Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

12. MATRIMONIO

Para Gonzalo era una tortura socializar. Aunque no le faltaban temas de conversación, iniciar una plática le resultaba casi imposible. Prefería apartarse de la gente y si alguien de casualidad se le acercaba, saludaba y era amable, igual que con todos, pero mientras eso no sucediera, él no iba a iniciar ninguna plática.

Sentado en una butaca, tamborileaba los dedos encima de su maletín, pensando en esa mañana y cómo se comportó. Él, que siempre era tan correcto, debió dar el ejemplo saludando primero. Ya si se negaba a contestarle, iba a ser ella quien quedara cómo la majadera que era.

Por su parte Teresa, quién poco a poco estaba olvidando al acosador del supermercado, se encontraba absorta en su labor de limpieza de los baños.

—¿Se puede? —preguntó Richy antes de traspasar el obstáculo que lo separaba del sanitario.

—El piso está mojado —advirtió para que no entrara

—¡Es qué ya no aguanto!

Teresa rió.

—Bueno, si azotas yo no sé.

—No pasa nada.

—Ah bueno, van a ser tus huesos los rotos.

Teresa se retiró un momento para darle un poco de privacidad y se dirigió hacia la parte de enfrente, pero cuándo estaba a punto de salir al área de exhibición, vio al tipo qué la perseguía, parado de espaldas en un pasillo. Afortunadamente, él no la vio y regresó.

—¡Maldito viejo! —murmuró asustada.

—Teresa, alguien tiró salsa de espagueti en el pasillo nueve —le informó el gerente para que fuera a levantar el desorden.

—Ahí voy.

Rogó para qué el tipo ya se hubiera ido, pero para su desgracia, era precisamente el pasillo nueve en dónde la esperaba.

—Disculpe, a veces soy muy torpe —se excusó con esa sonrisa molesta y cínica que tenía.

—No hay problema —aseguró y fingió una sonrisa, aunque no se percibiera debajo del cubre bocas.

Carmelo sonrió al descubrir qué había encontrado a quien buscaba, pero sin hacer mayor aspaviento, se retiró del lugar. Al fin que ahora sabía dónde localizarla.

Ya se encargaría de darle una buena recompensa a su empleado.

Erróneamente, Teresa se sintió a salvó, pensando en que no la había reconocido, sin embargo, Carmelo era muy observador y reconoció su calzado de inmediato.

Esos botines negros, desgastados por la acción de los líquidos de limpieza, eran inconfundibles. Casi tanto cómo su estatura y complexión. El Buitre tenía razón, esa hembra no era cómo las otras a las qué estaba acostumbrado. A esta iba a tener qué conquistarla despacio, bonito, con calma. Ya había visto sus pertenencias y no la impresionaron.

Tal vez ya era hora de que fuera buscando una esposa y ella cómo qué le gustaba para eso.

Teresa regresó a sus labores, pero no estuvo tranquila el resto del turno. A la hora de salida, prefirió tomar un taxi de aplicación en lugar de esperar el autobús, así se sintió más segura, incluso, llegó a su casa más temprano.

Subió las escaleras a toda prisa, aunque con cuidado. El barandal que se había caído, seguía en dónde mismo. Negó con la cabeza, molesta por tal negligencia.

—Buenas noches —escuchó.

—Buenas noches —respondió sin ganas, al saludo de su vecino del catorce.

—¿Viene del trabajo?

—Sí.

—Tenga cuidado, hay mucho delincuente afuera.

—Ya sé.

—¿Por qué no se cambia al turno de día?

—No puedo, es turno rotativo. Una semana me toca de día y otra de noche. Además, no me gusta madrugar. Y si me va a pasar algo, va a pasarme a cualquier hora de todos modos.

—Eso sí. Qué descanse.

—Igualmente, gracias.

El Buitre regresó a su departamento y Teresa entró al de ella.

Era curioso, pese a su temible aspecto, le resultaba extrañamente amable, hasta agradable. Aún así, no le hacía mucha plática.

La cortina de la puerta del trece se cerró. No le gustaba ser prejuicioso, pero era inevitable sentir desconfianza de ese calvo tatuado de pies a cabeza. Esa gente solía ser violenta y peligrosa. Su vecina no debería estar conversando con ese hombre con tanta familiaridad. Pero bueno, finalmente a él qué le importaba, no era su asunto, ¿verdad?

Una vez más, Jessica no había llegado. Siempre usaba el mismo tonto pretexto. No le creía una palabra, pero estaba cansado de discutir. Al menos el lugar permanecería limpio un poco más. Ahora, en lo que no podía dejar de pensar, era en esa mañana. No lo saludó, siempre lo hacía.

¿Por qué?

Jessica estaba aburrida. Carmelo no había querido nada con ella y necesitaba dinero. Pero el capo estaba fastidiado de su excesiva disponibilidad, de tronarle los dedos y que ella le cumpliera cada sucio capricho.

—¿Te pasa algo? —preguntó ella, pasándole el índice por la cicatriz de la cara.

—Estoy cansado —respondió seco y se apartó.

—Entonces mejor me voy.

—Si quieres —murmuró sin ganas y se dejó caer en la butaca .

La Montenegro se vistió lentamente por si cambiaba de opinión, pero no lo hizo, de hecho, le urgía que Jessica se largara de una buena vez. Deseaba estar solo para pensar en su nueva obsesión: La chica salvaje del supermercado.

—Nos vemos mañana.

—No, si quieres no vengas.

