Capítulo 6 - El factor sorpresa
«La realidad, quizá como nunca antes en la historia de la humanidad, nos ha garantizado el libre albedrio, pero no así la libertad. El miedo a lo desconocido es inherente al ser humano. Tal vez la mejor forma de sobrellevarlo es unirse a aquellos que también lo sientan, pues nada parece más reconfortante que compartir un temor. A mi entender, donde haya miedo no habrá lugar para la libertad. En todo caso, estamos condenados a perseguirla. Ella no será más que nuestro horizonte mientras los mayores temores nos sigan pisando los talones».
Diario de Dakota
Hasta ese momento, Dakota había pensado que Horacio, el hombre que la acogió y cuidó mientras pudo, había sido raptado por cuestiones políticas. Si bien era muy joven para saberlo cuando sucedió, siempre había supuesto que él pertenecía a una suerte de resistencia contra los grupos de poder que, ante la pandemia, llevaron a cabo un exterminio de dimensiones inimaginables. Todo era parte de lo mismo, pensó mientras la camioneta se ponía en marcha. De todas formas, parecía que la cuestión no se reducía a voltear a los líderes civiles, sino que ella y cualquiera que tuviera su condición probablemente seguían siendo el objetivo, si era que todavía seguían operando allí afuera. De seguro había algo más detrás de todo el asunto. Bien Horacio podría haber sido capturado por el primer motivo, por el otro o por ambos. Dakota no podía desestimar las posibilidades ni ignorar el asunto porque eso era lo que marcaba su agenda. Desde el primer día en el que quedó sola y por sus medios, su único objetivo, además de sobrevivir, había sido encontrar a su mentor a como diera lugar. Lo único que esperaba era que este aún siguiera con vida. Como toda desaparición forzada, las posibilidades de que la víctima permaneciera viva se reducían a medida que las horas pasaban.
La serenidad del cielo azul libre de nubes en su totalidad y la ausencia de cualquier brisa de aire, por mínima que fuera, le daban a la ciudad un aspecto que iba más allá de lo lúgubre: parecía estar suspendida en el tiempo. Dakota había modificado la hoja de ruta. En ese sentido, saldría de la ciudad por uno de los caminos perimetrales para evitar las autopistas. Estas últimas parecían un cementerio de vehículos y ya no quería más sorpresas en ese lugar. Asimismo, esa extraña sensación de quietud la incomodaba y hacía que las ganas de marcharse fueran más bien una necesidad. Al final del recorrido llegaría al mismo lugar que si hubiera tomado el otro camino, la única diferencia radicaba en que debería atravesar los suburbios y, aunque parecieran más calmos, tampoco estaban exentos de peligro. El rifle que Agustín le había obsequiado viajaba en el asiento del acompañante, ya que en la parte trasera del vehículo no había espacio para este. Quizá era hora de considerar cambiar de coche, pensó mientras miraba los asientos traseros por el espejo retrovisor. El parabrisas destruido la noche anterior por el disparo de Agustín reforzaba la idea. El aire que le daba de frente fluctuaba con la velocidad de la camioneta y le había empezado a molestar de manera indistinta a su intensidad. Para su suerte, siempre llevaba consigo un par de lentes de sol que impedían que la brisa la hiciera pestañear. No eran nada del otro mundo, sino más bien un clásico: unos Ray Ban Aviator, la combinación perfecta entre funcionalidad y estilo.
Con respecto al cambio de vehículo, el asunto no era tan sencillo como elegir uno de los cientos que se cruzaba a diario y hacerlo arrancar. No tenía conocimientos avanzados de mecánica, aunque resultaba obvio que el paso del tiempo también hacía estragos en aquellos motores que habían permanecido inactivos por años. En todo caso, eran los modelos de las marcas líderes los que probaban su calidad cuando uno de sus coches se encendía y era capaz de mantener la marcha sin dificultad. Dakota transitó el sector suburbano de la ciudad sin mayores sobresaltos. Al tratarse de un área residencial, la mayor parte de las construcciones eran bajas y la mayoría de ellas contaban con lo que solían ser jardines delanteros. Aun así, resultaba imposible no sentirse observada. Si había alguien refugiado en alguna casa, de seguro el paso de la camioneta le llamaría la atención. Con el transcurso del tiempo, un suceso así se había transformado en algo suigéneris. De hecho, en más de una ocasión, Dakota notó algunos movimientos dentro de ciertas casas. Lo más probable era que dichos movimientos fueran motivados por su presencia y en procura de que aquellas personas no fueran vistas por la muchacha. Ante estos, Dakota solo atinó a aumentar la velocidad del vehículo. Por lo demás, si no había agresión de por medio, no había necesidad de alarmarse, pero sí de estar atenta. Muchas veces, una amenaza dejaba de ser potencial cuando era demasiado tarde.
***
El sol en posición cenital marcaba el mediodía, Dakota había logrado abandonar la ciudad y los suburbios con éxito. Ya lo había hecho en incontables ocasiones, pero en esa última habían surgido algunos inconvenientes anecdóticos que esperaba no tener que repetir. Sin embargo, quizá había algo de aquel encuentro con Agustín, el muchacho del edificio de apartamentos, que la había afectado en cierta forma, y que le hacía sentir que se había llevado algo más que un rifle francotirador. La llanura de la pradera partía de la vera de la ruta para perderse en el horizonte bajo. En esa ocasión, el aire estático de la ciudad había cambiado por una leve brisa cálida, señal de que el verano se avecinaba. La marcha del vehículo tomó una velocidad apropiada para la ruta polvorienta que transitaba. Al contrario de la ciudad, el campo abierto dejaba poco margen para que una amenaza surgiera sin que ella la anticipara, por lo que su estado de alerta podía tomarse un breve descanso, aunque tuviera que estar a la orden del día por si acaso.
Dakota pisó el acelerador en procura de recuperar aquellos avances que debería haber realizado durante la noche o el día anterior. Su destino final distaba mucho del presente, si es que lo había. En otras palabras, este último estaría determinado por lo que la luz diurna le permitiera. Por lo pronto, lo único que Dakota sabía era que el objetivo sería llegar a Buenos Aires, donde todo había empezado, al menos para ella. Desde que había tomado conciencia de la magnitud de las circunstancias consideraba que en aquella gran ciudad debían estar las respuestas, o al menos un indicio que le permitiera continuar su búsqueda.
La calma pareció durar poco, ya que, tras pasar una vieja estación de servicio, reparó en que no estaba sola. El espejo retrovisor delató a un vehículo que, en apariencia, emergió de aquella construcción. Se trataba de una motocicleta y avanzaba a paso firme para acercarse a ella. La cuestión no se redujo a ello, sino que, en lo que dura un parpadeo, se encontró con que un vehículo de mayor porte le bloqueaba el paso a la distancia. Dakota empezó a aminorar la marcha a medida que se acercaba a este último. Seguirles la corriente parecía lo más conveniente, al menos en el caso de que estuvieran armados. No fue necesario que la distancia fuera demasiada cercana para empezar a sacar conclusiones acerca de aquellos que la estaban emboscando. Los rasgos distintivos eran evidentes a simple vista: vestimenta oscura, pañuelo bandana que les cubría la mitad del rostro y lentes oscuros que terminaban de ocultar sus identidades. Antes de detener su marcha por completo, Dakota perfiló la camioneta para que la puerta del conductor quedara enfrentada con el otro vehículo. Si había oportunidad, tumbaría al que esperaba por ella y podría usar la camioneta como escudo al momento de intercambiar disparos con los dos sujetos de la motocicleta. Antes de bajar, enfundó el revólver y lo calzó en la pretina del pantalón, pero además tuvo la lucidez suficiente para ocultarlo debajo de la chaqueta estilo bomber, lo que resultaba fortuito por ser algunos números más grande de los que correspondía a su talla.
Sus sospechas se confirmaron una vez afuera del vehículo: se trataba de esos tales «bandoleros» que Agustín había mencionado, lo supo por el brazalete rojo que, además, contenía el símbolo anarquista más conocido. Este consistía en la letra «A» mayúscula rodeada por un círculo.
—Veo que sos bastante razonable; digo, los que en tu lugar han intentado escapar, nunca han terminado bien.
A raíz de ese comentario, Dakota reparó en que se trataba de una chica la que estaba al frente del operativo. Por otro lado, dedujo que esta sabía lo que hacía. El tono de su voz era calmo pero contundente, así como su caminar mientras se acercaba a ella. En otras palabras, tenía todo bajo control. Al contrario, la inexperiencia solía quedar al descubierto cuando los asaltantes elevaban su tono de voz y parecían vomitar cualquier palabra que cruzara por sus mentes y resultara amenazante. En la mayoría de los casos, eso además era acompañado de la agresión física para amedrentar y reducir a la víctima.
Dakota intentó permanecer callada en procura de no despertar ninguna suspicacia, aunque consideró que el silencio también podía atentar en su contra.
—¿Qué quieren?
Su tono no sonó tan rudo como lo hacía de forma habitual, ya que estaba claro que ninguna amenaza o demanda tendría lugar en un escenario que la ponía en una amplia desventaja.
—Lo que tengas (y nos sirva) —aclaró la muchacha encapuchada—. Mirá, ¿qué tenemos acá? Veo que estás bien acompañada.
El comentario surgió a raíz del rifle que Dakota llevaba en el asiento del acompañante, por ser lo que más había llamado la atención de la muchacha en una inspección rápida. Dakota miró una vez más a su alrededor, más allá de los dos muchachos que habían bajado de la motocicleta y se acercaban a la camioneta, pretendía comprobar si había alguien más que estuviera cubriéndoles las espaldas. Todo parecía indicar que eran solo ellos cuatro en kilómetros a la redonda.
Con total impunidad —un tanto imprudente— la chica se inclinó para entrar al vehículo y extraer el francotirador, el primer objeto de un botín que aparentaba ser prometedor. Antes de que pudiera hacerlo por completo, Dakota la tomó del pelo y estrelló su cabeza dos veces contra el marco de la puerta. En consecuencia, le rodeó el cuello por la espalda y, en un solo movimiento, desenfundó el revólver con la otra mano para efectuar dos disparos a los que estaban del otro lado de la camioneta. Ambos cayeron al piso sin ofrecer resistencia mientras el cañón del arma despedía los últimos hilos del humo de las detonaciones. Estas se hicieron eco a través de la pradera y espantaron a las aves que rondaban el lugar. La muchacha malherida parecía haber quedado seminconsciente, ya que su cuerpo apenas podía mantenerse en pie bajo la sujeción de la agresora. Por otro lado, los cortes prominentes en el rostro ensangrentado y la hinchazón incipiente de la zona afectada no le permitían abrir los ojos. No obstante, la muchacha reaccionó sin previo aviso con un codazo en la boca del estómago de Dakota, que le permitió liberarse del brazo que atenazaba su cuello. Ese movimiento se complementó con un empujón que desparramó a Dakota por el piso. Asimismo, la caída hizo que soltara el arma que quedó un poco más allá de sus pies. La bandolera se frotaba la cara porque todavía tenía algunos fragmentos de cristales de los lentes oscuros. Cegada por la ira y de forma literal, tomó el arma de su agresora y la sujetó con ambas manos en procura de que el disparo fuera certero. Dakota estaba a merced de ella, no tenía demasiada libertad de movimiento, y lo único que quizá le diera una ínfima oportunidad de salir viva era un disparo mal ejecutado.
La detonación, tal cual las dos anteriores, se hizo eco a través de la llanura de la pradera. Dakota había cerrado los ojos y contenido la respiración a la espera de su final. Sin embargo, la que encontró el suyo fue la bandolera o, mejor dicho, este la tomó por sorpresa. Ya sin vida, su cuerpo se desvaneció mientras el humo del disparo todavía seguía emergiendo de su entrecejo. Dakota, aún perpleja por ese extraño desenlace, se arrastró hacia la chica para recuperar su revólver. Asimismo, se recostó a la camioneta mientras recobraba la compostura. El silencio del lugar era apenas corrompido por su respiración agitada que vibraba al ritmo del temblor de su cuerpo. Sin fuerzas suficientes para levantarse, decidió chequear que había sucedido con los dos muchachos de la motocicleta. Uno de ellos permanecía inmóvil, señal de que había sucumbido ante el disparo. En cuanto al otro, Dakota notó que, con las pocas fuerzas que le quedaban, había empuñado el arma y le estaba apuntando a la cara, por debajo de la camioneta. Antes de que ella pudiera hacer algo en defensa propia, otro disparo ejecutado con maestría le destrozó la cabeza al muchacho convaleciente, lo que dio por terminado el asalto de una vez por todas.
***
A fin de cuentas, hubo al menos dos lecciones para aquellos tres bandoleros. Si bien ya era demasiado tarde, no había dudas de que les habrían salvado la vida de haberlas meditado antes. La primera: no subestimar al enemigo, sin importar que sea inferior en número y débil en apariencia. La segunda: anticipar el factor sorpresa o el haz bajo la manga de este, aunque él mismo desconozca su existencia. Con respecto a este último, Dakota tuvo que esperar un tiempo prudente para confirmar que esa misteriosa balacera hubiera sido en su favor y no de forma indiscriminada.
Por ese motivo, la joven optó por permanecer oculta detrás de la camioneta durante un tiempo prudente antes de considerar la retirada. Asimismo, una vez que las aguas se calmaron por completo y pudo ponerse de pie, se quedó un buen rato observando la silueta de la ciudad que aún estaba lejos de esconderse en el horizonte. Todavía estaba latente la extraña sensación de que ese deus ex máchina tenía nombre y apellido, y no había sido una simple casualidad. Sin embargo, debería ser más cautelosa la próxima vez, ya que lo más probable era que esa persona no estuviera para salvarle el pellejo si volvía a cometer un error.
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