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Capítulo 4

Génesis

La muerte de mi madre dejó un vacío físico y espiritual difícil de llenar. Mi jefe me dio un mes de duelo y la posibilidad (si lo deseaba) de irme a vacaciones. En todo el tiempo que llevo laborando, no las he pedido, no formal. Lo más parecido a vacaciones son los permisos solicitados cuando mi madre tenía alguna crisis.

Jaqueline, llegaba a hacerme compañía, hablamos por horas de cosas triviales. Al llegar la noche, la realidad me golpeaba, la casa se sentía sola. Mi hogar dejó de tener magia y se convirtió en un sitio oscuro, lleno de recuerdos. Cada rincón, mueble o decorado parecía contarme una historia sobre mamá. Su ausencia hacía doler cada fibra de mi ser. Estar en ella era una tortura, que no pude soportar.

Tres semanas después de su fallecimiento, me reintegré a mis labores. Negué a Sawyer las vacaciones ofrecidas y retomé el ritmo de mi vida. La llegada a casa en las noches seguía siendo dolorosa, el insomnio hostigaba aún más y las ganas de seguir los pasos de mamá, igual.

El menudo cuerpo de Malena, empieza a materializarse por el pasillo que conduce a la cocina. Trae en sus manos la bandeja que acabo de entregarle y en su rostro se asoma la vergüenza.

Es una chica delgada, de cabello rubio corto y hermosos ojos color miel. Se paga la carrera de medicina gracias a este trabajo. Es la mejor de cinco hermanos y según su madre, la más aplicada de todos. No es solo eso, también una excelente amiga, empleada y compañera.

Sortea el grupo que a esa hora labora, disminuyendo los pasos al estar cerca de mí. Deja en el buró la bandeja con el pedido y muerde sus labios de forma nerviosa.

—Lo siento, me encantaría no tener que hacer esto —habla en tono bajo —me piden decirte que lo pruebes.

El ir y venir en la cocina es el acostumbrado. Se centran en sus labores y nadie está pendiente al otro. El medio día es la hora en qué el restaurante alcanza su cupo más alto. Observo los platos en la bandeja y empiezo a buscar lo que está mal.

—¿Qué es esta vez? —Malena no responde y observa al igual que yo los platos en la mesa.

Musaka, conocido popularmente como lasaña de berenjenas. El plato consiste en carne picada de cordero, rodajas de berenjena, capas de bechamel y queso. No suelo experimental con los platos típicos del restaurante. Este en particular es uno de los más de veinte insignias de Demitrius Vryzas.

El jodido dueño del circo.

Los clientes han tocado solo una parte del cordero. Corto un trozo con un tenedor y me lo llevo a la boca. El sabor amargo que llega a mi paladar me hace escupir los restos de carne.

—Es mi mejor plato. —comento en tono amargo. —lo he hecho miles de veces, puedo hacerlo hasta con los ojos cerrados.

Gracias a él, logré un cupo en este lugar, fueron muchas horas de insomnio en compañía de mi madre, practicando el punto exacto de todo. Mamá conocía la gastronomía griega y la exigencia de los Vryzas era muy popular en su círculo. Aunque mi madre no conoció al hijo, sino al padre, Anker Vryzas.

—Mi madre sentiría vergüenza si llegara a probar eso.

—Estás pasando por un mal momento —susurra con vos tranquilizadora —necesitas descansar.

—No puedo encerrarme en casa. —hablo más para mí —una semana más y terminaría colgada de una de las ventanas.

—Cuando hablo de descansar, no me refiero a tu casa —protesta.

Lanzo el tenedor en la mesa metálica sintiéndome estúpida e incapaz. Un sonido lastimero brota de mi garganta que destroza mi corazón y desgarra mi alma.

—Existen muchos lugares a los cuales acudir.

María Fernanda, la segunda chef, nota la tensión del momento y se acerca a ambas. No hace preguntas, toma el tenedor que he lanzado y prueba mi desastre. La prueba acaba en un mohín y un guiño, deja el tenedor en un lado de la bandeja y suspira.

—No estamos exentos de tener algún descuido, hasta el más experto pueden fallarle los planes —toma una de mis manos y las entrelaza con la suya —té, para la jefe —ordena en voz alta.

