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Capítulo 23

La fecha en el calendario no miente, aunque me gustaría que lo hiciera, quedan dos días en Atenas. Es inevitable no pensar en eso y en todo lo que me debo enfrentar. Consciente de mi tristeza, Hebe decidió no salir y pasar el día en casa. Nicole aprovechó el momento para acompañar a sus hermanos con los preparativos de la universidad.

—Lo primero que haré al llegar a Esmirna es aprender el idioma de señas —prometo a Hebe —así no tendrás que usar ese tablero, nunca más.

Hebe no ha perdido la facultad de reír, muy a pesar de las situaciones oscuras por las que ha pasado su familia. A pedido suyo, nos instalaron una mesa y sillas en la parte trasera de la mansión. La vista ante nosotros era mucho verde adornado con flores silvestres.

Por órdenes de Hebe, su hogar no cuenta con piscina, según ella, nada podía reemplazar la calidez de las aguas del mar que rodea su adorada Atenas. Escribe algo en su tablero, sigue pareciéndome vulnerable y casi irreal. Al finalizar su escritura, me muestra el tablero y sonríe triunfante.

La próxima vez que vengas, es para quedarte. Si no es así, Augusto y yo iremos por ti.

Me tomo mi tiempo en procesar lo escrito y buscar una respuesta adecuada. Volver, repito en mi cabeza y mi corazón se acelera de solo imaginarlo.

—Toda mi vida está en Esmirna —respondo llenándome de valor. —amigos, empleo, problemas —esto último me saca una risa amarga.

Hebe hace uso del poder que tiene en leer mis emociones y vuelve al ataque con su crayón. Por momentos, me invaden las ganas de quedarme y dejar todo en manos de David. Hacerlo sería un acto cobarde, la vida me ha demostrado que esconderme y huir de los problemas, no es una solución y lo único que se logra es hacer una bola de nieve que acabará estallando sobre mí.

—¿Qué vida, la ficticia? Porque la real la vives aquí, con Augusto.

—¿Sabes lo de mamá? —le pregunto y afirma.

Siempre asumí que Hebe desconocía mis problemas, al parecer, no era así. Desconozco si llegó a esa conclusión por mi comportamiento y renuencia a hablar de mama o Augusto se lo dijo. Lo cierto es que no me molesta y hasta siento alivio, me ha quitado un peso de encima.

—Busco en mis vivencias recuerdos de ella, siendo cariñosa conmigo —empiezo a decir —no los hay, lo sé, pero eso no quita las ganas de buscarlos y encontrarlos.

Hebe empieza a gesticular, lo hace de manera lenta, pero sin pausa. Es la primera vez que no sonríe, sus ojos se tornan oscuros y su boca se convierte en una fina línea. Pese a no entender lo que desea decirme, guardo silencio.

—Dice que no puede entender que existan malas madres.

La vos de Augusto me llega junto con su presencia, deja un beso en el rostro de su madre y se sienta a mi lado. Su madre sigue gesticulando con la vista fija en mí y su hijo le mira atento.

—Como pueden encontrar placer en hacerte el mal —sigue diciendo —fue lo que hizo al alejarte de los brazos de quienes te amaban sin conocerte.

Son pocas las veces en que tengo el placer de ver a madre e hijo, conversando. Hoy es uno de esos gloriosos días, conservan un vínculo cercano, es notorio al verlos gesticular. Poco y nada importa que no les entienda, sus actos hablan por sí solos.

—Una madre piensa dos veces, la primera por su hijo y la segunda por sí misma —dice él viendo mi rostro —en ese orden.

—Mamá me hacía sentir fracasada —confieso —busqué miles de maneras de agradarle y que se sintiera orgullosa, pero nunca fue posible.

—Es lo que buscaba, verte fracasada. Logrando hacer de ti, una mujer fuerte.

