¿De qué sirve escapar a los acantilados más altos si los humanos tienen garfios para escalar las rocosas paredes?

¿De qué sirve volar si los humanos ya inventaron los aeroplanos para seguirlos en el aire?

¿De qué sirve ser rey si no respetan tu autoridad y te tratan como al peor de los esclavos?

¿De qué sirve?

El rey de las aves meditaba sobre esto en la cumbre más alta del Santuario. Él sabía que no todos los humanos son malvados; después de todo, Ark lo había salvado dos veces de un destino cruel. No obstante, el regreso del chico de cabello dorado a su propio mundo significaba la pérdida de su mayor protector.

Se había ido quien había derrotado a los Dobles Oscuros y despertado a las aves de la oscuridad. Se había ido el que lo había visto llorando en una jaula en el mercado negro de Liberita y, sin dudarlo ni un segundo, pagó una enorme cantidad de gemas por su liberación. Ark era el único humano que lo respetaba y que sabía de su importancia en el equilibrio del mundo. ¿Qué habría pasado si no hubiese llegado aquella vez? De seguro habría terminado en la mesa de algún millonario excéntrico, relleno de pan y frutos secos, y catalogado como un mero pollo superdesarrollado destinado a llenar los estómagos de gente sin ningún respeto ni conocimiento de su verdadera identidad.

Mientras pensaba, veía a las demás águilas surcando el cielo. Extrañaba aquellos días en los que también podía hacerlo, cuando aún estaba en forma y lograba despegarse del suelo. De seguro habría podido escapar de los cazadores que lo capturaron aquella vez si fuera capaz de volar, pero entonces, ¿qué habría sido de sus súbditos? Probablemente habrían pasado por lo mismo que él: sometidos al encierro en aquel oscuro mercado, apiñados en estrechas jaulas y esperando a que algún inescrupuloso los comprara, eso en el mejor de los casos. Recordaba el horror de verse capturado; muchas de las aves más débiles, no queriendo compartir su destino, escaparon; mientras que las águilas, las aves más poderosas del Santuario, lucharon con alas, picos y garras para que liberaran a su señor; unas cuantas cayeron muertas por la crueldad humana, mientras que otras tuvieron que ceder ante un enemigo muy superior.

Los días encerrado en Liberita se asemejaron a su tiempo sumergido en la oscuridad, aunque esto último fue más como quedarse dormido.

El futuro para él y sus subordinados era incierto. Ya los cazadores habían causado desastres en una época en la que Liberita y el Santuario no tenían formas de conexión, y tras enterarse de boca de una gaviota de la construcción de un puente sobre el río Coloso, sus miedos se incrementaron. Las aves migratorias tampoco estaban a salvo: las noticias sobre la tragedia en Siemviva llegaron con el viento, y en Safarium también imperaba el desastre. Lo que los pájaros no sabían era que el puente venía justamente del salvador del Santuario; inconscientemente, Ark había puesto en peligro a sus amigos alados en su periplo hacia el sur del continente.

Huevos, polluelos, aves grandes y pequeñas, todos estaban en riesgo inminente. ¿Qué le quedaba al rey? Sentarse a esperar.

«Lamento ser tan inútil».