Capítulo 6: Celos
Entre más investigaba Jhon, mayor era el dolor por el oscuro destino que su familia vivió tiempo atrás. Algunas notas de la localidad de Shrewsbury hablaban sobre el ruin final padecido por sus primos, aquellos que terminaron mutilados y desangrados en el piso del castillo. Los libros de historia mencionaban en principio la gran hambruna del siglo XIX, provocada por la mala administración de los británicos y la pésima toma de decisiones, ya que, gran parte del territorio destinado a la siembra de alimentos básicos, fueron remplazados por la siembra del té y el algodón para la manufactura de textiles.
El viajero en el tiempo, con dificultad, podía contemplar la funesta idea, ¿cómo fue capaz su hermano de utilizar las tierras de Shrewsbury para la siembra de algodón en vez de los alimentos que su gente requería? ¿Qué tan grande fue la codicia que lo orilló a tomar tan mala decisión? Todo le parecía grotesco, casi al grado de la repulsión, sobre todo en cada momento que analizaba de cerca las cifras mortales de la tragedia.
Fueron dos días los que John y Emilia apenas si se dirigían la palabra, él intentó sobrevivir por sí mismo, dado que ella fingía estar siempre ocupada.
En realidad, estaban tan acostumbrados a las amigables charlas, que en el momento en el que surgió un altercado, ninguno de los dos supo cómo reaccionar. En el departamento Emilia corría a esconderse a su habitación, fingiendo sentir cansancio, John encendía la televisión o tomaba algún libro que le llevara al olvido. Por las mañanas se miraban el rostro de nuevo, había saludos cordiales y estando de regreso en la universidad, el caballero se escurría a la biblioteca por largas horas.
Ninguno pretendía olvidarse de la pelea. John aseguraba que ella le escondió la información con alevosía y ventaja, mientras Emilia alegaba que, de ninguna manera, fueron esas sus intenciones. Sin embargo, no pudo evitar sentirse molesta por las protestas en tono de grito que surgieron en su oficina dos días atrás.
A pesar de los incontables reclamos que ambos se hicieron, había algo que tenían en común, algo que mantuvieron suprimido para sí mismos. Extrañaban la amistad que surgió cuando se conocieron, las largas pláticas sobre el castillo, el siglo XIX, tecnologías, eventos históricos que John se perdió. También precedía esa complicidad que nació de las mentiras que juntos crearon a fin de que nadie sospechara sobre el viajero del tiempo.
Ese día, Emilia escuchó la puerta de su oficina abrirse, asomó el rostro por encima del escritorio y miró a Ángela, una hermosa morena de cabello rizado que trabajaba en el departamento de matemáticas de la universidad. Enseguida, después de su entrada, corrió a saludar a John con un evidente beso en la mejilla.
—¿Vamos? —preguntó la recién llegada y el caballero asintió dejando de lado los diarios.
Emilia seguía esperando que alguien le dijera algo, los miró con recelo hasta que fue la misma Ángela la que abrió la boca.
—Invité a John a comer, supongo que no hay problemas.
—¿Por qué los tendría? John puede ir a comer con quien quiera —soltó la castaña con cierto tono de frialdad.
—Me refiero al hecho de que eres su jefa, Emilia —aseguró la morena señalando al historiador que ahora estaba junto a ella.
—Oh, sí, eso —respondió avergonzada—. No hay problema. Digo, tenemos trabajo, pero pueden ir... a comer.
John y Ángela se sonrieron entre sí. Él expuso su brazo y ella lo estrechó casi de inmediato para salir del lugar.
Un aire melancólico sacudió a la castaña y a pesar de que ella también tenía que salir a comer, prefirió quedarse esa tarde en su oficina. La presencia de ese par en la cafetería de la universidad le causaría repulsión, algo que no sentía con frecuencia. Luego de un intento de regresar a su trabajo, vio los mensajes que Wendy y Fausto enviaran a su teléfono.
Fausto: Emilia, ¿dónde estás?
Wendy: ¿Por qué Ángela y John están comiendo solos?