El comentario viene acompañado de un abrazo fuerte que Hebe observa con una sonrisa. Odiaré irme y dejarlos atrás, pero es necesario volver a Esmirna. Cualquier decisión que tome, tendrá que hacerse luego de romper vínculos con mi pasado.

—¿No es muy temprano para regresar a casa? —sonríe ante mi pregunta y miro a su madre, que parece esperar por respuestas.

—Quería pasar contigo tu última tarde y mostrarte algo.

—¿Qué es?

—Una sorpresa —comparte miradas cómplices con su madre y regresa a verme —tenemos una invitación a un evento esta noche.

—¿Tú y yo? —pregunto señalándonos y afirma —¿A dónde? —entorno los ojos antes de seguir —no me digas... Es una sorpresa.

—¡Chica lista! —bromea.

No pensaba dejar a Hebe sola, había planeado pasar este día con ella y la noche con su hijo. Aunque, ella no se muestra molesta, me disgusta la idea de no cumplir mi promesa.

—¿No podemos dejarlo para mañana? —le pregunto —lo de salir esta tarde.

—¿Existe algo más importante que yo? —cuestiona indignado.

Señaló a su madre, lo que eventualmente lo hace callar y a Hebe burlarse de él. Sonríe por largo tiempo viendo el rostro confuso de su hijo, que acaba por contagiarse de su buen humor.

Mueve sus manos y nos insta a levantarnos, pero ninguno de los dos hace muestras por levantarse. Augusto no es tan irresponsable para dejar a su madre sola, y yo tengo una promesa por cumplir.

—Nos iremos cuando los chicos regresen. —le dice a Hebe cuando vuelve a insistir en que nos movamos —lo que tengo por mostrarte, está cerca al hotel.

Puede llevarme cuando vaya a vestirme para el evento. Ante la pregunta que tan distinguido es, responde que es de gala, pero tiene todo solucionado. ¿Qué se supone significa? No tengo idea, con él he aprendido a no pensar mucho.

****

Una vez dejamos el auto en el sótano del hotel, no nos dirigimos a los ascensores como lo imaginé. Con un Augusto en traje de gala y yo lo más cercano a una indigente, avanzamos a la zona de parqueo del hotel, tomados de la mano.

El Hebe tiene a lado y lado a un Vryzas, en el de la derecha era en el que estaba hospedada. Los divididos por una calle en forma de U que daban directamente al Vryzas.

En el costado izquierdo (por el que andábamos en este instante), era diferente. Un terreno considerablemente grande con mucha arena y adornados por palmeras era lo que dividía al modesto Hebe del imponente Vryzas.

Una zona que poco transcurrida y usada, que este instante varios hombres ocupaban. Vestidos en traje azul, con cascos blancos cubriendo su cabeza, iban de aquí allá. Nos detenemos a un costado y observo la escena, intrigada.

Sé por buena fuente que este Vryzas no tiene restaurante en su edificio. Los constructores no lo tuvieron en cuenta, un error de quien en ese momento tenía las riendas de la compañía. Axelia Vryzas.

—No me digas, Vryzas hará un restaurante para ese hotel —le lanzo una mirada, en espera de encontrar un rostro molesto, pero no es así.

Augusto Doménico, observa la obra con una sonrisa en los labios y ojos brillantes. Regreso la atención a la obra empezando a encontrar detalles que pasé por alto en un inicio.

—En el segundo lo ocupará un casino y en las dos restantes mis oficinas. —explica y afirmo viendo el lugar.

—En el primero, la zona de parqueo —me imagino y sonrío —¡Felicidades! Gracias por compartirlo conmigo.

—En el primer piso estará el primer restaurante Hebe —habla con orgullo, viéndome sonriente —¿por qué tienes que construir los sueños de otros cuando puedes crear los tuyos? —no entiendo lo que me dice y al verlo, encuentro a un hombre feliz —es tu restaurante, cielo.

Mi vista se empaña, todo a mi alrededor se opaca y me apoyo en los brazos del hombre que me sonríe. Las sorpresas no acaban allí, lo empiezo a entender al ver que se aleja de mí, saca algo de su bolsillo y su rodilla empieza a hincarse.

—No pienso dejarte ir de mi vida, no sin luchar. —me dice —soy un hombre lleno de defectos y errores, pero que está dispuesto a mostrarte que puedes ser feliz.

Dentro de un estuche en terciopelo rojo, se vislumbra un pequeño aro plateado adornado por una piedra gris. No soy consciente de nada, ni de los turistas que se han detenido a ver la escena, sus empleados. Solo él y lo que me dice.

—Augusto...

Los aplausos, risas y felicitaciones nos rodean, nada importa más en este instante que lo que estoy viviendo. Apoyo una mano en mis labios, sintiendo el sabor salado en ellos.

—Génesis Aydin Bennett ¿Quieres casarte conmigo?

Afirmo en silencio ante la imposibilidad de hablar y toma mi mano en donde deja el anillo. Una vez lo deja, cubre sus manos con las suyas y las besa. No hay forma de describir las emociones que me envuelven. La dicha que representa saber qué ha pensado en mí al construir el restaurante. El gesto es el mejor te amo que alguien me ha podido dar.

—Con este anillo me aseguro dos cosas, —acaricia la joya con sus dedos —que vas a volver y que te ayudaré a derribar tus miedos.

—Ya lo haces Augusto, desde hace mucho tiempo. —sollozo.

—No como debería —responde atrayéndome hacia él. —Un paso a la vez, cielo. Deja el mundo fluir, yo me haré cargo de todo.

*****

La supuesta gala no era otra cosa que la fiesta de compromiso y mi despedida. Lágrimas de felicidad por lo que estaba viviendo, se mezclaban con las amargas de mi partida. Serían pocos meses, mientras solucionaba las cosas.

Iba más allá de irme a Esmirna y enfrentar al esposo de mi madre. Estaba el hecho que iría a Turquía para despedirme de quienes he amado. ¿Podría ser feliz lejos de Esmirna y las chicas? Acababa de descubrir que tengo una familia ¿Cómo las dejaría atrás?

Nadie más que yo conozco de los sacrificios que deben hacerse para obtener ciertas cosas. Que lo supiera, no evitaba que dejara de doler. La voz anuncia el vuelo por segunda vez y mi mano se aferra con fuerza a la de Augusto.

Despedirme de Hebe no fue fácil, aunque ella hizo de todo para hacer el momento agradable. Las despedidas no deberían ser tan dolorosas, nos volveremos a ver, ¿Por qué me siento esto como una despedida?

—¿Tus amigas saben que vas? —Augusto rompe el tenso silencio.

—Sí, también Sawyer.

Mi voz se asemeja a un quejido y me pego a su cuerpo.

—Odio sentirme así. —le confieso y recibo un beso en mi cuello. —mi trabajo me absorbe y el tiempo de descanso no es suficiente para venir, tampoco tendría los medios para hacerlo como quisiera.

Sonríe pegando contra él, debo parecer patética haciéndole esta escena. Hay tantos factores por los que tener miedo y se han agrupado asfixiándome en la sala de espera.

—Soy yo el que iré a verte—me calma acariciando mi rostro —no te daré tiempo de extrañarme. Lo prometo.

—Ya te extraño.

Escucho el último llamado mezclado con el sonido de su risa, ambas cosas arrugan mi corazón. Lo peor de fingir ser fuerte es sonreír cuando todo dentro de ti se destroza y lo único que quieres es llorar.

—Te amo ¿Lo sabes? —afirmo pegando a él —no lo sientas como el final, esto apenas empieza.

Me alejo de él y empiezo a caminar sin detenerme ni mirar atrás. De hacerlo, correría el riesgo de devolverme. Cruzo todas las barreras con la cabeza baja, los ojos empañados y una opresión en mi pecho.

****

Me arde la garganta de tanto llorar, lo hice en todo el vuelo. No tuve el valor de llamar a Augusto para decirle que había llegado, solo le envíe un mensaje avisándole.

