambios en la casa. No fue necesario llamar a la puerta, pues esta se abrió de manera inmediata, permitiéndome vislumbrar a varios obreros saliendo con material de construcción.

La situación en aquel lugar me resultaba enigmática, todo parecía sumamente inusual. Mis expectativas se vieron superadas al adentrarme en la cocina. Repentinamente, el sonido rítmico de unos tacones resonó por toda la estancia, y su dueña no era otra que mamá. No hacía falta ser perspicaz para recordar que su caminar era tan firme como el de un militar. Su forma de dirigir, ejecutar y materializar sus ideas era imponente.

Esa era su personalidad, siendo una ingeniera civil, estaba acostumbrada a exigir el respeto de todos los obreros, demostrando meticulosidad y una gran organización en su trabajo.

—Mi princesa por fin ha regresado a casa—Extendió sus brazos para recibirme.

—¡Mamá!—Me acerqué a ella y la abracé con ternura.

—Te he echado de menos, cariño—me dio un beso en la frente—¿Cómo fue el viaje?

—Fue agotador—suspiré—Esta semana ha sido intensa en el trabajo.

—Estás siguiendo tu pasión—Sonrió—Pero si las cosas no van como esperas, recuerda que siempre tendrás un lugar en la empresa.

—Gracias, mamá—sonreí—Pero prefiero labrarme un camino por mi cuenta.

—Muy bien—se separó y levantó las manos en señal de rendición—Ve a tu habitación, te espera una sorpresa.

Mis ojos se iluminaron, mientras ella se alejaba entre risas. Con premura, ascendí las escaleras con mi maleta en mano. Al llegar frente a mi puerta, me detuve brevemente para recobrar el aliento. Con ilusión palpable, conté hasta tres y giré la perilla. Al adentrarme en la habitación, fui recibida por un espacio bellamente decorado en tonos beige. La disposición de la cama había sido modificada, ahora presidida por un imponente armario. Al alzar la mirada, el mural del techo me dejó absorta: una galaxia pintada con meticulosidad, evocando mi fascinación infantil por la astrología. El simple hecho de que mi madre recordara mi pasión de antaño me colmaba de felicidad.

Continué explorando hasta que mi atención fue completamente capturada por una magnífica estantería que ocupaba toda una pared. Dejé escapar un grito que probablemente resonó en todo el piso inferior. A pesar de mi emoción, me acerqué y comencé a leer los nuevos libros organizados por categorías y colores, lo que me llenó de nostalgia porque había anhelado este momento. El tiempo se me escapó mientras tomaba un libro y comencé a hojearlo, hasta que sentí unos brazos envolviéndome.

—¿Has disfrutado de la sorpresa?

—¡Me encantó!—Dije con entusiasmo, girando y saltando de alegría—. Agradezco sinceramente este gesto, eres la mejor—expresé mientras la abrazaba con gratitud.


***

Después de inspeccionar la residencia, me percaté de que pocas áreas habían sido preservadas. Aún no había abordado el tema de la renovación con mi madre, pero me intrigaba el cambio repentino que había experimentado. No podía negar su resplandeciente vitalidad, quizás atribuible a su reciente incorporación al gimnasio de la casa o a sus salidas con el exclusivo club de amigas al que se había unido. Esta versión rejuvenecida de ella era completamente nueva para mí.

Ella me había adelantado que la reunión tendría lugar en un restaurante céntrico, sin embargo, desconocía qué esperar. Lo único que sabía con certeza era que la familia y algunas amistades, cuyas identidades desconocía por completo, estarían presentes.

Yo me inclinaba a pensar que la razón detrás de la reunión podría ser una posible expansión del Grupo Inmobiliario Mendoza. Sin embargo, me resultaba desconcertante mi presencia en dicho evento. Nunca antes me había interesado en los asuntos familiares, y mucho menos en el trabajo.

Mientras seleccionaba mi atuendo, una sensación de opresión en el pecho me sorprendió de repente, como una premonición. A pesar de mi renuencia inicial a asistir a la mencionada reunión, comencé a experimentar una inquietud, como si algo en mi interior me estuviera advirtiendo de lo que estaba por acontecer.

Inhalé profundamente y me enfundé en un elegante vestido de cóctel de color negro, con un diseño sofisticado que realzaba mi menuda figura, adornado con sutiles detalles de encaje. Complementé mi atuendo con unos tacones altos en tono nude, un bolso pequeño y delicado, así como joyería discreta. El maquillaje fue aplicado de forma sutil, al igual que el tono de mis labios.

