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Epílogo

Si se me permitiera la oportunidad de darle un consejo al hombre que firmó el divorcio con Tessa le diría "Encontrarás el amor a la vuelta del quinto camino. No tendrá 25 años, sino cuarenta y los lleva con orgullo. Amarás sus imperfecciones, tanto o más como ella ama las tuyas y te volverá loco de amor."

Es probable que no escuchara esos consejos o me burlara de ellos, por carecer de veracidad para ese yo.

En aquel tiempo mi mundo se vino abajo, sentía que no había hecho lo necesario, que no fui maduro, ni hice lo necesario para formar un hogar. Empeoró en mis dos fracasos matrimoniales, fracasé en ambas. No eran ellas las culpables, era yo y la idea errónea del amor.

En mi loca cabeza, se encontraba en mujeres jóvenes, de piel de porcelana, hermoso cuerpo y perfectas curvas. Esas que creía me hacían sentir vivo, una sensación pasajera que moría en pocos días. Tuve que tocar el lodo para entenderlo.

Con Génesis aprendí que el amor no es perfecto y un cuerpo hermoso no es sinónimo de felicidad. Vivir más allá del sexo y la madurez no se mide por la edad. Es una actitud que se construye con la experiencia.

Una mirada fugaz al motivo de mi reflexión, la muestra con los ojos brillantes sonriendo a través de la ventana del auto cuando el auto empieza a adentrarse en su antiguo vecindario.

—Todo está tal como lo recuerdo —murmura con ojos brillantes.

No le respondo, ya que la última vez que la vi fue el día que hizo pedazos el decorado. Tomo sus manos que entrelazo con la mía conteniendo la respiración. Giles aseguró que estaba preparada para este día, yo tenía mis reservas.

Nuestra primera parada en Esmirna fue en su hogar. Salimos del aeropuerto directo a su antiguo vecindario, gracias al auto que Sawyer dejó para nosotros en un parqueadero cercano.

Detengo el auto ante la modesta vivienda de dos pisos, sorprendido porque no luce desolada y Génesis no se muestra alterada por verla como lo creí. Es una bomba de tiempo, lo sé.

Con ambas manos en la ventana del auto en donde apoya su cabeza, observa el lugar con ojos críticos. Hay que admitir, Jaqueline hace un excelente trabajo en el mantenimiento de la casa.

—¿Vas a entrar? —afirma en silencio, pero no hace pie por salir, ni yo por forzarle.

«Dale tiempo y espacio, no fuerces las cosas, deja que todo fluya a su ritmo» Fueron partes de los consejos que me dio Giles cuando acudí en búsqueda de apoyo.

—Si quieres esperas aquí —suelta el cinturón y me observa un instante —no tienes que ingresar.

—Tampoco tú —respondo sosteniendo su mirada —pero, si deseas hacerlo sola, entenderé.

—Hace mucho tiempo he dejado de estarlo —sonríe al decirlo —cuento con la mejor compañía.

—Y no lo estarás nunca más —prometo retirando el cinturón de seguridad y saliendo junto con ella. —te daré tu espacio.

En los siguientes minutos me mantengo a corta distancia, Jaqueline sale de su casa apresurada cuando nos ve en el jardín. La emoción y el llanto se hace presente en ambas, alivia que sea de felicidad.

El ingreso a la casa es en la misma tónica, ambas charlando animadas en medio del llanto y las lágrimas. La correspondencia se encuentra sobre una pequeña mesa en el rincón. Una decena de sobres, atadas con una cinta azul que Génesis toma entres sus manos, pero no hace ademán de abrirlos.

—Esperaré afuera —afirmo a la mujer en silencio sin abandonar la mirada de Génesis.

El ascenso por las escaleras es lento, a ella parece costarle cada paso que da. Por momentos me cuesta no tomarla en brazos y salir, no permitirle esta destrucción.

Se detiene al final de los peldaños, gira su cuerpo en mi dirección y extiende su mano. La primera parada es en la habitación de su madre. La ausencia de muebles, cortinas y las puertas del closet abiertas le da un tinte desolador.

La primera y última vez que entré a este lugar, destrozaba las ropas de su madre y hacía pedazos varios documentos. Le da una mirada al balcón mordiendo el labio inferior que tiembla ligeramente.

—¿Allí la encontraste?

—Sí. —señala el punto exacto, pero no hace pie por adentrarse. —lo último que me dijo fue que nunca imaginó que al final de sus días resultaría que educó a una prostituta. Después de eso insinuó que le pagaba a Sawyer con mi cuerpo por el favor del préstamo.

—Era una mujer herida, que pagó su frustración contigo —le calmo atrayéndola hacia mí —conocía el lazo de sangre con Sawyer, lo desconocías, pero él no.

Lanza una sonrisa triste mientras murmura que eso no le calma, todo lo contrario. Habla del grado de sadismo hacia ella y las ganas de destruirla. Era consciente que todo cuanto hacía su jefe era por ser su sobrina. No existían segundas intensiones.

Suelta sus manos y avanza hacia el closet abierto de donde extrae un sobre amarillento. Lanza al interior el paquete de correspondencia y observa el que ha sacado.

Manos y labios tiemblan mientras saca algo del interior que estira hacia mí. Una rápida mirada me da la los motivos de que le afecte este lugar en particular y el porqué está al borde del llanto.

—Él pudo salvarse—solloza —su firma le dio la sentencia de muerte.

—Lo siento mucho. —elimino la distancia y se pega con fuerza a mi pecho temblando.

—No sabes cuanto he anhelado odiarla. No puedo, por más que lo intente.

—Odiarla a ella es convertirte en su peor versión —aclaro acariciando su espalda —habla del hermoso ser humano que eres y de su fracaso. Ella no pudo destruirte, no como quería.

—Nunca sabré el motivo de su desprecio, he descubierto que puedo vivir con eso —aleja su rostro de mi pecho y limpio el exceso de llanto con los pulgares—es la última vez que piso este lugar. —le permito unos minutos de llanto y hablo solo cuando ha dejado de temblar en mis brazos.

—¿Qué deseas hacer?

—Lo que debí hacer desde un comienzo... vender —responde segura.

Le quedó una pequeña marca en el mentón y otra en la nariz, que puede ocultar con maquillaje, pero que se ha negado. Su pierna izquierda le falla por momentos, no será eterno; tiene problemas de insomnio; le causa nerviosismo mis largas ausencias, que debo calmar llamándola cada cierto tiempo.

Secuelas de su asalto y mi secuestro que todos aseguran se irán. Sigue acudiendo con Giles, en este punto es más un amigo que psicólogo. Y está bien, el hombre ha demostrado ser profesional y la estima es recíproca. La salud mental de mi mujer no podría estar en mejores manos.

Génesis se encuentra lejos del estándar de mujeres que solía buscar. No es la mujer perfecta, pero estoy lejos de ser el hombre ideal para alguien. Somos dos seres imperfectos, que buscan perfeccionarse uno con el otro.

Durante la narración de Lorena sobre las deficiencias de Génesis, físicas y psicológicas, tuve la oportunidad de hallar las mías. Las amoldé con las suyas y entendí que algunas de ellas, se habían ido gracias a mi esposa.

La larga lista de errores (alguno de ellos exagerados), lejos de asustarme, me atrajo. Génesis no los ocultaba, incluso se burlaba de ellos. En el instante en que ese cuarenta repleto de luces llamó mi atención y vi a la dueña, supe que estaría perdido.

No esperaba que el mundo lo entendiera, me bastaba con que ambos lo supiéramos. Aprendimos a vivir y a estar juntos, pese a nuestros errores y muchas veces gracias a ellos. Entrelaza nuestras manos, le da una mirada a la habitación vacía y tras un largo suspiro empieza a avanzar.

—Gracias por acompañarme.

—Me he vuelto adicto a tu compañía. —mi confesión le saca una sonrisa.

—Es curioso que lo digas, porque mi lugar favorito son tus brazos.

—¡Salgamos de aquí! —le ruego.

Catorce meses después...

Le dije adiós a esa parte de mi vida que me traía dolor. Dejé atrás los malos recuerdos y rescaté los buenos, ninguno de ellos estaba en manos de mi madre. Pude soportarlo, aunque siguiera sin entenderlo.

De los buenos se encargaron cuatro chicas, una más maravillosa que otra, no tenían mi sangre, pero fueron la familia que necesité. La vida quiso equilibrar las cosas haciéndome conocerlas y tiempo después convirtiéndolas en mejores amigas, hermanas.

Estuvimos en Esmirna un mes, una promesa que Augusto hizo a las chicas. Compaginó con ellas, bromeó con sus locuras, secundó algunas, propició otras y se ganó el título de "Papá Augusto" que ostentó con orgullo. Aún lo hace.

El último día, lo escogí para visitar el cementerio, decirle adiós a Ángeles Bennett y perdonarla. Ella no lo necesitaba, era yo la que requería hacerlo para superarla.

Con la sentencia de Lorena y todos los demás ocupando la primera plana y la inauguración del restaurante Hebe en puertas. Le dije adiós a mi pasado y empecé a cultivar mi presente.

Un gran presente rodeado de seres maravillosos.

Tessa y Bastián decidieron quedarse en Atenas a empezar una nueva vida. Ella encontró trabajo y el niño comenzó a tener amigos en la escuela y en el vecindario. Parte del éxito se debía a sus hermanos y la paciencia que le tuvieron en las crisis.

Augusto hacía lo propio durante sus largos juegos de ajedrez. Con Hebe haciéndoles compañía y sonriendo cada que el pequeño lanzaba una jugada que dejaba en aprietos a su heredero.

Los domingos en el jardín era con ellos en su juego, la barbacoa en un costado y los chicos recibiendo los rayos del sol. Tessa permitía a Bastián llegar, pero se negaba a hacerlo ella, dando siempre una excusa para no quedarse.

Al respecto, Nicole aseguraba que temía a mis celos y no pude más que reír. De ser una mujer llena de ellos, nunca hubiera aceptado una relación con un hombre con hijos.

Yo no tenía dudas del amor de Augusto, ni ignoraba el lazo que lo unía con Tessa. Incluso el de Bastián llegaba a comprenderlo. Él veía, en el pequeño, a su hijo cuando se divorció; de la misma manera que yo me vi reflejada a mi madre en Hebe y quise exorcizar mi pasado con mamá.

Disfrutando de mi primer coctel, sentada de manera que pueda ver a los asistentes y de un domingo normal en la familia Doménico. Renzo haciendo bromas con Sunny o está mofándose de alguna tontería de su hermano; Augusto jugando ajedrez con Bastián y Hebe haciéndole compañía; Nicole, a mi lado, dándome los pormenores de la inauguración del restaurante.

—Deberías aprender a jugarlo —sugiere Nicole al verme mirar hacia Augusto y el pequeño —papá puede enseñarte.

—Me gusta verlos jugar.

Imaginar por un momento que es mi hijo intentando llevarse bien con el esposo de su madre. Cuando la fantasía es dolorosa, alejo la mirada de ellos y la poso en el coctel que tengo en mis manos.

—Es normal que te incomode —una mirada a Nicole la muestran mirando a la pareja jugar —hasta yo lo veo extraño, la forma en que se han unido. ¿Te arrepientes de no tener hijos?

—Me arrepiento del padre que busqué para el primero —mi pecho se contrae reteniendo el aire ante los recuerdos.

Decir que deja de doler es mentir, he aprendido a vivir con los recuerdos. La mano de Nicole reposa sobre la que sostiene la copa y susurra uno lo siento casi imperceptible.

—No sabía que había tenido uno. Disculpa la indiscreción.

