4,6 mil millones de años habían pasado desde el nacimiento del planeta. Crecimiento y destrucción se turnaban en un ciclo eterno, con la luz y la oscuridad chocando constantemente. La última vez, la luz había salido victoriosa, irónicamente gracias al hijo de la oscuridad, el Ark subterráneo, quien luchó contra su propia identidad y salvó al mundo de la superficie. Tras su victoria, Ark desapareció, a la espera de que el planeta se viera nuevamente desequilibrado.

No obstante, parecía que Gaia Oscura no se había tomado muy bien su última derrota, porque el ciclo de destrucción empezó antes de tiempo. El progreso del hombre, con sus luces y sus sombras, alteró la situación... y daba la impresión de que las sombras opacaban cada vez más a la luz.

No bastaría con unos cuantos corazones puros para mejorar las cosas.

Sentado en su salón, Lord Kumari, líder político y espiritual de Lhasa, meditaba sobre el rumbo que había tomado la humanidad. Las visiones que le había comentado Ma-Yo en verdad eran inquietantes, pero él se mantenía sereno. Sus propios poderes le dieron a entender que algo ocurriría, algo grande, y lo mejor era prepararse.

«Gaia Oscura confía en que la propia humanidad será la que inicie el ciclo de destrucción, y hasta ahora, las condiciones son perfectas para ello; pero hay algo que parece haber olvidado».

―¡Lord Kumari! ¡Lord Kumari! ―lo interrumpió uno de los monjes.

―¿Sí? ¿Qué ocurre?

―Lord Kumari, necesitamos su ayuda.

Mientras se levantaba, un único pensamiento cruzaba su cabeza: «Parece que el héroe legendario volverá más pronto de lo que se esperaba».