Final
Génesis duerme cuando abandono la habitación, salgo en búsqueda de los chicos y mi madre. El silencio de Ceder y el enigma del paradero de Lorena, nos obliga a tomar medidas de protección.
Por el momento, lo mejor era alejar a Génesis de ellos, no deseábamos estresarla más. El éxito de su recuperación dependía en gran medida de un ambiente sano y agradable. Dos cosas que por estos días era complicado hallar en casa.
Como fuera, haría de lo imposible, posible, con tal de verla sonreír y caminar de nuevo. No importaba si ocupara una vida en ambas cosas. Mi mujer volvería a resurgir de las cenizas, como el ave fénix que era.
Salvo por el trino de los pájaros que se cuelan por los ventanales, la casa luce en silencio. Una quietud que no solía tener en casi dos años, en aquel entonces, era común por la soledad en la mansión. Hoy día es distinto, mis hijos llenan el lugar de ruido, música y risa.
Ceder nos arrebató la tranquilidad, aún desconozco los motivos. No era el único con una propiedad en la playa, existían muchas mejores posicionadas y accesibles. ¿Por qué se centró en la mía? Su interés ¿Fue antes o después de desposar a Tessa?
Detengo mis pasos y los interrogantes en mitad del pasillo extrayendo el móvil de mi saco. Antes de descolgar la llamada entrante, alcanzo a leer un par de mensajes en el buzón.
—Me temo que te has equivocado de línea. —es mi saludo de buenos días al tío de mi esposa —¿A qué debo el honor?
—Estoy en problemas —habla entre susurros y detengo mis pasos —¿Recibiste la llamada de la jefatura?
—Acabo de ver un mensaje de Román ¿Por qué? —ante su silencio sigo —¿Sawyer?
El silencio del otro lado, ocasiona que mi estrés aumente y el ritmo cardiaco se altere. La respiración de Sawyer es irregular, eso y la algarabía del otro lado resultan inquietantes.
—¿Dónde carajos estás? ¿En un gallinero? —la risa que preside a mi interrogatorio me hace bajar los hombros, respirar aliviado y retomar mi caminata.
—Estoy en Atenas, —el ruido empieza a disminuir o es él quien se ha alejado.
—¿Génesis lo sabe? —si es así, olvidó decírmelo. —¿Es una visita de trabajo o es personal?
—Un poco de las dos —responde evasivo. —Génesis no lo sabe.
Al pie de las escaleras vuelvo a detenerme y encuentro el motivo del silencio en la casa. Mis tres hijos, su madre y Bastián, se encuentran desayunando en el jardín. Sonríen y charlan animados, de vez en cuando mezclan al pequeño en la conversación, pero no siempre tienen éxito.
A Bastián le está costando adaptarse a la ciudad y a los señalamientos por la encarcelación de su padre. Tessa ha estado pensando en regresar a Salónica, un sitio conocido para el pequeño, lleno de amigos y seres queridos.
—Necesito de tu ayuda. —la voz de Sawyer me hace aterrizar y me aclaro la garganta antes de seguir.
—¿En qué puedo servirte?
—Espero no sea molestia, pero me encantaría si envías a tu chofer al Vryzas —habla luego de una pausa —Las chicas pidieron ver a Génesis, no pude negarme...
—¿Bromeas? —sonrío mirando detrás de mí a su habitación —¿Cómo hiciste para coincidir sus descansos? —suelta un largo suspiro y vuelve a guardar silencio.
—Tuve que romper el grupo, dividirlos en otros turnos —me confiesa —fue el precio a pagar por este fin de semana.
—Y les estaré agradecido, a ella le gustará verlas, le hará bien ¿Cuándo deseas que envié a Zack?
—En una hora, más o menos. —le doy una mirada al reloj y afirmo —te enviaré un mensaje cuando sea la hora. Ya sabes, son mujeres y tardarán una eternidad en ponerse de acuerdo en que usar.
—Espero no te vuelvas loco —bromeo y le escucho reír.
—¿Cómo está ella?
—Bien, —suspiro —dentro de lo que se espera. Por momentos se deprime, es duro lo que está pasando.
Me siento culpable, en el fondo soy consciente que todo lo que vivió es por mi causa. Fueron mis actos los que llevaron a quienes amo a correr riesgo. Sí, es verdad que existía el interés de Ceder en mis terrenos. No obstante, yo les di el puente cuando empecé a cortejar a Greta.
—Emir Acar llegó a mi oficina —habla de repente —sé que le ha estado enviando cartas y mensajes solicitando verla.
—Las cartas las ha roto sin abrir y los mensajes los ignora. Es lo mejor.
—Hablé con él —lo siento resoplar —¿Tienes unos minutos disponibles? Me encantaría que me dieras tu apoyo en algo.
—Estaré en el Hebe en media hora —comento bajando los peldaños —te veo allí.
—Nos vemos entonces. —corto la llamada y me divido entre regresar a decírselo o dejar que sea una sorpresa.
Acaba ganando la sorpresa, le hará bien despertar, rodeaba de amigas. Dido sale de las sombras y empieza a corretear a mi alrededor. Acaricio su lomo y en pago lame mis manos, lo que me obliga a sacudirlas.
—No te pases de listo —le reto, mueve la cola y ladra volviendo al jardín.
Sonrío al verlo avanzar hacia el grupo que hace turnos para obsequiarles pequeños trozos de su desayuno. Nunca imaginé poder gozar de esa imagen, mis hijos y mi madre juntos, un perro como mascota y una esposa a quien amar. Eso hacía parte de mis sueños de juventud, que los años fueron archivando y desplazando por trabajo duro.
—¿Vas a comer? —pregunta mi madre al verme salir a la terraza y niego.
—Lo haré con Sawyer en unos minutos.
—¿Cuándo llegó? —interroga Nicole.
El rostro de todos está fijo en mí y les sonrío dando los detalles de su llegada.
—Vino con las amigas de Génesis o sus hermanas —corrijo y la sonrisa en los presentes se evidencia — Zack debe ir por ellas.
—¿Cuándo? —quiere saber Renzo —yo podría ir por ellas.
—En una hora.
Mi mirada recae en el menor del grupo que luce ausente y ajeno a lo que sucede viendo algo en su móvil.
— ¿No es muy temprano para que estés despierto? —miro la hora y luego a los presentes, todos con rostros compungidos.
—Mamá tuvo que ir a la jefatura —responde encogiéndose en la silla —una patrulla se la llevó.
—¿Necesita un abogado? —Nicole niega en silencio. —¿Por qué fue a la jefatura?
—Ceder quiere ver a Bastián —habla Renzo tomando las manos de su hermano —está exigiendo los derechos que tiene como padre.
—¿Qué hay de ti? —miro al chico que sostiene mi mirada con ojos vidriosos —¿Quieres ver a tu padre?
No responde, regresando su atención al móvil. Un objeto del que nunca se separa, siempre se le ve escribiendo o sonriendo a la pantalla.
—Lo que yo desee no tiene importancia —se encoge de hombros con fingida indiferencia. —eres la primera persona que me pregunta algo así.
Sus hermanos no disimulan lo que les afecta lo que sucede. Dido sale al paso al apoyarse sobre sus patas traseras en las piernas del pequeño y logra sacarle una sonrisa. Hay que admitir el peludo tiene cierta magia, lo mismo ocurre con Génesis cuando está triste.
—¿Te molestaría decirme lo que deseas? —insisto y regresa la atención a mí —¿Qué deseas hacer? Quizás puedo ayudarte.
—No quiero verle nunca más, ni llevar su apellido —responde con vehemencia y alzando el mentón —¿Puedes hacerlo?
En sus gestos y palabras hay cierto reto. Nicole mueve sus manos pidiendo calmarme, lo curioso de todo es que no estoy enojado. Más bien triste. Me resulta imposible no asociarlo con mis hijos cuando me divorcié de su madre.
—No soy abogado, pero entiendo que se requiere de muchos factores para hacerlo. —respondo y su reacción es sonreír con sorna —Lo que, si es posible y en eso podemos ayudarte, es no verlo. Nadie puede obligarte a hacerlo.
—¿Ni un juez? —insiste y niego —¿Seguro?
—¿Quieres verlo? —niega en silencio —entonces, no lo harás —respondo seguro.
