2. NUNCA DIGAS NUNCA
Jessica intentaba no mirar otra cosa que no fuera su cara, pero la mirada se le desviaba y no podía evitar que la repugnancia se le asomara al rostro.
Maldecía su suerte. Ella no era mujer de sacrificios, por lo que se quedaría un poco, un par de meses, quizás, y luego se marcharía.
Y por supuesto, lo mantendría lejos. No pretendía tener relaciones con Gonzalo como estaba ahora. Sí, la cara mejoraría luego de unas semanas, pero lo otro era permanente y no permitiría que la tocará con esa cosa horrenda.
A diferencia del enfoque banal de su prometida, lo que preocupaba a Gonzalo, era cómo iban a reaccionar los compañeros cuando lo vieran y si podría conservar su trabajo.
Ver la expresión de Jessica le hizo recordar que había mucha gente afuera que reaccionaría igual, sumando los complejos a la desgracia de ver disminuidas sus habilidades físicas. Al menos al principio, ya que él no era un hombre que se frustrara o se diera por vencido tan fácilmente.
Teresa trabajaba en piloto automático sin dejar de pensar un solo momento en lo que su vecino debía estar pasando.
No sabía realmente nada. Todo eran cosas que había escuchado, pero nada que pudiera ser confirmado.
-¡Qué estás haciendo! -gritó Chepe en broma para darle un susto y lo logró.
-¡Ay, menso!
Chepe no podía parar de reír.
-Despídete de tu sodita.
-Ya me la compré, mira -le enseñó una botella de tres litros de refresco de cola, su favorita.
-A la bestia, podría sepultarte en ese envase.
-¿Quieres o no?
-Pues sí, sí quiero. Todavía hace calor -Teresa se secó el sudor con la parte interna del cuello de su blusa.
-¿Tienes hielo?
-Sí, deja voy por él.
Corrió para evitar perder más tiempo y que la regañaran, pero había mucha gente en el área pública y tuvo que esquivar a varias personas para evitar atropellarles, pero no pudo hacerlo con todos y lanzó a uno de sus compañeros fuerte contra el piso.
Apenada y asombrada, se tapó la boca con una mano y con la otra ofreció levantar la herido.
Su invitación fue rechazada y su compañero se levantó solo.
-Me hiciste ver estrellitas -sobó su nuca.
-A ver, déjame ver, Richy -intentó ver detrás de la cabeza del chico, pero él lo impedía dando vueltas para evitarlo.
-¡No es nada!
-¡A ver, dije!
-¡No es nada! -La esquivó.
-El Chepe está atrás esperándome con el hielo. Ve si quieres soda. Antes de que se la acabe
-Ahorita voy.
-¿Seguro que estás bien?
-Sí.
-Bueno, luego no quiero demandas.
Tití, como le decían sus compañeros del mercado donde trabajaba, continuó su camino. Richy la siguió con la vista hasta que se perdió entre la gente.
Cuando llegó de nuevo a la zona de descarga con el enorme vaso con hielo en la mano, Richy ya estaba ahí. Él y Chepe cuchicheaban algo, pero se detuvieron cuando la vieron llegar.
Teresa extendió su vaso y Chepe le sirvió la poca que quedaba. Era un vaso grande y transparente que no se llenó ni a la mitad.
-¡Ay, desgraciado, vicioso! -bramó.
-Te tardaste mucho, mija -dijo cínico.
-A mí ni me tocó -se quejó Richy.
-¿Quieres? De aquí te doy.
-Ándale, Richy, de ahí te da... -dijo Chepe de forma sugerente.
-No, gracias.
-¡Uy! Estoy vacunada, eh.
-Ya se me quitaron las ganas -Sonrió y se fue de vuelta al trabajo.
-¿Le echaron algo, verdad? -Titi olfateó la soda para ver si podía detectar algún aroma extraño.
-¿Cómo crees? Dice el Richy que casi lo matas allá afuera de un chichazo, vio la luz, dijo.
-Para qué se me atraviesa cuando voy corriendo por mis hielitos.
-Bueno, la luz, y dos tremendas... Qué si cuando se repite.
-¡Cállate, menso!
-¿Ya no lo quieres o qué?
-Sin comentarios. Lo que pasa es que estoy muy preocupada por mi vecino. Hace poco lo secuestraron y no he sabido nada de él.
-¿Y te gusta o qué?
-¡Pues sí! ¿Te acuerdas del maestro, el que te conté que tiene una novia buchona?
-Ah, simón, ¿Y entonces el Richy?
-También. Pero no me pela, me huye como si viera al diablo y no me deja ni que me le acerque.
-¿Y tu vecino?
-Pues tampoco. Menos con la novia a un lado. Quesque «prometida». Pinche nalgona -bufó con desprecio.
-¿Entonces?
-Pues nada, moriré sola.
-Oye, Chepito, ¿y a dónde te mando tu liquidación dijiste? -bromeó el gerente.
-A mi mansión en Beverly Hills, pá -respondió ladino.
-Ya me voy -anunció Teresa y se escabulló antes de que le dijera lo mismo.
Gonzalo prefirió seguir durmiendo. Jessica aprovechó para salir un rato de ese espantoso ambiente.
En la calle se encontró con El Buitre que la siguió mientras caminaba de prisa.
-¿Cómo está el maestro?
-Mal, ¿cómo quieres que esté después de lo que le hicieron?
-Le fue bien. Carmelo le quería mochar las dos manos.
-¡Mejor lo hubiera matado!
-No quería matarlo, quería chingarlo.
-Pues lo logró. Y a mí también.
-¿A ti? -preguntó extrañado y divertido a la vez.
-¡¿Quién crees que va a batallar con él ahora?! ¡Encima de tener que escuchar sus lloriqueos porque se quedó manco, seguramente querrá que siga acostándome con él! ¡Qué ascooo!
-¿Pues qué no lo quieres o qué?
-Así no -se apretó el puente de la nariz, ya que una jaqueca comenzaba a aquejarla.
-Toma, aquí te manda el patrón -Le entrega un sobre amarillo lleno de billetes.
-Vaya, al menos una buena noticia -lo abrió de inmediato para verificar que fueran dólares y no pesos, como la vez anterior.
-Ahí la vemos -se despidió el sicario, pero ella ni siquiera le contestó.
-Pinchi vieja -murmuró y luego siguió su camino.
Era difícil pensar que hubiera mujeres como Jessica, que hacían lo que fuera por dinero y preferían mamársela a un viejo cochino como Carmelo, que cumplirle al novio solo porque ya no iba a ser como antes.
Aunque no quisiera admitirlo, Gonzalo conocía muy bien a su novia. Era muy exigente con todo y ahora, al verlo así, tal vez lo dejaría y eso lo aterraba.
Jessica regresó y para su mala suerte, Gonzalo estaba despierto otra vez y tenía los ojos inundados. Se sentía muy vulnerable y lo único que quería era un abrazo y un poco de consuelo.
-¿Vas a dejarme, verdad? -le preguntó repentinamente con los ojos anegados.
Jessica no respondió de inmediato. Tomó un momento para pensar en lo que iba a decir. Finalmente habló.
-No seas tonto.
Su respuesta no lo convenció.
-No me dejes, Jessy, por favor...
Se acercó para abrazarlo, intentando no rozar siquiera el muñón. Le pareció tan patético, así que le mintió.
-Nunca te dejaré, mi amor.
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