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Capítulo 16

—¡Carajo! —me quejo cuando mi pie se tuerce producto del dolor—los tacones no son tu fuerte Génesis ¡Acéptalo!

Una mirada al problema, me muestra dos pequeñas elevaciones en ambos talones llenos de un líquido trasparente. Permanecer en tacones dentro de la tienda fue buena idea, hasta que el gran Augusto Doménico hizo presencia.

Retiro ambos zapatos, los lanzo a un costado de mi habitación y resoplo. Los deportivos blancos gastados tirados en un rincón parecen mofarse de mis pies.

—El problema fue caminar con ellos —hablo a los deportivos —Sí, lo sé, contigo, esto no sucedería —resoplo una vez más alejando el cabello de mi rostro —tienes razón, fui presuntuosa.

Era la vida, había usado tacones, imaginé que era supersencillo y no ameritaba otra cosa que equilibrarse sobre ellos. ¡Tonta de mí! Le lanzo una última mirada cargada de odio, por mi inexperiencia ahora estoy limitada. Con dos heridas en los talones el uso de zapatos se reduce.

Incluso los tenis resultaría una tortura.

En menor medida, pero lo harían. Igual que Jaqueline, cuando optó por callar las fechorías de mi madre. Alejo ese pensamiento de mi cabeza y voy por los tenis, dispuesta a comerme el mundo este viernes.

El día de ayer y por causa de Augusto, no hice planes para hoy ¿La razón? Insistió en que le acompañara en diversas reuniones. Había descubierto que no era capaz de negarle nada, cuando el pedido era con una sonrisa.

Fui un narrador omnisciente para algunos, una asistente para otros y para un puñado pequeño, su ligue del momento. Pese a lo que debería molestarme cada calificativo hacia mi persona, no fue así. Es posible que influyera el comportamiento de Augusto al negar cada uno de los señalamientos con una sonrisa en los labios.

Salgo a los pasillos, como no, cojeando porque los zapatos no hacen milagros, yendo directo a los ascensores. Me vendría bien quedarme en la playa, puedo liberar mis pies de la tortura que les he impuesto.

«La próxima vez que desees presumir, asegúrate que sea por tus logros como Chef, no fingiendo ser una femme fatale.» Me riño internamente.

Al abrirse las puertas del ascensor, inspiro y suspiro midiendo el largo pasillo ¿Qué tan importante es comer el día de hoy? ¿Es un pecado encerrarse en un Vryzas en Atenas?

Si camino lento un paso detrás de otro, dejaré de parecer un ternero recién nacido intentando caminar. Me lanzo a mi objetivo, sin dejar de pensar que hay un lugar reservado en el infierno para el que inventó los tacones y el que dijo que eran un símbolo de elegancia.

El caminar lento resultó siendo una buena idea, si ignoro el desnivel de mi pie izquierdo ¿Por qué duele más que el derecho? Es posible que se sienta rechazado o sea el hermano débil.

Como sea, aspiro el aroma de la victoria cuando estoy a escasos seis metros de la arena. Planeo retirarme los tenis una vez llegue a ella y me importará un comino las miradas de reproche.

—Génesis

Detengo los pasos al escuchar mi nombre en una voz juvenil masculina. Giro lentamente en búsqueda de esa voz, encontrándome con unos ojos negros, curiosos y un rostro lleno de inquietud.

El escrutinio es mutuo y sin tapujos, de dieciocho años o un poco más, estatura por encima del común, delgado y un cabello negro largo que cae sobre sus hombros de cualquier manera. Pircing en las cejas, nariz y cuento por lo menos otro tres en cada oreja.

Nada de eso causa tanta inquietud como la mirada que me brinda. Sus ojos oscuros escanean mi cuerpo y se posan en mi rostro. Afirma en silencio con rostro solemne, siento que con ese acto he pasado una prueba silenciosa que solo él conoce.