En segundos se hace cargo de la situación, haciéndome sentir infeliz. Me dejo llevar sintiendo en la garganta miles de agujas. Las ganas de llorar siguen allí, es el orgullo lo que les impide brotar. Gladys se sienta a mi lado, deja una taza de té y toma mis manos en actitud protectora.

Hoy, tiene dos meses que se fue y el dolor que deja su partida es difícil de soportar y describir. Ella partió de este mundo enojada conmigo, lamentándose, defraudada y sola. Murió a veinte pasos de mi habitación, mientras yo dormía plácidamente, ella daba el último suspiro.

Aferro la taza con ambas manos y la acerco a mis labios. Los recuerdos de nuestras últimas discusiones se repiten constantemente en mi cabeza. Me he sorprendido pensando en que hubiera sucedido si ese día, en lugar de huir, le buscara.

—Tu dolor es enorme—aprieta mis brazos haciendo una pausa y limpia mi rostro con el dorso de su mano —aprenderás a vivir con su ausencia. Es difícil, pero no imposible.

Regreso la taza a su sitio y observo el ajetreado mundo del restaurante. Mi lugar de trabajo por quince años, mi refugio en los peores momentos. Trabajar en estas cuatro paredes solía tener un efecto tranquilizador.

Hay quienes dicen que la cocina en un Vryzas, puedo hacerlo en cualquiera de sus sedes, hasta en la principal. Se dice que el decorado es el mismo, desde los azulejos, hasta los platos. Un sesenta por ciento de la cocina es en madera, lo demás es metal y porcelana.

—Aquí superé el rechazo de Paul, la infidelidad y los asaltos Fred, los problemas con mamá —recuerdo —pensé que ese poder podía ayudarme a vivir sin ella.

—No estás sola, ¿Verdad, chicas? —pregunta al público femenino que afirman con una media sonrisa.

Desde que el empleo nos unió, hemos sido inseparables. Hemos estado unidas en las buenas y en las malas. Sobrepasando crisis de todo tipo: matrimoniales, infidelidades, económicas y hasta psicológicas.

—Nos turnaremos para hacerte compañía en las noches — promete Malena —no estarás sola, nunca más.

Lo que más me duele es que se fuera enojada conmigo, sola y sin una mano que sostener. Odio la mujer en que me convertí en los últimos días. La que dejó a su madre sola para ir de fiesta, se costó con un desconocido y la decepcionó.

—Buenas tardes, chicas —saluda Sawyer ingresando a la cocina. —No se detengan, vine a llevarme a su jefe. Espero no se molesten.

Sawyer, sortea varios atascos con una sonrisa en los labios y haciendo un guiño a las chicas que lo observan intrigadas. No suele llegar a esta zona del hotel, las veces que lo hemos visto todas es cuando nos reúne en su oficina.

—Le perdonamos si la hace reír —responde Mafe, liada con varias pendientes.

—Querida —extiende su mano en mi dirección al llegar a mi lado —¿Te molesta acompañarme?

Sin hacer comentarios tomo su mano y me dejo guiar a la salida. Mi presencia ha dejado de ser importante, mis actos distraídos entorpecen el buen funcionamiento del lugar.

Mi jefe guarda silencio en lo que dura nuestro caminar por el restaurante. Los tres salones atiborrados de comensales observan mi salida con intriga. Deben imaginar que soy la protagonista de dañarles su almuerzo y ven mi salida como un alivio.

Contrario a lo que pensé, no salimos del restaurante. Sawyer me lleva a la mesa más alejada del tercer salón y me ofrece una silla. Se detiene detrás de ella y la señala de forma elegante.

—¿Qué haces?

—¿No es obvio? —sonríe, divertido —vamos a comer. Algo me dice que hace mucho, no lo haces...

—Sawyer... —protesto.

Su rostro se muestra inflexible cuando me señala el sitio vacío. Bajo mis hombros y arrastro los pies hasta llegar a la silla en la que me lanzo sin mucho protocolo.

Se sienta en la silla libre frente a mí, retira un abultado sobre de su saco que deja en la mesa. Acto seguido apoya ambas manos en ella y me observa por largo tiempo.

— Olvida por un momento quién eres en este lugar, —empieza a decir tomando la carta y entregándome una a mí —imagínate que eres un cliente más.

—No tengo apetito...