—Ceder puede pensar que está siendo coaccionado —sugiere Nicole —sería prudente que lo viera una última vez, bajo vigilancia de un psicólogo y un oficial. Después de eso, no lo verás. Lo prometo.
El chico afirma lanzando un suspiro y viendo a todos a través de sus ojos cristalizados. Mi madre, que hasta ese instante no ha hecho intentos por opinar, mira al pequeño y sonríe.
—Tu madre, hermanos y se me permites también yo, nos encargaremos de ello. —mi comentario le saca una sonrisa. —es hora de irme, —me despido de todos alzando mis manos e ingresando el móvil en mi saco. —las chicas quieren darle a Génesis una sorpresa.
—¡Entendido! —hablan en coro y se despiden alzando sus manos.
Dentro del auto y a punto de salir, leo los mensajes recibidos. Uno es de Román y el otro, de Felipe. Me pide verme, tiene información sobre el paradero de su hermana. El mensaje de Román es simple, me pide ir a verlo en cuanto tenga oportunidad.
Le respondo a ambos y arranco el auto segundos después.
****
Emir Acar, le aseguró a Sawyer que siempre creyó que Génesis era su hija. Ángeles se lo había confesado cuando volvieron a verse, fue el motivo principal de su primer encuentro. Al que confiesa acudió solo para hacerla entrar en razón y le firmara el divorcio, acto que se había negado por mucho tiempo.
La razón de no entregar a la pequeña a Alí y se negó a hacerse la prueba de ADN. Era para no revelar la verdad. Génesis era Acar y no Aydin, como todos creían. Habló además de lo mal que estaba económicamente y como se dejó conquistar cuando le mencionó lo de la herencia.
Intentó alejarse al saber que debía esperar a los dieciocho años de Génesis, todo se complicó tras eso. Ángeles buscó a su mujer, la madre de sus tres hijos, y le dijo la verdad sobre el porqué nunca se casó con ella.
Estaba casada con él, era su esposa, ella su amante y tenían una hija mucho mayor que los suyos. Ante esa revelación, la mujer sufrió un paro cardiaco que acabaría con su vida, dos días después. Se fue de este mundo, no sin antes decirles a sus hijos la verdad sobre su padre.
El rechazo de sus hijos fue instantáneo, no quisieron escuchar sus explicaciones. Recayó en la bebida, perdió el trabajo, sus hijos lo sacaron de la casa. Vivía gracias al dinero que Ángeles le daba, pero se negó a vivir a con ella como era su deseo.
—Estaba reunido con ella el día que Génesis sufrió el asalto de su ex. Fue con ella al hospital y estuvo allí cuando los doctores se acercaron dándole indicación sobre el estado de salud de madre e hijo.
Génesis nunca habló de cuantos meses de embarazo tenía y tampoco quise tocar un tema sensible. Ahora sé que tenía siete meses y era un niño. Su madre le disgustaba su estado, el que veía como una vergüenza.
—Exigió a los doctores salvar a Génesis y se negó a autorizar cualquier tipo de actos que pudieran salvar a la criatura —mi piel se eriza al tiempo que mi corazón se acelera —las probabilidades de vivir eran pocas y el riesgo bastante alto.
Alegó que si vendría al mundo a sufrir con alguna deformación o moriría a temprana edad. Lo mejor era no correr riesgo, no tuvo problemas en firmar los documentos y se las arregló para que los doctores no hablaran al respecto.
—¡Hija de puta! —Sawyer afirma mientras juega con la taza de té que mueve en círculos sobre sí misma.
—Ayudó que estuviera en cuidados intensivos por quince días. Fundamentó su silencio basándose en el estado alterado de su hija y lo delicado de sus heridas. —continúa —es increíble el poder de convencimiento de esa mujer.
Si se ha negado es por la certeza de que nada que venga de Emir o Ángeles es bueno. Cuando se fue de Esmirna conmigo, se prometió dejar el pasado atrás, solo rescataría la amistad con sus amigas.
—Ángeles Bennett estaba muerta, junto con todo lo que hizo.
De todas maneras ¿Qué importancia tiene ahora? Nada puede hacer para cambiarlo, no podemos saber qué ocurriría y solo le dañaría.
—Si lo dice luego de doce años, me hace sospechar de sus buenas intenciones.
—Lo mismo pensé —suspira —es posible que lo mueva el deseo de limpiar su consciencia.
—Demostró no tenerla cuando peleó por una herencia que no le pertenecía.
—El dinero lo tomaron sus hijos —sonríe de manera triste al decirlo —según ellos, fue el pago por los daños causados por Ángeles. Su manera de desquitarse con ella por la muerte de su madre.
—¡Imbéciles! —comento en tono amargo.
—¿Qué debo hacer? —hay ansias en esa pregunta.
—Respetar su decisión —respondo luego de pensarlo —ella no ha querido verle o saber que tiene que decirle. Es lo mejor.
Estando con él, recibe la llamada de las chicas. Están listas y esperando por él. Niego ante la solicitud de acompañarlos, nada me encantaría más que ver el rostro de mi esposa por la sorpresa.
Mi prioridad en este instante es limpiar su camino y hacer de su recuperación un ambiente agradable. No le doy detalles a donde iré, tampoco hace pie por saberlo al asumir que estaré en la estación.
Me despido de él y avanzo rumbo a mi encuentro con Felipe.
Cuarenta y tres minutos más tarde avanzo en medio de la concurrida calle rumbo al sitio. La Monastiraki escogida por Felipe está a reventar, los turistas a esa hora están buscando un sitio perfecto para almorzar, tomarse una foto o descansar.
Felipe escogió un sitio más allá de esa zona, con poca gente y tránsito. El tema a tratar es delicado, imagino que lo último que desea es que la conversación sea escuchada. Detengo mis pazos al llegar al lugar a un callejón sin salida paso revista en medio del solitario lugar.
Salvo por una mesa repleta de comida, dos sillas y una botella de vino, no hay rastros de nadie. Saco el móvil de mi bolsillo, quizás vi mal la dirección. Debo admitir que la mesa me resulta extraña.
—¡Apágalo! —ordena una voz conocida detrás y siento la presión de un metal en mi espalda—no juegues conmigo.
—¿Por qué no? Tú lo has hecho por mucho tiempo.
Retira de mis manos el móvil empujando mi cuerpo hacia una mesa repleta de varios bocadillos. Me siento en la silla que me indica, segundos después ocupa otra frente a mí.
—Usaste a la única persona que estaba limpia en tu familia —le acuso y la siento sonreír —Felipe.
—Le mentí, le dije que deseaba verte una última vez y después me entregaría—hace un puchero —debí decirle que antes de eso te mataría.
Su mano derecha tiene enrollada una camisa, no hace falta ser un genio para saber lo que cubre. Apoyo las mías sobre la mesa y me dispongo a escuchar lo que tiene para mí.
—Ordené por ti, espero no te molestes. —enarco una ceja viendo platillos —escogí lo que te gusta. —sonríe y permanezco en silencio observándola. —¿Una última voluntad?
—Me gustaría saltarme el protocolo y pasar al instante en que me disparas —sostengo su mirada.
—No será posible, por el momento—mira a su alrededor —¿Alguna otra cosa?
Ante mi renuencia a hablar acaba sonriendo. Me acerca una taza con alguna bebida humeante que miro solo un instante. Regreso la atención a mi alrededor, no hay nadie al que pedir ayuda.
—¿No es un lugar perfecto para morir? —me hace un guiño y sonríe —prometo no va a dolerte.
****
Estiro mi cuerpo en la cama y al hacerlo, tropiezo con un cuerpo, sonriente y espera de hallar a mi esposo, abro los ojos. Salto de la cama y permanezco en pie al ver a quienes me acompañan.
—¡Sorpresa! —gritan en coro y mi corazón se detiene.
Malena, Gladys, Judith y María Fernanda, están dispersadas por toda la habitación. Cada una con una sonrisa en los labios y una rosa amarilla en las manos.
Empiezo a temblar y mi corazón amenaza con estallar. Sin saber las razones empiezo a llorar y me cuesta mantener el control de mi cuerpo. La reacción de todas es correr hacia mí y abrazarme al tiempo que se excusan.
—Lo siento, cariño —habla Judith —mi niña, lo sentimos mucho.
—Era alegrarte, no hacerte llorar —se queja Gladys.
—Debimos decírtelo. —replica Malena.
Sus diálogos son tantos y tan variados que logran lo imposible. Calmarle, por momentos, es como estar en el Vryzas en una hora de descanso. Mi madre ha hecho algo para hacerme sentir infeliz y ellas intentan animarme.
—Las extrañé —susurro al fin —no saben cuánto.
Allí estaba, la mamá Gen, recibiendo la visita de sus mejores amigas. La familia que la vida me dio la oportunidad de escoger. Acomodan mi cuerpo de tal manera que queda sentado en la cama y apoyado en la pared. Todas buscan un lugar en la cama y sonríen.
No hay rechazos o miradas indiscretas, menos se muestran sorprendida por la cicatriz en mi rostro o el tartamudeo producto de la sorpresa.
Son solo ellas, siendo curiosas y viendo todo a su alrededor con admiración. Las amé por eso, por demostrarme que el cariño puede romper las fronteras y desconoce límites.
—Cuando hablabas de casa, —habla Malena, —me imaginé una pequeña, de paredes blancas y tejados rojos, no esto. —sus ojos brillan y en sus labios se vislumbra una sonrisa al reparar todo a su alrededor —es una hermosura de lugar y el bosque a su alrededor.
—Es mágico —describe Judith —¿Crees que puedo encontrar el amor en Atenas como tú?
—Pensé que ya lo tenías.
Le hace un mohín a Malena al tiempo que sonríe lanzándose a mis brazos. Lo que sigue es la charla de siempre con algunos detalles cambiados. Hemos estado lejos por más de un año, hablar por teléfono no es lo mismo que en persona. Existen cosas que se nos escapan o dejamos de mencionar por carecer de importancia.
Solemos filtrar los detalles triviales, que salen a la luz cuando estamos frente a frente. Fue lo que hicimos esa mañana, mientras me ayudaban a bañarme y vestir.
Los chicos habían salido en su recorrido acostumbrado con Hebe, arrastrando con Bastián y Dido. Llegaron a despedirse y anunciar que tendríamos la casa para nosotras solas. Algo que las emocionó a todas.
—Hace falta una piscina —bromea Judith en mitad de la terraza con vista al espeso bosque —allí —señala un claro en medio de árboles —¡Perfecta!
—¿Quién necesita una piscina cuando tiene el mar a cuarenta minutos? —se queja María.
—Con grandes probabilidades de ligar.
—Lo dice quién ya se ligó a un anciano —la acusación de Gladys en contra de Malena viene acompañada de un guiño hacia mí.
Cada una de ellas disfruta un coctel, preparado por Natalia y reposa en una tumbona. Sobre la mesa del jardín existen una gran variedad de bocadillos y canapés que debieron hacer en tiempo récord.
—Lleva doce horas en Atenas y ya se ligó a un anciano —denuncia María Fernanda y busco a Malena. —apuntó a un anciano italiano viudo a punto de morir con mucho dinero. —le señala, divertida —¡Es lista!
La más pequeña del grupo tiene el rostro rojo, cabeza baja y hombros contraídos. Ella se ha fundido en la tumbona y parece querer desaparecer sobre ella.
—Está casado —se defiende en un susurro —ya se los dije.
—No vimos a su esposa por ningún lado.
— Festejan su vigésimo aniversario de bodas —insiste sacando su móvil del bolsillo —me preguntaron si tenía redes sociales y nos seguimos —sigue diciendo y le muestra a Judith el móvil.
—No te creo.
—Pero es verdad —se defiende —es una pareja simpática, me vieron sola en la playa y me hicieron compañía.
—Yo te vi sola con un anciano —insiste María —a quien de seguro le dijiste que estaba sola.
Mi cerebro se ha detenido en mitad de la primera frase, empezando a divagar. Retoma consciencia al llegar el móvil hasta mí y observo el perfil en la red azul. Mis dedos tiemblan al deslizarse por las fotografías, mi piel suda frío y el aire empieza a escasear.
—Hace más de dos años, también festejaban el vigésimo aniversario —habló más para mí, las chicas se muestran confundidas y guardan silencio —yo también estaba sola —recuerdo.
