Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 11 - La sobremesa

«Alguna vez le escuché decir a alguna señora muy creyente que Dios obraba de maneras misteriosas, o algo así. Lejos de compartir ese pensamiento, si la señora tenía razón, hubo una vez que el Señor me puso adelante a dos hermanos y, quizá, un plato del mejor estofado que alguna vez he comido. Nótese que, en esa oportunidad, tenía mucha hambre y había olvidado por completo el sabor de la comida casera».

Diario de Dakota


La cena transcurrió sin sobresaltos. Los tres jóvenes se sentaron en torno a una mesa pequeña en un rincón de la cocina. Dakota se sintió extasiada por el estofado preparado por Valeria y comprobó que la afirmación de Facundo acerca de este no podía ser más acertada. Lo cierto es que tuvo que esforzarse para no dejar los modales de lado, aunque la charla amena con los dos hermanos facilitó el asunto: tras un par de bocados y una vez que tragaba, realizaba un comentario, preguntaba y respondía. Los dos hermanos, acostumbrados al buen comer, tenían otra necesidad que solo Dakota les podía ayudar a saciar: la socialización. Las visitas, involuntaria en este caso, no eran frecuentes y la mayoría de las veces la interacción no se daba a través del intercambio de palabras, sino de balas.

—Así que sos porteña —señaló Valeria con tono jocoso—. ¿Viste? —Codeó a su hermano—. Hay cosas que nunca cambian. Cuando «las papas queman», cruzan el charco.

El comentario provocó risa en los tres, aunque Dakota no perdió la oportunidad de agregar algo en defensa propia.

—No, no. Soy uruguaya. Lo que sí, viví muchos años en Argentina porque nos tuvimos que mudar por el trabajo de mis viejos.

—Ya sé. Es joda, nena —aclaró la muchacha. En consecuencia, tomó una postura un poco más seria—. ¿Y estabas allá cuando todo surgió? Supongo que debe haber sido bravo, un caos. Buenos Aires es gigante.

Dakota meditó la respuesta. La vorágine de aquellos días todavía permanecía entreverada entre recuerdos e imaginación. Esa última era el único recurso del que su psiquis disponía para rellenar las lagunas que, después de cinco años, aún era incapaz de explorar con éxito. En el mejor de los casos, algunos episodios aislados emergían de las aguas turbias en forma de pesadillas. Aun así, discernir entre fantasía y realidad le resultaba difícil.

—Sí, ni me digas. Era bastante chica en esa época. No sé, trece años tendría cuando mucho —reconoció con un dejo de incertidumbre.

—¿Y cómo hiciste para escapar? Deben haber sitiado como en Montevideo y las ciudades grandes —dedujo Facundo. Era evidente que, detrás de la supervivencia de la chica, debía haber una historia fascinante.

Por supuesto que esa tampoco era una pregunta fácil de contestar. De todas formas, Dakota pudo dar con una respuesta que conformara a los hermanos, a pesar de tanta confusión.

—Hmm... La verdad, le he dado muchas vueltas, pero todavía no lo tengo claro. En aquellos días no entendía nada de lo que estaba pasando. Lo único que sé es que Horacio, un amigo de mi padre, me encontró en casa y, repito, de alguna forma logramos escapar del Conurbano Bonaerense. —Un suspiro marcó una pausa breve. Tras ella, la joven agregó algunos detalles más que le dieron el punto final al lienzo surrealista que sus palabras describieron—. De esos días solo recuerdo el cielo gris y tormentoso; los gritos y los disparos; la calma sospechosa de la noche; la luz y la oscuridad... —El silencio se sostuvo por unos cuantos segundos, aunque no lo suficiente para volverse incómodo—. ¿Y ustedes? ¿Cuál es su historia?

Los hermanos se miraron y Valeria tomó la palabra en consideración de que, al igual que Dakota, Facundo era muy joven en aquella época.

—Bueno, ¿qué decir? Antes de que todo se descontrolara, nuestros viejos nos mandaron para acá. Esta casa era de nuestros abuelos. Cuando ellos faltaron quedó como una casa de vacaciones, aunque para nosotros siempre lo fue. —La muchacha se encogió de hombros y, fiel a su estilo, agregó un último comentario—. No es tan dramática y apocalíptica como la tuya, pero creeme que la pasamos mal.

Quizá, ambas historias fueron regidas por un factor común: la incertidumbre. No obstante, había algo más que, a fin de cuentas, era lo más importante y Dakota lo hizo evidente.

—Bah... Preferiría no haber tenido que pasar por toda esa mierda. Pero bueno, lo importante es que estamos acá, vivos, ¿no? —concluyó con la intención de desdramatizar—. Ahora, te digo algo: ¡qué bueno que está esto! ¿Es carne de...?

Los hermanos asintieron antes de que ella terminara la pregunta.

—De pollo —acotó Valeria.

—Criamos algunos animales. Valeria es veterinaria —destacó el hermano.

—Casi —aclaró ella—. Me faltaron algunas materias para recibirme, pero me he sabido desenvolver. A quién le importar los títulos en estos días, ¿no? —sugirió—. Lo importante es que hemos hecho de este rancho una fortaleza. Digo, procuramos depender lo menos posible del exterior. —La muchacha apartó la vista para consultar la hora en el reloj de pared—. Hablando de fortaleza, será mejor que me ponga en marcha. Te debo el postre, nena. La verdad es que no esperábamos visitas hoy, pero tal vez te pueda ofrecer un café negro al menos, ¿querés?

—No, por favor. No te preocupes, estoy bien —indicó Dakota.

Mientras su hermana recogía los platos, Facundo se levantó de la mesa y tomó un rifle resguardado en el espacio angosto entre el refrigerador y la pared.

—Vale, dale tranqui no más. Yo me encargo de la vigilancia esta noche —previó—. Dakota, ¿me querés acompañar?

—Ay, Facu, dejala quieta. Que descanse mejor, pobre muchacha —objetó Valeria.

Dakota se sentía algo despabilada, sobre todo después de aquel plato generoso de estofado. Supuso que no conciliaría el sueño con facilidad y, a decir verdad, eso de la vigilancia le generaba cierta curiosidad. Cada persona en la faz de la tierra tuvo que improvisar sus propias técnicas de supervivencia, y verlas en acción siempre podía suponer un aprendizaje.

—No, no. Está bien, te acompaño —le confirmó al muchacho—. Me siento un poco desvelada, y me hará bien un poco de aire fresco —argumentó ante la hermana—. Es al aire libre, ¿no?

Valeria se encogió de hombros y se le escapó una sonrisa. No podía oponerse y, además, a su hermano le haría bien interactuar con otra persona que no fuera ella.

—¿Les preparo el mate? ¿A vos te gusta, Dakota? Si no, te hago un tecito —sugirió la mayor de los tres.

—Sí, Vale, por favor —confirmó Facundo.

—No te preocupes, el mate está bien —agregó Dakota.

—Muy bien. Vayan si quieren. Yo se los arrimo cuando esté pronta el agua —previó Valeria.

Facundo calzó la correa del rifle en el hombro y le marcó la salida a Dakota. Al parecer, debían salir por el fondo para acceder al puesto de vigilancia que podía ser desde el techo de la casa hasta una torre de madera estilo militar.


***


La oscuridad implacable de la noche dictaba sentencia en la ruta desierta. En una de las tantas estaciones de servicio a la vera de la misma, un walkie-talkie se activó para emitir un mensaje. Para ser más preciso, la estación se encontraba a unos cientos de metros del lugar en el que Dakota fue emboscada durante la tarde. Hacía cuestión de minutos, el dispositivo había transmitido una conversación, por el mismo canal, en el que los Zorros Negros advertían el fracaso en la búsqueda de otro equipo bandolero. En este caso, el llamado requería a un solo individuo.

—Aquí base central. Halcón Solitario, repórtese. Cambio.

Ante la ausencia de respuesta, la chica del otro lado de la línea insistió.

—Aquí base central. Repito, Halcón Solitario, repórtese de inmediato. Cambio.

La luz de la luna apenas penetraba la costra de polvo que cubría la ventanilla del depósito de aquella gasolinera. El muchacho observaba los alrededores a través de las vetas que había conseguido limpiar con la punta de una cuchilla. Contra la pared opuesta estaba el bandolero solicitado a través del dispositivo móvil, atado de pies y manos. Su voz se reducía a un balbuceo intrascendente producto de la mordaza que lo atoraba. Este se volvía prominente cuando el walkie-talkie, que reposaba sobre una mesa, se encendía. Tal vez era una reacción involuntaria, de más estaba decir que para hablar a través de este era necesario mantener presionado un botón.

—¡Callate, gil! ¿No ves que no te escuchan? —objetó el muchacho mientras se le acercaba—. No te hagas el loco o te corto el cuello.

El dispositivo se llamó a silencio luego del segundo llamado. En apariencia, la muchacha que pedía el reporte no creía en eso de que la tercera era la vencida. El muchacho fijó la mirada en el bandolero reducido y le colocó la punta del cuchillo debajo del mentón.

—Vamos a hacer lo siguiente: yo te voy a dar una descripción detallada de tus amigos que ando buscando, y vos los vas a traer hacia acá, ¿entendiste? Si te portás bien, capaz que te perdono la vida. Pero ya habrá tiempo. Por ahora, quiero ver en qué andan los tuyos —concluyó.

El Halcón Solitario se limitó a asentir con la cabeza mientras sus ojos desorbitados no perdían de vista el filo del arma blanca que lo amenazaba.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro