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Capítulo 12

En los días que han seguido he dividido mi tiempo entre Hebe y armar el caso en contra del esposo de mi padre, Emir Acar. Augusto Doménico me ha contactado con uno de sus abogados y ambos se han comprometido a ayudarme. Por el momento, Hebe desconoce mi historia, aunque la cercanía entre su hijo y yo no ha pasado desapercibida a sus ojos agudos.

—¿Dónde debo firmar? —le pregunto a David, el abogado amigo de Augusto y la persona que tendrá a cargo el caso en contra de Emir.

—Encima de tu nombre, al final de cada documento —explica pasándome un bolígrafo de la mesa de Augusto.

—Deberías leerlo —aconseja Augusto y niego.

Si es amigo de él y tiene bajo su cuidado su fortuna, es de fiar. Augusto me ha demostrado que la primera impresión sobre alguien no siempre es la correcta, que los prejuicios son un pésimo disfraz de la ignorancia.

—Confío en ustedes —respondo dando el primer trazo.

Augusto me ha prestado su hombro para llorar, ha consolado mi llanto y me ha apoyado. Su amigo fue optimista desde el primer instante en que supo mi caso. No había manera de que perdiera la casa y pidió como honorarios una cena en el apartamento que comprara luego de vender la mía.

—Creo que son todas —le extiendo los documentos que toma y verifica que todo esté bien.

—Presiento que este trato, será uno de los mejores de mi carrera —sonríe viendo a su amigo que entorna los ojos —ni cuando me casé estaba tan emocionado por firmar.

—Es raro que lo recuerdes, estabas borracho —se mofa Augusto con un David sonriente.

—Al igual que tú, jamás olvido lo que hago alcoholizado. —centra su atención en mí y pregunta —¿Qué hay de ti Génesis? ¿Pierdes la memoria con el alcohol?

—¿Qué te digo? —finjo pensar con la mirada de ambos puesta en mí —se me olvidan hasta los sentimientos, por fortuna solo han sido dos veces.

Ambos sonríen, David más que Augusto y le lanza miradas extrañas. Alguna anécdota debe tener de su amigo, pero se cuida en decirla, lo que me decepciona un poco.

—¿Te apetece demostrarlo?

—¡No! —me apresuro a decir y esta vez solo David sonríe.

—¿Por qué no? —insiste y señala a Augusto —yo iré con Sonia y tú con Augusto —sugiere —Viviremos el presente y nos tomaremos el pasado —agita los documentos afianzando sus palabras —sellaremos este negocio como se debe.

Eran las tres de la tarde, mi cita con Hebe se cumplió en la mañana, almorcé como era costumbre con ella y me excusé por no poder quedarme. No hizo muchas preguntas y se lo tomó bastante bien. La llegada de sus nietos la tenían emocionada organizando sus habitaciones y una reunión de bienvenida.

—Augusto ya tiene planes —el mencionado enarca una ceja, intrigado —siempre los tienes.

—¿Los tienes? —David lo mira un instante y al verlo negar sonríe —¡Perfecto! A las nueve —toma el maletín mientras se incorpora de la silla —amaras a mi esposa.

Estrecha una de mis manos y observa mi rostro sin dejar de sonreír. Por Augusto, sé que son amigos desde la escuela, conservan una amistad de más de treinta años y aseguran nunca han tenido una desavenencia, por lo que se ven como hermanos.

—Te mantendré al tanto —habla avanzando a la puerta —no olvides llamar a tu Tío —me hace un guiño por encima del hombro y se pierde detrás de la puerta.

Le había prometido a Sawyer, hablar con él y no se había presentado la oportunidad. Estos cinco días han sido de estrés, preguntas sin respuestas y depresión.

—Lamento que te vieras obligado a aceptar. —me excuso alejando la mirada de la puerta y centrándome en él.

En traje blanco y sin corbata, su cabello ha crecido un poco y lo lleva peinado a un costado. Reclina su cuerpo en el sillón y cruza sus brazos, viéndome a través de sus largas pestañas.

—¿Qué te hace pensar que me vi obligado? —sonríe —David adelantó mi oferta y de paso arruinó mis planes.

—Arruinó tus planes...

—Contigo — me interrumpe —iba a invitarte a una copa.

—Hay muchas noches más —respondo con el sonriente.

—¿Es una invitación?

—¿Tú qué crees?

La voz de su secretaria por el intercomunicador, recordándole la cita de las cuatro, detiene la conversación. Observo embobada su rostro de perfil mientras ve la hora y sus cejas fruncirse. Augusto Doménico es un derroche de elegancia y buen gusto, pero también un peligro.

—Te ofrezco mi oficina para que hables con Sawyer sin interrupciones —señala su laptop antes de seguir —La clave es el nombre de mi hija mayor con la suma de las edades de los tres.

—¿Un acertijo? —pregunto, divertida y sonríe.

—Necesito saber que tan interesada estas en nuestras conversaciones —replica tomando el saco e incorporándose.

—¿No habrá problemas con Lorena? —susurro y niega haciendo un mohín similar al de su hija cuando escucha algo absurdo.

—Posees muchas dudas y él puede responderlas.

Se detiene al llegar a la silla en la que estoy y me observa por largo tiempo sin decir nada. Acaricia mi mejilla con el dorso de su mano y al llegar a la barbilla se detiene.

—Espérame aquí. —dice —enviaré un servicio especial. —Con una inclinación de cabeza y un guiño, sale de la oficina.

Siento que he sido hipnotizada, en los siguientes minutos no muevo un músculo y me quedo viendo el sillón que minutos antes ocupaba. Sonrío como estúpida pasando mis dedos por mi mejilla.

A regañadientes tomo el móvil, le envió un mensaje a Sawyer y espero una respuesta. Quince minutos después, recibo la respuesta y me incorporo del sillón.

****

Sawyer acepta que su hermano nunca le pidió buscarme o cuidar de mí, se trató de algo que le nació luego de conocer de mi existencia. Se enteró de que tenía una sobrina cuando su hermano agonizaba producto de un cáncer invasivo en la cama de un hospital.

Ali Aydin, el hombre que me dio la vida, le confesó a su hermano Sawyer que tenía una hija a la que no pudo darle el apellido ni verla crecer, por culpa de su cobardía de no luchar por ella.

El llanto de su hermano mayor, por la hija que nunca pudo ver crecer y de que solo poseía fotos tomabas por detectives privados, le marcó. Prometiéndole en su tumba que me buscaría y se aseguraría que estuviera bien.

Sawyer, fue amplio en detalles, incluso aquellos que no pedí por carecer de interés. Uno de ellos fue como se conocieron mis padres. Al Aydin era chef en el Vryzas principal de Atenas, en aquel tiempo eran un restaurante. La empresa contaba con varios hoteles, la mayoría en Grecia y solo uno en otro país.

Para ser exacto, en Esmirna, Turquía.

Ángeles Bennett buscó Atenas como medio de escape luego de una fuerte discusión con su esposo. Habían hablado de divorcio, pero ninguno de los dos había buscado los buenos oficios de un abogado.

—Se conocieron cuando tras almorzar ella quiso felicitar al chef —continúa Sawyer y su rostro se muestra contrariado —Ali asegura que era una hermosa mujer, su belleza le hizo olvidar la promesa hecha en el altar.

Un tórrido romance de más de dos meses, que acabó una tarde cuando Ali, llevado por la culpa, quiso darle punto final. Mamá lanzaría sobre él las tres confesiones que cambiarían su destino y le llevarían al divorcio dos décadas después.

Había decidido darle a su matrimonio otra oportunidad, estaba embarazada y no iba a tenerlo. Los hijos nunca estuvieron dentro de los planes, ni de ella, ni de su esposo. El término padre no era para ellos, ella no permitiría que un bebé no deseado llegara a destruir su hogar.

La ironía es que Ali y su esposa no habían logrado tener familia, varios estudios mostraron a la mujer como infértil. La noticia que tendría un hijo y que no nacería, le hizo pedirle perdón a su esposa y confesarle la traición.

Su esposa le demostró la pureza de su alma, no solo al perdonarle, también en decirle que estaba dispuesta a darle un hogar a ese bebé. Ellos estaban planeando adoptar ¿Qué mejor niño que uno que llevara la sangre de su esposo?

Estaban dispuestos a darle dinero a Ángeles con tal de que no interrumpiera el embarazo. Ella solo debía decirle a su Emir, que estaba ayudando a una pareja para tener un hijo. Una cifra con muchos ceros lograría calmar la furia del hombre, al que Ángeles describía como ambicioso y amante del dinero fácil.

—Convencerla no fue fácil, ella era enfática en decir que no quería hijos —continúa Sawyer —lo siento —se excusa al verme bajar el rostro.

—No te preocupes —le calmo —no pasa nada.

Aunque la verdad es que pasa de todo. El ingreso de Lorena a la oficina me hace guardar silencio. Ella abre la puerta y le da espacio a un mesero que arrastra una mesita. Señala un sitio en un costado en donde debe dejarla y permanece allí hasta que el hombre sale.

En ningún momento hace contacto visual conmigo o me habla. David la describe como una chica fría de pocas palabras. Sospecho que yo no le caigo bien o mi presencia en la oficina de su jefe le incomoda.

—Aceptó solo porque ese hombre le dijo que era buena idea.

—¿Él creía que eran hijos la otra pareja? —Sawyer afirma, mientras yo resoplo. —Debiste decirme desde un comienzo quién eras, todo sería más fácil.

—Con Ángeles todo era complicado.

—Ni que lo digas —respondo con amargura. —¿Qué ocurrió después?

—Emir era un tipo astuto, encontró contradicciones en las declaraciones. Descubrió la infidelidad. La enfrentó discutieron y se regresó a Turquía.

Mi madre iba por el quinto mes de embarazo cuando eso ocurrió. Mi madre regresó a Turquía, llamó a los Aylin desistiendo del trato y amenazándoles con interrumpir el embarazo si le buscaban.

—No sé qué es peor, la amenaza o que la creyeran capaz. —comento.

—Demostró que lo era —suspira —no necesitas que amplíe ese comentario. Sigue siendo tu madre y le estaré agradecido por darte la vida.

—Ella pudo entregarme y no lo hizo.

Un nudo se instala en mi garganta impidiéndome seguir. Siento un vacío en mis entrañas y una opresión intensa en mi pecho. Deseo pensar que el no abortarme es por tener un mínimo de afecto hacia el bebé que venía en camino.

Es mejor pensar de esa manera y no deshilar la verdad. Si decidió tenerme es por el dinero que sabía heredaría por ser la única hija de Ali Aylin.

—Le perdió el rastro por varios años. Cuando te encontró tenías cinco años y acudías a un jardín.

—Ahora entiendo cambio de trabajo y ciudad.

—Huía, al ser descubierta —la confesión ocasiona que la bilis suba por la garganta —Se radicaron en Esmirna por dos razones. Ali había muerto y se reencontró con Emir, de quien seguía casada. Eli estaba en una relación con la que existía dos hijos, pero no fue impedimento.

—Era su amante.

—En papel seguía siendo su esposa.

Al morir su hermano, Sawyer envío a los abogados para hablarle de la herencia. Sawyer se cuidó de no mostrarse ante ella o que se enterara de su existencia. En un intento de evitar que el dinero cayera en manos de Emir o fuera malgastado por mi madre. Ali, dejó pautado que solo yo podía acceder a ese dinero. En retaliación, ella se negó a hacer una prueba de ADN o decirte la verdad.

—Puso como excusa tu edad y lo difícil que sería para ti saber que tenías padre, pero murió. Prometió que decirte la verdad cuando cumplieras la mayoría de edad, pero eso nunca ocurrió.

Contrario a su hermano, Sawyer no estaba dispuesto a rendirse. Siguió mis pasos, vigilando que no hiciera conmigo algo estúpido. Fue por ese motivo que ella no permitía que quedara sola en el apartamento. Lo describe como una guerra silenciosa, en donde nunca mostró el rostro.

—Esperaba a que cumplieras la mayoría de edad. Entonces, me enteré de que estudiabas gastronomía y yo había ganado un concurso para dirigir el Vryzas —sonríe —busqué a uno de tus instructores, le di las pautas y esperé que fueras tan virtuosa como tu padre.

