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Capítulo 15

Tomé la decisión de alejarme de Hebe por no ser una buena compañía. Fueron muchos los motivos que. E llevaron hasta allí. La llegada de los chicos, que Augusto y Hebe necesitaban privacidad para disfrutar con ellos. En menor medida los ataques de esa mujer, en dos ocasiones, suficientes para prender las alarmas.

Tengo demasiados problemas con aceptar la traición de mamá, vivir con ella y lo que puedo perder, como para sumarle los ataques de una mujer celosa. Muchas lo verán como cobardía, yo lo llamo autoestima.

Continué con la exploración de la ciudad, con el móvil apagado que encendía solo para hablar con las chicas y Sawyer. En medio de sus pláticas salía siempre a relucir lo valiosa que era para ellos y cuanta falta les hacía. Adoré sus intentos para alzarme los ánimos, que no siempre daban resultados y no tuve otra opción más que volverme experta en fingir que sí.

¿Cómo se olvida una traición de ese tipo? Ángeles Bennett, mi madre, compañera de lucha y quien me trajo al mundo, quiso dejarme en la calle. Cada acto realizado en mi contra demostraba lo que llegó a odiarme ¿Era ser hija de Ali Aydin suficiente motivo? Suponía que sí.

No importa que sus planes no lograsen materializarse, ella quiso dejarme en la calle. Eso e atormentaba haciéndome avanzar por senderos oscuros. El peso de ese dolor se hacía cada vez más insoportable, llegando a odiar mi existencia.

En medio de todo, comprendí que por sí sola o con la ayuda de amigos no podría sanar. Cuarenta años de mentiras no podían simplemente desaparecer de mi cabeza y la felicidad no florecería como por arte de magia.

Vender la casa, alejarme de los amigos de mi madre, eran solo paños de agua tibia. Las vivencias estaban en mi cabeza, sin importar si vivía rodeada de sus recuerdos o en un sitio libre de ellos. Necesitaba ayuda profesional, cuanto antes.

Odié mi apariencia, el corte de cabello largo, simple y sin sentido. Mis trajes sin un estilo definido y poca gracia. Empecé a aborrecer cada parte de mí y no lo comprendía. Me estaba volviendo loca o era producto el daño dejado por mamá.

Tardé en darme cuenta de lo que sucedía.

Cierto día en que la lucidez no me abandonó, lo entendí. Cada una de mis decisiones fueron guiados por los consejos o insultos de Ángeles. La vestimenta no era la excepción.

“—¿Por qué te cortaste el cabello? Eso solo lo llevan las prostitutas.”

“—¿Pantalones? Si lo que deseas es levantar la libido en los hombres y ser irrespetada por ellos ¡Úsalo! Más apretados, incluso.

“—¿Zapatos altos? Son para mujeres en busca de sexo.”

“—No es necesario que rías como hiena. Una dama decente no hace tanto ruido.”

Pasó todas sus frustraciones en mí y yo adopté cada una de ellas por considerar a mi madre incapaz dañarme. Es posible que sufriera algún tipo de traumas que me hicieran creerle o de plano era estúpida. Como fuera.

No le permitiría seguir destruyendo mi vida, nunca más. Estaba dispuesta a sanar y pagaría el precio necesario para ellos. Acudí a un salón de belleza, pedí un cambio de look dándole carta abierta al estilista. Hizo dos preguntas, una de ellas fue sobre mi profesión y mi respuesta le hizo asentir sin hacer comentarios.

—¿Qué tanto de cabello estás dispuesta a perder?

Mi respuesta fue contundente.

—¡Sorpréndeme!

Cuando sus manos ágiles cortaron dos tercios de mi cabello, no me molestó en lo absoluto. He perdido tanto en estos últimos meses, que un poco de éste no haría la diferencia. Volvería a crecer, no puedo decir lo mismo de los años perdidos.

Al final de la jornada, quedé sorprendida y feliz por el resultado. Un corte que llamó Bixie, una base más corta por detrás y alargada hacia los laterales y el flequillo, quedando por encima de la mandíbula.

Los ojos del estilista brillan acariciando mi cabello y sacudiéndolo en sus partes más largas. Se muestra orgulloso de su obra maestra y bendigo sus manos viendo mi imagen en el espejo.

—Castaño claro, perfecto para tu rostro ovalado y rejuvenecer. —me hace un guiño, divertido — si no dices que tienes cuarenta, nadie lo notaría.

—No me molesta la edad.

—Una mujer inteligente y madura —replica y mira mi traje —¿El cambio aplica para tu ropa?

—Es mi segunda parada —comento levantándome y viendo mi traje beige con flores azules.

—Tengo un excelente lugar …

Y de esa forma acabé la mañana, en medio de consejos de que colores debía usar y combinar, el tipo de trajes que deben estar  en un ropero y zapatos. Una pequeña guía de lo que no debía tener en un guardarropa con base en mi edad.

—Nunca imaginé que gastar dinero, me haría feliz y alejarme de los problemas —le confieso a la mujer que en estos momentos me enseña un vestido.

—Invertir en uno mismo es la mejor terapia —responde con rostro alegre —y no lo digo por la venta…—detiene su diálogo y mira hacia la entrada —¿En qué podemos ayudarle?

—Gracias, he visto algo por el cristal que me ha interesado.

Mi piel se eriza al escuchar su voz mientras mi mano se aferra con fuerza al vestido que la mujer me ha entregado. Ella me rodea y avanza hacia el recién llegado y yo intento conservar la calma.

—Con gusto, mi compañera lo atiende. —habla en tono amable.

—Lo que busco, no tiene precio. —gruño, fastidiada por la reacción de mi cuerpo.

Augusto Doménico, no puede hacer de mí un mar de nervios con solo hablar. Doy una enorme bocanada de aire antes de girar lentamente y obsequiarle mi mejor sonrisa.

La buena noticia es que no mira mi cuerpo, solo mi rostro. Me he quedado con uno de los vestidos, por recomendación de la mujer. En color rojo, ceñido a la cintura y caderas, con el hombro izquierdo descubierto.

—Génesis, es un placer poder verte. —saluda. —En casa te extrañamos.

Su boca se curva en una sonrisa que baja mis defensas y derrite mi voluntad de mantenerme lejos de él. Percibo en ese “Casa” un tono íntimo que reseca mis labios.

—Buenas tardes, Augusto —saludo en el mejor tono neutral que encuentro. —He estado ocupada.

—Eso veo —susurra avanzando en mi dirección.

Contengo la respiración al verle acercarse, pero se detiene en una distancia prudente. Empleadas y clientes, detienen lo que hacen para vernos, un par de femeninas me miran con rastros de curiosidad y admiración.

—¿Qué te …? —tartamudeo y maldigo internamente — ¿Qué haces por este lado de la ciudad?

Viste un traje gris de tres piezas, su cabello peinado hacia atrás, la acostumbrada barba bien cuidada y ese brillo en sus ojos al sonreírme. Si continúa viéndome de esa manera, voy a desmayarme. Es agradable que te vean como si fueras una diosa, pero él me hace sentir torpe.

—Estaba en la clínica —señala.

—¿Estás enfermo? —niega, sonriente —¿Hebe y los chicos?

—Todos estamos bien. Buscaba algo para mis hijos cuando te vi por el aparador —suspiro, aliviada y sonríe —no se detengan por mí. Puedo esperar a que terminen.

—Vamos a tardar…

—No tengo prisa —me interrumpe.

Detesto ser el centro de atención, algo que sucede en estos momentos. No me había fijado en lo conocido que era hasta que insiste en hacerme compañía.

—Vas a aburrirte…

—Te aseguro que no. —responde seguro.

Ingresa una mano en su pantalón viendo a su alrededor con interés. Los curiosos dejan de vernos y centran su atención en comprar y vender. De vez en cuando nos brindan una sonrisa, comparten secretos y sonríen. ¡Se burlan de mí!

—No tengo planeado alejarme ahora que te he visto.

Vuelvo el rostro a él quien se acerca a una de las chicas de la tienda. Necesita comprar un par de cosas, ¿Qué tipo de cosa? ¿Será para la amante molesta? No parece ser el tipo de hombre que compre a su madre, aunque he demostrado ser mala para juzgar a los demás.

—¿Dónde queda la zona juvenil? —le pregunta a la chica.

—¿Qué busca exactamente?

—Ropa informal, 25, 23 y 20 —describe a la mujer—dos chicas y el ultimo un chico. —continúa —nada de negro para los dos últimos.

La mira a los ojos mientras detalla lo que desea, sorprende lo exacto de las tallas y gustos. Las edades que ha dicho son las de sus hijos. Como ser humano admiro y aplaudo que sepa los gustos. Como hija, siento envidia por Nicole, Renzo y Sunny.

Hebe lo señala como un excelente padre, ha estado para sus hijos en los momentos más críticos. Resalta la época en que Renzo sufrió acoso por sus problemas de audición. Antes de entrar en control y de usar el dispositivo que le permite escuchar sin problemas, solía llegar a la casa con moretones y la ropa sucia. Sin mencionar las bajas notas.

Augusto detuvo su agenda y viajó a Salónica (sitio de residencia de su ex con sus hijos). Estuvo allí el tiempo necesario para buscar una solución, tanto en la escuela como en la salud de su hijo.

“—Tessa le pedía dinero para un supuesto control que nunca existió. La única pelea que mi hijo ha ganado con ella.”

—¿Se lo llevará? —la voz de la chica que me acompañaba me hace alejar la mirada de Augusto a regañadientes.

—Por favor.

—¿Algo más? —niego con la vista fija en él.

He perdido el interés en seguir comprando, su presencia llena el lugar y me distrae. La vendedora le muestra varias prendas, femeninas y masculinas. La rapidez con la que las mira y desecha una u otra, causa intriga en todos.

—¿Lencería? —pregunta la mujer.

—Me encantaría ver el rostro de Nicole y Sunny —dice —algo me dicen que no van a saltar sobre mí y el recordatorio que no son unas bebés tardará una semana. —me lanza una mirada cómplice y me hace un guiño.

****

—Yo pago —Augusto intercepta la mano que intenta entregarla a la dependiente.

—De ninguna manera…

—¡Por favor! —insiste —no hagamos un escándalo —susurra viendo a nuestro alrededor.

—Puedo pagarlo —insisto intentando zafarme, pero me lo impide. —¡Deseo pagarlo! —continúo diciendo.

—Cobre todo de aquí —le entrega su tarjeta lanzándome miradas, divertidas —cuidas a mi madre y te niegas a recibir un salario.

—¡No es lo mismo! —gruño entre dientes —Es una amistad, no un trabajo.

—En ese caso, míralo como un obsequio de amigos —continúa, ajeno a mi molestia y lanzándome miradas, divertidas —permíteme contribuir en parte al renacimiento de una diosa.

—¡Hay, no seas payaso! —me quejo.

La mujer detrás de la caja finge no escucharnos, pero se le escapan un par de sonrisas que me hacen pensar lo contrario. Resignada, desisto de luchar y bajo la guardia.

—Fue un placer atenderlos —nos dice la chica devolviéndole la tarjeta —linda tarde.

—¡Gracias! —respondemos al tiempo.

La salida es en silencio, el centro comercial está repleto de personas haciendo difícil caminar uno al lado de otro. Estoy tan concentrada en esquivar personas que me sobresalto al sentir que toma mis manos.

—Separados no llegaremos nunca —bromea cuando nota me he quedado viendo nuestras manos —el auto está en el sótano ¿Quieres almorzar aquí o en otro lado?

—Quiero ir al hotel —respondo y su ceja se enarca de una manera que grita peligro.

—Primero hay que comer, no quiero que te desmayes.

«¡No es una invitación! Quiero ir al hotel y encerrarme, estar lejos de ti y lo que me haces sentir.»

—Comeré en el hotel —insisto.

Soy vilmente ignorada, en lo que dura nuestro viaje al sótano, decidió comer en un lugar más privado y con menos gente. Busco una manera de librarme de su inquietante compañía. Cada segundo que paso a su lado, reafirmo lo que me llevó a alejarme.

Augusto Doménico es un peligro para mi paz mental.

—¿Has hecho un tour en yate?

Me lanza una mirada fugaz y niego en silencio regresando mi atención en las excusas. No me interesa que tan inmadura me vea. Es mejor ser señalada de eso, que destrocen mi corazón una vez más. Ya no tengo veinte ni treinta, mi juventud se ha largado sin disfrutarla.

Necesito calma, estabilidad emocional y sanar. Nada de eso lo encontraré en Augusto y su séquito de amantes locas y celosas. No deseo ese tipo de emociones para mi vida y si para lograrlo, debo pasar por inmadura.

¡Bienvenida la inmadurez!

—Si no tienes nada planeado para este domingo, me encantaría mostrarte un lugar. —presiona el ascensor lanzando miradas fortuitas. —sé que te debo una explicación…

Se detiene al abrirse las puertas del ascensor, pulsa el botón del sótano y decido hablar antes que él lo haga. Es probable que buscar ayuda en él ocasionara los celos en su amante. La chica ha confundido nuestras visitas, con algo más serio.

Lo he visto en más de una decena de ocasiones con mujeres distintas. La que se presentó en el hotel, es la misma que la de la playa, el día que rescaté la bolsa de Hebe.

Distinta a la de la jefatura y la del día en que recibí los documentos de Sawyer y a muchas otras más. Lo que me hace pensar que no es alguien serio o quizás esté acostumbrada a lo voluble del miembro de su amante.

—Estoy aquí de vacaciones, no deseo problemas —inicio y afirma en silencio —busco tranquilidad, paz. Eso no es posible si sigo frecuentando a Hebe.

—¿Te hice sentir incómoda? —pregunta con sorpresa —te aseguro que no fue mi intención.

—Una chica me interceptó a las afueras del hotel. —continúo sintiendo su respiración pesada —no pasó a mayores, pero no deseo ese tipo de escenas.

—Greta —gruñe su nombre de una manera molesta —ha estado acosando a todos…

—No necesito detalles —le interrumpo alzando la mirada hacia él —con que no vuelva a acercarse, me basta.

—Deseo darte los detalles —responde con la vista fija en mi rostro.

*****

El enojo por el acoso de Greta y los errores cometidos por mí al salir con chicas jóvenes, me impidieron ver las respuestas. Me centré en el problema y no busqué soluciones.

En una noche de insomnio en donde un rostro ovalado ocupaba mis pensamientos. Éstas llegaron como las aguas frescas y cristalinas de una cascada en una tarde calurosa.

Ya le había insistido en una prueba de ADN, que se negaba a hacer bajo el pretexto del riesgo de su bebé. No dudaba de su estado de embarazo, apenas lógico para alguien tan activo sexualmente como Greta.

—Era mi paternidad la que estaba en duda —sigo diciendo con ella viéndome en silencio —no me siento orgulloso de mis acciones anteriores, Nicole sufrió por ellas. Pero un hijo, son palabras de grueso calibre.

Nunca he pensado en tener más hijos, estaba satisfecho con los tres que la vida me dio. Mi deseo al casarse en las dos oportunidades que siguieron al divorcio, fue por soledad, darles un hogar y poder luchar por su custodia. Con cincuenta años no busco un hogar o hijos, solo el disfrute de la vida y nada más. No estoy solo, tengo a mi madre, la mejor de las compañías.

—Tuvo sexo con ella sin protegerse ¿Qué esperabas? —sonríe —y ella…—se alza de hombros —Si no es su hijo, como aseguras, su acto refleja desesperación y habla de su inmadurez.

No hay reproche en su comentario, lo que resulta extraño. Ella no está sintiendo lo mismo y le da igual lo que escucha o estoy tan acostumbrado al drama que no sé cómo tratar con su madurez.

—¿Qué harás para salir de dudas? —pregunta dándole un sorbo a su bebida. —negarse a una prueba de ADN, no es de ninguna manera una prueba en su contra. —se encoge de hombros —su miedo por el riesgo puede ser real.

—¿Qué sugieres?

—Presionar con demandar si no se hace esa prueba —sugiere y sonrío ante su rostro molesto —decir que está manchando tu buen nombre, debido a tu edad, tu salud está viéndose dañada…

—¿Me estás diciendo viejo? —pregunto indignado y su acción es reír —¡Eres una bribona!

—Y tu un inmaduro —contraataca —¿No quieres hijos? Simple, la vasectomía.

El corte resalta su rostro y el color de cabellos sus ojos. Sigo percibiendo la tristeza por momentos en sus facciones, aunque se las arregle para disimularlas. Retiro una cartilla de mi saco y se lo entrego.

No hay emociones en su hermoso rostro al ver las imágenes del folleto, sonríe al ver algunas de ellas. El rostro de Greta está en ese folleto, junto con por lo menos cuarenta mujeres más.

—Buscaba damas de compañía —esta vez hay rechazo en su voz. —no lo juzgo, pero…

—No la conocí allí —me defiendo —me lo entregó un investigador privado. Junto con el nombre del ginecólogo que asiste su embarazo.

—¿Y? —agita sus manos, emocionada por seguir escuchando lo que hace reír —no puedes dar un dato de esa magnitud sin una explicación.

—No estaría diciéndote todo esto, sin tener una respuesta —le confieso y su sonrisa muere en los labios —acabo de tener una reunión con él. Greta tiene cinco semanas de gestación.

Entonces palidece y aleja el cuerpo de la mesa. Sus manos tiemblan y las empuñan con fuerza. La última vez que estuve con Greta, fue tres semanas antes de volver a ver a Génesis. Ese día en la playa existían planes de salir en yate (ella quería, yo no), pero nunca salimos. Mi hija me llamó antes de zarpar para decirme que mamá estaba desaparecida.

—Es tuyo —niego y sus labios se fruncen —¿Cómo qué no?

—Para ser mío debe tener 12 semanas —le explico y el alivio regresa a su rostro, lo que genera en mis entrañas una luz de esperanza —le expliqué la situación al ginecólogo…

—Tengo una duda —interrumpe inclinando su rostro hacia mí —¿No se supone que esos datos son confidenciales? ¿Cómo hiciste para que ese doctor te los diera?

—Fui convincente —ella frunce los labios y entorna los ojos —es posible que amenazara un poco.

—¿Quién es el bribón? —se queja en medio de risas—lo siento por el niño. Estoy segura de que a pesar de las circunstancias en las que fue gestado, serias un buen padre.

—¿Tú crees?

—Estoy segura —dice tomando la copa en sus manos y vuelve a sonreír.

—¿De quién fue la decisión de no casarse o tener hijos?

El mesero trae la carta, me imaginé que tardaría en hacer el suyo, haría miles de preguntas y optaría por algo sofisticado. Después de todo, estoy ante una experta en el arte culinario. Nada más y nada menos un miembro del Vryzas, sus chefs, son casi una celebridad en Atenas.

Hace su pedido y el mío, en tono bajo, lo que no me molesta, todo lo contrario. Una vez acaba y solo cuando el mesero se ha ido, centra su atención en mí.

—Del destino, supongo —responde y pasa saliva. —estuve en embarazo una sola vez. Encontré a novio con otra, al ser sorprendido me atacó. Su asalto fue tan feroz, que me arrancó a mi bebé y la posibilidad de ser padre. Me hicieron una histerectomía y nadie quiere a una mujer incompleta. Lo entendí rápidamente.

—Lo lamento, no quise… —sacude la cabeza restándole importancia, pero su rostro muestra el dolor que los recuerdos le producen.

Ha demostrado una fortaleza inmensa al soportar tantas cosas y seguir en pie. Tener un hijo no te convierte en mujer, su madre la tuvo a ella y su comportamiento fue similar al de una hiena.

—Decir que una mujer vino al mundo solo a gestar hijos, es lo más troglodita que existe —logro decir al fin —siento mucho tocar un tema tan delicado.

—No hay problema —sonríe —ya no duele como antes.

Ahora entiendo su resistencia a hacerse una prueba de embarazo y no dar explicaciones. La seguridad con la que expresaba no estar embarazada.

Tomo ambas manos y las entrelazo con las mías. Ella está a punto del llanto, sus ojos están cristalizados y su barbilla tiembla.

—¿Hace cuanto fue?

—Diez años —responde en un hilo de voz —era mi cumpleaños número treinta —suspira —¿Sabes que dijo mi madre cuando lo supo?

—¿Qué? —pregunto, aunque una parte de mí no desee saber nada sobre esa mujer.

—Lo mejor que podía sucederle a una mujer era nacer infértil. —sonríe con sorna—me encerré en mi trabajo y en su cuidado.

—Le creíste —explico y ella muerde sus labios —¿Seguías a ciegas sus consejos?

—No siempre.

limpio el exceso de llanto con el dorso de su mano y dándole espacio para calmarse.

—Por diez años le hice caso, en mi cumpleaños número cuarenta, quebré la principal de todas. La decepcioné y no sé si eso fue bueno o malo.

—¿Te arrepientes? —quiero saber, anhelo saber y me encuentro esperando la respuesta con ansias.

—Solo de haber olvidado aparte de esa noche—responde luego de una larga pausa. —En fin —suspira alejando sus manos y limpiando su rostro con delicadeza. —supongo que hay cosas que nunca dejan de doler.

—¿Estás disponible para el domingo? —pregunto al fin.

—¡Convénceme! —me reta cruzando sus brazos, esforzándose por parecer fuerte.

—Eres el primer deseo que me fue concedido y según recuerdo faltan dos.

La reacción de juntar las cejas es fugaz, como si un destello de recuerdo cruzara su cabeza. Por un instante se queda viendo mi rostro en silencio y cuando creo no dirá nada acaba por afirmar.

—Si no me gusta, no vuelves a saber de mí.

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