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Capítulo 30

Augusto

Horas antes

Me vi obligado a esperar a Tessa y a su hijo Bastián en el aeropuerto. Madre e hijo avanzan con el rostro bajo, hombros caídos y rastros de llantos. Permanezco en pie viéndolos a ambos buscar entre la multitud a Nicole. La encargada de recogerlos, no logró hacer un tiempo en su agenda.

En vista de que sus hermanos aún no estaban al tanto de la situación de Tessa. Su madre había pedido ser ella quien lo contara. Fui yo el encargado de recogerlos e instarlos en el apartamento escogido por Nicole para ellos. No ejercía mayor trabajo más que la incomodidad que sé, existirá entre Tessa y yo, basándonos en la última vez que nos vimos.

Ambos detienen sus pasos, Tessa al verme en pie a escasos veinte metros y el pequeño observando a su madre con rostro de espanto. Ella luce como quien acaba de ver un espanto.

—Augusto, no esperé encontrarte aquí —comenta removiéndose incómoda. —no debiste molestarte, Nicole no debió...

—No es molestia —le interrumpo viendo a su hijo a quien le ofrezco la mano —Tú debes ser Bastián. Soy Augusto, el padre de Nicole, Renzo y Sunny.

Por unos segundos el chico no parece reaccionar, permanece en silencio viendo mi rostro con ojos vidriosos. Los intentos de Bastián por sonreír son opacados por sus pestañas y mejillas humedecidas.

—¿Bastián? —le llama su madre en un quiebre de voz que eriza mi piel.

Desde que me enteré de lo que sucedía no he tenido paz. Una parte de mí se siente culpable y la restante ha agotado todas las excusas habidas y por haber. ¿Si no me hubiera divorciado? Debí buscar ayuda para ambos y no salir huyendo dejando a mis hijos desprotegidos en manos de una mujer inestable.

—Lo siento, señor Doménico —se excusa tomando mi mano apresurada.

—Llámame Augusto —le pido y afirma.

Retira su mano volviendo a tomar su equipaje. En silencio avanzamos hacia la salida, mientras lo hacemos madre e hijo miran en todas las direcciones con rostros nerviosos.

Desconozco como lograron zafarse de Ceder, Nicole no ha dado mayores detalles por respeto a Génesis. No sé si huyeron o Ceder conocía la decisión. Decido lo mejor es guardar silencio y no hacer preguntas que puedan incomodar a Tessa o alertar al pequeño.

—Los dejaré instalados en el apartamento —les digo abriendo el baúl y guardando el equipaje —Nicole llegará en cuanto su agenda se lo permita.

—Gracias —susurra Tessa y afirmo cerrando el baúl —no tienes idea de lo agradecida que estoy, soy consciente que no tienes por qué hacer todo esto por los dos.

—Eres la madre de mis hijos y Bastián su hermano—les recuerdo a ambos —cualquier cosa que haga es insignificante si se compara con el puesto que ocupan para mis hijos.

Ella muerde sus labios de forma nerviosa mientras ingresa y el pequeño restriega sus manos unas con otras. Durante el viaje a su nuevo hogar, se mantienen abrazados. La vulnerabilidad y dolor cubre cada poro de su cuerpo.

Giro el espejo detallándolos las marcas de maltratos en ambos. El pequeño tiene marcas rojizas en los brazos y detrás de su oreja. Los de su madre son más profundos, en cuello, brazo y escote. Alejo la vista por no soportar las imágenes de abusos en los dos.

—No te he felicitado por tu boda —Tessa rompe el silencio obligándome a verla. —conocí a Génesis, es una gran mujer y los chicos hablan maravillas de ella.

El cóctel de colores en su cuello y pecho no dejan de llamar mi atención. Morados, rojos, verdes y marrones, se levantan en una imagen dantesca. Odio a los seres que se aprovechan del amor para dañar, en algún punto de casado yo lo fui. Aquello no significa que piense que Tessa se lo merece, todo lo contrario. Nadie merece poner a prueba el amor recibiendo o soportando golpes. Cuando sus dedos tiemblan al alzar el cuello y desvío la mirada concentrándome en la vía.

—Le llamo la mujer milagro, por el cambio que hizo en mí —hablo luego de una pausa incómoda —Hebe dice que me tomó cansando.

—Es una mujer excepcional, no hay que quitarle los méritos.

Afirmo en silencio lanzándole miradas fugaces al pequeño que parece concentrado en la vía, escapándosele una lágrima de vez en cuando. Bastián lleva un corte de cabello largo que cubre frente y roza el cuello. Un sobre peso que se hace evidente en su rostro, abdomen y que espero no haya sido motivos de acoso escolar.

—Bastián, ¿Qué te gusta hacer en tu tiempo libre? —me animo a preguntar y aleja la mirada de la ventanilla.

—Juego, ajedrez acompañado o en línea, voy a la biblioteca —responde con voz inaudible y se aclara la garganta antes de seguir —los deportes reales no son mi mayor virtud.

—El ajedrez es el deporte de los intelectuales —un brillo llega a sus ojos, fugaz, pero dura lo suficiente para saber que estuvo allí —mi padre amaba jugarlo ¿Lo recuerdas? — le pregunto a Tessa y sonríe viendo a su hijo.

—"El ajedrez es una lucha contra los errores de uno mismo"—la frase preferida de mi padre llega a mí, trayendo consigo, recuerdos agradables —solía decírtelo cuando te ganaba.

—Nunca pude ganarle —les confieso rememorando esa época—incluso en las veces que me daba ventaja, papá era un maestro del ajedrez.

—Mi profesor suele decirme "La jugada está ahí, solo necesitas verla" —habla el chico regresando la vista a la calle —que aplica para cualquier cosa, porque la vida es como un tablero de ajedrez.

—¿Quién te enseñó ajedrez?

—Christos Tsopei, mi profesor de aritmética —responde con orgullo —me inscribió en un concurso, decía que era bueno.

—No se equivocó —habla su madre acariciando su cabello —sé que vas a extrañarlo, pero esto no es para siempre.

—Lo sé —susurra el chico cabizbajo —es mientras la policía atrapa a papá.

Tessa baja el rostro mientras aprieta a su hijo contra ella y deja besos en su cabeza. Puedo imaginar la lucha interna que maneja el pequeño. El restablecimiento de su vida, depende de la prisión de su padre. Una parte de él quiere volver a ella, la otra no lo desea si de la libertad de su padre depende de ello.

—Puedo practicar contigo —sugiero —no soy tan bueno como tu profesor o como tú, pero haré mi mayor esfuerzo.

Aleja la mirada de la ventanilla mientras afirma, el brillo fugaz en sus ojos se hace otra vez presente, dura un poco más en esta ocasión. Su madre susurra un gracias con lágrimas en los ojos y guardo silencio contemplando al pequeño. ¿Cuántas lágrimas no brotaron de los ojos de mis hijos tras mi separación? Muchas y yo nunca estuve allí para calmarlas o disipar sus dudas.

****

—Señor —la voz de Lorena me hace alejar la mirada del ordenador. —aquí debe existir un error.

Tras decir esto, me muestra el documento en sus manos que aprieta con fuerza. Retiro los lentes acercando mi dorso al escritorio. La mano se aferra con fuerza a la carta enviando miradas fugaces a la sala de espera.

—¿Qué sucede? —increpo viendo el documento —¿Qué traes allí?

—Un traslado —tartamudea —que no está firmado por usted.

Le insto a que se acerque y me muestra lo que la tiene en ese estado. Sonrío al ver la firma al final del documento. La primera decisión de Nicole en su nuevo cargo fue el traslado de Lorena.

—Ya está firmada...

—No por usted —me interrumpe —ella no puede tomar esa decisión. ¡Es injusta!

—Es la directora de operaciones Lorena, mi hija—le recuerdo. —no te están despidiendo o disminuyendo el salario, tienes las mismas obligaciones, horarios, asignaciones, etc. No veo en este documento un traslado o decisión injusta, todo lo contrario.

Se acerca hasta el escritorio, apoya ambas manos en él y me observa con rostro lastimero. Empieza a explicar los motivos de sus ausencias y solicitud de permiso, lamenta que todo esto se vea como irresponsabilidad, asegura, tiene una explicación.

—Por Felipe y la decisión de llevarse a tu madre —sigo por ella tomando los lentes —tu traslado no tiene que ver con tus ausencias.

—¿Entonces? Mi trabajo es impecable, mi responsabilidad igual y nunca he tenido un llamado de atención...

—Esto no quiere decir que no cometieras un error ¿Qué me dices del comportamiento con mi esposa? —le interrumpo y cierra los labios abruptamente —Génesis ha sido discreta y no ha querido tirarte de cabeza, pero lo he notado.

No soy imbécil, conozco a mi mujer, he visto cambios en los últimos meses. Su renuencia a llegar a la oficina, se muestra incómoda cuando Lorena está cerca, entre otras muchas. Compartí esas inquietudes con Nicole y prometió encontrar respuestas y las halló.

Felipe, el hermano de Lorena, fue el encargado de decirnos lo que sucedía. Si mi mujer guardó silencio fue por pedido del chico, quien prometió tomar cartas en el asunto. Lorena mostraba una actitud superior impidiéndole el ingreso a la oficina cuando yo no estaba. Algo de eso intento decirme una vez, pero se negó a ampliar en detalles cuando lo exigí.

Nicole y yo estuvimos de acuerdo en que lo mejor era alejar a Lorena. Mi hija quiso darle una oportunidad, llevaba por el cariño que le tomó a mi asistente. Pese a las advertencias de Felipe que le aconsejó despedirla.

—Aquí hay un error...

—El único error que veo en este documento —a punto con el dedo índice hacia la hoja de traslado y golpeo con fuerza —es que debería ser de despido y no de traslado. Te advertí que el trato hacia mi mujer iba a hacerlo respetar y no toleraría agravios hacia ella.

—Señor... le aseguro que aquí hay un error —tartamudea —no sé quién le dijo a la...

—La decisión ya está tomada y se hace efectiva a partir de este instante —acerco el documento hacia ella que toma con manos temblorosas — desocupa tu puesto, te daré lo que queda del día para que estudies la propuesta.

En los minutos que siguieron la ignoré, el recuerdo de lo dicho por su hermano, hervían mi sangre. Me cuesta entender que llevó a Génesis a callarlo o que el temor a dejar a alguien sin empleo fuera más fuerte que el sentido común.

La última vez que la vi traía en brazos una caja en la que lanzaba sus cosas con violencia ante la mirada perpleja de sus compañeros. En lo único que pensé en las horas siguientes fue en Génesis y en todo lo que calló ¿Qué más ha dejado de decir para no incomodar?

Sin duda, ella no era consciente del valor que tenía en mi vida.

La vibración del móvil me hace alejar de mis pensamientos y buscarlo. Tomo la llamada entrante al ver el nombre apresurado por imaginar que son noticias sobre Ceder.

—¿Qué me...?

—Te he enviado una ubicación —interrumpe mi pregunta —un auto fantasma arrolló a tu esposa.

Me incorporo de un salto recogiendo las llaves mientras escucho los detalles de Román. El acto fue planeado, existió en todo momento la intensión de dañar. El auto de Zack tu pinchado, lo que la obligó a avanzar en búsqueda de taxi.

—Un cruce de alto tráfico, señalizaciones escasas y libre de cámaras.

—Dime que sabes algo del conductor. —le ruego.

—Tengo a mis hombres trabajando en ello.

En medio de la multitud, no se sabe si apropósito o de ocasión, se le fue arrebatado la bolsa de manos. El vehículo se dio a la fuga en el acto, el oficial que tenía a cargo la seguridad de Génesis logró obtener la matrícula. ¿Qué hacía en ese lugar tan apartado?

—Estaba reunido con el terapeuta.

La respuesta de Román hablan que hice la pregunta en voz alta. Ingreso al auto con los interrogantes en aumento ¿Desde cuándo se veía con Giles en sitios distintos a su consultorio? ¿Por qué fue sola? ¿Por qué con ella?

—Lo siento, hermano —se excusa Román —te prometí cuidar de los tuyos y que no saldrían heridos.

Cuelgo la llamada ante la imposibilidad de pensar con claridad. Las imágenes de Génesis cubierta de sangre y agonizante bombardean mi cerebro. Recuerdo como si fuera ayer el momento en que Román ofreció a uno de sus hombres vigilar a Génesis. Estaba convencido de que, si alguien deseaba dañarme, lo haría por medio de ella.

¿Cómo llegó a esa conclusión? No volverían a tocar a mis hijos, ellos sabían que el asalto a Renzo me haría redoblar la seguridad a ellos. Además, el amor era el medio más usado para la venganza. 

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