—¿Génesis Bennett? —su nombre en sus labios suena exótico, producto del acento fuerte en él.

—Depende de quién pregunte.

Lanzo el comentario en tono neutral, controlando los impulsos de cruzar los brazos. Es un chiquillo y yo una adulta, sus gestos no deberían inquietarte. Sonríe dando un paso al frente y mi reacción de dar un paso atrás en guardia le hace ampliar su sonrisa.

—Renzo Doménico —se presenta sacando una mano de su bolsillo —mi abuela me envío a buscarla.

El hijo de mi adorado tormento ¿Cómo no vi la similitud? Me centré en su atuendo hippie, ignorando el enorme parecido con su padre. Relajo mis hombros y estrecho sus manos admirando el parecido entre él y su padre. Sonrisa, labios, ojos y nariz.

—Espero no arruinar sus planes —sigue diciendo con actitud divertida.

Miro la playa con anhelo, luego mis pies, la molestia ha aumentado a mis dedos. Extraño a Hebe, no puedo negarlo, es una mujer con un corazón hermoso y bondadoso. Pero, me duelen mis pies.

—No, en realidad —le respondo lanzando un suspiro —planeaba quitarme los zapatos y tumbarme en la playa.

—¿En ese orden? —pregunta y niego con una sonrisa.

—Primero comería algo —confieso.

Él sigue sosteniendo mis manos y observo el gesto con intriga. Las suelta con rapidez y me obsequia una sonrisa cargada de disculpa.

—¿Le molestaría hacerlo en casa? —la pregunta la hace inclinando su cabeza, dejando al descubierto con ese gesto dos piezas negras detrás de su oreja.

—Será un placer.

Señala la salida con gesto elegante y afirmo en silencio. Si imito el andar del pasillo, puede que tenga el mismo éxito. Y lo hubiera logrado, si los ojos agudos de mi acompañante no se interfieran. Bastaron unos diez pasos para que notara lo extraño de mi andar y detuviera para observar mis pies.

—Usé zapatos asesinos —me excuso y el gesto de reír me recuerda a su padre.

—Sunny sufrió lo mismo en su primer día —me lanza una mirada fugaz y sonríe —puede quitárselos.

—Nada me encantaría más —suspiro y recibo su apoyo con uno de sus brazos —visitaré a tu abuela, no es nada elegante.

—Estará en casa, allí nada debe ser elegante. —comenta en calma.

Detiene sus pasos, se arrodilla ante mí y toma uno de mis pies. El acto es tan rápido que no da lugar a negarme, en un abrir y cerrar de ojos tiene los tenis en sus manos que ata con las cintas entre sí.

—Listo —responde viendo mis pies —¿Algún otro problema?

Me observa desde abajo con una media sonrisa y cejas alzadas. Niego y sonríe volviendo a erguirse y toma mis manos.

—Gracias. —afirma viéndome un instante y sonríe.

— Mi abuela y mi hermana la describen como alguien amable, interesante y hermosa —comenta sin dejar de ver hacia el frente — Sunny y yo teníamos muchas ganas de verla, pero usted a nosotros, no.

—He tenido muchas ocupaciones…

—No quería conocernos—responde indiferente. —no estaba obligada.

—Hebe estaba emocionada por la llegada de ustedes, que no quise incomodarles.

En ese punto hemos llegado al auto, abre la puerta del copiloto ayudándome a ingresar. No habla cuando ocupa el puesto detrás el volante, como lo imaginé, y se concentra en buscar la autopista.

—Mi abuela la quiere como una hija —lanza una mirada fugaz antes de regresar su atención al volante —no es muy dada a ese tipo de afectos con desconocidos.

—¿De allí la intriga de conocerme?

—No —su respuesta viene acompañada de una sonrisa —eso fue por papá. —frota dedos en su mentón antes de seguir —ha saltado todas las reglas.

—Desconocía de la existencia de reglas entre ustedes.

La curiosidad me hace lanzar la pregunta a quemarropa y a él sonreír sin tapujos. Me aclara que no son reglas entre ellos, son solo de su padre para mantener al margen a las damas.

—Papá nunca lleva a una dama a conocer a la abuela —confiesa.

—Yo conocí primero a tu abuela…

—Ese es el dato más interesante de todos —su dedo índice apunta hacia mí y luce bastante divertido al decir —jamás sale con alguien que trabaje para él, para la abuela o con algún tipo de amistad con ella.

—Pero…

—Y. —me interrumpe —la abuela jamás se lo permite —sigue —Las mujeres acosan a Augusto, no Augusto a las mujeres —finaliza viéndome un instante.

Sin tener claro que pensar ni responder, uso el silencio como mejor respuesta. Él, por su parte, se muestra divertido por mi silencio. Está lejos de haber acabado, sigue mencionando todas las cosas que su padre hace conmigo, atípicas para él.

Pasear por la playa, pisar los terrenos Vryzas y sacar a Dido es, según él, una excusa para verme. Pedir mi compañía para reuniones de negocios, brindarme apoyo y consuelo, etc.

—Romper una o dos es común si las féminas son diferentes. Todas, con una sola, nos hicieron querer conocer a la mujer que lo logró.

Si conociera los motivos por los cuales lo hace, las ganas de conocerme se disiparían. Soy para él, la persona que logró recuperar los recuerdos de su madre y bajo ese lema, hace todas ellas.

Me encantaría que la mitad de lo que las suposiciones de Renzo sean verdad, pero no es así. Lo que hay entre su padre y yo, alcanza a llegar a una atracción física que se ha acrecentado por mi insistencia en poner límites.

—Me están dando un poder, que no poseo —logro responder al fin.

—Todo es posible —responde. —todo es posible —repite una vez más cruzando las rejas de su hogar.

****

Mis pies jamás fueron tan bien cuidados como en el hogar Doménico. Con Hebe indicando que hacer, Sunny, dispuesta a seguir las pautas y Nicole mofándose de lo que llamó “Adolescencia tardía”. En un día de chicas agradable, que no deseaba llegara a su fin, en esa se convirtió mi visita a Hebe.

—Me divertí como nunca —confieso a Hebe. —tanto que no quiero irme.

Hebe, niega en silencio y gesticula. Sus nietas sonríen, pero no explican lo que me está diciendo hasta que no acaba. Antes que interprete lo que me ha dicho, entiendo que es un reproche cargado de verdad.

Hubiera disfrutado de muchos de estos días, si no estuviera huyendo de su hijo. La única razón por la que me alejé estos días, fue por él y no por darle espacio como aseguraba. Finalizo con una frase que no supe cómo interpretar.

“El destino es como un río, es más fácil fluir en él.”

—Puedes quedarte y mañana iremos a recoger tus cosas —sugiere Nicole y niego viendo a Hebe, que solo sonríe.

Me gustaría saber que encierra esa frase y lo que hay detrás de la sonrisa que me obsequia. Piden que espere a Zack que se ha ido a pasear a Dido o a Renzo. Renzo se fue  hace media hora, tiene una cita con una chica que conoció en una red social. No hubo poder humano que le hiciera cambiar de parecer, ni siquiera las amenazas de alertarle a su padre.

Niego las ofertas, ellas se irán en tres días y quedaré en esa casa con Augusto. Demasiada tentación para este cuerpo débil.

—¿Qué sentido tiene irte y regresar mañana? —se queja Sunny —si es por ropa, puedo ayudarte…

—Vendré mañana y los tres días siguientes —prometo levantándome de la silla al ver al taxi llegar. —presionaré ese timbre antes que el sol salga —recalco al ver que todas entornan los ojos.

—Te iremos a buscar si no llegas —amenaza Sunny y junto a las manos debajo de mi rostro en respuesta.

