
4º CAMINO HACIA LA NUEVA VIDA
Draco lo observaba. Sabía que estaba llorando y ahora sentía que había destrozado otro corazón nuevamente. Suspiró para no morir con tanto esfuerzo que estaba haciendo por aguantar a Ron y sus lágrimas.
—Lo siento... —dijo Draco, y lo abrazó para consolarlo como jamás había hecho con nadie.
Ron se abrazó a él y soltó algunas lágrimas más. Pero pronto se repuso y se las secó con la manca de su chaqueta.
—¿Entonces vendrás a vivir con mi familia? —preguntó Ron por segunda vez.
Draco se quedó pensativo. No le quedaba nada que hacer en la vida. Odiaba lo que tenía. Una casa que no quería para él. Una vida destrozada. Pero lo único que le quedaba, era esa oportunidad de reintegrarse y de estar con ese pelirrojo que le hacía sentirse extraño.
—Bueno, no creo que Potter o Granger o tu familia me acepte... —dijo Draco un poco incómodo.
Aunque el pelirrojo que era con el que peor se llevaba por su idiota manera de discutir, lo aceptase, no significaba que los demás lo hicieran. Draco había hecho muchas cosas en el pasado, cosas de las que se arrepentía en su mayoría. Pero una cosa que nunca había dejado de ser, era un idiota que siempre trataba de molestar a los demás.
—Draco, te aceptarán —dijo Ron con una sonrisa, y Draco lo miró un poco sospechoso.
—Bueno... —comenzó a decir el rubio—. Está bien... Iré, pero me tienes que ayuda ha vender la mansión, no la quiero ni ver —dijo Draco cabizbajo.
Ron se quedó sorprendido, ¿Por qué quiere vender la casa de toda su vida? Se preguntó a sí mismo el pelirrojo. Pero pensó que quizás tenía sus propios motivos, y no iba a ser él, el pesado de turno de las preguntas.
—¿Trato hecho? —preguntó Ron, extendiendo la mano nerviosamente.
Draco lo miró a él y después a la mano que se le tendía delante.
—Trato hecho —dijo el rubio, y la cogió con delicadeza y elegancia.
Ambos anduvieron en silencio hasta salir del ministerio y cuando salieron, el primero en hablar fue Draco.
—Vamos a Gringotts primero —pidió Draco, y Ron se limitó a seguirlo hasta que llegaron al lugar.
Entraron y todos se quedaron observando sin ningún comentario a ambos.
—Quisiera que me den el dinero por la Mansión Malfoy y todos sus terrenos —pidió Draco, y a Ron casi le choca la boca con el suelo.
—¿No recogerá todo lo que hay dentro? —preguntó extrañado el duende.
—No, lo quiero saber nada del lugar. Necesito el dinero para salir de ese lugar y mudarme —dijo Draco secamente.
—Bien... —dijo el duende. Hubo un silencio de apenas unos minutos—. Ya está todo el dinero en la cámara —dijo el duende y otro apareció para guiar a Draco y a Ron.
Hicieron el trayecto en silencio hasta llegar a la cámara y cuando bajaron, el duende abrió la puerta.
Ron se quedó observando con los ojos brillantes. Todo ese dinero serviría para toda una vida. Draco era sencillamente rico.
—Perfecto —dijo Draco, recogiendo mucho dinero del suelo y Ron lo miró extrañado por todo lo que había cogido.
—¿No crees que es demasiado...? —preguntó Ron, observando el montón que llevaba de monedas.
—Lo necesito —dijo secamente el rubio.
Volvieron a realizar el camino hasta llegar a la puerta principal de Gringotts y cuando salieron, Draco volvió a hablar.
—Ahora iremos a Sten a que me quiten la marca y me devuelvan mi varita —dijo Draco y comenzó a caminar por el callejón con rapidez.
Ron lo entendía, tenía escondida la muñeca que tenía la marca en el bolsillo. Estaba seguro de que se sentía asqueado por llevarla, humillado y avergonzado. Así se sentiría él, sí Voldemort lo hubiera sellado con esa horrorosa marca.
Cuando llegaron al lugar, Ron lo observó. Toda la fachada era azul y llamativa, el nombre Sten en dorado y había gente dentro.
Draco entró y Ron le siguió.
—Le estábamos esperando señor Malfoy —dijo un hombre de cabello negro y piel blanca.
—Bien, quisiera eliminarme la marca tenebrosa del antebrazo y que me devolviesen la varita —pidió Draco. Y el hombre lo revisó de arriba abajo y de abajo arriba.
—Bien, la marca la eliminaremos en una semana. Te damos una poción y la tomas antes de ir a dormir, se irá borrando. El dolor será insoportable seguramente, pero no puedes tomar nada hasta pasadas cinco horas de la poción tomada, puesto que pierde el efecto de lo contrario —comenzó a decir el hombre y Draco asintió—. Y la varita te la devolvemos ahora, lo único que ocurre, es que la magia no tiene funciones hasta que la marca desaparece, es decir, hasta que no termina el tratamiento, la varita no tiene funcionalidad, así evitamos que te den ataques y tú magia se alborote o peor, se disipe.
—Lo entiendo, ¿Cuanto cuesta todo? —preguntó Draco y el hombre sonrió abiertamente.
—Lógicamente, el tratamiento es caro, por la dificultad en la elaboración de la poción. Así que le saldrá por... —pero alguien salió de detrás del hombre con el entrecejo fruncido.
—Es gratis —dijo Luna. La chica rubia de ojos azules que pocas veces había visto Draco.
—¡Luna! —gritó eufórico Ron, y saltó el pequeño muro que los separaba para darle un abrazo.
—Cuanto tiempo Ron —dijo la chica.
—Una semana —dijo Ron, y la sonrisa se disipó—. La semana mas larga de toda mi vida, eterna, diría yo —dijo Ron—. Sí, hace tiempo que no nos vemos —comentó amargamente.
—Podéis iros, solo pagan los que no quieren quitarse la marca, puesto que llevarla es un símbolo de que aún quieren estar en el lado oscuro —dijo Luna—. Así que para Draco es gratis —terminó de explicar.
Y Draco y Ron se encaminaron hacia la puerta con la bolsa que cargaba las pociones y la varita de Draco.
—¡Se me olvidaba! —gritó Luna—. Para que duela menos, bebé té negro, es lo único que rebaja el dolor y no elimina la poción —dijo la chica rubia con una sonrisa, y los dos se encaminaron hacia la Madriguera.
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