Dos toques en la puerta se escucharon

—Pase—dije rociando fragancia por mis muñecas.

Escuché la puerta abriste

—Qué hermosa te ves mi princesa, parece ayer cuando a penas eras una niña.

—Gracias ma...—Calle por unos segundos mirándola—Vaya señora Elena, está usted radiante.

—¿No cree que es mucho?—dijo señalando su vestido color esmeralda, indecisa.

Mamá exudaba una belleza exquisita con su melena castaña y sus ojos color miel, siempre siendo consciente de su cautela al revelar su esplendor, mientras que aquel vestido resaltaba su tez trigueña.

—Resplandeces con la majestuosidad de una monarca—le guiñé un ojo.

Ella risueña y ruborizada, me indicó con gestos que descendiera y juntas nos dirigimos al estacionamiento, donde el conductor nos recibió cortésmente y abrió la puerta del vehículo.

Descansé durante tres años de lujos que había olvidado lo que se sentía ser recibido con cortesía, tener la mesa elegantemente servida y contar con todos a mi disposición. Había llegado a acostumbrarme a una existencia común y corriente, la cual apreciaba.

Al llegar al lugar, nos condujeron a la terraza, la cual estaba reservada y ofrecía una vista espléndida de la ciudad. Un grupo musical amenizaba la velada, mientras los camareros se desplazaban entre las mesas atendiendo a los presentes, la mayoría de los cuales ya se encontraba allí. Mi madre me dejó momentáneamente para saludar a sus invitados y familiares, momento que aproveché para apartarme del bullicio y contemplar la magnífica panorámica de Santa Rosa.

El placer fue efímero, ya que percibí el desagradable aroma de Gustavo a mi lado.

—Qué alegría encontrarte, querida prima.

—Lamento no poder decir lo mismo —Me volteé para encararlo.

—Siempre tan agresiva, Irene—negó—deberías estar feliz por el com...

El estruendo del micrófono se apaciguó, anhelando descifrar sus intenciones. Gustavo solía aproximarse a mí únicamente para proferir críticas hirientes. Nunca podía vislumbrar algo positivo emanando de sus palabras.

Nos aproximamos a nuestras respectivas mesas y observé como mamá tomó el micrófono.

—Agradezco a todos por su presencia esta noche—sonrió—Hay un anuncio importante que me gustaría hacer.

> Durante muchos años, no había dedicado tiempo a contemplar más allá de lo evidente. Hace dos años, tuve el placer de conocer a una persona excepcional que me ha devuelto la fe en que no todo está perdido. Por favor, acércate aquí, José Ignacio.

«Qué diablos está sucediendo aquí» giré para identificar al interlocutor.

Un caballero distinguido se aproximó a ella y tomó su mano. Mi corazón se detuvo.

«Esto no puede ser lo que imagino»

—Jose Ignacio y yo nos vamos a casar—declaró finalmente.

Los aplausos se escucharon y mamá y el hombre a su lado se dieron un beso.

Yo me quedé perpleja al abrir la boca, observando a Gustavo en la mesa contigua levantando su copa en señal de saludo. Fue entonces cuando comprendí que todos estaban al tanto de algo que yo desconocía. De repente, como un remolino de pensamientos, todas las respuestas llegaron a mí: la renovación de la casa, los cambios en el comportamiento de mamá a lo largo de los años y su persistente deseo de volver.

La vi acercarse a mi mesa con su pareja, baje mi cabeza tomando mis manos nerviosas.

—Princesa, permíteme presentarte a José Ignacio —dijo con elegancia.

Extendió su mano hacia mí, me puse de pie y con gracia la recibí. Había algo en la mirada profunda de aquel caballero que no lograba convencerme del todo.

No me oponía a la idea de que mi madre se abriera al amor. Si ella encontraba la felicidad, la encontraría también yo.

—Finalmente, una noticia alentadora—expresó con entusiasmo, Julieta acercándose.

—Con este enlace, podremos dejar atrás las acciones de Irene...

—Por favor, padres míos, este no es el momento oportuno —intervino mi madre.

—Soy consciente de que no soy de su agrado, estimados "abuelos"

Ellos realizaron un gesto de desaprobación.

—Si tan solo fueras seguido el legado de los Mendoza—comentaron

—Irene está completamente segura de su decisión de ser periodista—Exclamó mamá.

—Por fin ha llegado —dijo José Ignacio haciendo señas.

