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Capítulo 27

Al salir de casa esta mañana mi deseo era comprar lo que necesitaba para la cena de hoy. Nunca planee asistir a mi primera terapia, no estaba dentro de mis planes. Solo pasé por el consultorio, pedí información y  encontré que había un cupo disponible.

Aquí estaba, asistiendo a mi primera consulta con un psicólogo.

—¿Estás cómoda Génesis?

—Sí.

—¿Deseas dejar la sesión para mañana?

—No.

—¿Quieres hablarme de tus momentos críticos?

Me quedo pensando en la pregunta observando la cubierta del consultorio. Han sido muchos, los que recuerdo con más intensidad, fueron los de mi cumpleaños, el altercado con mamá y verla fallecida horas después, la noticia sobre mi pasado, la herencia, entre otros muchos.

—El día que me vi obligada a abandonar la casa por órdenes de un juez —respondo tras mucho pensar.

—¿Cómo fue tu reacción?

—Destruí todo a mi paso, tropecé con el cajón de los cuchillos y tomé uno. —cesa en su escritura, deja la pluma en un lado y me observa atento —no hice lo que piensa.

—¿Lees la mente Génesis? —pregunta en tono divertido y sonrío.

—Cualquiera llegaría a esa conclusión, si se tiene en cuenta mi estado mental en ese momento. — observa mi rostro impasible antes de hablar.

—¿Cómo era tu estado?

—Las noticias no paraban, escalaban en peligrosidad y daño. —empiezo a describir —mi madre, la mujer más importante en la vida, prefirió a un extraño que a mí y quiso dejarme en la calle. Un juez me ordenaba salir de mi hogar y podría pasar a manos de un desconocido. El dolor me impedía ver con claridad —confieso —me cegó.

—¿Qué te hizo cambiar?

—Mi esposo.

Giro mi rostro para verle, tiene la cabeza inclinada y anota algo en esa extraña libreta. He perdido la cuenta de cuantas veces he leído el nombre en su escritorio. Sin saber por qué su rostro y nombre me resultan conocidos. Estoy segura que no lo he visto nunca.

—¿Cuánto llevas de casada?

—Ocho meses.

—¿Quieres hablar al respecto? —afirmo y sonríe por primera vez.

—¿Por dónde empiezo? —abre los brazos y encoge sus hombros.

—Lo que desees decir, no tenemos límites.

Hace ocho meses tomé la decisión de abandonar Esmirna. Muchas cosas sucedieron, buenas y malas. Por fortuna, las primeras lograron opacarán a las segundas, siendo Augusto y su familia los protagonistas de tantos momentos espléndidos.

Estaba además, el fallo del juez, que no pudo encontrar un mejor momento para dictar sentencia. Dos meses después de mi partida de Turquía, llevaba una semana siendo la señora Doménico. Augusto y yo tuvimos que suspender la luna de miel, al enterarme que debía presentarme en mi ciudad natal.

Nada podía opacar la felicidad de estar unida al hombre de mis sueños y al mejor de los hombres. Viajé a Esmirna, crucé todo el recinto con la mano de Augusto sosteniendo la mía, escuché la sentencia y la acepté.

Estaba dispuesta a ceder el equivalente en dinero a la mitad de mi propiedad. Nada más, no deseaba vendérsela, ni ceder mi parte o algo que se le pareciera. Si bien, no tenía pensado habitarla y en algún momento debía tomar una decisión sobre ella, de momento, no me dio la gana de cedérsela.

Y el juez estuvo más que de acuerdo.

Una victoria con sabor a derrota, mi premio de consolación en medio de un acto infame. Durante la conclusión del juicio, el juez dejó una opinión personal sobre mi caso. En sus veinticinco años haciendo cumplir las leyes, era la primera vez que estaba en desacuerdo con la sentencia.

Lamentó el comportamiento de los implicados y esperaba que en algún momento lograran retomar el camino. Su rostro estaba fijo en los hijos de Emir Acar al decirlo, sólo ellos asistieron, su padre no acudió y no me molesté en saber los motivos.

En vista que seguíamos teniendo tres semanas de luna de miel, Augusto las quiso aprovechar en Esmirna. Deseaba conocer a mis amigos, y realizar una visita formal a Sawyer. Si bien, los había tratado en varias ocasiones e incluso asistieron a la boda. El ajetreo de la ceremonia, impidió conocerlos como él quería.

Durante nuestra estadía en Turquía recibí recados del anciano, a través de su chofer, para asistir a una reunión. Emir y Ángeles Acar hacían parte de un mal capítulo de mi vida que deseaba enterrar.

Augusto se las llevó bien con las chicas desde el primer momento. Lo primero que hizo fue preguntar quién fue la idea de festejar mis cuarenta y el que escogió su club para ello. La protagonista en ambas era María Fernanda, a ella le ofreció el ramo de rosas rosadas que insistió en comprar en una floristería.

En adelante, siguieron las risas y bromas. Hizo preguntas a cada una, disipó sus dudas y al finalizar nuestro viaje prometió volver con más tiempo para convivir con ellas.

El hombre en traje oscuro, ojos claros y mirada tranquilizadora, ha escuchado y participado de mi relato. Hizo varias preguntas, escuchó las respuestas y las anotó en su libreta.

—Has pasado por momentos duros —afirmo apoyando los brazos en mi regazo. —¿Cómo te ves ahora?

—Feliz. —resumo en una sola palabra.

—¿Qué te hizo buscar una cita? ¿Existe algo de tu pasado que requiera ayuda o hay algo más?

Su cuestiónamiento me hace sentarme en el diván y ver a mi alrededor. ¿Qué me trajo? La respuesta a esa pregunta me obliga a levantarme, acto que es observado por el psicólogo en silencio.

—Este sería el cuarto matrimonio de mi esposo —respondo luego de pensarlo un poco. —Los celos, desconfianza y poca empatía fueron los responsables de los tres divorcios.

—¿Tienes problemas en esos aspectos?

—No. —respondo avanzando a la ventana y viendo hacia la calle —Augusto es todo lo que esperaba y un poco más.

—¿Entonces? —insiste —Si no se trata de tu pasado, ni de tu esposo ¿Qué es Génesis?

—Hay una mujer, su asistente. —mi respiración es pesada de solo recordar su rostro —Está enamorada de él.

—¿Es recíproco?

—…

—¿Génesis? —me llama —¿Es recíproco?

—No, pero es evidente sus sentimientos. —mi voz sale temblorosa ante esa confesión —cuando salíamos no existían temores, todo cambió al casarnos. No quiero perder a mi esposo o convertirme en un problema para él.

El comportamiento de Lorena es cordial, hasta amable delante de mi esposo y compañeros de trabajo. Cambia cuando estamos a solas, no sabría como definirlo, ella me ve como una rival. Si no conociera a Augusto diría que tienen una aventura. No pierde oportunidad para restregarme lo mucho que conoce a mi esposo y lo corto que fue nuestra relación.

—¿Has hablado con él? —afirmo.

Lo hice una sola vez y su reacción fue decir que iba a despedirla. Supe que Lorena era de familia humilde, cuatro hermanos y solo dos trabajaban. Los otros, una, fue despedida por conductas irresponsables y la otra estaba enferma. Eso dejaba a ella y a su hermano a cargo del sostenimiento de su hogar.

Fue Felipe, uno de los arquitectos a cargo el restaurante (hermano de Lorena), quien me contó la historia. No pude por más que la mujer lo mereciera y su comportamiento me obligara, dejarlos sin un empleo.

Una cosa estaba segura, Augusto los despediría a los dos, si llegase a saber el mal comportamiento de la chica. No hay que olvidar que si Felipe trabaja en la construcción del edificio es gracias a su hermana. Aunque su permanencia en estos momentos sea por su buen desempeño.

—¿Has hablado con ella? —niego —¿Por qué?

—¿Qué le diría?

Lo cierto es que temo escuchar que tiene algo con mi marido o comprobarlo. Todos estos meses han sido perfectos que siento como si estuviera en un sueño del que voy a despertar en cualquier momento.

—¿Sientes que no te debe explicación? O ¿Hay algo más?

—¿Cómo qué? —deseo saber y ante su silencio vuelvo a verle.

—¿Cómo te llamas? —el cambio de conversación me hace fruncir las cejas y me mira expectante.

—Génesis, ya se lo dije.

—¿Cuál es tu apellido?

—Génesis…—pienso un poco la respuesta —Doménico Aydin.

Sonríe cerrando la libreta, retira sus lentes y lanza el bolígrafo a una taza en forma de elefante con muchos de ellos. Se incorpora de la silla, apoya sus dos brazos e en el escritorio e inclina su cuerpo hacia mí. Lo siguiente que dice lo hace en tono bajo.

—Aún no aceptas lo que eres, quizás por temor o sientes no merecerlo, por eso no impones límites —explica y bajo el rostro —tus empleados…

—No tengo empleados —corrijo y él sonríe aún más.

—¿Qué hay de los de Hebe? —cuestiona

—El restaurante le falta mucho…

—La última vez que supe de Augusto había expandido el negocio del hotel y era propietario de clubes nocturnos y bares. —aleja su cuerpo del escritorio y prosigue —Eres su esposa e imagino como tal te presenta.

—Si…

—¿Cómo es tu comportamiento? ¿Cómo la señora Doménico o como la Génesis Bennett? —ante mi turbación y silencio, prosigue. —es hora de imponer límites, hazlo cuando algo te molesta y no lo calles.

—Gracias por escucharme. —le agradezco luego de una pausa larga y ver la hora.

—No es hablarlo sin llorar, olvidar o poner tierra de por medio. —continúa—posees todo para ser romper el dolor, pero no sabes emplearlo, bien sea por desconocimiento o saboteo de tu parte.

—¿Qué armas necesito?

—Estoy viendo a una de ellas en este instante, los demás están en casa y le llama familia —responde —Nos vemos mañana, a la misma hora.

Avanza hacia la puerta, la abre y espera con ella sostenida hasta que yo llegue. Debería preguntarle de donde conoce a Augusto y si esa posible amistad interfiere en mis visitas, sin embargo; guardo silencio y me despido de él.

****

—Señora —saluda Felipe al verme llegar —me gustaría hablar con usted, si es posible

—¿Es urgente? —niega y respiro, aliviada —subiré con Augusto y luego bajaré —sugiero —ambos sabemos cómo se pone si llego y no lo visito.

—No queremos que se moleste de nuevo —bromea ajustando su casco.

—Lo que él no sabe es que lo que no quiero es romper el esquema de seguridad de Lorena —el chico sonríe retirando un pañuelo de su camisa con el que se limpia el exceso de sudor.

—Gracias por callarlo, le advertí a mi hermana que era la primera y última vez que intercedía —sin hacer comentarios, me alejo de él y avanzo hacia los ascensores.

Finalicé mi segunda semana de terapias y seguía sin obtener el valor de decírselo a Augusto. Hacerlo, era dar explicaciones y ello me llevaría a hablar de Lorena y Felipe. El chico estaba lleno de sueños y anhelos, todos implicaban a su madre enferma haciéndome recordar a mí a esa edad.

Saludo a un par de empleado con los que cruzo en el lobby y otros más que me acompañan en el ascensor. Lo cierto es que intento ser trasparente en el hotel y todo el mundo laboral de los Doménico.

—Buena tarde, señora —se despiden cuando el ascensor se abre en mi piso y agito la mano a manera de despedida.

No hay rastros de Lorena en su sitio de trabajo y la puerta de la oficina de Augusto se encuentra abierta. Avanzo hacia ella esperando encontrarlo detrás del escritorio y rodeado de documentos. La única muestra de su presencia es el saco que reposa en la parte trasera de la silla y el maletín en un sillón.

Hallo el motivo por el cual su asistente no estaba en su sitio, Lorena está ante la caja fuerte e ingresa la clave. Algo debe notar porque detiene su mano y gira hacia la puerta.

Hasta el día de hoy, desconocía la existencia de una caja fuerte detrás del cuadro familiar en la pared. Otro punto a favor de Lorena o dos, si se tiene en cuenta que se sabe la combinación.

—Buenas tardes —saludo viéndola cubrir el cuadro y girar en mi dirección. —¿Augusto? —pregunto.

—Está en la azotea —su dedo apunta hacia arriba mientras sonríe.

—Esperaré afuera —sugiero dando media vuelta —tú debes tener cosas que hacer aquí.

—Ya terminé —responde de manera atropellada —estaba ingresando unos documentos a la caja fuerte. ¿Desea algo mientras espera?

—Gracias. —niego viendo el cuadro por largo tiempo.

—Si cambia de parecer, me lo hace saber —comenta intentando salir de la oficina a pasos rápidos.