Preguntaron por las redes sociales y al saber que no tenía, recomendaron que me abriera una. En aquel momento no tuve interés, a decir verdad, tampoco ahora.
Me mezclaban en sus itinerarios, me hicieron sentir querida. Imaginé que mi soledad los llevó a ser empáticos y divertidos conmigo. Sigo viendo en sus álbumes las fotografías que han posteado. En ninguna de ellas aparecen sus hijos o nietos, recuerdo que en las que me mostraron esa vez sí había.
—¿Génesis? —me llaman las chicas.
—Está temblando —siento a otra decir.
Mi cerebro hace clic en una imagen en particular, son ellos sobre una montaña rocosa en un cielo azul despejado. Ya había visto esa foto, pero no estaban solos, una chica los acompaña. «Es mi nieta, Ginger»
La enfermera «Mi nombre es Phoebe, estaré en el turno nocturno.» La mujer de aquella noche, la había visto dentro de las imágenes de los ancianos.
—Necesito hablar con Augusto —susurro soltando el móvil que cae en el suelo.
Por un momento se siente como si estuviera jugando y hubiera sacado todos los Ases. Quería reír, pero también llorar y gritar ¡Eureka! Siempre estuve en riesgo, Augusto no tenía nada que ver, como tanto temía. Antes de mezclarme con los Doménico ya mi soledad les resultaba atractiva.
—Quiero hablar con Augusto —repito recibiendo el abrazo de Malena —por favor.
—Cielo, cálmate. Nos estás asustando. —miro a María Fernanda con el móvil en manos, charla con alguien, lo que sea le dicen parece ser malo.
—¿Qué sucede? —exijo saber y ella baja el rostro —¿Es Augusto o los chicos?
—Augusto tiene el móvil apagado. —susurra —nadie sabe de su paradero.
Los árboles empiezan a bailar todo cuanto me rodea, se encoge y oscurece. Me encuentro en una habitación a oscura, en donde las voces de mis seres queridos pronuncian mi nombre en medio del llanto.
****
Nos volvemos expertos en aplazar, pienso viendo el vestido negro tendido en la cama. Después vivimos, después reímos, después disfrutamos. Nos convertimos en máquinas andantes, cargamos sobre nuestros hombros el peso de nuestros problemas, aumentamos la importancia de algunos, nos inventamos otros.
Por años cargué con culpas ajenas, inventé otras gracias a mi madre y las inseguridades que alimentó en mí. Hubo que pasar por muchas cosas, descubrir máscaras y destapar traiciones para entenderlo.
Cuando todo estaba perdido y todos pensaron que no hay vuelta atrás. Encontré el amor, la verdad, la sanación y una familia. Una hermosa familia que la acogió y protegió pese a todo el caos que trajo para ellos.
Mientras pienso en ello, me siento en la cama y acaricio un costado de la prenda oscura. Mis dedos se deslizan por el encaje de sus bordes y se van hasta la cintura. El negro es un color que siempre he odiado, jamás lo usé, ni siquiera con mi madre.
Usarlo hoy lo hace especial.
Con un nudo en la garganta me incorporo, me deshago de mi salida de baño que cae a mis pies y tomo la prenda entre mis manos. A pasos lentos y un tanto torpes intento cerrar el cierre de mi espalda. Un par de manos atrapan las mías y me abrazan por la cintura.
—¿Necesitas ayuda? —ofrece asomando su rostro entre mi cuello en donde deja besos.
—¿Dónde estabas? —me quejo y en respuesta me aprieta contra él. —llegaremos tarde.
Era el sepelio del padre de David, quien había perdido la batalla contra el cáncer. Una muerte que dejó destrozada a su esposa, a sus hijos y un sabor amargo en el último de ellos.
—Estaba recibiendo la llamada de Román —habla ubicándose frente a mí a juzgar por su rostro serio, son malas noticias.
—¿Qué sucede? —pregunto angustiada tomando su rostro. —¿Malas noticias?
—No para nosotros —suspira —Ceder sufrió un ataque en prisión.
No puedo evitar suspirar, aliviada y apoyar mis manos en mi corazón. Es un alivio para todos que ese miserable muera. Incluso para su hijo, aunque quizás hoy no lo vea así, es una buena noticia.