Empecé a trabajar con él y se enteró de la estrecha relación que tenía con mi madre. No podía llegar y contarme la verdad, no le iba a creer y ni siquiera me escucharía en su totalidad.

—Y corría el riesgo de que me odiaras. No quería eso.

—¿Cuándo se enteró mi madre quién eras?

—Cuando te dieron las llaves de la casa —responde de buen humor —jamás vi tanto odio hacia mí como en ella.

—¿Planeabas decírmelo algún día?

Tuerce los labios y mueve la cabeza de un lado a otro con algo de duda. No esperaba que mi madre muriera tan pronto, dentro de sus planes no estaba ese acto.

—Le prometí que el día que te dijera la verdad tú no la pondrías en duda. —acomoda los lentes antes de seguir —para ello debía ganarme tu confianza, ser tu amigo.

—He vivido en medio de tantas mentiras que no sé en qué creer —inspiro y respiro antes de seguir —No es fácil, cerrar los ojos una noche y al abrirlos todo es falso.

—¿Qué tienes pensado hacer?

—Por el momento, seguir de vacaciones —le digo rápidamente y me muestra el dedo pulgar —alguien me ayudará con la demanda, irá a verte...

—Puedo imaginar quién es. —sonríe con picardía y se distrae viendo a un punto frente a él —debo colgar, te llamo mañana. Nos vemos, cariño.

Él no espera mi respuesta y se desconecta, resoplo viendo la pantalla y el ruido de la puerta me hace alzar la mirada del PC. Lorena está en la puerta, bolso en los hombros y un juego de llaves en su mano derecha que mueve de forma distraída.

—Mi horario de salida ha finalizado, nadie distinto al señor Doménico y yo puede quedarse aquí. Lo siento.

Estas dos últimas palabras suenan falsas, de hecho, toda ella detona ese sentimiento. Le lanzo una mirada al servicio que ha llegado y me incorporo de la silla.

—No se preocupe, puedo entender que es tu trabajo —respondo tomando mi bolsa —llamaré a Augusto y le diré que me estaré en el hotel.

—¿Está hospedada en el Vryzas? —allí estaba ella, lanzándome una sonrisa angelical, pero sus ojos lanzan destellos malévolos.

—Si ¿Por qué?

—El señor no pisa el Vryzas. —encoge sus hombros —una larga historia.

Que debo suponer, lo conoces bien, deseas hacérmelo y de paso demostrarme tu lugar. Es un juego que me encantaba jugar en mis veinte y tantos, edad en la que se encuentra la asistente de Augusto. Con todo, me cuesta quedarme callada, la altanería y altivez con la que me mira, me obliga a hablar.

—Debe ser una fobia nueva.

Sonrío con inocencia cuando sus cejas se fruncen y me mira intrigada. Todas estas noches él me ha acompañado al hotel, con Dido haciéndonos compañía. No tengo claro quién trae a su mascota, pero su presencia se convierte en un pretexto para expandir estar juntos.

—En realidad, es bastante vieja...

—Lamento hacerte esperar.

La voz de Augusto la hace callar y la actitud que beligerante se esfuma. Augusto mira la hora, luego a su asistente. Sus labios se aprietan con tanta fuerza que se convierten en una línea fina.

—Tu salida era hace una hora —indica—¿Qué haces aún aquí?

—La señora estaba sola, ella podría necesitar algo...

— Génesis no es tu problema —Sus cejas están justas y su mandíbula tensa al decirlo —te agradezco las buenas intenciones, pero no son necesarias.

Mi sentido común me obliga a guardar silencio, desconozco el manejo de la oficina. La chica baja el rostro pide excusas y sale de la oficina. Al girar en mi dirección el rostro enojado se ha ido y lo que queda es una sonrisa en los labios.

— Una copa antes de ir con David. —extiende sus manos y señala la mesa dejada por el mesero.

—¿Quieres embriagarme, señor Doménico? —cuestiono divertida.

—Si supieras lo que quiero Génesis...—calla cuando toma mis manos y sonríe. —no pondrías tantas barreras. 

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