—Gracias por todo, fue un día increíble —admito y señalo las sandalias —mis pies están sonriendo, en estos momentos.

Bajo las escaleras antes que logren convencerme y entro al auto apresurada. Agito mis manos mientras le doy la dirección chofer sin dejar de despedirme.

—¿Cuál de los dos Vryzas?

—A cualquiera de los dos.

Si me deja en el primero puedo hacer el resto del trayecto a pie y disfrutar de la vista nocturna. Con un poco de suerte tropiezo con Zack y juego con Dido.

¿A quién mientes criatura? Deseas ver a Augusto.

—¿Turquía? —pregunta el taxista.

—Esmirna —respondo alejando la vista de la vía —¿Se nota?

—Algo—sonríe y dos hoyuelos se hacen cerca a sus labios —¿Está de vacaciones o visita a su familia? Lo digo por los Doménico.

—Un poco de ambas. —respondo viendo a las calles — Esta zona no la conocía. —asomo el rostro y admiro los callejones coloridos. —¡Es lindo!

Disminuye la velocidad nombrando cada sitio y la manera en que puedo llegar a él. El taxista se convierte en el mejor de los guías y aprovecho su experiencia escuchándolo en silencio.

—Si desea le doy mi tarjeta…

No le respondo, tengo toda la atención en la vida nocturna de Atenas. Un movimiento en un club llama mi atención, un par de hombres llevan cargados a un tercero que luce borracho. Un acto normal a esa hora de la noche, si no fuera por la manera en que llevan al hombre.

—Otra víctima de la delincuencia —susurra el taxista. —lo atraen con el engaño de una chica hermosa. Los turistas son presas fáciles.

Esos hombres lo están ingresando a un auto. Maldigo un par de veces cuando mis intentos porque se detenga no tienen los resultados.

—Lo mejor es no intervenir. —aconseja.

—No le estoy pidiendo un consejo… Maldita sea —lanzo un puntapié al notar que el auto está por arrancar —conozco a ese chico, es Renzo.

—Puede ser mismo, Ala, yo no voy a exponer…

—Lo haré yo —le interrumpo y me lanzo a la vía una vez se ha detenido.

Las opciones que tengo son pocas, al igual que los segundos. Obstaculizo el paso al auto y golpeo con las palmas de las manos el capo. Varias personas se detienen al ver mi reacción, un grupo retrocede ante el riesgo de ser dañado.

—Llamen a la policía —les grito golpeando el auto con fuerza —no está borracho, hace media hora estaba en casa hablando con su familia.

El auto ruge y avanza unos metros, intentando intimidarme, pero no me detengo. Soy consciente que hago la diferencia, si los dejo ir la noticia el día de mañana será desastrosa.

—Se llama Renzo, hijo de Augusto Doménico, dueño de los hoteles y clubes, Hebe.

Desconozco cuanto tiempo pasan, pueden ser minutos, que siento como eternidad. Una de las puertas traseras se abre y el cuerpo de Renzo es lanzado a las llantas de un auto que pasa en ese instante.

Lanzo un grito desesperado y abro los brazos llamando la atención del conductor. Los agresores aprovechan que todos se lanzan a auxiliar a Renzo para escapar. El conductor de auto ha logrado detenerse, unos centímetros más y Renzo no cuenta la historia.

Me arrodillo ante él y tomo su cabeza entre mis manos, no hay heridas en su rostro. Un par de raspones en sus codos producto de su caída, nada más.

—¡Renzo! —le llamo golpeando sus mejillas.—Hay que llevarlo a un hospital —les pido a todos —por favor — ruego, pero se niegan a ayudarme.

—Yo lo hago.

La voz del taxista me hace alzar el rostro y lo encuentro en pie, no se ha ido, tiene en sus manos mi mochila y observa a Renzo.

—Ayúdeme —me pide—cuando llegue a la clínica llame a su familia.

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