Como el ave fénix, Nirlago tuvo que pasar por el fuego y resurgir de sus cenizas para adquirir una nueva vida. El problema fue que aquello generó opiniones divididas entre la población.

Tras el gran incendio que sufrieron y la ayuda recibida de diversas partes del mundo, Nirlago pasó de ser un pueblo rural a una gran metrópoli, con altos edificios de concreto que se alzaban monstruosamente en lo que alguna vez fueron fértiles campos. Mucha gente amó el cambio, pero los más tradicionales protestaron. Algunos habitantes se fueron para seguir llevando una vida campesina. Lo mismo pasó con Willy, el inventor del avión, quien prefería de un ambiente más tranquilo para ver cómo volaban sus máquinas.

Por otro lado, Mick, el jefe de la ciudad, sí sacó provecho de la urbanización, creando su propia hamburguesería. Prácticamente todo Nirlago iba a comer a su local, lo que le generó enormes ganancias.

«Quizás ese sabor podría ser bueno para una nueva receta».

En lo que respectaba a la creencia en sirenas y el Dios del Lago, pasaron a ser meras supersticiones.