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Capítulo 6

La inactividad me estaba atormentando, creando crisis existenciales, cuestionamientos sobre lo que hice con mi vida, hacia donde la orienté y lo correcto que fue el camino escogido.

Una mirada a lo que han sido estos cuarenta años, me hizo ver lo que dejé de hacer y vivir. Me convertí en una mujer vacía, que tejió su vida en torno a su madre y no sabía qué hacer sin ella. Estaba, además, la cobardía con la que enfrenté los constantes problemas con mamá. El no buscar ayuda profesional o un consejero, marco nuestro destino.

Mi mejor mecanismo de defensa era, alejarme de casa y mantener la mente ocupada. Estaba convencida de que hacer distancias con ella cuando sus ataques eran insoportables era la mejor solución. El trabajo nivelaba el estrés, alejaba los malos pensamientos, me divertía y me rodeaba de en un ambiente sano.

El poco tiempo que pasaba en casa escuchaba reproches, quejas y escuchar lo desdichada que fue desde mi nacimiento. Navegué en un ambiente de autocompasión, odio hacia mi persona y baja autoestima. Hasta que tropecé con una publicidad de un gimnasio cerca de casa y fui a darle un vistazo.

En adelante, tres días a la semana y desde hace diez años, el ejercicio fue mi mejor medicina. Como era de esperarse, mamá lo asoció a que yo quería buscar amantes, pero no la escuché. Es tanto el poder controlador que posee sobre mi ansiedad que no puedo dejar de hacerlo.

Rompí una serie de rutinas con estas vacaciones, sin embargo, esa no. El hotel contaba con uno, bastante amplio, bien equipado y con instructores. Acudía a él en las mañanas antes de sumarme a las excursiones que el lugar ofrecía.

Entablé amistad con pareja italiana, muy simpática y amable, que festejaba su vigésimo aniversario de bodas. Se tomaban fotos en todos los lugares que visitábamos y la posteaban en sus redes. Me alegraba ver sus rostros felices, tomarse selfis con algún sitio emblemático de Atenas de fondo.

Compartimos números telefónicos y de habitación. Ellos estarían una semana en Atenas, yo aún no decidía el número. Se sorprendieron al saberlo, también que no tenía redes sociales y me han estado instando a crearlas. Ellos tenían agregados solo a su familia, el perfil era privado por lo que podían compartir en ellos todas las imágenes tomadas para que su hijo y nietos la vieran.

Me mostraron sus fotografías en todos los sitios a los que habían ido, solos o con familia. Señalaron a cada uno de sus hijos, nietos y hasta bisnietos. Una fotografía de ambos sobre una roca abrasados a una chica llamó mi atención.

«Es mi nieta, Ginger» habían señalado.

Prometí pensarlo, aunque mi grupo de amigos era reducido y no veía el chiste en ir dejando en un sitio todo lo que hacías. Si quieres verte o saber de alguien, le llamas, le invitas un helado o a cenar. Era mi pensamiento. Yo llamaba a mis amigos en el primer recorrido y en las noches les enviaba las fotos de los paisajes que visité.

¿En cuanto a mis amigos? Se enojaron cuando les dije lo que había sucedido. Según él, resultaba desgastante y peligroso hacer de héroe en tierras extranjeras. "Muchos ni siquiera lo agradecen. Sin mencionar que pudiste salir perjudicada con tu equipaje."

Por fortuna, uno de los guardias se dio cuenta de la situación y aseguró mi equipaje, que me fue entregado al regresar. Eso sí, no pude evadir a las bromas sobre mi hazaña con mis amigos. Fui al rescate de un bolso, dejando mis cosas a la vista de los dueños de lo ajeno.

La mañana número seis, en Atenas, hice la rutina al pie de la letra. Busqué a la pareja de ancianos en medio del grupo y al encontrarlos avanzo hacia ellos. Un par de cuerpos en trajes oscuros obstaculizan mi camino y retrocedo tres pasos.

Son dos oficiales y no se ven felices.

—¿La señorita Génesis Bennett? —afirmo viéndolos a uno y otro con cautela. —necesitamos que nos acompañe.

Empiezo a ser el centro de atención, las miradas de reserva y cotilleos empiezan a tejerse. Jamás he tenido problemas con la ley, me he cuidado de ello. Ni siquiera cuando estaba de mi lado la vez que fui golpeada por mi ex.

—¿Por qué? —me apresuro a decir.

—Estamos investigando el ataque e intento de robo de la señora Hebe Doménico...

—Yo devolví, es bolso —le interrumpo y ambos asienten —fui la única que la auxilió. No pueden señalarme de nada...

—No la estamos acusando —interrumpe uno de los oficiales. —requerimos de usted es su declaración

—¿No basta con la declaración de ella? —increpo con desdén. —ese hombre seguro quiere perjudicarme —acuso viéndolos sonreír —desde el primer momento me señaló como ladrona.

—No tiene nada que temer...

—¡Por supuesto que no! —exploto perdiendo la poca paciencia que me quedaba. —¿A dónde debo ir? —la sangre me hierve como todos empiezan a verme con menosprecio y sospecha.

—Por aquí, por favor.

Soy escoltada por ellos a la salida rumbo a la patrulla que nos espera en la entrada. Estoy convencida de que ese troglodita tiene que ver, ya tendré tiempo de demostrarle de lo que Génesis Benet es capaz de hacer.

—Querida, ¿Qué sucede? —pregunta el matrimonio al verme avanzar hacia la patrulla.

—¿A dónde la llevan?

La mujer nos intercepta e impide nuestro avance, gesto que es mal visto por uno de los uniformados, el otro se muestra más paciente. Les explica que necesitan mi declaración sobre el ataque de la señora Doménico. Asi las cosas, resulta que ser buena samaritana me tiene en este aprieto.

—Perderá el tour —insiste la mujer —¡Está de vacaciones!

—No va a tardar, se lo prometo.

Ingreso al auto abrazando mi mochila como protección, viendo a la patrulla adentrarse por calles y espacios desconocidos. Intento ver el recorrido como un tour privado y elimino el rostro del idiota que me tiene en estos aprietos.

Mantengo la duda sobre mi importancia en esa estación y lo que en verdad haré. Es posible que desee desquitarse por insultar a su novia. ¡Ellos empezaron! Cuando insinuaron que estaba robando.

Tan concentrada estoy despotricando en contra de su existencia que no noto hemos llegado hasta que abren la puerta. Me dejo guiar a través de la comisaría, usando mi morral como protección y pendiente a todas las direcciones.

—Espere aquí —señala una hilera de sillas vacías. —en un momento la llaman.

Decido quedarme en pie, confiada en que la incomodidad y desconecto que refleja ese acto, les haga llamarme lo antes posible. Cierro los ojos y apoyo la cabeza en la pared, amonestándome por meterme en pleitos que no son míos.

—Señorita Bennett, espero no haberla hecho esperar. —un hombre se detiene ante mí y me ofrece su mano — soy el detective, el detective Román.

—Me gustaría decirle que es un placer, pero no suelo ser hipócrita.

La sonrisa que me brinda, no llega a sus ojos, ese gesto tan sencillo me hace estar a la defensiva. Ofrece disculpas por la incomodidad, pero la excusa no luce genuina.

—¿Qué hago aquí?

Me mira por encima del hombro y regresa la mirada a los pasillos. Dudo de que me haya entendido, mi pronunciación no es la mejor, aunque hasta ahora, nadie se ha confundido con ella.

—Hebe Doménico sufrió un ataque en los terrenos Vryzas —inicia —según su relato usted fue la única que le brindó ayuda.

—¿Y? —pregunto exasperada. —¿Me darán una medalla por eso? Lo dudo.

—Necesitamos su colaboración...

—Ya colaboré lo suficiente —detengo mis pasos y me cruzo en su camino, impidiéndole seguir —hice un trabajo que debió ser suyo.

—Es imposible tener un oficial detrás de cada persona —me brinda la misma sonrisa falsa y entorno los ojos —por más que así lo desee.

Me cruzo de brazos, alzo el mentón y le advierto que no pienso mover un solo músculo si no escucho explicaciones claras. Creo escuchar una maldición cuando afloja el nudo de su corbata. Murmura algo que no alcanzo a escuchar y algo me dice que era lo mejor.

—La señora Hebe Doménico se ha negado a dar una declaración o acudir a un centro médico para revisión —inicia—su familia ha notado ciertos cambios atípicos en su conducta y una herida en su costado izquierdo que mantuvo oculta.

Mi antagonismo sede y alejo los brazos de mi pecho. Fue una de sus nietas la que lo descubrió al ingresar a su habitación sin ser vista. Por fortuna, no es una herida delicada, pero su hijo quiere llegar hasta las últimas consecuencias.

—La señora Doménico y usted, son las únicas que vieron a la atacante. —me recuerda y afirmo —su estado alterado ha impedido que brinde una declaración sobre ese día.

—Yo solo puedo decirle lo que vi —le confieso —la perseguí por varios kilómetros, le quite el bolso y huyó en un descuido—me encojo de hombros.

—¿Estaría dispuesta a dar una descripción? —me froto con mis dedos las cejas buscando en mi banco de imágenes a la mujer.

—Joven (20 o 22 años), cabello castaño oscuro rizado recogido en una coleta alta —empiezo a decir —delgada, 1,65 mts más o menos, ojos marrones almendrados, nariz achatada, rostro ovalado, vestía en ropa deportiva.

—Tiene una buena memoria...

—Tuve mucho tiempo para observarla —sonrío al recordar —le di un par de golpes, lamento que esos turistas me impidieran seguir haciéndolo.

Enarca una ceja, pero no hace comentarios al respecto. Lo que sí me dice es que me mostrará varias imágenes de mujeres que han sido capturadas en los últimos meses por robo. La gran mayoría sale semanas después bajo fianza o porque nadie hizo la denuncia.

*****

Por fortuna, para mi pobre trasero, la mujer estaba dentro de los primeros cincuenta rostros que conformaban un álbum de más de doscientos. Mi espalda, rodilla y trasero fueron los más afectados, pero había valido la pena.

—Le agradecemos el tiempo y su ayuda —el tono de voz ha cambiado o soy yo la que lo he hecho. —un auto la llevará al sitio de la excursión.

—No es necesario. —miro la hora y suspiro —en una hora acaba la ruta, he perdido la mejor.

El desayuno. Me despido de él y salgo a los pasillos, cruzo el moral en mi pecho y busco mi móvil. No es raro hallar muchos mensajes del restaurante. La angustia iba escalando por cada mensaje enviado. La hora en mi reloj marcan las once, están en los preparándose para el medio día. Decido marcarle a la única persona disponible a esa hora.

—¡Génesis! —chilla Sawyer y sonrío — ¿Cómo estás?

—Estoy bien Sawyer, no tienes nada que temer. Aún no me he lanzado al mar. —le digo saliendo de la estación.

—Ignoraré eso último —me riñe —¿Dónde has estado criatura?

Me quedo en la entrada escuchando un gruñido de protesta y busco un sitio en donde sentarme. Varios coches de la policía y uniformados se detienen o salen en el momento. Algunos ingresan con personas esposadas, mujeres en trajes ajustados y hombres de dudoso comportamiento.

—Cariño ¿Estás ahí?

—¿Recuerdas a la dama que auxilie al llegar? —apoyo mi cuerpo en un auto particular parqueado al final de la hilera de patrullas y espero por respuestas.

—Por la que casi te quedas sin equipaje ¿Qué hay con ella?

—Estaba en la estación reconociendo a la asaltante —explico.

—Te advertí que era mala idea.

—Lo sé, pero logré mi objetivo. Logré que la policía tuviera su nombre.

—No esperaba menos de ti —comenta con orgullo —pero dime ¿Te estás alimentando bien?

—Sí. Es lo único que ha mejorado, mi apetito—le miento. —todo lo demás sigue intacto. La culpa, es una de ellas. Mamá murió y no pude hacer nada.

—Ángeles murió de un infarto, aun si estuvieras allí, no hubieras podido ayudarle —suspira —fuiste buena hija, todos fuimos testigos de ello.

