Capítulo 18
Demasiado cansada para hacer preguntas que no eran de mi interés, guardé silencio. Que ayudara a Renzo no me hacía con derechos para meterme en discusiones privadas; aunque, no dejaba de pensar si fuera yo en el lugar de Augusto, estaría feliz por tener a mi hijo junto a mí y no triste.
Eran casi las diez de la mañana del día siguiente. Una vez mi rostro tocó la almohada, caí en un profundo sueño del que me desperté siete horas más tarde con las voces de protesta de mi estómago.
La orientación y el estado de confusión dentro de mi cabeza se hizo presente al despertar. Había dormido, despertado y aseado, mi cerebro funcionaba como si fuera de día. Lo común luego de esas tres cosas era llamar a casa. Un par de llamadas y mensajes de ella me decía que era lo correcto; aunque, la hora me pedía tomarlo con calma.
Las seis de la tarde, resultaba una pésima hora para llamar al Vryzas. Lo constaté yo misma cuando bajé a cenar y observé los cuatro salones repletos de comensales. Le marqué a Sawyer, por ser siempre quien está disponible para mí, y lo demostró al contestar al segundo tono.
—Empiezo a odiar tus vacaciones —es su respuesta a mi saludo —¿Cuántos días es que te faltan?
—Llamaba para ampliarlas.
—Espero sea una broma, o en su defecto, que la decisión sea por amor y no por cobardía.
Inspiro, pensando en ese comentario ¿Un poco de las dos? Una broma mezclada de verdad. Mi pecho se oprime cada que los días se reducen, no quiero enfrentar la verdad, ni alejarme de Augusto. Mi risa contrasta con los gruñidos de protesta de Sawyer.
—Llevo cuarenta y siete días.
Respondo cuando ambos hemos controlado las emociones. Últimamente, las mías alcanzan niveles bajos de temperatura cada que los días disminuye y la cercanía de mi partida se hacen más cercano. Poco tiempo para los sentimientos que han crecido en mi interior, lo que me hace dudar de la veracidad de ellos.
—No te sientes muy emocionada ¿Qué cambió querida?
Todo y nada. Es mi respuesta en la mente, pero no logro sacarla al exterior. Sigue siendo un terreno en el que me es difícil transitar.
—He descubierto que soy cobarde, Sawyer.
Son muchos los factores los que me hacen no querer regresar, siendo uno de ellos el que no vuelva a ver a Augusto y Hebe. La otra parte (mayoría, debo aceptar), la ocupa Emir Acar y el testamento de mi madre. Todo lo de mi madre.
—Lo que viviste no es fácil —su voz sale calmada y cargada de ternura —sé que vas a lograrlo, voy a asegurarme que lo logres.
Es difícil superar los secretos guardados por mamá, o aceptar que su traición me ha llevado por arenas movedizas. No hubo un instante en que no me restregara en cara, que mi padre no me quería y le debía a ella el no abortarme cuando tuvo la oportunidad. Aquellas palabras repetidas tantas veces, melló en mi interior y me hizo querer complacerla en todo. Sin mencionar que era mi madre y le debía la vida.
—Mamá es la prueba viviente de que nunca se llega a conocer a las personas. —comento luego de una pausa. —no la odio Sawyer, aunque me gustaría.
—Eres una mujer valiente, vas a lograrlo. —asegura. —que no lo hagas, habla bien de ti.
—Me encantaría tener tu fe —respondo con anhelo y escucho su respiración —espera un momento. —le pido viendo el mesero llegar.
Recibo el pedido del mesero y observo el plato con ojos críticos. Me es imposible no compararlo con uno mío, me llevo un bocado a mi boca y cierro los ojos satisfecha por lo que mi paladar deleita.
—Temo decirte que el Souvlaki sabe mejor en Atenas. —Sawyer ríe y yo degusto un segundo bocado —y el Tzatziki aquí es digno de los dioses. Te he defraudado, lo siento.
—¿Cómo no serlo? —aclara con humor en su voz — Ellos son los creadores de esos platos.
—Pensé que el discípulo podría superar al maestro —comento. —como sea, ¿Has visto a David?
Se hace un silencio largo entre los dos, que aprovecho para disfrutar de un tercer trozo de brochetas. Escucho a Sawyer imponer orden en lo que creo es el servicio de habitación y yo sigo cenando. Entonces, empiezo a darle más atención a las otras mesas.
A mi alrededor la alegría reina, familias enteras y parejas degustan diversos platillos del restaurante. Pocas veces soy consciente de mi soledad, como ahora. Soy la única sola en la mesa y este sentimiento hace que el trozo de brochetas se sienta amarga.
—Lo siento —se excusa Sawyer agitado —¿Qué decías? A ya... ha llegado cuatro veces. Es un gran tipo.
—Tiene mucha fe en ganar —siento la comida atorada en mi garganta y trago fuerte lanzando miradas a los salones.
—¿Tú no?
¿Es normal que rían tan alto? Ellos parecen mostrarme lo feliz que son. No importa que aleje mi mirada de ellos y no ver su felicidad, ella es palpable en su risa que escucho más alta de lo común o las conversaciones de cariño.
—¿Linda? —me llama tras mi silencio—¿Todo bien?
—La casa está a nombre de las dos —retomo mi plato y centro mi atención en Sawyer. —es difícil que gane, debo aceptar compartir mi casa con un extraño.
—David dice que es en el peor de los escenarios y puedes comprarle su parte. La pagarías con la cuenta dejada por Ali. —sugiere. —ese dinero no puede quitártelo, no hay forma. Es un fideicomiso.
Mi comportamiento sonará patético para algunos, voy a heredar una suma considerable ¿Por qué centrarme en una humilde casa de un barrio popular? Sin embargo, la sola idea de tener que llegar a un acuerdo con un desconocido sobre una propiedad que pague con mi trabajo, me asquea.
—No deja de ser injusto.
—Lo sé —su voz es casi un susurro —todo lo que ella hizo posee un tinte de injusticia y crueldad.
—Y no la odio por eso, aunque lo he intentado —comento soltando el tenedor —me odio a mí por dejarme manipular.
—Ángeles le llevó cuarenta años dañarte o intentarlo —corrige rápidamente —no es solo cambiar de imagen, de casa y de ciudad. Esconderte de tu dolor no es la forma de superarlo.
—Necesito ayuda profesional, lo sé. —declaro —no quiero empezar aquí y tener que volver a cero en Esmirna.
—Tienes razón, —exclama en voz baja —aceptar que tienes un problema, es un avance enorme.
La conversación nos lleva a hablar del restaurante, mis compañeras y del personal nuevo. Acabo por confesarle mi encuentro en ese bar y recibo una reprimenda de su parte. Existían métodos menos arriesgados para ayudar a Renzo.
—No se me ocurrió ninguno en ese momento —le digo —era eso o permitir que se lo llevara.
—Es increíble que estés dispuesta a perder la vida, por desconocidos—se queja y guardo silencio recordando porque no puedo mirar a otro lado al ver un acto injusto.
Yo hice parte de esas personas que necesitaron que alguien les tendiera una mano. Pasaban por mi lado indiferente a mi dolor y al maltrato que estaba recibiendo. Los motivos por los cuales no lo hicieron, pueden ser diversos, miedo, egoísmo, pereza, haraganería, insensibilidad, etc.
Estaban tan concentrados en sus propios intereses que menospreciaron en el dolor de la mujer que era maltratada. Su indiferencia le costó la vida a mi hijo y me castró para siempre.
—No puedo evitarlo. —respondo al fin.
—Solo el amor, puede hacer que alguien con tantos problemas, le brinde la mano a otra. —sonrío ante lo poco que me conoce.
—Hablar de amor es cursi a mi edad —sonrío —tengo cuarenta años Sawyer, no veinte...
—Nunca es demasiado tarde ni pronto para ciertas cosas —me interrumpe —ni para retomar el camino, ser quien quieres ser y para amar. No hay límite de tiempo. —lanza un suspiro largo antes de seguir —espero que logres sacar algo positivo de lo sucedido con Ángeles, que veas cosas que te sorprendan. Añoro verte con alguien te ame y te enseñe a amar.
Se despide haciéndome prometer llamarlo en la mañana, él, por su parte, promete calmar a las chicas. Mi humor ha disminuido, alcanzando solo a dar un par de bocados a mi plato. Es demasiado tarde para ir a ver a Hebe o saber cómo sigue Renzo, por lo que decido pasear por la playa mientras el sueño regresa. Es imposible que Augusto aún esté en el hotel, por lo que me animo a cruzar sus playas.
Debe estar ocupado yendo a la estación, buscando los culpables del asalto y lidiando con su ex. Siento que, de todas, esta última es la que más le preocupa, según Hebe ella no pierde oportunidad para causarle problemas.
Antes de iniciar mi recorrido me detengo frente al hotel y disfruto de la brisa nocturna. Me abrazo a mí misma admirando como la oscuridad se mezcla con las luces artificiales. El sitio en el que está erigido el hotel, hace posible ver el resto de la costa. Las luces de las diversas edificaciones alumbran las aguas oscuras del Egeo y le dan una vista increíble.
—¿Génesis? —habla alguien detrás de mí y al girar me encuentro con una chica —Es increíble volver a verte.
Su largo cabello negro cae como cascadas sobre sus hombros y cubre partes de su vestido. Se trata de la chica que me mostró las partes aledañas al hotel y la zona en que podía ir de compras sin usar un taxi. Una vez mi cerebro recuerda en donde la vi, paso a la siguiente fase ¿Cómo era su nombre?
— Marielle —recuerdo viéndola sonreír.
—Creí que no lo recordarías ...
Me costó un poco, pero lo logré. Si bien, estuve con ella toda esa tarde, el primer encuentro hizo que la olvidara. Las acusaciones a Augusto quizás estaban bien fundamentadas, por lo vivido con su amiga, la pasión con la que las decía, hablaba de una mujer herida. Y no quería estar mezcladas en celos en ese entonces, ni ahora.
—Te he llamado un par de veces y buscado los domingos —señala—no ha sido posible ¿No visitas la playa?
—Apago el móvil todo el día, hablo con mi familia antes y después de salir —me excuso — Me he centrado en la ciudad, hice una amiga local que me la ha mostrado.
—¿Y el Egeo?
Al señalar el mar, enseña una manicura impecable y unas uñas teñidas de un rojo carmesí. Se supone que el día de mañana iría con Augusto, con lo vivido con Renzo, dudo que tenga cabeza para eso.
—Aún no —respondo restándole importancia—¿Qué haces por aquí?, pensé que no tenías mucho tiempo libre para venir a la playa.
—Estoy de vacaciones —abre sus brazos y cierra los ojos alzando el rostro —quede en encontrarme con unos amigos ¿Tienes planes para esta noche?
—Dormir —respondo segura.
Me observa como si lo escuchado fuera una aberración o pecado. Sugiere que me sume a su grupo y señala a un sitio detrás de ella. Una hoguera se alcanza a ver en la distancia y un grupo de personas parecen bailar en torno a ella.
—¿Es legal hacer fuego? —cuestiono.
—La nuestra sí —responde triunfante —el día de mañana iremos a Hidra, Poros y Egina. Estaremos tres días ¿Te animas?
No respondo en los siguientes minutos, lo que sí hago es observarla a ella y al grupo de la fogata. Describe los sitios a los que irá, asegurando que al primero toca explorarlo a pie, porque no hay autos y el segundo, Poros, se encuentra justo frente a las costas del Peloponeso.
—La morada de Poseidón. Y está la academia naval, por si buscas un ligue —me hace un guiño mientras sonríe.
Extrae de su cartera un folleto que me entrega y me pide estudiar. Puedo si lo deseo, buscarlo en la web, tantos los sitios como la empresa turística que los llevará.
Le doy un vistazo a la cartilla y lo que hay allí me atrae. Las imágenes de los sitios son dignas de postales, extasiada, por lo que hay encuentro afirmo sonriente.
—¿A qué horas debo estar y en donde?
—Pasaré por ti a tempranas horas de la mañana, te envío un mensaje cuando esté en la puerta —responde segura —es cerca, podemos irnos a pie. Te aseguro que no podrás aguantar la tentación de lanzarte al mar.
Una vez arreglamos el encuentro, recibo indicaciones de que llevar y cuánto dinero gastaré. Es una suma considerable, pero algo me dice que el paseo lo amerita.
Ella se aleja acercándose al grupo de la fogata y yo avanzo hacia el hotel. Antes de ingresar, le doy una última mirada, pero no hay rastros de ella. Retrocedo un par de pasos y la encuentro a unos dos cientos metros, hablando por móvil y gesticulando emocionada.
Augusto
Las preguntas al llegar a casa no se hicieron esperar y la alarma en las tres fue evidente al ver a Renzo. Tal como lo dijo en el hospital, decidió ser él quien diera las explicaciones. Asegurando que yo debía acudir a la jefatura, no podíamos perder tiempo.
"—Yo llamaré a mi mamá. Tú no te preocupes." Prometió con la mirada de su abuela y hermana centradas en él, cada una de ellas en ciertos lados de la cama en donde él reposaba.
La visita a Román me dejó un mal sabor en los labios. El asalto de Renzo, era complicado de tipificar. Si era un robo el abandonar lo que mi hijo llevaba, resultaba contradictorio. Dentro de sus pertenecías había una suma considerable, sin mencionar el valor de los objetos. Reloj, móvil, cadena y dinero en efectivo.
Existían dos teorías que cobraban fuerzas, una más espeluznante que otra. En una involucraba la mafia y la otra al mismo Renzo.
El que señalaba a la mafia, hablaba de enviarme un mensaje, era hora de pagar por protección. ¿Pagar? ¿Qué protección? Mi hijo estaba traumado y si esos miserables no se lo llevaron fue por Génesis. Exigían pago por protección dañando a mi hijo ¿Estaba el mundo tan podrido?
En segunda instancia estaba el comportamiento de Renzo al hablar con el oficial. Según él, todo marchaba bien e iba según lo que se esperaba. Es decir, un chico nervioso que estuvo a puertas de un secuestro. Pero...
No supo responder a por qué llevaba tanto dinero. Cuando se le mostró las imágenes dentro del club y a las afueras del mismo, se cerró. Se negó ayudarle al oficial y dijo desconocer a los hombres o el auto. Sin embargo, el comportamiento al verla decía otra cosa.
Si bien, la suma de dinero era sospechosa y el comportamiento de Renzo poco usual. Señalarlo como culpable de algo o insinuar un auto secuestro, era llevar las cosas al extremo.
Seguía sin entender los motivos de sus tarjetas vencidas y los porqués de tanto dinero. Esta mañana no quise acosarlo con preguntas estando en ese estado. Luego de salir de la estación y consciente que necesitaba hablar con él. Le pedí a Lorena llamar al banco y solicitarlas, también cancelar las reuniones pendientes.
Me sorprendió saber que ya lo había hecho. La noticia del asalto de mi hijo estaba en la prensa local y todo el hotel estaba preocupado por ello. Sospechó que estaría pendiente a mi hijo y canceló las reuniones del día de hoy.
Eso fue al medio día y en adelante, no he tenido tiempo de nada, ni de comer y tampoco me han dado ganas. No esperaba mucho al llegar a la casa, era consciente que los ánimos estaban por el suelo.
Pese a todo, la última persona a que deseaba ver era a Tessa. Sentada en el primer salón, de piernas cruzadas y ojeando una revista que cubre sus facciones. Libero el aire de mis pulmones y me preparo para una lucha sin cuartel, que voy a perder seguramente.
—¿Cuándo llegaste? —lanzo la pregunta sin un saludo cordial, pues sé, su visita no tiene ese toque.
Con Tessa nada es cordial, ni bueno. Baja la revista despacio y con elegancia, mostrando con ese gesto uno de los motivos que me atrajo de ella la primera vez que la vi. Separa sus piernas, inspira fuerte y lanza un suspiro antes de empezar a hablar.
—Nuestro hijo sufrió un asalto el día de ayer.
Aquí vamos...
—Me enteré esta mañana, cuando salió del hospital y cuando medio Atenas conocía la noticia.
Pasa sus manos por su cabello y limpia con delicadeza sus mejillas. Ella ha estado llorando, haciendo una escena de madre sufrida a Renzo y es posible que estos momentos esté haciendo maletas para cubrir la culpa dejada por su madre.
—Primero, Nicole, ahora Renzo —continúa —retaste a Billy, lo amenazaste. ¡Todo esto es tu culpa!
Recibo una alerta en mi móvil y al verlo, constato que son varios mensajes, bastante largo. Me lleva un par de minutos entenderlo, otros más controlarme y procesarlos. Ella, por su parte, se incorpora del sillón y espera por respuestas.
Esas que no sé cómo dar o por donde iniciar.
Ingreso del todo a la casa y dejando el maletín a un lado. No hay rastros de mis hijos o mamá, ni a mi alrededor o en las escaleras. Si los conozco bien, deben estar encerrados con la abuela en un intento inútil que no note mi disputa con su madre.
—¡Dime algo! ¡Maldita sea! —grita con las manos empuñadas. —hazme entender, ¿Cómo puedes dormir tranquilo cuando tus hijos corren peligro?
Avanzo hasta quedar a centímetros de ella, guardo el móvil en mi bolsillo sintiendo pasos por las escaleras. Me sigue constando tener una disputa frente a mis hijos, detesto que tengan que presenciar esa versión insana de su madre.
El alivio que son mayores y están a puertas de la independencia no disminuye la decepción que representa el acto de Tessa en este instante.
—Lo de Nicole con el tal Billy está aclarado —respondo logrando contener mi enfado — me hiciste a un lado y te las arreglaste para que nuestra hija no me diera datos sobre su prometido.
—¿Ahora yo tengo la culpa? Cuando fuiste tú al burlarte de esa golfa y negarte a aceptar tu edad...
—¡No he terminado! —interrumpo.
Puedo ver a Nicole en la división entre salón principal y este. Agradezco que sus hermanos no estén y mamá tampoco, no dejo de lamentar que sea siempre ella quien le toque sortear estas situaciones.
—Mi hijo no quiere volver conmigo y sus hermanas irse de mi lado —llora y aprieta las manos en un puño mientras su cuerpo tiembla —me pediste una semana con ellos ¿Para qué? Querías ponerlos en mi contra...
La risa que sale de mis labios es amarga y niego sin poder creerlo. Nicole sigue en pie, con el semblante gris y la mirada triste. Hay rastro de llanto en su hermoso rostro, sus ojos hinchados hablan que lleva muchas horas haciéndolo.
—¿Por qué manejas las tarjetas de Renzo? — y palidece aferrándose a una silla —¿Desde cuándo lo haces Tessa? —Continuo—¿Por qué controlas el dinero de mi hijo?
—¿Es tu forma de esquivar tus acusaciones? —su voz en inaudible y mira a nuestro hijo —¿Vez de lo que es capaz? Ha puesto a tu hermano en contra, le lleno la cabeza de cucarachas y lo convenció de quedarse. Sabes que ellas no se irán sin él.
—¿Quién controla tus cuentas Nicole? —pregunto viendo a su madre palidecer.
El silencio cargado de llanto de mi hija es la mejor respuesta. Afirmo en silencio y le hago un guiño indicándole abandonar la sala. No es necesario que vea a su madre estar en vergüenza. Se aleja de forma sigilosa, tal cual llegó, me aseguro que no escuche lo siguiente que tengo por decir.
—Los hombres que intentaron llevarse a Renzo son amigos de tu esposo. ¿Qué tanto estás metida en esto?
—¡Estás delirando!
—Jamás he estado más cuerdo en mi vida. —repito —espero no tengas que ver o lo vas a lamentar.
En la vida una verdad llegó a mi tan clara como la que hay ante mí. La única razón por la que mi exmujer controla las visitas con mis hijos y se niega en dejarlos ir, es por el dinero que les envío. Tessa maneja sus tarjetas, entregándole raciones pequeñas, obligándolos a vivir al mínimo. Su esposo no trabaja desde hace tres años, básicamente, ella ha vivido a mis costas desde ese tiempo. ¿Por qué lo callaron y soportaron? No tengo idea.
—Tenía que asegurarse que nuestros hijos no quisieran irse ¿Cómo lo logra? Inventado un asalto...
—Él no es capaz de algo así. —solloza.
Llevado por una fuerza desconocida, logro calmarme, en esta oportunidad la verdad está de mi lado y mis hijos ya están a salvo. Ya no son niños a los que pueda manipular, están grandes y han abierto los ojos. Lo chistoso de todo es que es Renzo quien logró hacerlo.
—¡Eres el ser más despreciable! —habla tono alto y perdiendo el control. —tu forma de salirte con la tuya ¡Da asco!
—Tú eres la despreciable —replico en calma —nuestro hijo ha estado ahorrando cada céntimo para huir de ti.
Saco el móvil de mi bolsillo y le muestro el chat que he recibido de él. En él, no solo me dice que reconoce a los hombres, sino también el motivo de tanto dinero. Llevaba un año ahorrando para largarse lejos, en caso de que yo no lo quisiera en casa. La oportunidad la tendría en Atenas y dependía si yo le recibía o no.
Los hombres eran amigos de su padrastro y sospecha que este último tiene que ver con su secuestro. El miserable solía tener negocios con esos dos, que se rompió luego de una acalorada discusión.
—El hijo de perra de tu esposo le golpea y luego le obliga a pedirle perdón. En tus narices —repito —cuando es él quien debe besar el suelo que pisa mi hijo... ¡Mis hijos Tessa! —repito con vehemencia, con ella bañada el llanto —esos que me encargaré que no veas, ¡Nunca más!
—No puedes hacerlo... ¡MIENTES!
No solo puedo, tengo el deber moral de hacerlo y cuentos con las armas.
—¡Largo! —le ordeno señalando la salida —dile a ese hijo de perra que me encargaré de que se pudra en la cárcel...
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