—Finge que si —me interrumpe y al ver mi rostro bajo, suspira —no puedo permitirte autodestruirte, es lo que estás haciendo —señala con pesar —no puedes sanar tus culpas imaginarias rodeadas de recuerdos.

—¿Qué otra opción tengo Sawyer? Y, no son culpas imaginarias. Son reales.

—Posees miles de opciones —sus ojos se posan en la carta antes de decir —imagínate, soy barman y tengo problemas con la bebida ¿Tengo posibilidades de recuperarme en ese lugar?

—Ninguna, pero no es lo mismo...

—Lo es —inclina su rostro hacia mí y me acerca el sobre que ha dejado en la mesa —ochenta y cinco días, a partir de mañana.

—No voy a encerrarme, jefe.

Tuerce los labios, divertido y bufa regresando la atención en el menú. Aconseja hacer equipajes, llamar a un agente de viajes y preguntar por el primer vuelo a cualquier lugar con playa, mar y sol.

—En adelante, sigue a tu instinto y no pienses mucho —continúa —olvídate de todo y empieza a vivir.

****

Me bastó estar veinte horas en la soledad de mi hogar para seguir los consejos de mi jefe. Dentro del paquete que me entregó estaba un cheque a mi nombre, bonos para tiquetes de avión y una guía de los hoteles Vryzas.

Grecia siempre fue para mí un sueño, la salud de mi madre y nuestra corta economía nos impedía hacer ese tipo de planes. Mamá siempre se quejó de que antes de tenerme, ella pasaba vacaciones en diversos lugares. Era soltera, sin obligaciones y su salario generoso.

—Llegamos —la voz del taxista me hace alejar la vista del inmenso mar que rodea el lujoso hotel.

Invertí tres tercios de mis ahorros y las vacaciones en estas vacaciones. Guiada por el consejo de mi jefe y mis compañeras. Dejé a Jaqueline las llaves de la casa y un abultado número de correspondencia que me negué a revisar. La gran mayoría lo hicieron tras la muerte de mamá.

Dudaba de la importancia de alguno de esos sobres, así que, los lancé en un cajón y cerré con llave. Jaqueline me había comentado que un hombre, estuvo preguntando por la hija de Ángeles Bennett. Me visitó en varias ocasiones y dejó una tarjeta para que lo buscara. Aseguraba ser urgente, la tarjeta acabó en el mismo lugar que los sobres.

—Qué disfrute su estancia —escucho al taxista decir recibiendo el pago.

No le respondo, estoy abstraída viendo las cristalinas aguas ante mí. El sol calienta mi piel y la brisa mueve la falda de mi vestido. Retiro mis sandalias y apoyo mis pies en la arena y lanzo varios trozos de ella al aire.

Camino un par de pasos hacia la playa, abro los brazos y permito que el sol caliente mis mejillas. Si esto es un sueño, no deseo despertar.

—¡No! —protesta una voz en un tono extraño y lo que sigue me hace abrir los ojos.

Se escucha como un chillido indescifrable y busco a mi alrededor ese sonido. Un par de turistas señalan a un punto y sigo el rumbo de esos dedos. Una mujer, mayor, por lo poco que veo, lucha con todas sus fuerzas con otra más joven. La lucha es por un bolso que cuelga de los hombros de la mujer.

—¡La están robando! —grito en el mejor griego que encuentro y corriendo hacia ambas.

Hablar el idioma de mi jefe, hizo parte de las obligaciones adquiridas al firmar contrato con ellos. El bolso se lo gana la más joven quien corre playa arriba sin que nadie se moleste en ayudar a la anciana, quien fue lanzada al suelo. Tiene moretones en sus brazos, el cabello revuelto por la lucha y sus ojos humedecidos.

—¿Se encuentra bien? —pregunto arrodillándome ante ella y afirma señalando el lugar por el que se ha ido la descarada.

Lo que sigue me dicen dos cosas, la mujer sufre una discapacidad que le impide hablar. Eso, los golpes y estar tirada en el suelo, la convierten en vulnerable.

—¡Hija de puta! —protesto viendo el lugar por el que ha huido —¡Deténgala! Es una ladrona. —les grito a todos señalando a la infeliz.

Ella es un punto blanco en el horizonte al que deseo llegar. Inicio una carrera en medio de gritos y señalamientos. Es una ladrona y alguien debería, por lo menos, meterle un pie para hacerla caer. En cambio, se hacen a un lado facilitando su escapada.

