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Capítulo 9: Secreto descubierto

Ambos volvían al departamento luego de una tarde donde John, apenas si le dirigió la palabra a Emilia, mencionó la llamada de su madre y luego fingió sumergirse en las hipótesis de sus diarios. A su vez, ella sintió la extraña frialdad que nació en John; no obstante, prefirió darle su espacio, puesto que parecía molesto con las incontables teorías escritas en el diario que tenía por corregir. 

Todo para él estaba mal, el orgullo le vencía y se molestaba consigo mismo constantemente. Era por ello, que Emilia intentaba darle ánimos hablándole sobre lo lento que fueron los avances tecnológicos y que la evolución se dio en pequeños pasos. 

Claramente, la mujer ignoraba el hecho de que la frustración de John provenía de otro asunto que estaba fuera de sus teorías sobre la electricidad.

Sentados en el comedor del departamento de Emilia, ninguno mostró deseos por iniciar una conversación. El hombre tenía los pensamientos perdidos y ella no quería entrometerse en su vida privada, mucho menos empezar una nueva discusión.

—¿Qué tal la cena? —preguntó buscando romper el silencio.

—La cena está bien, es solo que no tengo apetito —resolvió aquel que tenía el plato prácticamente lleno.

La castaña le miró de reojo, sintió la necesidad de aclarar las razones por las que salió a comer con Michael, pese a que el caballero nunca mencionó dicho almuerzo.

—Michael y yo hablamos sobre...

—No son necesarias las explicaciones, señorita Scott —interrumpió John.

Emilia lo miró directo a los ojos, pensando que lo que le molestaba no eran las teorías, sino la presencia de ella misma.

—No son explicaciones, yo solo quería hablarle sobre...

—Necesito ganar mi propio dinero, así podré salir de su departamento —interrumpió con una frialdad en la voz que Emilia detectó.

—Veo que es de nuevo su orgullo el que habla.

—Tal vez, pero ni siquiera estoy cerca de regresar al pasado o solucionar algo con mis teorías —aseguró el caballero que posicionó ambos ojos en ella, recuperando un poco de seguridad. 

—¿Regresar? ¿Planea volver al pasado? —preguntó Emilia, quien ahora lucía entristecida.

—No creo que deba quedarme más de lo necesario —replicó en un intento por no verse devastado por la idea que no le agradaba. 

Sin embargo, Emilia no veía ni un sentido a su respuesta, el hombre era feliz ahora que no tenía que desempeñarse como un nombre, él mismo lo aseguró en más de una ocasión. 

—El primer viaje en el tiempo fue simple casualidad, ¿pretende lograrlo una segunda vez? ¿Y cómo se supone que sería eso exactamente? ¿Electrocutándose de nuevo? —interrogó temerosa de la posible reacción.

Aquel volvió la mirada hacia una pared y negó para sí mismo.  

—No lo sé, ya buscaré la manera, pero momentáneamente necesito salir de aquí.

—No es por las teorías, ¿verdad? —cuestionó la castaña, colocando su mano sobre la de él para atraer su atención—. Es por mí.

El hombre levantó la mirada que tenía en el tacto para luego posicionarla sobre ella, ¿cómo era posible que una mujer le hablara con tantas libertades?

—Si yo no le he pedido explicaciones, usted no me las pida a mí —gruñó disgustado y con un nudo en la garganta. 

—¡No soy una sierva, John! ¡Soy su amiga y cómplice en todo esto! —manifestó Emilia en un brinco que dio de la silla. 

Pero el caballero no se quedaría callado, no quería seguir fingiendo y tenía que sacar todo lo que su pecho guardaba. Se puso de pie casi al mismo tiempo que ella y permitió que sus palabras fluyeran.

—Emilia, cómo puedo explicarle que...

La puerta sonó y las miradas de ambos se cruzaron en el acto para dejar atrás toda discusión. Había alguien golpeando la puerta estruendosamente. John arrugó la frente y buscó llegar hasta la habitación, pero Emilia le tomó del brazo para detenerle el camino.

—No será necesario que se esconda. Debe tratarse de la mujer del apartamento conjunto que...

La mujer abrió la puerta; sin embargo, frente a ella no aguardaba la supuesta vecina. A sus ojos estaban Franco y Wendy, ambos amigos con vino y comida en las manos, acompañados de una boca igual de abierta que la de Emilia y John.

—¡Debiste decirnos que John vendría! —soltó Wendy prácticamente en un grito.

Emilia meneaba la cabeza de un punto a otro, intentando negar lo que con claridad imaginaban. 

—No es lo que ustedes creen, John no vino aquí a...

—¡John vive aquí! —gritó Fausto con el celular todavía en la mano y señalando la ropa de hombre que estaba sobre uno de los sillones de la sala de estar.

Emilia y John se vieron entre sí, no había manera de que pudieran seguir negando lo que ocultaron por varias semanas.

—Mujer, ¿cómo se te ocurre escondernos semejantes noticias? —expresó Wendy, quien ya había pasado al interior del departamento.

A Emilia no le quedó más remedio que permitirles la entrada y responder sus preguntas antes de que sacaran sus propias conjeturas.

—Mejor pasen, les explicaré lo que sucede en realidad —dijo ella, permitiendo el paso.

Detrás de Emilia seguía John, el orgulloso hombre que por primera vez parecía atónito, sin nada que pudiera decir para remediar la situación en la que tanto él como Emilia se habían metido. Desde su punto de vista, la vergüenza caería sobre sus hombros, luego de haber aceptado vivir a solas con una mujer soltera. La reputación de ella estaba entredicha.

—Debo decir que de ninguna manera he deshonrado a la señorita Scott —emitió con el nerviosismo encima.

Emilia rodó los ojos y golpeó la frente con su mano, ahora la situación estaba peor.

—¿Deshonrar? ¡Qué lindo, Emilia ya estaba...!

—¡Cállate, Fausto! —interrumpió la dueña del departamento con una fulminante mirada—. Lo que John quiere decir es que entre él y yo no ha pasado nada. Él necesitaba de un lugar para quedarse y le ofrecí mi departamento, eso fue todo.

—Claro, supongo que tiene que ver con el hecho de que no hay hoteles en todo Shrewsbury —bufó Wendy al tiempo que descorchaba la botella que traía en la mano.

—Amiga, en realidad no tienes por qué darnos explicaciones sobre lo que haces con tu intimidad, únicamente pensamos que no había razón para escondernos esto. Estás soltera y John también lo está, ¿cierto?

—Así es, pero ya les dije que no pasa nada entre nosotros —explicó preocupada, mientras recogía las prendas que había sobre los sillones—. John vino aquí como un favor personal, su universidad no pagará viáticos, la investigación se alargó y me pareció poco cortés de mi parte no ofrecerle el hospedaje.

John caminó a la cocina y se sirvió algo del vino que Wendy trajo consigo, estaba nervioso y molesto consigo mismo por haber permitido que las cosas llegaran hasta ese punto.

—Al menos nos enteramos solo nosotros y no el resto de la universidad, Emilia —aseguró Wendy.

La castaña asintió para sí misma y sus amigos, los dos estaban escépticos de la explicación que Emilia les dio. En su lugar, pequeñas risillas comenzaban a aparecer entre ellos dos.

—¡Ay, pero qué teléfono tan fastidioso! ¿Por qué está sonando tanto? —reclamó Fausto mientras buscaba el celular que tenía minutos antes en la mano.

—John ven aquí y tranquilízate —dijo Emilia con un semblante más relajado—. Todo está bien.

Sin embargo, aquel prefería permanecer ajeno a la conversación, yendo de un punto a otro como felino enjaulado. Nunca le pareció más pequeño y asfixiante aquel departamento del que no podía escapar. De haber estado en su castillo, hubiese exigido un caballo y salido a cabalgar para dispararle algún pobre animal, así descargaría parte de lo que padecía, pero ahora, aquello le era imposible y tal acción lo tenía sofocado.

—¡Oh, mi Dios! ¡Emilia, me matarás! —soltó Fausto de pie en el centro de la casa, observando fijamente la pantalla del celular.

—¿Qué sucede? —cuestionó Emilia con el terror en los ojos.

—¡Es el audio!

—¡¿Qué audio?!

—¡El que le iba a mandar a Michael!

—¡¿Qué?!

Nadie entendía, todo era un caos en el lugar entre gritos, alaridos y miradas intensas. 

—No se lo envié a Michael, ni siquiera le dije algo, lo que se grabó fueron nuestras voces diciendo que John vivía contigo —aclaró finalmente el moreno. 

Enseguida pulsó el botón de play en el celular y el sonido de sus voces comenzó a sonar.

—Debiste decirnos que John vendría.

—No es lo que ustedes creen, John no vino a aquí a...

—¡John vive aquí!

Emilia abrió grande la boca al mismo tiempo que John parecía ahogarse con la bebida. Las cosas estaban fuera de su control, ya que la universidad completa hablaría de esa supuesta nueva relación.

—¡¿Cómo pudiste hacer eso, Fausto?! —reclamó Emilia.

—¡Fue un accidente, lo juro! Cuando veníamos para acá me avisaron que el idiota de Michael quiere mover a la zorra de Lía a mi departamento, me enojé tanto que decidí mandarle un audio reclamándole, así vería él dónde ponerla.

La historiadora recordó con rapidez la exigencia que le hizo horas atrás a Michael, con qué derecho le haría reclamos a su exnovio cuando ella estaba viviendo con John, quien parecía ser más su amante que su amigo después del audio que la universidad escuchó.

—¡La tecnología es un verdadero fastidio, cuando está en las manos de quien no sabe usarla! —bramó John desde la cocina con la mirada oscura puesta sobre Fausto—. ¡¿Cómo pudo ser tan idiota?! ¡No se ha dado cuenta de que ha comprometido a Emilia! 

Todos se quedaron boquiabiertos, el amable caballero estaba fueras de sus casillas. Emilia lo vio así una vez, pero el resto lo desconocía. 

Emilia se interpuso entre John y el pobre de Fausto, quien comenzó a temblar después de sentirse diminuto al lado del furioso hombre.

—La tecnología no tiene la culpa de nada —aseguró colocando su atención en Jhon para calmarlo—. Fuimos nosotros. No debimos esconder que vivimos juntos. Así, Fausto y Wendy no se hubieran sorprendido y ese mensaje no hubiera sido enviado.

—¡Ya te expliqué lo que quería hacer! Fue tu culpa por escondernos las cosas. ¡Me sorprendí tanto que me olvidé de mi dedo aplastando el botón de grabar! —expuso un Fausto igual de alterado que el resto.

—De todos modos, no habrá manera de parar el escándalo mañana —alegó Wendy—, esto será chisme por una semana al menos.

John estaba más que pálido, le faltaba el aire, necesitaba un espacio para meditar cada sentimiento que veía surgir en su interior, tragó el último sorbo de la copa que tenía en la mano, cogió su chaqueta y salió del departamento alegando necesitar aire.

Emilia no se atrevió a detenerlo, ella mejor que nadie conocía su posición ante el escándalo, estaba claro que le molestaba el caos, aunque para Emilia sería un chisme malintencionado por parte de los miembros de la universidad. 

Como bien dijeron sus amigos, ambos eran solteros, ¿por qué debía avergonzarse por vivir su vida a su manera? John era su amigo y para ella, eso era lo único que debía importar. 

—No creí que le molestara tanto —replicó Fausto.

—Si esto estuvo en secreto, fue porque él lo prefería así y en parte él tiene razón, debiste ser más cuidadoso, Fausto —reprendió Emilia dirigiendose al sofá. 

—¿Por qué? —cuestionó el amigo. 

Emilia quería decirles la verdad, hablarles del viaje en el tiempo y de sus anticuadas costumbres del siglo XIX, pero eso no era una opción. Mentir, era el camino más sencillo.

—No quería que mi reputación se viera afectada —explicó con dulzura.

Wendy y Fausto ablandaron los semblantes al tiempo que se derretían como mantequilla sobre el sofá.

—¿Has visto la clase de hombre que te ha caído del cielo? —preguntó Wendy—. Es como un caballero del siglo XIX o algo así.

Emilia abrió grande la mirada, mientras una tos de ahogo le surgía por la garganta.

—¿Cómo se te ocurre eso? —cuestionó.

—Cariño, el hombre se comporta como tal, es hermoso —resolvió Fausto—. ¿Estás segura de que entre ustedes no hay algo?

La mujer abrió la boca con la idea de negarlo, pero ya ni siquiera ella entendía lo que sucedía en su vida, tomando en cuenta que pasaba todo su tiempo con un hombre, mientras otorgaba segundas oportunidades a otro. ¿Qué se supone qué era eso?

—No creo que John este interesado en mí —soltó finalmente luego de un suspiro.

—¿Por qué? —preguntó Wendy, observando con ternura.

—Bueno, es que él... —«ni siquiera es de mi siglo», pensó—. ¡Somos diferentes! Es un hombre maduro y complejo, mientras que yo no sé qué es lo que quiero. Debe creer que soy una mujer tonta con problemas románticos. Desde que llegó aquí no he hecho otra cosa que llorar por Michael y él lo presenció todo.

—¡Ay, Emilia! —expresó Fausto, arrugando la cara.

—Te dije que me parecía increíble que Emilia trajera a John a su departamento para una venganza. Ella no hace esas cosas —aseguró Wendy con la mirada en Fausto.

—¡Pues debería! Deberías comenzar a ser la villana en lugar de la víctima. ¡Me aburres, amiga! —dijo Fausto, inclinándose hacia atrás.

—Para ustedes es fácil decirlo —expuso la castaña que dejó de lado toda debilidad—. Tras cuatro años de noviazgo con Michael, estaba segura de que terminaría casada con él. Los dos trabajaríamos en la universidad, tendríamos hijos y luego haríamos lo que mis padres hacen con sus vidas. Eso era todo lo que tenía visualizado para mí, además de mi carrera como historiadora, pero de pronto, resulta que no tendré nada. Ni a Michael, hijos o una carrera.

Wendy y Fausto se miraron a los ojos, Emilia tenía razón, su dolor seguía reciente y ellos no podían apresurar las cosas.

—Nos tienes a nosotros —aseguró Wendy a su lado, Fausto asintió—. También tienes una carrera, aunque sea fuera de Shrewsbury. Piénsalo.

—Sí, pero en serio comienza a considerar a John, no creo que no hayas notado que te mira con admiración —agregó el moreno que no olvidaba la idea de un nuevo romance.

Emilia los observó a ambos y respiró hondo, tal vez sería tiempo de intentarlo.  

—¿Lo creen? Es once años mayor que yo, me ha de mirar como a su hermana menor.

Fausto y Wendy volvieron las miradas, no había mayor ciego que el que no quería ver. Finalmente, ella terminó en una sonrisa con ellos.

Después de largas pláticas sentimentales, los dos amigos optaron por retirarse del departamento. Sin embargo, Emilia estaba preocupada por el paradero de John, el solitario caballero salió confundido, sumergido en sus pensamientos y preocupaciones. De no llegar pronto, ella tendría que salir en su búsqueda, aunque, por fortuna no fue necesario, John volvió  con el mismo semblante que tenía antes de su acelerada salida.

La preocupación que Emilia sentía le hizo caminar hasta él para saber de su estado.

—¿Ya está mejor? —preguntó.

El hombre se acercó a ella con la mirada fija en los ojos cafés, tomó su mano y se hincó en una sola pierna. Emilia no entendía lo que sucedía, el corazón se le disparó al tiempo que la respiración agitada evidenciaba el nerviosismo.

—Emilia, debo decirle que cumpliré como el caballero que soy. Me casaré con usted para enmendar mi falta —aseguró con una voz firme. 

—¿Falta? —cuestionó la mujer que casi no tenía palabras. 

—En efecto, no permitiré que todos hablen a sus espaldas sobre nuestra supuesta relación.

—¡No, John! Esto no es lo que usted cree —dijo al tiempo que le retiraba su mano y este se ponía de pie—. ¡Por Dios! ¡¿Cómo puede pensar que tenemos que casarnos solo por vivir juntos?! ¡Millones de personas lo hacen y a nadie le debe importar!

—¡¿Qué?! —expresó el hombre contrariado. 

—Se lo expliqué antes... Permítame a mí solucionar esto, ya verá que la preocupación fue en vano y para mañana nadie hablará de esto.

—¿Cómo pretende que me quede tranquilo y acepte que usted solucione esto? No soy un burdo pirata que toma y abandona. ¡Soy un caballero, señorita Scott! —expresó con disgusto por la idea que a sus ojos era absurda. 

—Es que una boda no es necesaria —continuó Emilia en intento por calmarlo—. Confié en mí.

—¡Es precisamente eso lo que he hecho desde que vine aquí! —dijo con cierto tono de molestia —Esos chismes también le afectan a mi persona, de continuar me veré en la necesidad de hablar con su padre para pedir su mano en matrimonio.

La mujer arrugó la frente, el caballero con el que vivía no dejaría de creer fielmente en sus convicciones y valores.

El día siguiente, Emilia permaneció encerrada en su oficina para evitar ver las caras de todos cuando caminaban por el campus. El teléfono de la catedrática no paraba de sonar ante los incontables cuestionamientos que los supuestos amigos de la universidad tenían para ellos, incluso los padres de Emilia estaban enterados y habían demandado una explicación. Ella arrugó la frente, después de la controversial discusión que tuvo con su madre, puesto que los deseos de sus padres, por restablecer su relación con Michael, estaban muy por encima de su consideración.

—¡No, mamá! —gritó Emilia y colgó el teléfono.

John se mostraba más que preocupado, ¿cómo podía permitir aquellas habladurías? En su vida, apenas si su nombre estuvo en boca de la sociedad, ni su hermano, ni él, debían permitir que un miembro de la familia Bennett terminara en una vergonzosa situación. Para su sorpresa, ahora estaba sucediendo.

—Su padre me retará a un duelo —dijo cansado del chismorreo.

Emilia llevó una mano a la frente y cerró los ojos.

—John, le repito que estamos en el siglo XXI. Los duelos ya no son permitidos.

—Entonces, ¿ya no existe el honor? —interrogó exaltado, sin entender las nuevas costumbres. 

—¡No, ya no existe el honor! Se perdió siglos atrás —replicó prácticamente frustrada, al tiempo que azotaba su teléfono contra la mesa.

—Bien, entonces debemos calmarnos para analizar la situación, ¿quiere un poco de té? —preguntó el hombre al verla perder el control.

—El mundo se me cae encima y me ofrece, ¿té? —Incluso para ella, aquello sonó amargo. 

—Le ofrecí matrimonio, pero usted se negó —arremetió el hombre que ya no sabía qué decir para tranquilizarla.

—Sabe qué... Sí, prefiero el té. Usted quédese aquí y yo iré a la cafetería.

—¿Segura?

—¡John, no soy una niña! —gruñó exasperada—. Puedo manejar esto sola, ¿de acuerdo?