—¿Sabes si Augusto va a tardar? —le pregunto y se detiene brusco en la entrada

—Hay una falla en la calefacción, se encuentra con los técnicos en estos momentos —responde moviendo su pie izquierdo con nerviosismo —me temo que sí. —sale apresurada y cierra la puerta tras de sí.

Me sorprende el cambio de comportamiento, tanto que me quedo viendo la puerta cerrada por mucho tiempo. Era hostil, no daba información sobre su jefe y negaba mi ingreso a la oficina por cuestiones de seguridad. Demostrando a través de razonamientos lógicos, que llevaba más tiempo conociendo a Augusto y la compañía.

La empresa ya estaba formada al llegar a su vida, por lo tanto, no me debía explicaciones en ese aspecto. Si quería saber el paradero de mi esposo me lo diría, en cambio, si mi interés era en la empresa, no lo haría.

—Estaré en la construcción —anuncio saliendo de la oficina, salir y afirma sin verme —¿Puedes decirle que vine y lo espero allí?

—Si señora —responde amable.

*****

No hay rastros de Génesis al llegar a la oficina, pero sé que no tarda en llegar. Ingreso a la oficina con los documentos de manos. Me tengo al ver el cuadro ladeado a la izquierda y regreso sobre mis pies.

—¿Alguien ha entrado a la oficina? —Lorena alza el rostro y afirma con una sonrisa.

—La señora Génesis —comenta —lo espera en la construcción.

—¿Le dijiste que estaba con los abogados? —pregunta y afirma —¿Por qué no me esperó si es así?

—Lo hizo señor, por media hora —ignoro a Lorena viendo la sala de espera vacía. —¿Desea que la llame? —prosigue.

—Si la solución estuviera en eso, Lorena, ¿No crees que lo hubiera hecho ya? — ingreso a la oficina azotando la puerta.

Lleva días con comportamientos extraños, solía llegar en las tardes y hablar con los arquitectos sobre la construcción. En estos días no es así, rara vez esta disponible y siempre da una excusa para no acompañarme. Voy directo a la caja fuerte y reviso su contenido.

Retiro el abultado folio y leo partes del mismo. David se mostró sorprendido y desconfiado por el cambio de testamento. Génesis le parecía una buena mujer, amaba a mis hijos y a Hebe, pero ¿Por qué un testamento tan radical? ¿Cuál era el miedo?

“—¿Estás enfermo y no lo has dicho?”

Solo deseaba no dejar a mis hijos desprotegidos, ni a merced de Tessa y su esposo. De ninguna manera quería morirme, deseaba vivir muchos años, pero lo sucedido con Renzo me hizo tomar medidas. Estaba convencido de que Génesis sabría interpretar mi decisión.

Mi móvil suena vibra en mi bolsillo de mi pantalón y lo descuelgo apresurado al encontrarme con una llamada de Zack.

—¿Qué me tienes? —pregunto al descolgar —¿Lograste seguirla?

—Giles Sari Galari —su respuesta tensa mi cuerpo y me hace lanzar el testamento a la caja fuerte y cerrarla con violencia —psicólogo.

—¿Qué? —pregunto confundido —¿Estás seguro?

—Sí, la señora lleva con él quince días —responde tranquilamente.

—¿Te lo dijo él? —insisto en saber y escucho su risa fuerte.

—Si y le envío, saludos —libero todo el aire de mis pulmones y sonrío ante lo estúpido que me vi desconfiando de mi esposa.

—¿Te dijo algo más?

—Si desea saberlo, tendrá que ir con ella —guarda silencio un instante antes de seguir —se burló de mí y lo viejo que estoy.

— Estoy convencido de que se ve peor —le calmo —gracias por todo Zack.

—Es un placer disipar sus dudas, señor.

Sin decir más, cuelga la llamada y permanezco en silencio recordando a mi antiguo compañero de escuela. Giles y yo éramos los menos populares, él por ser el sabelotodo y yo por mi cuerpo escuálido. Una amistad que debió trascender con el tiempo, pero que no supe cultivar al pisar la universidad y empezar a ligar con chicas.

—Giles —repito en voz alta —Es curioso que seas precisamente tú el que le des luz a la oscuridad de mi mujer.

No podía estar en mejores manos.

Abro de nuevo la caja fuerte y reviso su contenido, todo parece estar allí. El testamento, los documentos sobre Génesis que David buscó antes de llegar a mi vida y la investigación que venía realizando del asalto a Renzo.