Giré mi cabeza y ambos quedamos petrificados.

«Qué carajos hacia Hugo aquí»

—Hija él es Hugo, el hijo menor de José Ignacio.

No podía creer aquello, de todas las personas en el mundo. A mamá se le ocurrió la brillante idea de emparejarse con el papá de mi amor platónico.

—No—negué—no puedes hacerme esto mamá.

Tomé mi bolso y me alejé, la escuché gritar mi nombre. Caminé rápido, hasta llegar a la salida.

Sentí como tomaron mi brazo antes de que pudiera pedir un taxi.

—Espera, Irene.

—¿Tú lo sabías?—dije molesta quitando su mano.

—Carajo que no, me acabo de enterar al igual que tú— se tomó del cabello frustrado.

> Recientemente arribé al país y al encontrarte, mi padre me mencionó que él estaba saliendo con alguien, aunque solo conocía su nombre.

—Debo advertirte que no permitiré que esa unión se lleve a cabo—amenacé, detuve un taxi y me adentré en él.

Observé a través de la ventana cómo daba vueltas en la acera. Mientras mi vida avanzaba de manera satisfactoria, el destino parecía empeñarse en contrariarme una vez más.

Llegué a la residencia y tomé mi valija, la cual aún no había desempacado. Me cambié por unos zapatos confortables y al salir de la habitación, la curiosidad se apoderó de mí. Me dirigí al despacho de mi madre y, tras revisar uno de los cajones, lamentablemente me topé con unas invitaciones de boda.


Nos complace extender nuestra más cordial invitación a la celebración de nuestra unión sagrada.

Elena Mendoza y José Ignacio Saavedra unirán sus vidas en matrimonio el día 20 de diciembre del año 2022.

La ceremonia tendrá lugar en la majestuosa Basílica de San Pedro, a las 6:00 de la tarde.

Agradecemos de antemano su presencia en este momento tan especial para nosotros.


Tomé una fotografía y se la envié a Ana, en ese momento solo deseaba desaparecer. Busqué las llaves del automóvil que me había obsequiado antes de partir a la universidad y que había rechazado utilizar. Me dirigí al garaje y accioné el botón del portón.

Un reluciente Mercedes Benz azul eléctrico destacaba entre los demás vehículos. Cargué mi equipaje y el chirrido resonó al salir. En el portón, los vigilantes se sorprendieron, pero con rapidez me dejaron pasar.

Al transcurrir treinta minutos, la pantalla del automóvil me alertó con una llamada entrante. Contesté y la voz de mi íntima amiga resonó al otro lado.

—Rubia, ¿te encuentras bien? —inquirió con evidente preocupación.

—Todo se fue a la mierda—mencioné entre sollozos.

En ese instante, percibí el estruendo de un camión de carga y mi atención se agudizó.

—¿Dónde estás?—Preguntó preocupada.

—Me encuentro manejando de regreso, llegaré muy tarde. ¿Podrías encontrarme mañana temprano?—Sorbí mi nariz

—La situación es bastante grave para que estés conduciendo. Está bien, nos vemos mañana e Irene... cuídate.

—Gracias, An—colgué.


***

Nunca antes había conducido a una velocidad tan elevada, sin embargo, la adrenalina se apoderó de mí y el deseo de llegar rápidamente a la residencia fue más fuerte. Lo que originalmente era un viaje de tres horas se redujo a dos horas y media. Mientras esperaba en un semáforo cerca del complejo residencial, noté que un automóvil detrás de mí hacía señales con las luces. En cuanto el semáforo cambió, giré hacia mi destino. Al llegar, bajé la maleta y accidentalmente se me cayó en el pie.

«¿Tú también estarás en mi contra hoy?» «Que más puede salir mal, Dios mío» me quejaba del dolor en voz alta.

De repente, un estruendo retumbó y gotas de lluvia comenzaron a caer. Mientras me agachaba para recoger la maleta, noté unos elegantes zapatos que se posicionaron a mi lado. Al alzar la vista, vi a Alexander protegiéndome una vez más con una sombrilla. Mis ojos se empañaron y la sensibilidad que me caracteriza afloró; él extendió su brazo libre y un impulso irresistible me llevó a abrazarlo.



Hola queridos lectores, perdonen que no pude actualizarles antes pero me surgieron unos contratiempos con mi trabajo. Por ello, como recompesa les dejo un capítulo largo para que puedan disfrutar, nos leemos pronto.

No se olviden de votar y dejar sus comentarios con amor , Ale.

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