Capítulo 2
Doménico
La caminata por el pasillo de mi casa, la hago leyendo los pendientes enviados por mi asistente a mi teléfono. La primera reunión es con David, a quien encargué el recorrido mensual en las sucursales. El estado de salud de mi madre me había impedido hacerlo, tal como era costumbre.
Lorena, mi asistente, suele dejar en las primeras horas la reunión más transcendental. Las de ese tipo me causan enojo y mal genio, que se irán dispersando de mi sistema conforme pasen las horas. Mi madre no tendrá que lidiar con mi cara enojada o mal genio al finalizar la noche.
La primera vez que escuché su teoría me mofé de ella y le resté importancia. Hoy día, he adoptado esa costumbre en mi vida personal y laboral. Lorena posee tanto control en sobre mi vida que asusta a mi madre. Ella, mamá, considera que es demasiado poder para una mujer con la que no pretendo casarme.
Se niega a explicarme lo que eso significa, aseverando que espera estar equivocada. Confiado en el sexto sentido que toda mujer tiene y se afianza aún más en las madres, he mantenido la relación con mi asistente en el plano laboral. No he cruzado los límites de lo personal, jamás la llamo en horas de descanso y me aseguro que ella haga lo mismo.
El descenso por las escaleras es con las siguientes reuniones, que van desde los jefes de áreas, posibles inversores y finalizan con mi hija. Leer el nombre de mi hija mayor dentro de mis pendientes me hace detener.
Es una reunión telefónica, no urgente, pero sí delicada. Ella no necesita de ese tipo de actos para verme, basta una llamada y voy a su encuentro. No vivimos en la misma ciudad, pero eso nunca ha sido impedimento.
No soy un padre excelente, he tenido fallas de todo tipo con ellos. Siendo la más importante, no poder sostener el matrimonio con su madre como lo hubiera querido. Aun así, me he esforzado por no ser un padre ausente y darles lo mejor. Considero he hecho un gran esfuerzo.
—Buenos días, papi —saluda ella del otro lado —¿Soñaste conmigo?
—Soñé con el más hermoso ángel, —el apelativo sigue haciéndole reír como cuando tenía dos años —acabo de ver tu nombre en mi agenda...
—¡Ah! Eso —suspira —no es importante papá...
—Permíteme que sea yo quien le dé ese calificativo —le aclaro —y todo lo que respecta a ustedes, importa.
—Lo sabemos papá. ¿Cómo está la abuela?
—Mejor —comento retomando el viaje a su encuentro —se trató de un resfriado, la insolente enfermera se atrevió a sacarla con la llovizna.
Nicole suelta una maldición que le permito, tiene veintiséis años, es abogada, y se ha negado a trabajar conmigo. Está comprometida en matrimonio, con el que considero es un buen hombre (La investigación realizada no ha arrojado algo por lo cual deba preocuparme).
En resumen, mi hija, al igual que sus hermanos, son mis más grandes orgullos.
—Espero que la hayas puesto en su lugar.
—La despedí. —confieso — y pedí otra enfermera.
—¿Qué tal es? —pregunta curiosa —¿Quieres que vaya y le visite?
—¿Podrías?
—¡Por supuesto! —responde apresurada —me darás un pretexto para visitarte.
—Tú no necesitas de eso, cariño —corrijo.
—Mamá, sí —suelta un suspiro antes de seguir —tú sabes como es.
—Intento no recordarlo, cielo. —mi broma la hace reír y a mí corresponder a esa sonrisa —si me quisieras un poco, no harías que lo hiciera.
Si alguien conoce lo que se convirtió mi matrimonio con Tessa, es Nicole. Mi hija mayor contaba con quince años cuando su madre y yo decidimos, en común acuerdo, divorciarnos. Las escenas de celos, en un comienzo resultaban divertidas, pero fueron escalando hasta convertirse en violentas.
—No es tan malo, nos tuviste a nosotros...
—Sin dudas.
Tras dieciséis años de casados, con Nicole de quince, Louise de doce y Renzo de ocho. Ambos pusimos punto final a una relación que no nos llevaba a ningún puerto. Fue duro para mí adaptarme a un mundo sin mis hijos, sobre todo por la renuencia de su madre en que los viera seguido o viajar con ellos.
—No es tu culpa, papá. —la voz de Nicole me trae de vuelta a la realidad.
— Me dirás ahora si ¿Qué deseas de este hombre?
—Es mejor si lo hablamos en persona—insiste.
El cambio de conversación es necesario para ambos. Tessa no lleva toda la carga en que nuestro matrimonio no funcionara. Si bien, no era infiel, ya que siempre la respeté, considero que no agoté todos los recursos y me rendí a la primera.
Los dos matrimonios que siguieron me lo hicieron saber. Ginger y Dolly, mi segunda y tercera esposa, no aceptaron a mi madre en sus vidas. La primera insistió en un hogar para ancianos y la segunda que viviera muy lejos de los dos.
Tessa era buena madre y esposa, sin mencionar que no tuvo problemas en aceptar que mi madre viviera cerca de nosotros y llegó a hacer con ella una buena amistad. Eran mis constantes viajes y la presencia femenina lo que puso en jaque nuestra permanencia.
Mi matrimonio con Ginger duró dos años y con Dolly, diez meses. Con ninguna quise tener hijos, un comportamiento que aumentó los conflictos. Ellas habían aceptado casarse con esa única regla, que quisieron tirar por tierra en varias ocasiones. Eso y el comportamiento con mi madre, me hicieron quererlas lejos de mí.
Al llegar al comedor, me detengo. Mi madre degusta su desayuno bajo la estricta vigilancia de la nueva enfermera. La mujer, alza el rostro, observa mi presencia y se remueve incómoda en su asiento.
«—Buenos días—gesticula mamá.»
—Buenos días, mamá. —respondo con ella, atenta a mi rostro y a la llamada.
«—¿Quién es?»
—Nicole. —afirma viendo mi rostro.
«—Salúdala, dile que la quiero.»
Mi madre posee discacidad auditiva, el término sorda o sordomuda, no me gusta emplearlo. Tanto ella como mi padre lo odiaban, al crecer entendí los motivos. Esa condición que no fue impedimento para realizarse como profesional o conocer el amor. Mi padre solía decir sobre su esposa, que siempre adoró de ella su perseverancia y las ganas de salir adelante.
No tuvo más hijos por el temor de mamá a que heredaran su condición. Miedo que regresó en los tres embarazos de Tessa y que se vio materializado en Renzo. Mi hijo menor heredó la condición de su abuela, aunque no tan alto como ella.
—Tu abuela te manda saludos y dice que te quiere —repito para que note, he dado la razón y afirma con una sonrisa en los labios.
—Yo también los quiero —solloza. —lo siento— se excusa —necesito un respiro papá. —Su voz acaba en sollozo y me detengo a pasos de la mesa.
—¿De qué tipo?
—¿Nicole? —le llamo y lo siguiente lo digo dándole la espalda a mi madre —¿Qué te hizo ese hijo de puta?
—Estoy bien, pero no habrá boda.
—¿Por decisión de quién?
Si ese bastardo se atrevió a despreciarla, me encargaré que lo lamente y dispersar sus miserias por toda la maldita costa. Su sonrisa nerviosa no logra calmar mi furia, siento escozor en mi piel como si estuviera expuesta al fuego.
—Mía —responde y libero el aire que estaba reteniendo —tanto él como mi madre, se niegan a aceptarlo.
—¿No lo quieres? —insisto en saber, pero solo obtengo silencio —¿Te hizo algo que te ha hecho dudar?
—¡Eso! —responde entre rizas —tú si me entiendes, papi.
—¿Qué dicen Sunny y Renzo?
—Que me vaya unos días contigo —la risa que escucho es genuina y alivia mi temor —ni él, ni mamá se arriesgaran a buscarme si estoy bajo tus garras.
—Alas —le corrijo y su risa aumenta.
—Lo siento papi, pero Renzo mencionó garras. —sigue riéndose y la opresión en mi pecho disminuye —No te enojaste....
—¿Qué te puedo decir? Renzo es mi hijo.
—Eso mismo dijo él.
—Le pediré a Lorena que te reserve el primer vuelo —prometo —esa reunión entre tú y yo, no será telefónica.
—Te amo...
—Y yo a ti, cielo y a tus hermanos —doy media vuelta solo para ver el rostro de mi madre viéndome fijamente.
Las preguntas de mi madre, son de todo tipo. Exige saber por qué le di la espalda, cuál es la razón de tanta tensión y los motivos de una llamada tan temprana. La enfermera nos mira a uno y a otro, intrigada. Sin ganas de revelar un tema tan personal como es el fracaso matrimonial de mi hija, respondo simplemente.
—Nicole, ha pedido permiso para venir a vernos. —le explico y mira mis labios atenta.
«—¿Qué sucede? —gesticula.»
—¿Nos dejarnos solos? — le pido a la enfermera sentándome en la mesa.
—Si, señor —responde levantándose de la mesa, alejándose hacia la cocina.
—Todo lo que sé es que ha cancelado la boda —le respondo una vez quedamos solos —Llegará esta tarde.
«—Hablaré con ella. —me promete.»
Odio ver a uno de mis hijos sufrir, por algo de lo que no tengo el control. Todo lo bueno que ofrecía este día, finalizó con la llamada de mi hija. Intenté hacer del desayuno, un acto ameno, pero fracasé. Los ojos agudos de mi madre lograron descubrir mi turbación. Palmea mis manos obligándome a alejar la mirada del plato y verla.
«—Ella te ha buscado a ti en un momento en que no deseas a nadie.»
Esas palabras ejercen un poder tranquilizador que me permiten hacer del resto del desayuno ameno. Le envío un mensaje a Lorena solicitando reserve un vuelo a nombre de mi hija en el primero que encuentre. De preferencia primera clase, no deseo incomodarla. La idea es que se sienta segura y querida, no estresada en medio de personas con baja educación y poca empatía.
****
—Señor, su agenda para hoy... —Lorena se incorpora al verme salir del ascensor y avanzar hacia la oficina.
—Ahora no. ¿El vuelo de Nicole?
—En una hora, señor, le he enviado a ella los datos. —responde viendo hacia la oficina —el señor David lo espera.
—Cancela todas las reuniones de la tarde —ordeno avanzando hacia la oficina —no estoy para nadie.
El buen humor persiste al llegar a la oficina, encontrando que David que me espera desde hace media hora.
—Llegas tarde —comenta en tono juguetón señalando el reloj en su muñeca—¿Una larga noche?
—Informes David —le pido ubicándome detrás del escritorio —¿Alguna novedad?
—¿No me dirás quién es esta vez? —se cruza de brazos y estira sus piernas de manera relajada —¿Alguna cumpleañera? ¿Cuántos años tiene, sesenta?
—Recuérdame David—inspiro fuerte antes de preguntar — ¿Por qué es que eres mi amigo y mano derecha?
—Soy eficiente y el único que soporta tu mal humor.
Lanza un folio en mi escritorio y lo observo sin interés. No tiene el logo de mi empresa, ni algo que me indica es importante para mí, compañía. Conociendo su comportamiento infantil y la poca paciencia que me acompaña en este instante, alejo el documento de mi vista.
—Génesis Bennett, cuarenta años (eso ya lo sabes) —me hace un guiño que no correspondo y tuerce los labios, divertido por mi nula participación —chef ejecutivo, en... Atento a esto —sonríe apuntando el dedo índice hacia mí —En uno de los restaurantes de los hoteles Vryzas.
—¿No se supone que esas bestias solo ellos quienes tienen el mando? —hablo por primera vez y mi compañero abre los brazos.
—Al parecer es solo un mito —responde tomando los documentos —eso sí, quienes llegan a ese cargo deben pasar por muchas pruebas...
—¿Te refieres a cama? —corrijo recordando lo fácil que fue y su insistencia en tener sexo.
¿Fácil o urgida? Son las dos preguntas que me revientan desde que ella se negó a verme otra vez o recibir mi tarjeta. Aún puedo recordar su astuta respuesta al rechazarla.
"—Lo excelente no puede repetirse, pierde el encanto. —. ¡Me había rechazado!"
—No ofenderé a una dama —la voz de David me regresa a tierra —lo que sí puedo decir es que vive con su madre, Ángeles Bennett, de 84 años y múltiples enfermedades.
¿A qué edad la tuvo? Me pregunto arrebatando los documentos de las manos de David e ignorando su rostro burlón. Sin poder creer que existan en la vida ese tipo de madres, cierro el documento y veo a mi amigo.
—Ángeles Bennett mantuvo una relación clandestina con un hombre casado —describe como si yo no hubiera leído tamaña insensatez —al enterarse de su estado, el hombre quiso cubrir su falta.
Su esposa era estéril y estaba dispuesta a recibirla en casa, en los horarios que un juez o sus padres acordaran. La madre de la bebé se negó recibir ayuda y se fue de la ciudad ocultando a su hija por muchos años de su padre. El hombre murió de cáncer sin poder conocer a su única hija ¿Cómo pudo dormir todo este tiempo?
—¿Cómo encontraste todo esto?
—Los asistentes a la inauguración de la discoteca, debían agendarse y dejar datos —me recuerda y afirmo —dijiste que su nombre era Génesis. Era la única con ese nombre.
—¿Y lo demás? —pregunto lanzando el documento a las manos de David.
—Fui diligente —se encoge de hombros —tú querías saber si ella era real o solo producto de las copas.
Mi curiosidad era más por el rechazo, hace tanto tiempo que alguien no lo hacía, que sentí curiosidad. Una conducta que no parecía coincidir con lo primero que hizo. Es decir, insistir en tener sexo.
David abre los documentos una última vez y yo me quedo viéndolo pasar las hojas una a una. Ambas mujeres han vivido en la austeridad por muchos años, su vida cambió cuando su hija fue aceptada para trabajar en ese restaurante. En adelante, ha sobrevivido gracias a los préstamos que su trabajo le ofrece.
Alejo a la mujer de mis pensamientos, lo que ocurra con su vida no es de mi incumbencia. David toma el folio, lo guarda cuidadosamente en mi maletín y regresa a su lugar.
—Por si deseas buscarle más adelante —me dice al ver que me he quedado viéndolo. —Esto es lo que encontré en los hoteles...
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