Los dos hombres amigos del esposo de Tessa, resultaron perteneciendo a una célula de traficantes de personas. De momento, la investigación estaba en un callejón sin salida, por desconocer muchas cosas. ¿Estaba el esposo de Tessa implicado? ¿Ella lo sabía? Román está convencido que no, nadie puede fingir tanto dolor como ella lo hizo.

En medio de todo esto, se inflaba como un enorme globo de helio, el miedo a que mi hijo pudo caer en esas manos. Aún hoy, sus vidas continúan en riesgos, sumando a mis temores Génesis. Las medidas que he tomado son tan débiles, que me hacen sentir inútil.

Vacío la caja fuerte ingresando su contenido en mi maletín, estoy por cerrar cuando noto un último documento que tomo en mis manos. Había olvidado de su existencia, hacen parte de esas cosas que planeas hacer, pero que acaban en proyectos.

Una publicidad de una supuesta empresa turística que Nicole encontró en la habitación de Génesis y la vio sospechosa. La misma que Tessa le aseguró ser pirata solo con verla. Si algo hay que aceptar es que las imágenes son bien tomadas y las leyendas debajo de cada una de ellas, llamativas con una pisca de misterio.

Perfecta para atraer incautos.

Dejo solo ese folleto en la caja fuerte y le marco a la seguridad del hotel. Mientras espero que me contesten, un par de brazos atrapan mi cintura y sonrío.

—¿Dónde estaba mi adorada esposa? —pregunto y giro mi cuerpo sonriéndole.

Apoyo el dedo índice en sus labios cuando intenta hablar y escucho la voz del jefe de seguridad del hotel.

—Señor, ¿En qué puedo ayudarle?

—Dorian —le digo a la voz que me saluda del otro lado —necesito un cambio de clave en la caja fuerte y cámaras de la oficina.

—¿Sucede algo? —pregunta el hombre del otro lado.

—Necesito que quede entre los dos —sigo ignorando su pregunta.

—Como ordene —cuelgo la llamada y veo al motivo de mis alegrías.

Se pega a mi cuerpo como una segunda piel e inca sus pies en un intento inútil de llegar a mi rostro. Finjo una severidad que no poseo y recibo en respuesta un hermoso puchero.

—Controlaré tus besos —bromeo—algo me dice que lo andas repartiendo por allí.

—¿Yo? —pregunta indignada —tengo una cuartada para mis ausencias ¿Qué hay de ti?

—¿Dónde has estado todos estos días a la misma hora? —exijo y sonríe—¿Qué es más importante que yo?

—Nosotros —responde tan simple que me deja sin palabras —he estado viendo a un psicólogo.

El silencio se apodera de la sala, a la vergüenza por haber dudado de ella y enviar a alguien a seguirla, era tan sencillo como preguntarle lo que sucedía.

—¿Qué sucede? ¿Extrañas tu hogar? ¿Es eso? —acaricio su rostro mientras espero por una respuesta que no parece querer decir.

—No quiero perderte —responde luego de una larga pausa —que mi pasado siga atormentándome y me haga ver fantasmas.

—¿Te hizo algo Lorena? —insisto en saber y niega —Génesis, si algo raro ocurre con ella debes decirlo.

—Lo que ella hace es por tu seguridad y el bienestar de esta empresa, no podemos juzgarla por eso…

—¿Qué se supone que significa eso? ¿A dónde crees que vas?

Se aleja de mis brazos, toma una de las sillas que arrastra hasta mí, acto seguido se sube y sonríe. Pasa ambas manos por mi cuello e inclina su cabeza hasta quedar con la mía. Sus besos me hacen olvidar la conversación y me aleja de la realidad.

—Eres el coctel más delicioso que he probado en esta vida —le digo al alejar nuestros labios y verla — nada ni nadie, podrá alejarme de ti, no tienes nada que temer.

—Deseo estar segura. —responde .

—Te ayudaré con eso, entonces. —prometo.

Alejo su cuerpo de la silla y tomándola en brazos, ocasionando una carcajada en ella ante lo sorpresivo de mis actos.

—¿Has visto un atardecer en la playa? —afirma sin dejar de reír —la misma calma y magia, pero en tu boca.

—¿Eres poeta? —niego y sonríe —¿Lo robaste?

—Lo tomé prestado —aclaro yendo con ella en brazos rumbo al sillón.

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