—¿Qué? —se alarmó, pero no dejó que él lo notará

—No es necesario que vengas diario. Descansa unos días. Una semana o dos, no sé.

Eso le molestó mucho a la exuberante mujer. Iba a ser una tortura pasar tanto tiempo con Gonzalo. Ni siquiera iba a poder salir con sus amigas porque no tenía dinero.

—Toma...

Carmelo le arrojó uno de los famosos sobres amarillos. Ella lo tomó y sonrió. Problema resuelto, pensó. Al menos por un tiempo.

—Nos vemos entonces —dijo ella y salió. Él rodó los ojos y cerró la puerta con seguro en cuánto lo hizo.

Se desnudó, se tendió en la cama, cerró los ojos y se masturbó imaginado a aquella desconocida mover su cadera encima de la de él.

—¡No! —exclamó deteniéndose— ¡Ella no, ella no!

Ni siquiera la conocía y ya la había  empezado a idealizar. Pero, si la quería para esposa, no podía permitirse imaginar esa clase de porquerías con ella cómo protagonista.

Hizo un esfuerzo e imaginó a otra de las tantas mujeres que habían pasado por su cama.

Gonzalo pegó su oído a la puerta qué separaba ambas viviendas, para intentar escuchar algo del otro lado, pero ella ya estaba profundamente dormida. Se sintió un poco tonto, pero sintió esa necesidad.

La mañana siguiente, un lunes, la buscó entre la gente de la parada pero no la vió por ningún lado. Teresa era alta y sobresalía entre la multitud. Al menos su cola de caballo color avellana. Era la hora, era la parada y el autobús que tomaban juntos, pero no estaba. Desilusionado, subió al vehículo y se sentó en un lugar al lado de la ventana.

Él no lo sabía, pero los lunes eran los días de descanso de Titi, los cuales aprovechaba para lavar, limpiar y ver alguna película temprano.

En la tarde, cuándo Gonzalo volvió, se la encontró a punto de subir con la canasta de la ropa limpia.

—Bue...buenas tardes —tartamudeó el maestro.

—Buenas tardes. Pase... —indicó la joven, aunque más bien, parecía una orden.

—No, no, pase usted primero.

—No, pásele.

—Tiene la preferencia. Lleva carga.

—Ay, cómo quiera pues —exhaló irritada por lavar todo el día y de la discusión.

Un shorts corto que le cubría hasta medio muslo, dejaba ver sus bien torneadas piernas mientras subía. Llevaba tenis y calcetines de diferente color y una camiseta negra sin mangas.

Pero debido a la carga y al cuidado qué ponía en subir, se estaba tardando mucho.

Gonzalo, unos pasos detrás de ella, empezaba a desesperar un poco.

—¿Le ayudo?

—No, gracias.

—En serio, deme la canasta.

—No, yo puedo, gracias.

—Yo también puedo —murmuró, pensando que no lo había escuchado.

—Ya sé, pero no quiero. Son mis cosas y yo las quiero llevar.

Por un instante, sus miradas se cruzaron. Ella sonrió.

—Yo por eso le dije que pasara primero, para que no me estuviera apurando.

—No la estoy apurando. Por favor, déjeme ayudarla, le aseguro qué puedo.

—Yo sé que puede.

—¿Entonces?

—Entonces nada. No quiero, es todo. Ya voy a llegar, además.

—Cómo prefiera.

Teresa negó con la cabeza, rodó los ojos y se apresuró a llegar a su departamento. Gonzalo subió en silencio y metió la llave a la cerradura de su puerta, pero recordó que debía jalar y dar vuelta al mismo tiempo, cosa que no solía tener mayor complicación, pero a veces se atoraba y había qué jalar con más fuerza.

Teresa entró a su casa y dejó la canasta en la sala. Veloz, la gata tomó lugar encima de la ropa recién lavada.

—¡Hija de...!

Un ruido de lámina golpeada varias veces, interrumpió su regaño y salió a ver qué pasaba.

—¿Qué pasó?¿No sé deja? —bromeó ella al verlo batallar. Gonzalo, molesto, no respondió. Sin mediar palabra, Teresa jaló la manija para qué él pudiera dar vuelta a la llave que estaba a punto de romperse. La puerta abrió y avergonzado, le agradeció con una ligera inclinación de la cabeza, pero se veía frustrado.

—Otra cosa qué nunca han arreglado. Éste lugar se cae a pedazos el próximo terremoto —comentó divertida.

Teresa tocó su hombro derecho y Gonzalo se apartó de inmediato.

—Gracias —dijo y entró a su casa.

Vaya, sí que era un poco raro el maestro.

Adentro, arrojó su maletín a la cama y aliviado, se quitó el saco.
Moría de calor, pero era preferible a mostrar ese horrible pedazo de carne que le había quedado y qué, cada día qué pasaba, despreciaba más.

También lo tenía incómodo el hecho de que se hubiera atrevido a tocarlo. Frente al espejo, respiraba agitado al recordar la cara de asco que Jessica ponía cuando lo miraba. Y eso era justo lo que sentía al verse ahora.

Del otro lado de la puerta, Teresa lo escuchaba. Estaba llorando. Pero no sabía qué hacer.

¿Fue algo qué ella hizo? ¿O dijo? Quería ir a ver si su vecino favorito estaba bien, pero temía qué Jessica llegará y la encontrará ahí. Angustiada, se recargó en la falsa pared con enormes ganas de derribarla para ir a consolarlo. Pero no hizo.




Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro