Titi salía desde temprano para abordar el transporte colectivo qué la llevaría a su trabajo, qué aunque era cansado, disfrutaba mucho con la relación que llevaba con sus compañeros.
Teresa, una mujer de talla grande y muy fuerte físicamente, no tenía miedo de mostrarlo moviendo cargas con las que otras chicas hubieran requerido ayuda. Lo mismo movía tarimas, qué cargaba costales al hombro si le éstos estorbaban para pasar la escoba por algún lugar recondito.
Richy la miraba desde lejos y aunque sabía que no necesitaba ayuda, se la ofrecía de todos modos y ella lo dejaba porque, a veces, su cuerpo pedía un descanso.
Su relación con Richy era confusa. Había una cierta atracción, pero Titi le llevaba casi veinte años al delgado muchacho con anteojos.
Le parecía muy lindo, pero aunque no le hubiera importado nada de lo anterior para iniciar un romance, preferían, ambos, dejar las cosas así.
Además, no podía dejar de pensar en Gonzalo. Pobrecillo, se veía tan triste. Y aunque sonriera, sus ojos delataban su sentir. Y cómo no, si lo que le pasó no había sido cualquier cosa y lo que más le molestaba, era escuchar a través de la delgada pared qué separaba sus departamento, cómo esa arpía desconsiderada lo maltrataba sin importarle por lo que estaba pasando.
Y no solo eso, sino qué no desperdiciaba oportunidad para humillarlo echándole en cara su condición como si él hubiera culpa en eso.
-¡Lo secuestraron! ¡Y lo dejaron tan mal que hasta perdió un brazo! ¡Y esa perra...! ¡Arhg! -le relataba a Chepe, exaltada por la indignación que sentía.
-Y tú qué te mueres por consolarlo, ¿verdad?
-¡Pues sí! ¡Cada día rezo para qué a esa inútil perra nalgona se le ponchen las nalgas falsas qué tiene y estalle en mil pedazos!
Chepe y otros tres compañeros en el comedor rieron.
-Esas cosas no se piden, Titi -la regaño una compañera.
-¿Y a ti no te importa que le falte un brazo? -preguntó uno de los presentes.
-Mientras no le falte otra cosa -respondió Chepe, lo que provocó risas nerviosas y mejillas sonrojadas.
-Para nada -contestó la aludida de todos modos-. Es que lo vieran... Es más, aquí tengo una de las fotos qué le tomé antes de que eso pasara.
Buscó en la galería de su teléfono y la mostró:
-¡Con razón no le haces caso al Richy, ingrata! ¡No quieres nada!
-¿Me hablaron? -Ricardo se asomó por la puerta.
-No. Estábamos viendo al novio de la Titi.
-Ah... -se fue.
-¿Lo escuchaste? -murmuró Chepe en el oído de Titi
-¿Que?
-¿Cómo se rompió su corazón?
-Si el que me huye es él.
-Es que está chiquito, mija. Tiene miedo qué le hagas el snu snu*.
Titi estalla en una sonora carcajada.
Los otros compañeros salieron del comedor y solo quedaron ella y Chepe.
-Tema maste -le dijo aún entre risas y luego se tornó más seria-. De todos modos, con o sin bracito desconchabadito, nunca va a pelearme. Y menos, después de haberme visto ayer en un atuendo tan «elegante».
-¿Y entonces el Richy?
-Es lindo, y es tentadora la oferta de beber colágeno del envase, pero no creo que sea una buena idea. Si sale mal, tendremos qué seguir trabajando juntos. Pero cómo dice la canción «yo no sé mañana».
Gonzalo esperaba pacientemente a que Aurora, la directora del colegio dónde solía trabajar, le respondiera.
Le había marcado ya tantas veces, qué había perdido la cuenta. Ahora eran las diez de la mañana, por lo que debía estar en la escuela.
Jessica se revolvía entre las cobijas.
-¡Ay, ya, no te va a contestar! --escupió con rabia al escuchar cómo marcaba una y otra vez- ¿Quién quiere ver a alguien cómo tú todos los días? Seguramente ya contrataron a otro. Los mocosos no pueden estar tanto tiempo sin clases.
Se levantó y estiró dejando ver con el shorts doblado, parte de una nalga.
Gonzalo levantó la vista brevemente para encontrarse con una de sus enormes senos de frente, cubierto por una delgada tela de satín amarillo. Bajó la vista una vez más, era mejor no pensar en lo que estaba pensado. De todos modos, ella no lo dejaría acercarse siquiera.
Aurora, cansada de su insistencia, decidió responder la próxima llamada.
-B- buenos días -tartamudeó él, por la sorpresa de que por fin le hubiera respondido.
-Buenos días, Gonzalo ¿En qué puedo servirle?
-Trabajo, directora. Quería saber si aún puedo regresar a dar clases.
-¿Se siente bien cómo para hacerlo? Yo diría que se tomara más tiempo, maestro, lo que le pasó no fue cualquier cosa y...
-Estoy listo, se lo aseguro. Por favor... Le prometo qué esto no afectará mi desempeño.
Aurora no dudaba de su entusiasmo y disponibilidad. Siempre fue un gran maestro, era su vocación. Incluso, había ganado premios y reconocimientos por ser la clase de mayor promedio en toda la escuela, sin embargo, no sabía el estrés post traumático y el daño psicológico que pudiera tener.
-Ay, ya no le ruegues, nadie le quiere dar trabajo a un invalido -comentó su novia con la peor de las intenciones, cepillándose el pelo con vigor.
-¿Quién está ahí? -preguntó molesta la mujer del otro lado de la línea al escuchar eso.
-Es...es... -se levantó y salió para hablar sin interrupciones.
-Mire, Gonzalo, yo lo tengo en muy alta estima, usted lo sabe, pero me preocupan los niños. Ya sus alumnos anteriores pasaron de año y le toca un curso nuevo. Ah, por cierto, no dejan de preguntar por usted.
-Directora, necesito trabajar. Esto me ha dejado sin ahorros. Por favor. O si no me quiere ahí, dígame a dónde puedo ir o recomiéndeme.
-¡Claro que lo quiero aquí! Pero sigo opinando qué es muy pronto.
-Es muy pronto para morir de hambre en la calle, también. Usted sabe qué las cuentas no se detienen.
-¿Tan grave es?
-Ya no tengo dinero. No quiero que crea que...
-¿Quién hablo hace un momento?
-Ah, mi novia.
En verdad la directora tenía a Gonzalo en muy alta estima y le irritó de sobremanera escuchar a quien fuera, decirle algo así. Eso era no tener una pizca de empatía ni de sensibilidad.
-Venga a verme mañana a esta hora para que hablemos y veremos qué podemos hacer.
-Muchas gracias, Aurora, de verdad se lo agradezco.
--o me agradezca todavía. Nos vemos mañana, Gonzalo.
Tal vez no era nada, pero al menos había una posibilidad.
Y sí le, preocupaban las reacciones al verlo así ahora, pero solo sería un tiempo, después se acostumbrarían.
Por su parte, intentaba no prestarle mucha atención a su nueva apariencia, o al dolor, aunque los comentarios hirientes de Jessica, tampoco ayudaran a sentirse mejor.
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