Capítulo 24
—La futura señora Doménico, tiene una hora para vestirse y estar en el juzgado.
La voz de María Fernanda se escucha en medio del ajetreo del medio día dentro de la cocina. Le doy una mirada fugaz al reloj, comprobando que está en lo correcto y regreso mi atención al pedido.
—Me cuesta entender cómo es posible que me sienta feliz por ti cuando vas a irte tan lejos. —Malena me toma de la cintura y apoya su mejilla contra la mía.
He recibido el cariño, apoyo y calor humano de parte de todos. Todas se mostraron emocionadas al escuchar mi historia con Augusto. Se emocionaron, gritaron, lloraron, lanzaron maldiciones a Lorena y Greta, sin conocerla. Logrando calmar mi angustia por alejarme de ellas.
Sawyer hizo lo propio, cada que tengo audiencia, abandona su puesto de trabajo y me acompaña. No ha dejado de demostrar lo feliz que se siente por saber que he encontrado el amor, aunque sea lejos de casa.
—¿Aún no se muestra el tal Emir? —niego sin ver a Gladis —¿Qué excusa da para no ir a las citas?
—Espero que sea vergüenza —comenta María en tono áspero. —aunque, ha demostrado carecer de ella.
—Hasta el momento no ha sido necesario nuestra presencia —respondo una vez acabo el pedido que un mesero se lleva a pasos rápidos —solo yo he ido en todas las veces.
—¿Puede ganar?
Muerdo los labios y pienso un poco la respuesta, lo cierto es que tiene muchas probabilidades. En papel es el esposo de mi madre, sin mencionar el testamento dejado por ella. Siendo este último el mi mayor dolor de cabeza.
—Esperamos que no —acepto y el silencio reina en toda la sala —lucharemos para que no se quede con nada.
—Siempre puedes comprar su parte —sugiere Malena —sé que es horrible solo de pensarlo, pero sigue siendo tu hogar.
Ha dejado claro, a través de su abogado, que no es su deseo vendérmela. Siendo un recuerdo de su esposa, siente ese acto como traición. Tampoco cuento con el dinero para pagar su parte en caso de que le den validez a ese testamento.
Demostrar que el dinero en la cuenta es una herencia de mi padre, ha resultado más difícil de lo que se creía en un inicio. Nadie sabe cómo lo hizo, pero mi madre logró desglosar mi fideicomiso y aparece como propietaria.
—¿Por qué simplemente no le dio el dinero a su amante en vida y listo?
—Porque deseaba que Génesis conociera su procedencia y todo lo que le quitó —responde Sawyer a Judith —quería seguir en control sobre ella.
Al silencio en la sala, se le suman los rostros de todos puestos en mí. El campanazo que da el reloj anunciando que son las trece horas, viene acompañado de un cuco que sale de su nido oficial y empieza a cantar.
—Es hora de irme —le digo a María Fernanda que afirma en silencio —te doy los honores.
Le doy la espalda al grupo y avanzo hacia Sawyer que espera por mí. Estira una de sus manos y atrapa la mía, al notar el temblor apoya la otra y se la lleva en el corazón.
—Que sobrevengan los triunfos, victorias y que el bien logre superar al mal —anuncia Judith lanzando pequeñas gotas de agua en mis espaldas. —Ve suave como el agua y regresa igual pronto.
—Te espero fuera —me dice besando mis manos.
Le agradezco a Sawyer el no hablar sobre el cambio de apellido o el lazo familiar que nos une. Hasta ahora, sigue comportándose como acostumbra. Lo único que ha pedido es conocer a Augusto cuando llegue a Esmirna.
Algo que, de momento, no ha sido posible. Augusto tiene problemas con Tessa, sus hijos, la empresa, la construcción del edificio y Greta, que ha vuelto al ataque. Sobre la posibilidad de que el hijo de Greta fuera suyo, asegura que es poco probable, pero quiso que yo lo supiera de parte suya y no por un tercero.
A los ojos de todos, la mujer solo desea hacerle la vida de cuadritos a Augusto por haberle rechazado. Yo le doy el beneficio de la duda, puede que si sea hijo de Augusto. Nadie inventa algo de esa naturaleza cuando el teatro puede desmontarse con una prueba de ADN.
En todo caso, si es hijo de Augusto, no me afectaría en lo absoluto. En caso de que ella haga el supuesto circo para darme celos o hacerme sufrir, pierde el tiempo.
Ángeles Bennett le lleva la delantera.
Una vez en los vestidores, retiro el delantal, gorro y chaquetilla, abro el casillero y extraigo mi maletín. No tengo llamadas perdidas de Augusto, ni mensajes, lo que me resulta extraño. Esta mañana, antes de salir de casa, le llamé, al ver que no contestó, le dejé un mensaje que hasta leyó, pero no respondió.
Guardo el móvil en mi bolso, retiro mis zapatos y me dispongo a vestirme para enfrentar al fin al misterioso esposo de mi madre. El hombre cuyo rechazo no soportó y por el cual le hizo odiarme al punto de querer dejarme en la calle.
Algo que está a pocos días de conseguir.
****
—¿Es él? —señalo al hombre en traje modesto que viene acompañado el abogado.
David, alza el rostro de los documentos, le brinda una mirada fugaz al individuo y afirma en silencio. Un hombre mayor, por no decir anciano, de cabello gris plateado, cuerpo encorvado y el típico arrastre de pies propios de su edad.
—El abogado, es su hijo —susurra David con la mirada fija en los documentos —y los dos que vienen detrás, también.
—Para alguien que no deseaba hijos, tuvo mucho —un pensamiento que no quería sacar a la luz, pero que no logré callar.
—Algunas personas tienen el poder de hacernos cambiar de parecer —Deja de lado los documentos, retira los lentes y observa al anciano. —a Augusto le pasó lo mismo contigo —sonríe al verme y me hace un guiño. —ha quebrado regla tras regla gracias a ti.
—Me estás dando un poder que no merezco —confieso y sonríe fuerte.
—Tú no conociste al mismo Augusto que yo —se mofa.
—Lo entenderás mejor así —habla Sawyer que ha escuchado la conversación — la versión que David conoció es 3.2 y la tuya 6.5.
—Asi es —acepta David —Su software sufrió grandes cambios gracias a ti.
—¡Son unos payasos! —nos cuesta mantener la compostura, muy a pesar de lo delicado de la situación.
Mi sonrisa muere cuando detallo al grupo que acompaña al anciano. Se le notan los años al serle imposible sentarse y requiere asistencia de sus hijos. Busco algo especial en aquel cuerpo cargado de achaques, arrugas y canas.
Mi mirada choca con el abogado, el mayor de todos, tuerce sus labios en una sonrisa mientras me mira de arriba abajo. Sus dos hermanos mantienen una postura igual o peor, sus edades están entre los treinta y veinticinco.
El comportamiento de los tres es como si yo estuviera peleando por algo que les perteneciera. Lo que en teoría es así, si no existiera el pequeño detalle que es mi casa, la que yo pagué con esfuerzo y el dinero era una herencia dejada por quien mi madre sabía, era mi padre.
La inquietud que estoy siendo observada me lleva a buscar el motivo, encontrando a un par de ojos grises, viéndome en silencio. Sus labios se curvan en una sonrisa, distinta a las de sus hijos. Esta conserva un poco de empatía y ternura.
—Algo me dice que él está siendo forzado a tomar ese dinero —susurra Sawyer al notar el rostro compungido del hombre mayor.
—Recibía dinero de mi madre —le digo —Jaqueline lo vio en más de una ocasión —sigo diciendo.
—Sawyer tiene razón. —David se une a nuestra conversación —Él no ha llegado a ninguna sesión, tampoco ha intentado buscarte. Hasta ahora, solo el abogado es el que ha dado la cara.
—¿Hay tanto dinero para que alguien pierda la decencia? —deseo saber y David guarda silencio, al igual que Sawyer. —¡Es mi casa! La que yo pagué con mi dinero. —hablo en voz alta para ser escuchada, cosa que logro en segundos.
Cuatro pares de ojos se posan en mí, solo en uno de ellos hay vergüenza. En la de los jóvenes, hay desdén, rabia y hasta molestia.
—¿Cómo pueden pelear por algo que no trabajaron? ¿No tienen moral?
—Cariño —me calma Sawyer —esto no es necesario…
—¡Lo es! —interrumpo —si Ángeles Bennett estaba en los registros es por ser mi madre ¡No su esposa! —señalo al hombre con desprecio antes de finalizar —usted no tiene derechos, ni moral para exigir algo.
Sacudo mis manos con fuerza cuando David intenta sentarme. Uno a uno sus hijos van desviando su rostro, luciendo tranquilos e imperturbables. Manteniendo ese gesto burlón en sus labios.
El mayor de todos, extrae un documento del maletín, acto que nota el anciano, apoya su mano sobre la suya y susurra algo. En respuesta su hijo le susurra algo, es imposible escucharlo, si me dejo guiar por su rostro cargado de odio y la vergüenza en el anciano, es malo.
Sacude las manos de su padre, asqueado y con violencia, se incorpora avanzando a pasos lentos hasta llegar a los tres. Le entrega el documento a David que lo observa un instante ante de tomarlo.
—Estoy cumpliendo la última voluntad de su madre —comenta dando media vuelta y David tensa su rostro mientras lee.
—¿Qué es? —deseo saber, él está sumergido en su lectura —¿David? —insisto.
—Una copia de lo que pedirá al juez una vez entremos —responde alzando el rostro del documento —ninguna de las partes puede usar los objetos motivos de esta disputa hasta tanto no se llegue a un acuerdo.
—¿Qué…? ¿Me estás diciendo…? —no puedo terminar las dos preguntas, ante lo absurdo que resulta todo esto — ¿Puede hacerlo?
—Me temo que sí —susurra —si así lo creen conveniente durante el juicio. Tendrás que desocupar tu casa…
—Lo lamento querida —habla Sawyer tomando mis manos.
—¡Hijos de perra! —no puedo evitar escupir y en respuesta todos sonríen, menos el anciano —miserables bastardos —sigo diciendo entre murmullos —antes de entregar mi casa a holgazanes como ustedes, prefiero destruirla.
****
—¿Seguro estarás bien? —pregunta Sawyer al verme sacar un pie del auto.
—Lo estaré —respondo con voz inaudible.
—Ya escuchaste al juez, no tienes que hacerlo hoy —me recuerda —tenemos un plazo de un mes para buscarte un lugar, puedes quedarte en casa, sería un honor.
—Ya has hecho demasiado —susurro bajándome del todo —te veré mañana en la tarde.
—Estaré en la corte en la mañana. —afirmo cerrando la puerta y avanzando hacia la casa.
Una vez dentro me quedo en la oscuridad sin mover un músculo. Al adaptarme a ella, detallos s mi alrededor, cada decorado y mueble encierra una historia. No hay algo en toda la casa que no traiga consigo un recuerdo mío y de mamá
“Encontré un jarrón londinense en una tienda de antigüedades ¿Puedes comprarlo?” “Por supuesto mamá.”
“Estos muebles están viejos, vi unos victorianos hermosos, puedes pagarlo a plazos.”
“¿y ese jarrón?” “¿Te gusta? Lo compré, bueno, en realidad lo debes”
“Compré estos portarretratos ¿No te gustaría escoger algunas fotos para adornar la sala?”
“La casa luce lúgubre ¿Por qué no compramos flores para las ventanas?”
“¡Ten cuidado con esa vajilla! Es un recuerdo de una persona especial.”
Sin darme cuenta he ido destruyendo cada pieza intentando con ese acto romper todo vínculo con ella. Cegada por la rabia e impotencia, rompo todo a mi paso, hasta llegar a la cocina. Su preciada vajilla se hace añicos en el suelo, de la misma forma que la imagen que tenía de ella.
—Me hiciste hacer una casa perfecta ¿Para qué? —mi voz sale en un grito fuerte que destroza mi alma y garganta. —para que la disfrute tu amante.
Abro el último de los cajones y encuentro el juego de cuchillos. Lo único que compré a mi gusto en esa casa. Escojo uno al azar deslizando el dedo por la hoja filosa. Caigo de rodillas en el suelo con él en mis manos, sintiendo como todo se hace pedazos a mi alrededor.
Un par de brazos me arropan con fuerza y alejan el cuchillo de mis manos. Me aferro a su cuerpo con fuerza, como un bálsamo a la herida que aumenta en mi interior.
—Intenté llegar antes, pero me fue imposible —se excusa —David me comentó lo que pasó. —me alza en brazos y paso ambas manos por su cuello —te ayudaré a hacer las maletas, no necesitas pasar un día más en este lugar.
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