John asintió a sabiendas de que ella hacía de todo, menos manejar la situación. En su camino por el campus, Emilia observó algunas caras con pequeñas risillas que le indicaban que habían escuchado el audio. 

Estaba claro que las mentes sucias de todo el mundo pensaban lo peor de su relación con John, ¿Por qué no suponer que son dos amigos viviendo juntos? ¿Era algo difícil de imaginar? Ya Estaba cansada de sentirse incómoda con todo lo que la gente dijera sobre ella. Debía dejar de hacerles caso para concentrarse en sí misma.

Sin embargo, el abrumador día de Emilia todavía no terminaba y antes de llegar a la cafetería, sintió el tacón de su zapatilla romperse. 

«Lo que me faltaba», pensó y caminó a un costado del edificio para sostenerse de la pared, así retiraría la zapatilla y regresaría descalza a la oficina. 

En el intento, escuchó a su alrededor dos voces que le parecían familiares, una era la de Lía y la otra era de la tonta de su amiga. Optó por no hacer ruido, detuvo en seco sus movimientos y agudizó el oído.

—Entonces, ¿te irás al departamento de artes? —interrogó una de las voces. 

—Michael me dijo que lo tenía que hacer, al menos por un tiempo.

—¿Se lo pidió Emilia?

—No lo sé, pero supongo que sí. ¿Escuchaste el audio? Es obvio que fue planeado por Emilia. Ella está haciendo de todo para llamar la atención de Michael —expuso la voz Lía. 

—¿Tú crees que es falso? A mí me parece real... Es decir, llegan y se van juntos, él no convive con nadie que no sea del círculo de ella. Además, llegaron juntos al evento de beneficencia y lucían bien —repuso la otra sonando convencida. 

—Amiga, Emilia es una tonta que no se atreve a hacer algo fuera de lo socialmente aceptable. Ni siquiera vivió con Michael antes del compromiso y estuvieron cuatro años como novios de secundaria. Siempre calla y obedece, así fue con sus padres y así fue con Michael —mencionó en un tono de burla. 

Emilia estaba atónita en un rincón luego de todos esos pensamientos que le acorralaron la mente y le golpearon el corazón. 

¿Qué tan ciega fue para no darse cuenta antes? 

Con el cuerpo aun temblando, tomó ambos zapatos en las manos y salió corriendo de regreso al castillo, en el trayecto un par de lágrimas le recorrieron las mejillas, quería permitirles salir sin que fueran retenidas como otras tantas veces tuvo que hacer en su soledad. Sin embargo, apenas entró al castillo, escuchó la voz de Michael haciendo reclamos a John.

—¡Quiero que regreses hoy mismo a Stanford! —demandó en un grito que provocaba eco el castillo vacío—. Desaparece de la vida de Emilia. Solo has venido a causarle daño.

—¡Me iré solo cuando ella me lo pida, no tú! —replicó John igual de alterado.

—¿Qué no entiendes que la estás afectando? ¿Qué derecho tenías de meterte en su departamento?

Emilia salió de la oscuridad del rincón donde aguardaba y se plantó frente a los dos enfurecidos hombres.

—El derecho que yo le di, Michael. Es mi departamento, yo lo compré y yo lo invité. Soy una mujer adulta que puede tomar sus propias decisiones, que no te importe lo que yo haga —reclamó con el rostro descompuesto por la cólera.

—¡Comprende que este hombre te está arruinando la vida...! —gruñó descontento por todo. 

—¡No es cierto! —negó Emilia en un chillido.

—¡Es verdad, solo escucha lo que se dice entre pasillos! —aseveró Michael apuntando hacia la salida. 

—¡Nada tiene que importarles porque John es... mi novio! —Emilia permitió que surgieran aquellas palabras que ni siquiera ella misma comprendía. 

—¡¿Qué?! —preguntó Michael con la cara de espanto.

