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Capítulo 21

Sigo agradecida con Marielle por dejarme plantada. Ella no llamó para excusarse, ni yo he querido buscar respuestas. Gracias a eso, pude pasar el mejor día de mi vida y lanzarme a la aventura que se ha convertido, estar con Augusto.

La imagen que tengo de su figura dormida y como Dios lo trajo al mundo, me saca una sonrisa. La cobija solo le cubre el trasero y parte de su pierna izquierda. Apoyo mi cabeza en la almohada disfrutando de las mejores de las vistas.

No hay un solo día desde que dije sí, que no sienta todo lo que ha resultado desde ese día es irreal.

¿Por qué no lo conocí antes? Me pregunto sonriendo a su imagen dormida. Mi madre no lo hubiera aceptado, responde una vocecita inferior. Dañaría mi felicidad a cualquier costo.

Un hombre divorciado y con hijos, no sería una buena compañía.” Me parece estarla escuchando. Este era el momento ideal para conocerlo, es la forma que tuvo el universo de compensar las cargas de dolor.

Sin dudas, con Augusto era más fácil de manejar. Su presencia me hacía olvidar.

¿En cuanto a Hebe? Luego de abrazarme y sonreír por largo tiempo, nos dijo a ambos que tardamos en darnos cuenta. Ella descubrió la química entre ambos desde el primer día en que nos vio discutir.

En adelante todo ha resultado tan fácil y sin problemas que me asusta. Por momentos siento que vivo en un sueño del que debo despertar y una vez lo haga, sufriré. Los días pasan tan de prisa, acercando el momento de partir e incrementando la sensación de que estoy dentro de un sueño.

Es tanta la certeza que esto finalizara de la mano de mis vacaciones que no he tenido el valor de decírselo a las chicas. Me he sorprendido en varias oportunidades, creyéndome inferior a ellos y no merecedora de tantos afectos.

Ángeles Bennett, parece que marcó mi vida para siempre, siento su presencia en mis pensamientos más oscuros. Cierro los ojos y cubro el rostro con mis manos, ahogando un suspiro amargo.

Las manos de Augusto se posan en mi cintura y me atrae hacia sus brazos. Sonrío como tonta, recibiendo besos en mi cuello y el roce de su excitación en mi espalda baja.

—¿En qué piensas? —pregunta con voz ronca mordisqueando el lóbulo de mi oreja.

—En regresar —no puedo evitar responder —y en lo irreal que se ve todo esto.

—¿Hablas de nuestros cuerpos desnudos en la cama? —siento su sonrisa al besar mi cuello y se materializa cuando se posiciona sobre mí — ¿Hay algo más allá de esas tres palabras?

Entrelaza nuestras manos y elimina la poca distancia que nos separa. Nuestros cuerpos hablan a través de las caricias compartidas. Los gemidos ahogados por los besos mutuos y nuestras manos redescubriendo nuestra piel. Augusto Doménico suele llevarme a la locura con sus caricias y besos, ambas han dejado marcas en mi piel que desde hace quince días lo reconoce como de su propiedad.

—No pienses mucho, disfruta el aquí y ahora.

Aconseja mientras aumenta su entrada en mí, en la suite de su hotel en la que estamos solo se escucha el roce de nuestros cuerpos y los gemidos. El sitio se convirtió en el mejor de los escenarios para dar rienda suelta a una pasión que parecía no tener fin.

Somos dos cuerpos a punto de hacer combustión, cada roce, beso y caricia se triplica. El clímax nos llega susurrando nuestros nombres en medio de un fuego avasallador, sudorosos uno en brazos de otro.

Mi cuerpo cae sobre sus hombros y recibo su abraso más sobrecogedor de todos. El sitio seguro solía ser mi hogar, pese a los conflictos con mi madre. Hoy, puedo decir que solo en sus brazos he encontrado la paz que tanto ansiaba.

Y eso, lejos de calmarme, asusta.

—Sigues siendo el mejor de mis deseos —susurra abrazándome fuerte como si lograra escuchar mis pensamientos.