La realidad me golpea con la fuerza de un huracán cuando el taxi empieza a adentrarse en el callejón de mi hogar. El viejo vecindario me recibe como lo hizo tantas veces al llegar de trabajar.

Ya no es lo mismo, nada lo es, la mujer que se baja del auto y observa la casa, no lo hace con el mismo amor de siempre. El taxista deja el equipaje en la entrada, hace una pequeña reverencia y me desea una feliz tarde, antes de ingresar al auto y perderse por el estrecho callejón.

—¡Génesis! Me ha costado reconocerte.

La voz de Jaqueline me llega lejana, yo sigo buscando en esa casa un poco de amor o verdad. Siento sus brazos rodear mi cuerpo y sus besos en mi mejilla. Contrario a lo que se puede imaginar, no le guardo rencor.

Ella fue leal a quien debía, era amiga de mi madre, la conocí gracias a eso. Al sentir que no es recíproco el abrazo, se aleja y mira mi rostro. Hay miles de disculpas en sus ojos cristalizados.

Me ayuda con una de las maletas y tomo la otra avanzando a la entrada. A lo lejos puede verse el rostro de su esposo asomado en la ventana, agita sus manos e imito el gesto.

Por dentro todo es tal cual lo recuerdo, el decorado, los mueles, las fotografías nuestras. Viendo las instantáneas dispuestas en las paredes, noto que solo yo sonrío y la abrazo. Mamá tiene el semblante de alguien que ha sido forzado a posar ¿Por qué nunca lo noté?

—No sabía que ese abogado era de ese hombre. —se excusa Jaqueline. —llevaré tu equipaje a la habitación, preparé comida, está en la cocina.

Exploro cada una de las fotos, como si las viera por primera vez, me detengo en una que fue tomada en mis quince. No solíamos festejar los cumpleaños, él poco de dinero nos obligaba a vivir al mínimo. Una fiesta generaba gasto con el que ella aseguraba, no contaba.

—¿Conociste a Emir Acar? ¿Eres su amiga? —le pregunto a la presencia detrás de mí.

—Me pedía acompañarla y cuando llegaba él exigía que los dejara solos. —responde posándose a mi lado —me dijo que era un amigo de juventud. Yo nunca lo traté, a él nunca le caí bien y el sentimiento era recíproco.

—¿Sabes quién es? —afirma bajando el rostro.

—El señor David me contó la historia —muerde sus labios cuando empiezan a temblar —sé que he perdido credibilidad ante ti, pero nunca leí ese testamento.

Mamá habló de un dinero que ahorró en su juventud y que no había querido gastar. Su último deseo era dejarlo a la persona más importante de su vida.

—¿Quién más que tú para ocupar ese título? —comenta con voz dolida —me dijo que el tal Emir era el otro testigo y me pidió guardar el secreto. Si lo sabías, debía darte explicaciones de ese dinero y no tenía las fuerzas para hacerlo.

—¿Cada cuanto lo veía?

—Cada mes o dos, él solía llamarla y concretar citas. —doy media vuelta y le enfrento y ella baja el rostro. —La vi un par de veces dándole dinero, me dijo que si deseaba conservar mi trabajo lo mejor era que no hiciera comentarios.

—Lo peor y más doloroso, Jaqueline, es que no dudo de ti —confieso sintiendo como el peso de verdad cae sobre mí —ella no fue capaz de mostrarnos su verdadero rostro.

—Si existe algo que pueda hacer o alguna declaración que necesites—se ofrece y guardo en silencio —Tom y yo estamos dispuestos a ayudar.

—Gracias, Jaqueline —respondo avanzando a la puerta —me gustaría estar sola.

Afirma avanzando hacia la puerta y una vez sola la cierro. Apoyo todo mi cuerpo en ella y me deslizo hasta llegar al suelo, una vez allí abrazo mis rodillas y apoyo mi cabeza en ella. 

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