John también la miraba asombrado. Una noche antes ella lo rechazó y ahora lo declaraba su novio. 

«¿Qué demonios pasaba por la mente de la mujer?»

—El audio es cierto, John y yo vivimos juntos porque somos... novios —aseguró ella intentando sonar más relajada. 

No obstante, el exnovio seguía sin creerlo. 

—Pero...

—No dije nada antes porque quería evitar las habladurías. Además, todo sucedió muy rápido, pero sucedió y ahora no tengo más remedio que aceptarlo. John y yo somos pareja —dijo fingiendo un tipo de seguridad.

Michael no quería creerle a Emilia y mostró su enojo en una rabieta que terminó derribando un par de libros.

—¡Quiero que se vaya de aquí, Emilia, o de lo contrario, buscaré la manera de sacarlo yo mismo!

—¡No te atrevas a amenazarme! —recriminó John poniéndose por enfrente de la mujer.

—¿Supones que me quedaré de brazos cruzados? —interrogó el jefe posando sus ojos sobre ella—. Te pedí que viviéramos juntos en más de una ocasión y te negaste. Ahora resulta que llega este hombre y pierdes la cabeza para comportarte como una...

—¡A Emilia la respetas! —gritó John al tiempo que se iba sobre él buscando colocar un golpe sobre la quijada de Michael.

Sin embargo, Emilia se lanzó sobre John para detener los agresivos instintos. 

La caballerosidad se había terminado.

—¡No, John! ¡Te meterás en problemas si lo golpeas aquí!

—¡Es mi casa! —soltó él sin contener el enojo.

Michael seguía tan sumido en su propia rabia que no puso atención a las palabras de John, ver a Emilia defenderlo y cuidar de él, lo consumía por dentro. La mujer fue coherente en sus acciones durante toda una vida y de repente, estaba cegada por alguien que desconocía.

—¡Hazlo! ¡Golpéame! Quieres hacerlo, ¿no? —escupió señalando la cara.

—¡No lo escuches, John! ¡Quiere provocarte! —replicó Emilia en un grito.

—¿Dejarás que una mujer te diga lo que tienes que hacer? —soltó una vez más. 

John enfureció y dio un paso hacia delante, apenas retenido por la castaña que permanecía colgada del enorme hombre que era él.

—¡No, aquí! —gritó Emilia, extendiendo ambos brazos para separarlos—. ¡Lo hará en el torneo de esgrima! ¡John te vencerá ahí!

El rubio comenzó a reír con descaro, era el actual campeón y se estuvo preparando para volver a serlo, con dificultad alguien le vencería en el torneo. 

Las miradas rabiosas de ambos hombres estaban entrelazadas, eran mayores sus deseos de desquitarse uno con el otro, pero ya todo lo dijo Emilia, la universidad no era el lugar. 

John intentó regular su respiración, frunció el ceño y levantó el rostro, consintiendo la idea.

—Ahí te veré —aseveró Michael.

—Será un placer —replicó John igual de molesto.

Enseguida, Michael arrugó la frente, asintió para ambos y salió hecho una bestia. A su salida, Emilia cayó de sentón sobre el suelo, las piernas le flaquearon luego de las fuerzas que gastó para retener a John, terminando derribada en el piso de su oficina. Parecía haber tocado fondo, mas no tenía manera de saberlo a menos que John pudiera volver a viajar en el tiempo. 

El caballero de siglos atrás llegó hacia ella, buscando ayudarla a recuperar fuerzas. No quería verla derrotada, no después de la hostilidad que demostró aquel que decía amarla.

—¿Está bien? —preguntó para verla asentir sin decir palabra o alzar la cabeza—. ¿Qué fue todo eso de que usted y yo somos...?

—¿Novios? —interrumpió ella, mostrando la cara. 

John asintió sin agregar palabra y con fuertes respiraciones apoderándose de él.

—¿Quiere ser mi novio, John? —intervino con las miradas entrecruzadas. 

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