—¿Qué hay de los otros dos? —logro responder cuando he recobrado el aliento y ocupando el puesto libre en su costado —según recuerdo, aún no lo pides.

—Te quiero a ti, en los tres deseos —susurra sosteniendo mi mirada. —¿Por qué lo dudas?

—¿Qué te hace pensar que lo hago? —Sonríe y apoya uno de sus dedos en mi nariz al tiempo que niega.

—Tus ojos dicen lo que tus labios no se atreven —comenta haciendo un mohín —esto puede ser todo lo real que tú quieras.

Guardo silencio, el miedo a decir o hacer cosas que lo enojen me agobian. Mis temores no tienen otro fundamento, salvo los miedos impuestos por años por el ser que me dio la vida.

****

Sentada en la cama, observo a Augusto ir y venir por toda la habitación. Ha cubierto su desnudez en mi presencia y sin la menor vergüenza. Exhibe su cuerpo a sabiendas de que es una tentación ambulante para mí.

Mientras se prepara para ir a la oficina, ha recibido la agenda del día por parte de su asistente, habló con ella cancelando varias citas, luego lo hizo por largos minutos con alguien en el balcón.

Lo que sea le dijeron en esa conversación, debieron ser malas noticias. Aunque se esforzó en disimular, era claro que la llamada lo trastornó. Lo asocié al único tema que le preocupaba en este instante, el asalto de Renzo y la fuga de los culpables.

—¿Qué harás en la mañana? —me pregunta ajustando su corbata ayudada por el reflejo de su espejo y calzándose el saco.

—Iré con Hebe y los chicos —observo mi ropa doblada por él hace unos minutos y dejada sobre uno de los sillones.

—Podemos desayunar juntos. —le da una mirada a su reloj, enarca una ceja y afirma —tengo tiempo.

—Debo ir al hotel—gira su cuerpo y me sonríe. —llevo la misma ropa de ayer.

—Que no has usado mucho —contradice con una sonrisa traviesa —¿No vas a rendirte verdad? —niego y bufa conteniendo la risa —tampoco yo —me reta — no vas a dormir un día más en el Vryzas.

Al hotel voy solo a hacerme un cambio de atuendo y a verificar si tengo correspondencia. Tardo en ambas cosas cuarenta minutos. Las pocas veces que he durado más, Augusto envía a alguien por mí. No pierde oportunidad para insinuar que cancele mi hospedaje y hacerse de la llave de mi habitación se ha convertido en un reto.

La mía es mantenerla lejos de su alcance.

—¡Eres un dictador! —le riño viéndolo acercarse con la mejor y la más inocente de las sonrisas.

—Cuento con el dominio absoluto que me ha dado tu cuerpo —inclina su cuerpo hacia mí, deja un beso fugaz y se retira —bajaré por ti en una hora, antes debo hacer un par de cosas.

Me lanza un beso rumbo a la puerta y cierra la puerta tras de sí.

Una vez sola, salto de la cama y tomo mi vestido. Cuento con los mismos cuarenta minutos de siempre para ir al hotel, hacer el cambio de ropa y regresar. El ruido que característico del móvil de Augusto me llega lejano.

Él no suele despegarse de ese objeto, sobre el que asegura es como su tercer brazo. Agudizo el oído buscándolo por toda la habitación, quien sea está llamando debe ser importante.

La suite es pequeña, pero acogedora. Un biombo en estilo japonés, de cinco paneles y con la figura de un dragón dorado, divide la cama de una pequeña sala. El ruido del móvil lo escucho en esta última parte y sigo el ruido.

Sobre la mesa de la pequeña sala, encuentro el objeto, pero me detengo al ver el nombre que marca la pantalla. “Llamando mi amor” tambaleante y con la certeza que voy a caer, me lanzo al sillón más cercano viendo la pantalla del móvil. Una vez la llamada acaba recibe un mensaje “Cielo, contesta, por favor.”