—Esto no está resultado Sawyer. —confieso con un nudo en la garganta. —Me siento sola, ella se llevó con ella la ganas de vivir.

—La relación con Ángeles no fue sana. —guarda silencio un instante — te dijo tantas veces que no valías que hoy debes luchar con su ausencia y los pensamientos negativos que te inyectó.

—Lo mejor es regresar, venderé la casa y compraré otra sin recuerdos—logro decir al fin —algo más pequeño en el que solo pueda entrar yo sin mis recuerdos.

—El problema no es el lugar Génesis, eres tú —insiste —puedes estar en una caja de cerillos o en un palacio. Si no limpias tu mente de toda la contaminación que fue tu vida con tu madre, no va a funcionar.

Me insta a no rendirme, la ciudad tiene mucho por mostrar y yo por vivir. Ni él ni las chicas están dispuestos a permitir que mi madre arrastre conmigo. Sé que mi madre no es culpable de mis pensamientos, soy yo y la culpa que no me deja vivir.

Si tan solo supiera lo que sucedió esa noche, lo entenderían.

Le prometo llamarle en la noche y él se ofrece a tranquilizar a las chicas. Cuelga la llamada solo cuando le prometo iré a comer y observo la actividad en la jefatura.

—Buenos días, señorita Benet.

Escuchar esa voz tan cerca me hace saltar de mi sitio, ruedo la cabeza y me enfrento a unos ojos oscuros, para variar risueños. Alejo el cuerpo del auto al ver que ha salido de su interior y me mantengo lejos de él.

—Buenos días —mi saludo es corto y tajante, lo que no parece molestarle.

—Román me ha comentado lo que usted hizo por nosotros el día de hoy.

Lo hice por su madre y para que la arrastrada que quiso dañarle pagara. Me guardo el comentario, decirlo era iniciar una conversación que no deseaba con ese hombre.

—Gracias por auxiliar a mi madre y hacer lo que nadie se atrevió. —en sus labios se dibuja una sonrisa que lejos de relajarme me tensan. —le ofrezco mis más sinceras disculpas, ese día no era yo. —extiende su mano hacia mí y guardo distancia.

¿Qué tramas lucifer? Parece querer decirle mis ojos entornados en contrastes con su sonrisa. Miro su mano y luego a él con sospecha. A regañadientes acepto la mano que me ofrece, que sostiene con firme, sin ejercer mucha presión. El hormigueo que causa su mano me asusta y las retiro con rapidez.

—El oficial me explicó lo sucedido aquel día. —abrazo mi morral y miro en todas las direcciones buscando un lugar por huir — No hay nada que excusar.

¡Mantente lejos de mí!

Su cercanía, la advertencia de mantenerme lejos. Da un paso atrás gesto que me permite respirar ¿Por qué su presencia me perturba de esa forma? Él no ha traspasado los límites y está siendo cordial.

—Espero que su madre se mejore —hablo rodeándolo.

—La he sacado de su itinerario, para ayudar a mi madre —mis pies se afianzan en el concreto como si su voz tuviera un efecto mágico que me impidiera caminar —permítame hacer algo por usted.

—No es necesario, señor Doménico...

—Llámeme augusto. —me interrumpe —mi madre, mi hija y debo confesar, también yo quiero agradecerle.

—Yo, no...

Su voz adquiere un tinte seductor y mi cuerpo grita ¡Peligro! Él pasa de escucharse detrás de mí a estar frente a mí, con la misma sonrisa en los labios.

Me gustaría que el tono de la voz saliera más firme, que las manos que sostiene el bolso no temblaran, ni que él lo notara. En verdad, me gustaría estar lejos de él y no tengo idea de los motivos. Empiezo a marearme y a ver borroso, parpadeo varias veces y doy un paso al frente.

—¿Se encuentra bien?

En su rostro veo preocupación, dice algo que no logro escuchar, el mundo empieza a girar. Busco a ciegas un sitio donde apoyarme y encuentro algo firme, me aferro a eso con fuerzas antes de que todo se convierta en oscuridad.

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