Regresa a su lugar detrás de mi espalda al verme luchar con el cierre que desliza hacia arriba. Sé muy poco sobre su encuentro con Lorena, del que se ha negado hablar o decir algo.
Agradezco a Felipe y a la audacia de reenviar el mensaje que era para Augusto, a Román. Las autoridades evitaron que le hiciera daño y fue capturada. Al igual que Ceder, se negó a hablar, hizo un voto de silencio y se aferra a él, hasta el día de hoy.
Ocho meses después.
Tras su encarcelamiento, todo empezó a caer como un castillo de naipes. La policía hizo una redada en toda Grecia, cinco operativos y diez arrestos. Dentro de ellos estaba la pareja de ancianos y la chica que se hizo pasar por enfermera. Estaba, además, los dos hombres que intentaron llevarse a Renzo.
La noticia, en primera plana, de la captura de un grupo dedicado a la trata de personas, duró varios días. Los acusaba de diversos delitos, atentados a locales, coacción, secuestro y hasta homicidios. La policía los señalaba como miembros de un grupo de la mafia con influencia en Sicilia.
Nadie dudó de esa noticia y la ciudad respiró aliviada.
—Se especula que fue retaliación por usurpar una identidad falsa. —deja un beso en mi cuello y vuelve a abrazarme, esta vez pegándome contra él —¿Te sientes bien?
—Mucho. —toma mis manos y salimos de la habitación —¿A quién suplantó? —no puedo evitar preguntar en mitad del pasillo.
—A la mafia —Augusto suspira —por años se hicieron pasar una de esas células y causaron terror.
—¡Vaya! ¿Desean limpiar su imagen? —bromeo y mi esposo sonríe.
—Aunque nos resulte difícil de creer —sonríe —usaron su nombre y se lucraron de ello.
—Eso quiere decir que los demás. —afirma lentamente e imito el gesto. —¿Tiene idea de si la joven halló a su hermano?
—Lo encontraron en un hogar de paso en Roma —resopla —la custodia la tiene una tía, cometió un delito y debe pagarlo. Está dispuesta a hacerlo.
Afirmo en silencio. Esa mujer quiso asesinarme, aunque lo hizo motivaba por la salud de su hermano. Desde hace tres años trabajaba con ellos, fue obligada a hacerlo, tras el secuestro de su hermano. Al que se le prometió liberar si cumplía ciertas cosas.
Ella en realidad creía que trabajaba con la mafia, por eso obedecía y guardaba silencio. Cuando era tan fácil como ir a la jefatura y decir lo que sabía.
—¿Has visto a Bastián y a Tessa? ¿Cómo están?
—Estarán bien, Hebe y los chicos están con ella —responde besando nuestras manos juntas —al igual que nosotros —me hace un guiño y sonríe —aún me debes un regalo de cumpleaños.
—No me acuerdo —le miento con el corazón latiendo a millón y me atrae hacia él.
—¿Qué te parece si festejamos tu cumpleaños cuarenta y más? —detiene los pasos en mitad de las escaleras —una cita y nuestra ropa no está invitada...—lo dice en su susurro con vos ronca y haciendo presión en mi cintura con sus dedos—tú sabes lo que sigue.
—No...—vuelvo a mentir y lo sabe porque su risa se convierte en carcajada rumbo al primer piso.
"Una noche en donde mis labios puedan escribir sobre tu piel, con todas las puertas abiertas, ojos en llamas, boca y mente sucia. Toda dispuesta."
Fue su pedido de cumpleaños, ese que no pudimos celebrar. Nos quedan muchos por delante, de eso estamos seguros. Después de mis cuarenta pasaron muchas cosas, la mejor de ellas fue encontrar el amor y la libertad.
Porque yo estaba en una prisión y lo desconocía.
—Lo olvidé —me dice sacando algo de la solapa de su saco —nuestro vuelo está programado para el próximo sábado. Con destino a Esmirna, deseo probar ese café con sal.
Yo dejar atrás el recuerdo de mi carcelera, mi pasado y todo el dolor que representa.
—Si te portas bien, te lo daré con azúcar—prometo y en respuesta me hace un guiño.
Me fue imposible publicar el epílogo, mañana sin falta lo subo.
Feliz Día de la Madre, bellezas.
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