3. MAMÁ GATA
Los días de trabajo eran pesados, pero Titi no perdía el ánimo, aunque se sintiera cansada y tuviera que subir muchos escalones para llegar a su pequeño departamento.
Estaba a punto de empezar el ascenso cuando un maullido la detuvo. Aguzó el oído para escuchar de dónde provenía y empezó a buscar con la vista. Imitó el maullido para atraer al cachorro.
—¿Qué estás haciendo, Titi? -preguntó la vecina divertida al ver a la mujer imitando a un gato casi a la perfección.
—Shhh...
—Si buscas al gato, lo ví detrás de aquel tanque de gas.
—¡Gracias! —Sonrió feliz, mientras su vecina rodaba los ojos.
Todos ahí la conocían de excéntrica, por no decir loca y comportamientos extraños como ese, solo les daban la razón.
Titi caminó hasta donde la vecina le indicó y vio una cabecita asomarse tras el tanque de gas color rojo.
La pequeña criatura se acercó a Titi como si la conociera de toda la vida. Tenía los pelos tiesos y negros en casi todo el cuerpo, excepto en la pancita, que era blanca. Los ojitos eran amarillos y estaba bastante delgada.
A Teresa poco le importó que apestara a rayos por haber caído en agua sucia y la levantó para observarla mejor.
—¿Te vas a quedar con él?
—Sí.
—Apareció de repente. Nadie sabe de dónde salió —comentó la vecina.
—A lo mejor me andaba buscando —levantó su colita para tratar de averiguar el sexo del bebé gatuno que acababa de adoptar—. Tres es niño, dos es niña... ¡Eres niña! —confirmó emocionada, aunque fuera cual fuera el sexo, hubiera estado igual de feliz. Ahora tenía a una compañera.
—Dicen que a los gatos les gustan los locos —dijo otra vecina que se acercó cuando Titi subió con su gata.
—Pero es una loca linda.
—Si usted dice...
Gonzalo nunca había sido un hombre que despilfarrara palabras sin un buen motivo, pero ahora estaba particularmente silencioso.
Se sintió avergonzado por la escena del día anterior, pero de verdad amaba a Jessica. Tenían juntos cinco años y estaban a punto de casarse. Ya habían fijado la fecha. Aunque ahora ya no estaba seguro de que esa boda se fuera a llevar a cabo.
Jessica, que era casi siempre melosa y apasionada, apenas si le había dirigido la palabra. Se limitaba a ver quién sabe qué en su celular y si le hablaba, no le respondía o solo emitía algo semejante a un gruñido.
—Si quieres vete a la casa —habló Gonzalo después de varios minutos en silencio—. No tiene caso que estés aquí. De todos modos no voy a salir hasta mañana.
—Ah, ok —respondió con indiferencia, tomó su bolso y se fue. La enfermera negó con la cabeza, pero no hizo comentario alguno. Era un alivio que para todos que esa desagradable y desconsiderada mujer se fuera.
—¿Cómo se siente hoy?
—Bien —respondió intentando sonreír.
Cuando Jessica salió del hospital, ya la esperaba un vehículo negro para llevarla a casa de Carmelo.
Apenas se sentó a su lado, Carmelo Jiménez empezó a sobarle la pierna a Jessica, acercándose cada vez más a sus genitales, lo que ella facilitó abriendo las piernas y bajando la parte superior de su vestido para dejar los enormes atributos qué su patrocinador, ahí presente, había pagado para disfrutar a placer.
Jessica sabía bien lo que le gustaba y no tardó en colocar la cabeza en medio de las piernas de Jiménez para lamer y succionarlo el miembro de manera hábil.
Al criminal no le faltaban las mujeres dispuestas a cumplir sus fantasías más pervertidas, pero la qué mejor lo hacía, era ella, Jessica Montenegro. La casi esposa de Gonzalo Martínez.
—Póntela entre las tetas ahora -le ordenó y ella acató esa orden de inmediato.
Eran enormes, redondas, suaves y las apretaba con las manos deslizándolas al rededor del diminuto pene que a veces se perdía entre tal inmensidad.
—¿Cuál está más rica? ¿Está o la del mocho?
—Esta, papi —dijo, pues era parte del show elevarle la moral. Aunque no entendía la obsesión de Carmelo por Gonzalo.
Además, odiaba qué lo mencionara. Tal vez ya no estaba dispuesta a mantener intimidad con su novio, pero ni con todos los millones qué tenía o llegara a tener Carmelo, podría llegarle a los talones a Gonzalo.
Gonzalo era un hombre, un caballero y tipo muy fino a pesar de su origen humilde. Era, al menos hasta hacía unos días, el mejor partido para casarse.
Harto de estar acostado, Gonzalo se levantó y se sentó en la cama. Hacía calor ahí dentro, el ambiente estaba muy sofocado porque los aires acondicionados trabajaban solo en un sesenta por ciento.
Su reflejo en el vidrio lo hizo darse cuenta de la pérdida. Creyó que sería debajo del codo, pero casi le quitaron todo el brazo. Apenas unos diez centímetros desde el hombro. No podía dejar de mirarse y respirar agitado. No solamente por lo que veía, sino por lo injusto de su situación.
La enfermera lo vio de lejos y acudió a cerrar las cortinas.
—Llore si quiere —le dijo compasiva—. Es normal.
Quería hacerlo, pero las lágrimas no salían. Eso le pasaba a muchos hombres. Élida, el nombre de la enfermera se acercó y lo abrazó. Fue hasta entonces qué él pudo desahogarse.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro