Mei-Lin
Cerca del santuario de Lhasa, Mei-Lin, la nieta de Ma-Yo, jugaba con Ark..., más bien, con una ilusión de él. Todos los habitantes del pueblo estaban al tanto de que la pequeña poseía poderes extraños, capaces de crear espejismos muy realistas. Bien lo supo Ark en su momento cuando la conoció en las ruinas de Luran, el pueblo donde ella vivía junto a sus fallecidos padres.
La relación entre ellos fue difícil al comienzo; ella lo vio como el monstruo que destruyó su ilusión de una vida perfecta con sus padres, a pesar de que ellos llevaban años muertos; y después lo vio tanto como alguien interesante que como un hombre fastidioso; muchos altibajos se produjeron entre ambos por las diferencias de personalidad y por las acciones de uno y otro (Ark incluso llegó a tratarla de «pequeña bruja repelente» cuando ella se alió temporalmente con Wong en el Castillo Dragón). Finalmente, tras varios dimes y diretes, pudieron llegar a un entendimiento, convirtiéndose ella en un elemento imprescindible para derrotar al doctor Berruga y salvar al mundo de la superficie.
En la lucha de ilusiones, las de la pequeña fueron más poderosas y realistas que la desquiciada del científico sobre la inmortalidad.
«Entendí que la muerte es algo que nos llegará a todos ―pensó mientras recordaba a sus fallecidos padres al mismo tiempo―. Pero yo creo en las vidas futuras».
Cansada de sus juegos, Mei-Lin dejó que el Ark imaginario se esfumara. No cabía duda de que en el fondo lo extrañaba, pero ella, gracias a sus viajes y a las experiencias que había vivido, ya no era la niña caprichosa y antipática del pasado; había madurado mucho: era más valiente, más segura, más educada, y planeaba mantenerse así.
―Estoy consciente de que no volveré a verlo nunca más ―se dijo en voz alta―. Ojalá él se haya divertido conmigo a pesar de los problemas que le causé.
El frío arreciaba, por lo que Mei-Lin se dirigió a su habitación para descansar un rato.
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