Ese nombre en la pantalla se burla de mí dándole solidez a mis temores. Permanezco por varios segundos, en silencio y con la mirada fija en la llamada entrante. La mujer del otro lado, acaba por rendirse y un vistazo a la pantalla enumeran cinco llamadas y el mismo número de mensajes.

A la única persona que se me ocurre puede llamarle es Creta, a quien  para mi alivio no he vuelto a encontrarme. Augusto tampoco la ha vuelto a nombrar y el tema de su embarazo, parece haberse aclarado.

Me visto en el letargo más denso, sintiendo mi cuerpo grande y mi piel demasiado pequeña para cubrirlo. Cada poro de ella arde y sofoca, mis movimientos son autómatas, lentos y dudosos. Mi cerebro hizo corto circuito desde que vi ese nombre y los actos más sencillos me cuestan.

¿Dónde dejé la maldita llave? Un pensamiento que me llega seguido del ruido del móvil. En esta ocasión, no pienso perturbar la poca más que me queda y lo ignoro.

¡Concéntrate! ¿Dónde dejaste la llave? No puedes ir al hotel sin ella. Donde cojones esté, le acompaña mi móvil.

—¡En el closet! —Recuerdo de pronto y voy hacia él.

Mi alma cae a mis pies, cada fibra de mi ser lanza un grito silencioso. Si no hubiera visto ese nombre en la pantalla, lo que estoy viendo, me llenaría de felicidad. Toda mi ropa está en ese closet, mezcladas con algunas suyas.

No hay rastros de la llave, pero si está mi móvil, que tomo y guardo en mi morral. ¿Qué se supone que debo hacer ahora? Resulta tan contradictorio lo del closet con esa llamada. El ruido estridente del móvil acaba por darme el último empujón que necesitaba.

Me calzo los zapatos, ajusto el morral y voy por el móvil. Sin tener claro lo que le diré o si el general que tiene por asistente me permita cruzar la línea que separa a los mortales de ella y su jefe, subo hasta su oficina.

El móvil no deja de sonar llevándose la poca paz que me queda. Las oficinas de Augusto, se encuentran en el décimo piso del hotel. Hay solo una ruta para llegar a ella y yo cuento con una de las cuatro únicas llaves para eso.

La demás están en manos, de Augusto, Nicole y como no, Lorena. Inspiro y suelto el aire una vez las puertas se abren y me enfrento a varios pares de rostros. La última vez que pisé este lugar, lo hice como amiga de Hebe y Augusto, su hijo.

Las miradas de los empleados, van de mi rostro, a la mano que sostiene con fuerza el móvil. Ignoro a todas y cada uno de ellos. Con al frente en alto, espalda recta y mentón firme, avanzo a pasos rápidos y decididos, concentrandome en llegar a mi objetivo.

Lorena me recibe como el mismo comportamiento de siempre. Sé que me ha visto acercarse, ella alzó el rostro cuando el inmenso salón quedó en silencio. Bajándolo  cuando estaba a solo un par de pasos de ella. No sin antes lanzarme una mirada cargada de despotismo que hay que entender de  una sola manera.

“Soy superior a ti, ¡perra!”

Finge o escribe algo en el ordenador, ignorándome deliberadamente. Como no estoy de humor, para sus miradas despectivas, ni sus complejos de amante herida. Me limito a recordar el motivo de mi visita ¿Quién sabe? Al final,  pueda que tenga su historia de amor con el gran Augusto.

—Necesito hablar con tu jefe —le ordeno en el tono más hijo de puta que encuentro. —Es urgente.

Le muestro el móvil, me observa con prepotencia antes de dignarse a responder.

—El señor pidió no ser molestado.

Antes de responderle como muy seguramente se merece, busco en lo más recóndito de mi alma, un atisbo de amabilidad y buenos modales. Algo difícil, Lorena, saca lo peor de mí solo con verla. El gesto de abrir los labios para aclarar mi presencia se ve interrumpido.

—Lorena ¿Qué pasó con el móvil de Gene…?

Augusto ha abierto su oficina, tiene las cejas fruncidas, la mandíbula tensa, con el móvil en su oído que retira verme.

—Necesito hablar contigo —hablo y agita el móvil que tiene en sus manos.

Él tiene su móvil en sus manos. Es mi pensamiento al verlo avanzar hacia mí. Lo siguiente que hago es alzar el móvil y verlo con otros ojos. No recuerdo que tuviera dos ¿O sí?

—Cielo, te he estado llamando —dice tomándome de la cintura. —ven, entremos.

Me dejo conducir en silencio, sintiendo todas las miradas puestas sobre mí. Siendo la de Lorena la que causa más escozor, odio y repulsión. Me sienta en uno de los sillones dispuestos frente a una ventana en cristal y ocupa uno ante mí.

Deja el móvil en un costado y lo observo por varios segundos.

—Sé que debí esperar a que te decidieras. Seamos sinceros, nunca te ibas a decidir…

—Dejaste el móvil —le interrumpo y por primera vez odio su sonrisa.

—¿No estás aquí por el closet? —cuestiona divertido.

"Mi amor" te estaba llamando —insisto y su sonrisa aumenta más de la mano de mi odio —y te rogaba contestar.

—No es mi móvil —toma el que ha dejado a un lado y me lo enseña —este es el mío.

El móvil de Augusto es negro y tiene como fondo de pantalla una imagen de sus tres hijos, Hebe y Dido. Los tres, en el jardín, con Dido sobre a sus pies.

Es el que tiene en sus manos, entonces. Alzo el que encontré en la habitación y lo detallo ¿De quién cojones es esta cosa?

—¿De quién más? Estamos los dos allí…

—¿Revisaste el tuyo? —pregunta de repente —estaba viejo, he querido cambiártelo desde hace mucho tiempo —sigue diciendo.

Ignora mi contrariedad y se burla de mi nerviosismo esculcando dentro del morral. Lo saco y reviso, está apagado y una revisión más exhaustiva me dice que no tiene el chip.

—Debí decírtelo, pero ibas a negarte —continúa —así que le pedí ayuda a Lorena…

—¿Dejaste que tu asistente husmeara mi móvil? —mi voz es un chillido que contrasta con su buen humor —¡Tu asistente me odia! ¿Cómo le das mi móvil? ¿Es que eres…? ¿¡Qué es tan gracioso Augusto!?

—Estas, celosa de Lorena —se mofa y bufo —ella no tomó tu móvil, su ayuda fue logística —entorno los ojos y se muestra cada vez más divertido —ella compró móvil por órdenes de Nicole. Nos ayudó en sacar tus cosas del Vryzas, descubrí que tiene contactos allí.

—¡Tomo mis cosas! —sacudo mis manos evitando que él las tome y sonríe en todo momento —¡idiota!

—Lo hicieron los chicos, —me calma —Nicole, Sunny y Renzo —me aclara y de poco me empiezo a controlarme —supongo que fueron ellos los de la idea del cambio de nombre. Lorena es una buena empleada, que conoce su lugar.

Me alza en brazos y me deja en sus piernas, sus intentos por besarme son interrumpidos por mis manos. No puede tomar esas decisiones sin decírmelo, no estoy pintada en la pared. Sin importar que las mismas me tengan en estos momentos respirando, aliviada y sintiéndome en las nubes.

—Intenta no mezclarme en el mismo diálogo que ella. —le pido —por favor.

—Está celosa…

—No son celos —gruño enfrentándolo —en serio me odia. —insisto y sonríe. —conozco mi lugar Augusto —enarca una ceja y toma mi barbilla.

—Lo dudo —responde divertido —en cuanto a Lorena, si lo que dices es cierto, peor para ella. —me hace un guiño y atrapa mi rostro al intentar alejarme —tendrá que acostumbrarse y si no lo hace lo mejor es que busque otro lugar en el que trabajar…

Atrapa mis labios antes que pueda protestar, intento no sucumbir a sus hechizos. Todo con él resulta tan simple y sencillo, que acabo rindiéndome a sus encantos. Nos alejamos al sentir un ruido detrás de nosotros, pero todo parece en la normalidad.

—Vamos por ese desayuno...

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