8. APOYO INVISIBLE
Jessica se removió en la cama. Le molestó el ruido que Gonzalo hacia. Pasaban cinco minutos de las ocho y tenía que irse a la entrevista en la escuela.
—¿Por qué haces tanto ruido tan temprano?
—Tengo una entrevista hoy a las diez y no quiero llegar tarde.
—¿Entrevista de qué?
—De trabajo.
—¿Para qué te molestas? Ni te lo van a dar, vas a ver. Y menos si ven cómo estás. Nadie quiere ver a gente como tú en la calle. Ni en ninguna parte.
—¿Gente cómo yo? Pues la lucha voy a hacer, porque la «gente cómo yo», también necesita trabajar, ganar dinero y pagar la luz, y el agua...
—Allá tú, ve a perder el tiempo si quieres. Pero ya, deja de hacer tanto ruido, qué estoy muy desvelada.
—Ahí te encargo que des una limpiada ¿No?
Jessica se levantó cómo impulsada por un resorte, haciéndose la indignada.
—¡¿Qué dijiste?!
—Qué limpies un poco, por favor —repitió en voz baja.
—¡¿Crees que soy tu sirvienta o qué te pasa?!
—Vives aquí, algo tienes que hacer para ayudar.
—¡Contrata a alguien! Yo no voy a maltratarme las manos, bastante caras me salen las uñas para andarlas...
Con tal de parar la pelea, prefirió irse antes de que terminara la discusión. Era imposible intentar dialogar con ella; o solo decirle cualquier cosa, porque de inmediato montaba en cólera.
Muy lejos habían quedado los días de felicidad en los que apenas si podían quitarse las manos de encima uno del otro.
Ahora ella se negaba todo el tiempo, lo empujaba o se apartaba aunque solo se tratara de darle de un simple beso en la mejilla y eso le dolía.
Comprendía qué había cambiado, qué podía lucir poco...agradable ¡¿A quien engañaba?! ¡Le repugnaba verse a sí mismo frente al espejo!
En el remoto caso de obtener el empleo, conocía a los niños, no se callaban nada ¿Qué les iba a decir cuándo le preguntaran lo que pasó? No podía decirles la verdad. Era demasiado horrible y no había una forma de amortiguarla.
Pero cómo Jessica dijo, y que aunque le doliera era verdad, a la gente cómo él nadie quería verla y mucho menos estar cerca. Aún tenía tiempo para arrepentirse y regresar.
Teresa dejó todo listo, como agua y comida para su mascota y salió con rumbo a la parada, tal vez podría alcanzar el autobús de las nueve y tener tiempo para descansar antes de la entrada.
Se cruzó la bolsa sobre el hombro izquierdo y emprendió la carrera, dónde había unas cinco personas esperando, entre ellas, su vecino favorito.
Era un sueño ese tipo. Alto, al menos más que ella y eso no era frecuente. Su ojos eran de color turquesa, como el mar del Caribe; su cabello perfecto, ni muy rizado ni completamente lacio y ese porte de modelo de portada de revista, la enloquecía.
—Buenos días, maestro —saludó terminando en algo parecido a un suspiro.
—Buenos días, Teresa —respondió casi murmurando.
—¿Ya a trabajar?
—No, de hecho, debo volver por algo a la casa...
Teresa, quién a causa de las delgadas paredes qué dividían sus viviendas, podía escuchar mucho de lo qué del otro lado decían, lo detuvo colocando las manos sobre su pecho. Él la miró invadiendo su espacio personal con sorpresa, casi con molestia.
—Espero qué no sea por más humillación, porque no le hace falta —dijo ella.
—No se meta en mis asuntos, por favor —le clavó la mirada irritado.
—Me encantaría, pero ahí viene el camión —Le dio la vuelta y lo empujó para que abordara. Con la gente a los lados esperando abordar y sin dejarlo pasar, no tuvo más remedio qué hacerlo para no molestar a los demás.
Teresa se sentó a su lado derecho aprisionándolo. No podría escapar a no ser que decidiera saltar por la ventana.
—¿Y qué tal si esta no era mi ruta? —reclamó y se acomodó poniendo el brazo sobre el maletín negro qué llevaba.
—¿Va para la Héroes de la Revolución, qué no? Porque este lo deja en la mera puerta.
Gonzalo la vio indignado y confundido ¿Desde cuándo lo espiaba? ¿Por qué sabía tanto?
—Todo se escucha, maestro, todo —respondió—. Todo, todillo. Entiendo su temor, pero todo va a salir bien, se lo aseguro. Esta cara de bruja no es de gratis, yo sé cosas.
—¿Y quién le dijo que yo tengo miedo? El que me haya prestado una escoba y un recogedor...
—Y un trapeador —agregó.
—Y un trapeador, sí. Bueno, eso no quiere decir qué me conozca, o qué eso le dé derecho de espiarme.
—No necesito espiarlo, ya le dije que...
—Sí, sí, que todo se oye. Los gritos de su gata también.
—Y los de la suya...
—Yo no ten... ¡No sea grosera!
—Si no va a esa cita, le aseguro qué va a arrepentirse. ¿O no ocupa el trabajo?
—No sé, usted dígame, parece saber mucho más de mí qué yo.
—Entonces vaya. Vaya y demuestre qué puede. Qué nada lo detiene. Y me cuenta que pasó. —palmeó despacio su hombro un par de veces—. Ya me tengo que bajar.
Titi se levantó, apretó el botón y se dirigió a la salida sin tener el valor de verlo después de todo lo que le dijo, pensando en qué, tal vez, se había pasado de confianzuda.
Pero le dió mucho coraje escuchar a esa infeliz nalgas plásticas de la Montenegro, decirle eso. ¿Qué clase de basura dice esas cosas? Sobre todo, siendo su pareja. El hombre al que supuestamente ama o amó alguna vez.
No cabía duda qué el cielo le daba carne a los chimuelos.
Gonzalo la vio alejarse algo confundido. ¿En realidad había pasado o solo era una treta de su imaginación para animarlo?
Algunos kilómetros adelante, pidió la parada y se dirigió a la entrevista.
Qué pena sintió al saber qué ella escuchaba todo lo que Jessica le decía. Lo que debía estar pensando. Lo raro era qué, además de los maullidos histéricos de su gata, él no escuchaba nada que proviniera de su departamento.
Imaginarias o no, las palabras de aliento de su vecina misteriosa, hicieron una gran diferencia, obteniendo la plaza cómo maestro. Sin mencionar qué iba excelentemente recomendado.
La rutina de Jessica durante su «día de descanso», consistía en realizar compras, cambiarse de peinado, hacerse las uñas y comer en establecimientos de comida ridículamente cara. Tenía qué consentirse, porque nada de eso era gratis, a veces le costaba demasiado complacer las porquerías de Carmelo y fingir qué le gustaba su pito diminuto, cuándo ni siquiera podía sentirlo. Afortunadamente, Ni Carmelo, ni mucho menos su novio, eran las únicas opciones con las que contaba para obtener satisfacción sexual. Amantes no le faltaban.
Gonzalo regresó muy contento de la entrevista. La directora del otro plantel había sido muy amable y comprensiva. Aunque cuando volvió, no había nadie a quien contárselo. Jessica no estaba y su vecina debía seguir trabajando. Entró al departamento, pero la puerta se atoró con un plato sucio desechable, por lo que tuvo que empujar con más fuerza.
La vista era deplorable, deprimente y no tuvo más remedio que ponerse a recoger si quería vivir en un sitio digno.
Jessica llegó justo cuando la casa había quedado limpia otra vez, casi a las siete de la tarde, con un montón de bolsas que arrojó sobre la cama, donde sé quitó los zapatos dejándolos tirados a un lado. Se estiró.
—Traeme agua ¿no? Vengo agotada.
Gonzalo la miró con desconfianza. ¿De dónde sacaba tanto dinero para comprar todas esas cosas? ¿Y por qué si le molestaba tanto vivir ahí, no se iba a otra parte?
—¿Y el agua? ¿Puedes o no? ¡Ay, déjalo, yo voy!
—Me dieron la plaza.
Jessica lo ignoró.
-—Dije, qué me dieron la plaza —repitió haciendo acopio de valor
—Sí, ya te oí —torció la boca, bebió un poco del agua que se sirvió y luego repuso—. ¡Gran cosa! ¡Un empleo chafa en una escuela pública!
—Creí qué te alegraría.
—¿Y por qué me iba a alegrar? Muchas veces te dije qué te metieras de diputado, o de líder sindical ¡Algo importante! ¡Pero no tienes ambición, Gonzalo eres un mediocre!
—No hay nada más importante que la educación, Jessica, sobre todo en éste país lleno de corruptos analfabetas, qué lo único que buscan, es su propio beneficio.
—¡Sí, sí, lo que digas! Allá tu si quieres seguir siendo un maestrillo miserable qué tiene que ir al trabajo en camión. Qué vergüenza, en serio.
—Si no ayudas a limpiar, al menos no deberías ensuciar.
—¿Qué dijiste? ¡Yo no tengo por qué limpiar nada, ya te dije que no soy una criada! Además —se contonea altanera frente a él—, tú fuiste el que me dijo qué querías una novia, no una sirvienta.
—Pero podrías...
—¡No, Gonzalo! Tener a alguien cómo yo a tu lado, cuesta y mucho. Agradece que no te pido dinero para todo lo que me tengo que hacer. Al menos, tú si puedes presumírme todavía. A mí ya me da vergüenza decir que sigo contigo.
—Entonces... —se acerca y la besa a la fuerza, con amargura en la expresión. Ella estuvo a punto de ceder, ardiendo por el deseo, pero abrió los ojos y vio su manga vacía.
—¡No! ¡No tengo ganas ahorita! Ya te dije que estoy muy cansada —lo empujó.
Gonzalo se dió cuenta, sobre todo, al ver la cara de repugnancia que puso.
—¡Soy el mismo de siempre, Jessica!
—¡No, no lo eres! ¡Nunca lo serás otra vez!
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