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Capítulo 1

Festejar mi cumpleaños número cuarenta en la inauguración de una disco lujosa, fue, en su momento, la mejor de las ideas. En este instante en que todo me da vueltas y la ida al baño se convierte en un imposible, no lo es tanto.

Me he excedido en todo: licor, bailar, reír y disfrutar. Siendo el licor, lo que me mantiene en la silla desde hace treinta minutos. Todo a mi alrededor lo veo borroso.

—Tu error fue abandonar la pista —dice Gladys en mi oído, una de las dos maneras de comunicarnos. La segunda es a los gritos.

La música, aunque buena, es demasiado alta. Eso y la multitud en la pista, saltando y gritando al compás de los ritmos del Disc jockey, entorpecían la comunicación.

—Necesitaba un respiro —confieso alzando mis pies para que los observe —perdí la cuenta de con cuantos bailé.

—Tienes la culpa —Sabrina señala la diadema que adorna mi cabeza y la que acaricio —tú y esa diadema.

—Los chiquillos ven esa cosa como una invitación —Gladys golpea mis hombros antes de seguir —lo asocian a sexo gratis.

Con movimientos dejo el objeto en la mesa. El "Felices 40", centellean por las luces de la diadema y las que reflejan la de la disco. Pese a todas las crisis que trae mi edad y las que, por lo menos, un par poseo. No me molesta decir mi edad, todo lo contrario.

Me llena de orgullo saber que he vivido cuarenta años, con altibajos, amarguras, penas y decepciones, pero felices.

—La buena noticia es que no hemos gastado ni un céntimo. —les digo regresando la diadema a la cabeza. —y no seré yo la que deba pagar los favores.

Desde una de las mesas VIP, ocupada por tres hombres, han estado pagando nuestras bebidas. La primera tanda de cocteles llegó bajo la excusa de ser el obsequio de cumpleaños de ellos. Y digo excusa, porque algo me dice que el interés es con alguna de ellas y sus jóvenes rostros.

—¿Qué te hace pensar que no serás tú?

Sonrío a Malena y a sus inocentes 22 años encogiéndome de hombros. Lo poco que logro ver de los tres ocupantes de esa mesa, es que son hombres adultos, visten elegantes y muy seguramente se bañan en champán. Sus edades están alrededor de los 50. Una etapa de buscar chicas jóvenes, que les inyecte juventud y revivir la que ellos han dejado atrás. Mi juventud hace tiempo quedó atrás, pero aún permanece dentro de mis compañeras de trabajo.

Desde que empezaron a enviar cocteles, las chicas han buscado dos cosas, a quién las ofrece y en cuál de todas se han fijado. Su investigación ha revelado el protagonista de tanto detalle, pero su contraparte en nuestra mesa sigue siendo motivo de debate.

A mí me importa cinco ambos interrogantes, mi interés de momento es llegar a los tocadores, sin hacer el ridículo. El mesero se acerca con otro grupo de cocteles y observo la mía, ya no con alegría. Sus intenciones podrían ser emborracharnos y luego aprovecharse de alguna de las chicas.

Siendo yo la mayor del grupo, me siento responsable de lo que suceda. Malena es la menor del grupo con 22 años y estudiante de medicina. María Fernanda tiene 24 y es, al igual que yo, chef. Gladys cuenta con 28 años y es la única felizmente casada del grupo y es repostera.

Todas trabajamos en uno de los restaurantes de los hoteles Vryzas. Mi cargo dentro del grupo es de chef ejecutivo y en medio de nuestra amistad, ostento el cargo de "mamá Gen."

—La que gané ese bombón tiene la obligación de no desperdiciarlo —dice Gladys dándole un sorbo a su bebida.

Estoy tan segura que no soy la que he generado interés que me arriesgo a lanzar mi propia promesa. Me acercaría a esa mesa, miraría a los ojos y le diría.

"Bueno, aquí estoy ¿Cuáles son tus otros dos deseos?"

Alzo la copa hacia la mesa Vip, mientras digo aquello con las risas de mis compañeras de fondo. Para alivio de mi osadía, nunca sabremos cuál de nosotras causó buena impresión dentro de aquellos ejecutivos. Regreso la copa al grupo, sin tomar y me incorporo de mi sitio.

—¿Necesitas ayuda? —pregunta Malena, preocupada por mis movimientos.

Niego vaciando el contenido del coctel en la hielera y reemplazándolo por varios cubos de hielo. Me basta con lavar mi cara con agua helada y un par de minutos en soledad para vaciar mi vejiga.

—Confirmado, está viendo a Génesis —habla Mafe sonriente, pero yo voy rumbo al tocador.

—Cariño, ese postre es todo tuyo —bromea Malena viendo hacia el costado izquierdo de la inmensa disco.

—¡Acábalo!

No entiendo ni media palabra, mi interés se centra en coordinar pisadas. Un paso seguido de otro, estabilidad corporal y repetir. Mi persistencia y encanto, me permiten llegar al sitio correcto, guiada por un par de manos suaves y firmes.

—Gracias—agradezco al llegar ante la puerta.

—¿No quieres escuchar mi segundo deseo? —susurra con voz sexy, ronca y varonil.

¿Por qué le dan tantas virtudes a un hombre con dinero? Es mi primer pensamiento al escuchar esas palabras. Esas que cobran sentido poco a poco y que al alzar el rostro lo confirma su sonrisa. Si su voz era hermosa, ni hablar de su sonrisa.

Nuestras miradas se sostienen por largo tiempo, la mía curiosa, la suya atrevida. No hay forma de que las chicas se lo dijeran, no tuvo el tiempo necesario ni ellas serían capaces de lanzarme de cabeza. Me deja solo una respuesta.

—Aprendí el lenguaje de señas en la escuela y leer los labios gracias a mi madre —responde como si hubiera escuchado mis pensamientos.

—¿También lees la mente? —pregunto en broma y me muestra su perfecta sonrisa. — ¿Qué otras virtudes tienes?

—Te ofrecería entrar y averiguarlo, —señala la puerta cerrada antes de seguir —pero, no me gusta aprovecharme de una mujer indefensa.

—¿Qué tal si te doy una autorización?

Apoyo una mano en la puerta y me quedo en mitad de la misma viéndolo por encima del hombro. La duda cruza sus ojos oscuros y sus labios se curvan en una sonrisa, que se refleja por encima de su bien cuidada barba.

—Una invitación tentadora, pero sigue pareciéndome arriesgada.

—Si no ter sirven las palabras, espero que los gemidos sean suficientes —no espero respuesta e ingreso. Lo último que veo es el brillo en sus ojos y la sonrisa aumentar en sus labios.

Sin tener ni puta idea de por qué lo digo, y culpando al alcohol que se me haya subido a la cabeza y bajado a mi entrepierna. Lo cierto es que su presencia, voz y sonrisa, me hacen sentir atrevida y deseada.

¿Por qué no? Estoy cumpliendo cuarenta años y desde hace diez no tengo sexo. Existe la química, las ganas, el tiempo y lo mejor de todo, jamás nos volveremos a ver.

—¡Cuidado! —la advertencia llega cuando doy un paso en falso al ingresar y siento sus manos en mis caderas. —No quiero un adorno diferente en ese hermoso trasero que no sean las marcas de mis manos.

—Espero que esa promesa venga acompañada de un orgasmo —respondo sintiéndome osada.

—Haré un enorme esfuerzo para que sea solo uno —escucho el pestillo del seguro y mi respiración se vuelve pesada.

Es un encuentro casual que no llegará al amanecer, no existirán los incómodos despertares, las excusas de parte y parte. Lo mejor de todo es que no recordaré su rostro, espero que la experiencia. Esos pensamientos logran calmar mi alocado corazón y observo su reflejo a través del espejo.

Sus pantalones marcan el trasero y los bíceps se muestran por encima de su camisa. Su apariencia me indica que, al igual que yo, acude al gimnasio y se cuida. Debió dejar el saco en la mesa, lo poco que recuerdo es que los tres iban en traje y corbata. Una vez gira en mi dirección y observo sus distinguidas facciones de cerca, descubro que es mucho menor de lo que en realidad pensé.

—Yo esperaba un encuentro menos... —tuerce los labios acercándose hasta mí con pasos lentos —Trivial. —finaliza viendo a su alrededor con decepción.

—A nuestra edad, si vamos a hacer algo relacionado con el sexo, debería ser cuanto menos genuinamente perverso. —sigo el rumbo de su mirada y sonrío al chocar con su rostro —con esa descripción el sitio es perfecto...

Retira la copa de mis manos, y solo en ese instante recuerdo su existencia y mi estado. Cualquier duda que estuviera rondando en mi cabeza, se esfumó cuando sus labios tocaron los míos y sus manos, mi piel. Lamenté, durante el recorrido de besos y caricias, despreciar la oferta de un hotel. El maldito era un experto en sacarme gemidos o era el verano de diez años lo que me hacía lanzarlos.

Mi trasero acabó sobre el lavado, mi braga en el bolsillo de su pantalón y la falda de mi vestido en mis caderas, ni hablar de mis senos expuestos y siendo devorado por su boca.

Perdí la noción del tiempo, del espacio y hasta la vergüenza dentro sus brazos. Sus manos apretaron con fuerza mi trasero y su erección rozaba mi humedad. Mordisqueó mi pezón y lancé un jadeo que se triplicó al sentirlo en mi interior.

No eran necesario las palabras, éramos solo dos adultos teniendo sexo. Aquello debería parecerme escandaloso, pero no era así, todo lo contrario. El encuentro fue la mejor manera de acabar mi cumpleaños número cuarenta y mi celibato.

*****

Mi casa se encontraba en el fondo de un callejón sin salida. Los dos frondosos árboles en la entrada y diversos ventanales de cristal le hacían privilegiada en los veranos. Además de una vista perfecta de mis variados vecinos.

El callejón está conformado por seis modestas casas, casi todas ocupadas por matrimonios, salvo por la de la señora Cristal, que vive sola con un nieto. El ensordecedor ruido de la tetera aumenta mi jaqueca y con ella los nublados recuerdos de la noche anterior.

Liarme con un desconocido solo porque me obsequió un par de cocteles, de quien no logro recordar su rostro, ni sus facciones. Mi piel cuenta otra historia, cada centímetro de ella recuerda al desconocido y vibra al recordar sus caricias.

Apago la hornilla sirvo una cantidad generosa de la bebida en mi taza mientras observo la hora. Las cinco de la mañana y mi entrada es a las ocho. Regreso a mi puesto en la ventana observando a los vecinos a que a esa hora empiezan sus labores.

En motos, autos y hasta bici, todos hombres, van a su jornada. La única mujer dentro del vecindario que trabaja soy yo. Recuerdo que los primeros días todos veían con molestia que dejara a mi madre sola. Por más de cuatro meses fui vista por ellos con malos ojos, hasta que se enteraron de que Jaqueline le hacía compañía en mis ausencias.

Llegué al vecindario gracias a ella. Al enterarse de que buscaba una casa que compraría con un préstamo que me había otorgado la empresa, me habló de la que estaban vendiendo por su vecindario.

Antes de este hogar, mi madre y yo, vivía en arriendo en diversos lugares. Desde hace cinco años, este es nuestro hogar.

—Génesis. —el llamado de mi madre se escucha desde las escaleras.

—En la cocina, mamá.

Me llevo la taza a los labios e inspiro el aroma antes de darle un sorbo a la bebida. Debe calmar mi dolor de cabeza y el vértigo, en las próximas tres horas. El poco recuerdo de como acabó nuestro encuentro, me muestran negando una tarjeta que me ofrecía y otro encuentro.

—No te sentí llegar a noche. —siento el tono de reproche en su voz y cierro los ojos, orando para que esta discusión no alcance niveles ofensivos.

—Intenté no hacer ruidos —le digo avanzando hasta ella y al intentar dejar un beso en su mejilla retira el rostro con asco. —Buenos días, madre.

—¡Hueles a taberna y vergüenza!

Ignoro el rostro de despotismo y el odio que se refleja en sus ojos. Pensé erróneamente que ella entendería que quisiera festejar mi cumpleaños. Mi vida se resume entre la casa, gimnasio, trabajo y cuidar de mi madre.

—¿Cómo puedes mostrarte ante mí? ¿No sientes vergüenza? —suspiro, negando.

—No tengo por qué avergonzarme. —respondo tomándome el resto de bebida y sintiéndola más amarga que de costumbre —tengo cuarenta años, no quince.

—Razón suficiente para que te comportes —escupe plantándose ante mí —estás demasiado mayor para ese tipo de comportamientos, tus amigas están jóvenes...

—No sigas mamá —le ruego apoyando la mano libre en la cabeza —no es el momento.

—¡Acabo de ver tu ropa! —señala hacia las escaleras con el rostro rojo y temblando —Está manchada, de pecado, de....

—Sexo, una mujer mayor de cuarenta años tuvo sexo. No lo veas como malo, es de lo más normal —le aclaro.

Sus ojos marchitos se entristecen y se humedecen al tiempo que niega en silencio. Mantengo la compostura pese a sentirme fatal y no solo por la resaca. Si a alguien dañé con lo sucedido la noche anterior fue a mi madre y todo lo que me ha enseñado.

—Debí abortarte cuando el bastardo de tu padre, se negó a reconocerte — con esa palabra sale de la cocina sintiendo que ha apuñado mi corazón y lo dejó sangrando. 

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