De los cientos de turistas, solo una mujer, logra golpearla haciéndola caer al suelo. Ese acto me da el tiempo suficiente para llegar a ella y caerle a golpes. Acabo de verla golpear a una mujer indefensa y luego huir con su botín. Si ella esperaba que le viera y no hiciera nada, estaba equivocada.

—Descarada ladrona —la acuso retirando el bolso.

Sus intentos de defenderse son anulados por mis golpes, que logran asestarles varios antes que unas manos me alejan de mi objetivo. Gesto que ella aprovecha para levantarse y huir, bajo mis protestas.

Mis intentos por ir tras ella y hacer que pague, son imposibles. Enojada, sacudo la arena de mi vestido y me alejo del grupo. Con la mejor de las sonrisas y sintiéndome la mejor de las heroínas. Alzo el mentón y atravieso la hilera de curiosos. Eso sí, no sin antes lanzarle a un par de ellos, miradas enojadas.

Alzo el bolso para verlo mejor. La dueña de esta pieza color camel, debe tener mucho dinero. Es mi primer pensamiento. Si tiene para comprar un objeto que vale tres de mis salarios, no quiero ni imaginar lo que hay en su interior.

A lo lejos veo a la anciana con varios turistas a su alrededor. Agito el bolso en el aire y corresponde con una sonrisa en los labios. Acelero los pasos para llegar a ella, pero unas manos me detienen.

Sacudo mi cuerpo enfadado y enfrento a quien me ha impedido golpearla. Lo primero que veo es un dorso masculino al que con desgana debo dejar de ver y busco su rostro.

—¿Qué carajos ...? —la pregunta queda inconclusa al ver al dueño de ese dorso.

Labios carnosos cubiertos por una barba bien cuidada, ojos y cabellos oscuros. Sus ojos adquieren un brillo indescifrable mientras escanea mi cuerpo. Sintiéndome desnuda ante esa mirada, doy varios pasos atrás.

—Me temo que usted tiene algo que me pertenece. —advierte con voz grave uy autoritaria que logra erizar mi piel y descontrolarme.

Por un momento me siento indefensa y con ganas de huir ¿Quién cojones puede tener ese cuerpo y hablar así? Estoy segura de que en la vida le he visto. Sin embargo, mi cuerpo reacciona a su descarado escrutinio de una forma impensable.

—Deberíamos llamar a la policía, es una ladrona...

Propone una mujer que está prendida del brazo del desconocido y alza el dedo índice hacia ella, indicándole guardar silencio. Enarco una ceja, al ver como logra controlar su parloteo con ese gesto. Una mujer debe tener muy baja autoestima para que un hombre la humille de esa manera.

—Deme una razón para no llamar a la policía... —esta vez hay amenaza en su voz —¿Señorita?

Me hinco sobre sus hombros y sonrío a la anciana que a pasos rápidos avanza en mi dirección. Lo hago a un lado o lo intento, porque al notar que me acerco a la dama tira de mí alejándome de ella.

—Le hice una pregunta... —insiste agitando mi brazo y sacudiendo mi cuerpo. —¿Qué hace con el bolso de mi madre?

Este patán no debe ser consciente de la fuerza que tiene o en su defecto, que está tratando con una dama. Es una lástima que una mujer tan hermosa, haya dado a luz aún ser tan despreciable.

—Cielo, no deberías exponerte...

—¡Cierre el pico! —le grito —usted solo debe ladrar, dar la patita o mover la cola cuando su dueño se lo indique. —señalo a su acompañante a quien parece le salen humos por sus orejas.

—Augusto... ¿Vas a permitir que me hable así?

Enarco una ceja y le doy una mirada al tal Augusto. La que ahora sé, es su madre, nos observa con diversión. Ella parece disfrutar de la incomodidad de su hijo, lo que resulta extraño, pero alentador.

—¿Tiene idea de con quién habla?

—No. —respondo estirando el bolso a la anciana que nos ve a uno y a otro, bastante divertida. —y no me interesa.

Pienso que ella me da las gracias, o quizás me maldice, vaya uno a saber. Por mi paz mental y mi bienestar me alejo de ellos. Solo cuando recuerdo que he dejado mi equipaje en la entrada, corro hacia el hotel.

—Eres una idiota...

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