—Fue hace mucho tiempo —señalo a Bastián antes de seguir —tendría más o menos la edad de tu hermano.

—¡OH! —le doy una mirada fugaz y sonrío o lo intento —Entiendo.

Un par de brazos arropan mis hombros y sonrío al reconocer el aroma de Renzo. A la seguidilla de besos en mi mejilla se le suma sus brazos en mi cintura y el apretón fuerte.

—Un hombre que abandona a su esposa, merece el divorcio —bromea en tono alto —¿Quieres ser mi sugar mommy?

—Es una linda forma de decirme, anciana. Gracias cariño. —su risa viene acompañada de un apretón y una mirada a su padre a quien parece retar.

Augusto, que ha dejado de ver el tablero para observar a su hijo, entorna los ojos. Le señala a manera de advertencia y luego pasa su mano por su cuello.

—Gracias por amarlo —dice en mi oído —y traerlo al mundo de los vivos. Te amamos por eso.

Tras dejar un beso en mi mejilla, avanza hacia su hermana mayor y hace lo mismo. No hemos vuelto a hablar sobre su asalto, tampoco de su vida con Ceder o los taques recibidos por él. Su padre asegura que es su forma de sanar y el día que necesite hablarlo lo hará.

A quien escoja dependerá de la confianza y lo aceptará.

—Piensa positivo —escucho a Nicole decir —la vida te dio tres hijos mayores, evitándote el estrés, las hormonas revueltas y los celos infantiles.

Hace un mohín seguido de un guiño recibiendo a Sunny en sus piernas. La imagen es enternecedora, habla de la estrecha relación entre ellos. Nicole se convirtió a sus quince años en lo más parecido a una madre para sus dos hermanos. Augusto y Hebe la señalan como el puente para que él lograra acceder a ellos.

*****

Si el restaurante se llena de la misma manera en que lo hace su inauguración. Auguro muchos éxitos, aunque tener de vecino a un Vryzas trae un mal sabor. Si alguien sabe de buen gusto y gastronomía son ellos.

El evento apenas empieza y ya el primer salón está topado. La mala noticia es que fui obligada por Augusto a sentarme, la falla en mi pierna izquierda me hizo imposible seguir en pie recibiendo a los invitados.

—Debo decir, no conozco a la mitad de los asistentes —le confieso a Sonia, la esposa de David.

—Te falta salir un poco más —responde viéndome a través de su bebida —aunque, yo estoy en las mismas. Mi trabajo me consume.

—Dentro de unos meses diré lo mismo —replico buscando a mi adorado esposo en medio de la multitud.

—No te molestes en buscarlo. Los invitados siguen llegando, él y Nicole le reciben.

—Lamento no poder hacerlo —paso una mano por la pierna y maldigo internamente —he abusado de ella toda la semana.

—Descansa. —aconseja —si deseas algo iré a buscarlo, no te esfuerces.

Si algo he aprendido de Sonia es que estima a los Doménico. Un cariño que asegura se lo han ganado, gracias a todo lo que han hecho por ellos.

—No puedo permitirme estar tranquila —bufo señalando a mi alrededor —se supone que dirigiré este lugar ¿Cómo lo haré si me rindo de esta manera?

—Si llegas a colapsar tu esposo, cierra este evento. —alza el dedo índice de su mano derecha que mueve en círculos —y no te dejará mover un dedo.

—Me gustaría decirte que exageras —resoplo —debí tomarlo con calma.

—Eso es. —sonríe —olvidaste que esa chica está en proceso de recuperación.

Me dice que puedo estar al frente del restaurante, siempre y cuando haga las pausas que me han recomendado y delegue funciones.

—Estar al frente de un negocio, no quiere decir que harás todo —me hace un guiño y alza la copa —Se trata de saber delegar, tengo fe en que lo harás.

—Gracias —sonríe una vez más y choca mi copa. —allí vienen. —señala detrás de mí y sigo el rumbo de su mano.

