Capítulo 3
Génesis
En las siguientes semanas la relación con mi madre fue densa y la comunicación, nula. Nuestra conversación se resumía en saludos que eran respondidos por ella con gruñidos.
Y cuando me habla es para recordarme lo pésima hija que soy, cuanto lamenta haber gastado tiempo y dinero en tenerme. La situación en casa es cada vez más insoportable, al punto que he pensado en buscar a un psicólogo. La actitud de mi madre ya no es normal.
Les he ocultado a las chicas lo que sucede, la vergüenza me impide hablar al respecto. Ellas tuvieron buenas intenciones cuando decidieron festejar mi cumpleaños. Nada de eso estuviera sucediendo si mamá dejara los celos enfermizos conmigo. Desde que tengo registros, ella tiene ese comportamiento. Controlador, celoso, obsesivo y restricciones de todo tipo.
Fueron muchas las veces que creí, huíamos de alguien. Mi madre exigía conocer a mis amigos y a sus padres (nada raro), las reuniones de trabajo escolar tenían que ser en mi casa, sí o sí. Era al igual que yo, chef, por lo que solía estar constantemente lejos de casa. Mamá contrataba a alguien para que fuera por mí y me llevara a su lugar de trabajo.
Asi fue hasta la preparatoria.
Fue en los estudios superiores que encontré en la universidad, un respiro. Ella perdió el control sobre mis salidas, aunque me controlaba a través de mi móvil. Estudiar gastronomía fue un respiro, alejarme de casa, tener amigos de verdad, salir con ellos, todo era nuevo y bueno.
Entonces empezaron sus quebrantos de salud. Los médicos le prohibieron trabajar. Sentí que cortaron mis alas, esas que apenas estaba empezando a estrenar. Cambié las salidas por empleos ocasionales, turnos por horas, hacer panecillos y postres por encargos, entre otras muchas labores que lograron estabilizar nuestra precaria situación.
Los lujos dentro de nuestro apartamento fueron desapareciendo, mamá fue vendiendo las cosas de valor conforme las obligaciones crecían. Ella solía calmar mi turbación cada que un objeto desaparecía de la casa, de todas las maneras.
“—Compraremos uno mejor cuando empieces a ejercer, son solo lujos, cariño. Lo importante es que estamos juntas.”
Aprendí a vivir sin estéreo, sin TV y con los servicios básicos. Me volví experta en todas las enfermedades, asistía a todas las reuniones que me invitaban. Yo no podía pagar por una enfermera privada como aconsejaban. Asi que hice pequeños cursos para poder hacerlo yo.
Nuestra vida cambió cuando en la academia uno de mis profesores, me habló de la vacante en el Vryzas. Conocía mi situación económica, la enfermedad de mamá y como estaba ahogada en deudas por sus medicinas y controles.
Cuando me aceptaron luego de múltiples pruebas, sentí que la vida me sonreía por primera vez. La paga era buena, los horarios eran exigentes, pero al final del mes obtendría dinero suficiente para todo.
Han pasado quince años desde ese día y aún lo veo como un sueño. Si bien, la cosa no es del todo felicidad y los momentos amargos persisten, al final del día puedo llegar a un hogar y es nuestro. Nadie nos lanzará a la calle por un mes de renta caído o la alzará la renta a niveles absurdos para aprovecharse de nuestra necesidad.
Ingreso a los vestidores, avanzo hacia mi casillero y retiro el morral del interior. Busco un mejor lugar para cambiarme, empezando a escuchar la plática de las chicas cada vez más cerca.
Es sábado en la tarde, ninguna de nosotras trabaja mañana, por lo que están planeando una salida a la misma disco. Lo han estado hablando desde esta mañana y en todas las veces que me han invitado, lo he negado.
La verdad es que no deseo otro conflicto con ella. La última vez tuvo una subida de tensión que duró varios días y me mantuvo sin poder dormir.
—¿Seguro que no quieres venir? —me pregunta Gladys y niego.
—En la próxima —prometo cansándome el vaquero y yendo por la remera —no tengo con quien dejar a mi madre.
—¿Jaqueline?
—Tiene un marido que atender, —les reprendo y todas sonríen — ese día hizo una excepción, no quiero abusar.
—¿Última palabra? —insisten y afirmo.
—Nos vemos mañana, chicas. —me despido del grupo tomando el morral y calzándomelo en los hombros.
Mi móvil vibra en el bolsillo y lo tomo sin mucho interés. Es un mensaje de Jaqueline, solicita permiso para salir de casa una hora antes. Es el cumpleaños de su esposo y quiere hacerle algo especial.
“Estoy en camino. Dile a mi madre que tomo un taxi y estoy con ella.”
Le doy enviar al mensaje y lo guardo en la parte trasera de mi vaquero. Mi salida coincide con la Sawyer, el gerente del hotel. Conduce un mini cooper azul, que detiene ante mí al verme intentar detener varios taxis, sin éxito.
—Entra —me dice abriendo la puerta y señalando el sillón a su lado.
—No sé si sea buena idea, la desviación de su casa es enorme —le recuerdo y sonríe cómplice.
—Debo pasar por Hoshi, está en entrenamiento.
Hoshi es su hijo menor y los entrenamientos son en una cancha a dos cuadras más allá de mi barrio. Me quedo allí sin saber qué hacer, son las siete de la tarde, los taxis van llenos, en auto bus tardaré hora y media. Inspiro fuerte afirmando en silencio consciente que no tengo muchas opciones.
—Está bien.
Sawyer y su esposa son las personas que me ayudaron a conseguir el préstamo de vivienda. Dudo que mi madre se moleste si me ve llegar en su auto. Es un caballero, de buenos modales, que adora a su esposa e hijos.
—¿Sigues temiéndole a Ángeles, Génesis? —pregunta lanzándome una mirada fortuita. — eres muy joven para encerrarte con ella.
—Cuarenta años es mucho tiempo, Sawyer —respondo. —demasiado tarde para todo.
—Nunca es demasiado tarde, hasta que se muere.
Su respuesta es con la vista fija en la vía. Lo que me permite ver sus facciones. Cabello castaño con rastros grises en sus costados, ojos de un azul brillante, nariz respingada y estatura promedio. Es el tipo de hombre que no pasa desapercibido, pero no por su físico. Posee un aura mágica y la facultad de hacerte reír hasta que las vísceras te duelan.
—Según mi madre lo es para mí. Lo curioso Sawyer es que cuando estaba en la edad, también estaba prohibido.
Logro confesar lo que a nadie he sido capaz, su presencia me relaja y su sonrisa paternal me hace sentir especial. Por lo que sea, desnudo mi corazón y me escucha en silencio. Detiene el auto al verme sollozar y toma mis manos.
—Como padres también nos equivocamos— me dice luego de una pausa —en búsqueda de que obtengan los mejor y no verlos sufrir, le impedimos volar.
—Lo siento, no deseo pasar por patética. —niega palmeando mis manos que tiene entre las suyas.
—He sido conscientes de todo lo que has dejado de hacer y disfrutar por darle lo mejor —dice —si ella no ha podido verlo, es una pena. Tu mejor recompensa debe ser esa. Has sido una buena hija por sobre todas las cosas.
Se mantiene allí hasta que logra calmarme y una vez los sollozos, son cada vez menos, retoma el viaje. En algún momento su esposa le marca y le dice que estoy con él. Esperaba un silencio incómodo o una escena de celos, lo que ocurrió fue casi irreal. Ambos me hicieron reír y disfrutar el viaje. Cuando el auto se detiene una hora más tarde, la sonrisa ha regresado a mi rostro.
—Gracias por escucharme —le agradezco una vez estoy por fuera. —y por traerme.
—Eres una gran mujer Génesis, que nadie te opaque. Ni siquiera tu madre —alza la mano como despedida retrocediendo el auto rápidamente.
Ingreso la llave en la ranura de la casa y empujo suavemente. Me recibe el silencio acostumbrado en estos tres meses. Mi madre debe estar en la cama fingiendo dormir o en pie en la puerta de su habitación. Una vez mi humanidad empiece a verse por las escaleras, me mirará con desdén y volverá a lamentar haberme tenido.
Empiezo a desear que no lo hiciera, si al final de todo nada de lo que haga será suficiente para ella. Subo las escaleras con cuidado de no hacer ruido, el día de hoy no me encuentro con la fuerza de recibir sus insultos. Llego hasta el último escalón y le doy un vistazo a su habitación. La puerta está abierta, algo inusual en ella, acelero los pasos y suspiro, aliviada al verle sentada en el sillón de la ventana con vista a la calle.
—Buenas noches, mamá —saludo, pero no hay respuesta. —¿Mamá? —insisto —¿Te encuentras bien?
—No tengo nada —responde en tono áspero —sé que desearías que estuviera muerta.
—Debe existir algo que pueda hacer. Esto no puede seguir así —le ruego en voz baja —tu comportamiento me duele mamá…
—Cuando viniste al mundo pensé que serias una compañía. Nunca imaginé que al final de mis días resultaría que eduqué a una prostituta. —vuelve la mirada hacia mí solo para ver en ella odio —¿Le pagas con tu cuerpo a Sawyer por dar la firma para este préstamo?
Repite una vez más y empuño las manos ante la impotencia que producen en mi interior esas palabras. Doy media vuelta sin decir una palabra, de hablar, nada bueno saldría de mis labios. Al final, ella sigue siendo mi madre y yo su hija.
—El día de mañana buscaré ayuda madre —grito cerrando la puerta de un portazo—Si debo llevarte a la fuerza así será. Lo haré porque eres mi madre y lo seguirás siendo, así me odies. Por que tu puedes odiarme todo lo que digas, pero yo te amo
****
Desperté antes que el despertador, algo que no ocurría seguido. Mi primera acción al abrir los ojos es mamá y el extraño silencio de la casa. Al despertar, mamá encendía la vieja radio y se quedaba en la cama luego de sintonizar música jazz.
Guiada por una opresión en el pecho y un pálpito oscuro que me indica algo anda mal. Salto de la cama, cruzo a toda prisa mi habitación y los pasillos. Lo primero que noto antes de llegar es que la puerta sigue estando abierta. Con el corazón latiendo a mil llego hasta ella.
La imagen de mi madre en el mismo sillón de ayer, cubierta con la bandana y la cabeza apoyada en la puerta, me recibe. Elimino el resto de distancia y tomo su pulso cociente de lo que estoy viendo, pero deseando en el fondo que sea una pesadilla.
No lo es.
Mi madre no tiene pulso y su piel fría señala que lleva horas fallecida. Con el nudo creciente en mi garganta, los ojos ardiendo y la culpa aumentando en mi interior, voy por el móvil. Si en lugar de discutirle me hubiera acercado, todo sería diferente.
En vez de huirle todos estos meses, debí buscar ayuda o una forma de reconciliarnos. Mi madre está muerta y soy la única culpable.
Es una verdad con la que debo vivir.
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