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4. REGRESO A CASA

El regreso a casa para Gonzalo, fue tenso y silencioso. Volvieron en taxi, pero Jessica ni siquiera le dirigió la palabra. Se refugió en la pantalla de su celular y cuando bajaron en su destino, ella se adelantó y lo dejó solo para que pagara al conductor, como si no supiera que acababa de llegar del hospital y no tenía dinero.

Apenado, se disculpó con el chófer y subió para buscar dinero.

Teresa se asomó por la ventana que había en su puerta metálica, en el justo instante en el que Gonzalo subía. Para ella fue un shock verlo así, aunque había escuchado los rumores. Aun así lo saludó, pero molesto como estaba, prácticamente la ignoró.

Más que ofenderse, se entristeció. Pero no por ella, sino porque imaginaba como debía sentirse.

Cuando Gonzalo entró, Jessica estaba acostada en la cama y la casa estaba hecha un chiquero.

—Jessica, el taxista, está esperando que le paguen.

—¡Pues págale;

—No tengo dinero, Jessica...

Ella blanqueó los ojos. Estaba interrumpiendo su sesión de auto adoración en Instagram y eso la irritaba.

—¡Pásame la bolsa, pues! -bramó.

Gonzalo le entregó la bolsa y le entregó un billete de quinientos.

—No va a tener feria —dijo mirando el billete y pensando es si su trabajo cómo estilista de uñas le daba para tener tantos decesos billetes en su cartera.

—¡Ese es su problema!

Gonzalo bajó a pagar el taxi, pero ya se había ido. Lo buscó unos instantes, incluso lo esperó, pero después de cinco minutos, comprendió que ya no regresaría.

Regresó al departamento y le devolvió el dinero a su novia.

—Espero qué ahora que estás así, no te vayas a volver un mantenido con el pretexto de que te falta un brazo —advirtió Jessica sin siquiera mirarlo. No podía, le provocaba repulsión.

—Llamaré a la directora para decirle que estoy listo para volver.

Miró a su alrededor. Ropa sobre la cama, seguramente sucia. Basura sobre la mesa con restos de comida. Platos en la tarja y cochambre en la estufa. Y eso era solo lo que se veía.

No tuvo más remedio que ponerse a levantar algo del tiradero, aunque era frustrante y tardado. Sobre todo, sin ayuda.

De improviso, ella se levantó y se dirigió haca la puerta.

—¿A dónde vas?

—¿Cómo qué a dónde? !A trabajar!

—Ah. Bueno, nos vemos más tarde Intentó darle un beso que ella esquivó fingiendo que no lo había visto y salió.

No entendía como podía Jessica vivir en esas condiciones. Él no podía. Además, tanta suciedad podía terminar afectándolo y hasta provocarle una infección.

También había medicamento que comprar y no era barato. Pero no tenía dinero y al no tratarse de un accidente laboral, el seguro no cubría los gastos de hospitalización. Lo único que recibió fueron unos analgésicos.

Ahora, además de tener una discapacidad, estaba lleno de deudas y probablemente desempleado. Por eso, limpiar lo ayudaba a desestresarse un poco.

Jessica le mentía a su novio descaradamente y ya no le importaba si le creía o no. La relación con Carmelo le estaba redituando mucho y podía comprarse lujos que, de otra forma, sería imposible. Además, sus gastos de mantenimiento eran elevados. Gastaba miles de pesos en maquillaje, ropa, zapatos, uñas, extensiones, tratamientos y todo lo que conllevaba ser la hermosa y voluptuosa mujer que era.

Gonzalo sabía que su trabajo no podía generarle dichos ingresos, pero le daba miedo preguntar. Cuando Jessica no quería responder algo, se ponía irritable y a veces, hasta violenta. Por llevar la fiesta en paz, él prefería fingir que le creía que su sueldo de «cosmetóloga y estilista profesional», le alcanzaba para todo eso.

Opuesta a la vida disipada de Jessica, la de Titi era austera. A Teresa no le llamaban la atención los lujos ni toda esa parafernalia de ropa y zapatos carísimos. Ella era una mujer de gustos sencillos. Y no es que no se arreglara, pero no necesitaba tanta «producción».

Cuando llegaba a salir de fiesta, lo cual no era con mucha frecuencia, se ponía unos Jeans, una blusa que le gustara y unos botines negros «para toda ocasión». Usaba poco maquillaje: Algo de máscara para pestañas, lipstick, un poco de rubor y ya.

Y es que tampoco necesitaba demasiado para verse atractiva ante los ojos masculinos. Si lo sabría Richy, quien se perdía largos minutos contemplándola desde el interior del refrigerador, mientras acomodaba las botellas de refresco. Ella sentía su mirada, pero él sabía esconderse muy bien, o disimular para que no lo sorprendiera.

Richy era un muchacho lindo, de estatura media, piel apiñonada, anteojos de pasta, muy delgado y adorable; pero muy joven para ella, quien estaba acercándose a su cuarta década de vida. Sin embargo, había entre ambos una química innegable, misma que algunos de sus compañeros ya habían notado y los empujaban a dar «el paso».

Pero a Teresa no le importaba tener solo una aventura. Ella quería algo más y sabía que con ese joven no lo tendría. Además, no podía estar con alguien estando enamorada de otro. Porque Richy le gustaba, y mucho, pero quién ocupaba su mente y sus fantasías subidas de tono, era Gonzalo, su vecino del trece.

El único defecto que le veía al maestro, era esa mujer con la que dormía.

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