Padre e hija vienen tomados de la mano, le siguen Sunny y Renzo que escoltan a su abuela. Que Hebe quebrantara la regla de salir de casa en las noches, por asistir el día de hoy, me hace sentir especial. Sé cuanto le cuesta estar en público desde lo sucedido y el fallecimiento de su esposo.

—¿Cómo te lo agradezco? —pregunto tomando sus manos cuando llega a mí.

—¡Amándolo! —responde señalando a su hijo. —no te pido más.

—Ya lo hago, debe existir otra manera —niega viendo a su hijo saludar a alguien en la mesa vecina.

—Hiciste mucho —responde sentándose a mi lado y sus nietos rodean a Sonia empezando una charla en segundos.

—Si estoy con tu hijo, es gracias a ti ¿Lo olvidas? —insisto y niega.

—Estaban destinados a ser uno solo —responde tomando mis manos —vine sin comer, espero tengas algo para mí —las señas las hace acompañada de una sonrisa.

—Hice un par de platillos.

—Son los que me trajo aquí —confiesa tomando mi rostro entre sus manos —eres un ángel.

Es ella la que es un ángel, que trajo luz a mi vida, aunque no lo acepte. Si no la hubiera insistido en pagar su deuda, el encuentro con ella y su hijo no pasaría de una amarga anécdota. En estos momentos estaría encerrada en mi hogar, llorando la traición de mi madre.

—¿Cómo sigues? —pregunta Augusto al llegar a mí.

—La derecha tiene envidia. —respondo recibiendo su abrazo-

—Si no llegas a soportar el dolor, me lo haces saber.

—¡Te lo dije!

Habla Sonia que ha escuchado la conversación. Alzo la copa hacia ella con un Augusto sin tener idea de lo que sucede. Mira la pierna preocupada empezando masajearla.

—El error fueron las zapatillas —confieso —tenías razón, pero los deportivos no eran elegantes.

—No era necesario tan altos, —me recuerda entre risas —pero querías domarlos.

—No pude —le digo acunándome en sus brazos.

—Traje los tenis —susurra para que solo yo lo escuche y alejo mi rostro de su pecho —en algún momento ibas a cansarte.

—¿Por qué eres tan perfecto? —le digo lanzándole un beso —cada día me sorprendes más.

—Y aún falta mucho por mostrar —entorno los ojos, viéndolo reír sin verme —tengo un par de trucos y una varita mágica. —me sofoco por lo que escucho y lo sabe por qué su risa aumenta al ver a los comensales —Y una oficina que aún no se ha inaugurado.

—Compré un accesorio que creo combina con esa oficina y oferta. —sus ojos brillan al volver a verme y es mi turno de reír.

—¿Lo traes puesto? —pregunta sin verme.

—Está sin envolver —sonrío al ver su cuerpo tensarse —mi esposo está de viaje, tengo toda la noche libre.

—Veré que puedo hacer con mi esposa...

—¿Me permiten una foto? —nos pide un camarógrafo que nos obliga a dejar el juego de palabras —ustedes escogerán la de la portada de la crónica.

Le muestra la escarapela que lo representa como camarógrafo de una revista y Augusto afirma. Hace varias con todos en la mesa, un par a nosotros solos y otra a sus hijos.

—¿En familia? —al ver a los chicos afirmar sonríe —tendré que pedirles levantarse.

—Alrededor de mi madre, por favor —le pide Augusto viendo a Hebe —No te levantes, nosotros lo haremos.

En este viaje lloré, pero también reí, me traicionaron, pero encontré gente valiosa. Hice planes que tuve que deshacer y crear otros, mejores que los primeros. Descubrí mentiras, desempolvé verdades, fueron momentos difíciles, pero nunca estuve sola.

No siempre fue fácil, no siempre fue divertido, hubo momentos de desesperación en que pensé en rendirme y varios pares de brazos me sostuvieron impidiendo que lo hiciera.

Hoy puedo decir sin temor a equivocarme que empecé a vivir después de los cuarenta. Antes de eso fue calentamiento. 

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