Fausto: No están solos, Wendy. Están todos los maestros que evitamos trabajar.
Wendy: Primero es una comida aquí, después comerán en un restaurante más privado y luego se comerán entre ellos. Así funciona, pero tu amiga no lo quiere entender.
Fausto: ¡Ay, Emilia!
La historiadora rodó los ojos después de leer los mensajes, en dicho momento no quería saber de John, Michael, Fausto o Wendy, era mayor la tristeza que le oprimía la idea de tener que dejar el castillo que con tanto esmero protegió.
Después de unas horas, cuando John ya había vuelto de su almuerzo, ninguno de los dos se dijo nada, ella fingió estar muy ocupada y el orgulloso hombre no pretendía darle explicaciones sobre sus actividades.
Estando en una de las salas del castillo, sorbió del té que tenía a su lado y escuchó a Emilia dar gritos en el molesto aparato llamado teléfono, era una maravilla tecnológica que ponía grilletes en todo aquel que tuviera uno. Era así como él se sentía cada que su teléfono sonaba. Ella se molestaba cuando no era respondido.
«¿Por qué debo interrumpir mis lecturas para obedecer a la espantosa alarma?», pensaba cada que pasaba demasiado tiempo en biblioteca.
Los gritos de Emilia le hicieron dirigirse a ella, era clara su molestia. Esta vez no podría ignorarla.
«Tal vez el teléfono también la desconcentró», supuso.
—¿Sucede algo malo? —preguntó asomando el rostro por la puerta.
La mujer sacó la cara de entre sus manos y lo vio de pie frente a ella, con esa penetrante mirada y la barba crecida.
«Aún molesto, su amabilidad es genuina», pensó mientras desviaba la mirada.
Estuvieron alejados uno del otro, tratando de no verse a los ojos y comunicándose a través de pequeñas charlas.
—Se trata de la cena de beneficencia de mañana, mis padres creen que debo ir con Michael.
El hombre asintió, dando pequeños pasos hacia ella.
—Entonces, ¿sus padres aprueban su compromiso? —cuestionó analizándola.
—Sí, pero da igual. No me casaré con Michael —replicó al tiempo que encogía los brazos y fingía estar ocupada.
Jhon notó con facilidad que el tema del exnovio le disgustaba.
—¿Ir en contra de las decisiones de sus padres no es indecoroso para usted?
—Lo sería si estuviéramos en el siglo XIX, le debería respeto a mi padre y acataría sus decisiones con el debido decoro —explicó, esta vez observándole el rostro—. Sin embargo, no estamos en el siglo XIX, por supuesto que tengo que respetarlos, pero no pueden decidir con quién me casaré o si lo haré algún día. Esa decisión es solo mía.
El caballero sabía que era cierto, en su momento lo padeció y reconoció lo difícil que era como hijo. Aun así, creía que una mujer como Emilia no debía estar sola.
—Tiene treinta y cuatro años, y decide declinar la oferta de matrimonio de un hombre porque ha decidido aceptar la compañía de una...
—¡Ni lo mencione, John! —declaró Emilia entrecerrando los ojos, haciendo la señal de alto con la palma de la mano expuesta en el aire—. Eso no está a discusión. Además, usted tiene cuarenta y cinco años y tampoco se casó.
—Mi caso es diferente, señorita Scott —replicó tajante.
—¿Por qué?—cuestionó ella, arqueando una ceja.
No obstante, el caballero irguió el cuerpo, nunca imaginó que tendría que dar tales explicaciones a una mujer. Sobre todo a una que no tenía ningún tipo de relación con él.
—¡Soy un hombre, usted una mujer!
—¡Esa no es razón! —expresó casi molesta.
—Lo es, sea del siglo XXI o el XIX, una mujer siempre necesitará de un compañero que vea por ella, de igual manera que un hombre requiere de una mujer. Entiendo que es autosuficiente, gana su propio dinero, toma sus decisiones, es inteligente, valiente e innegablemente... hermosa—. El caballero la miró directo a los ojos y luego tragó hondo—. No debería contemplar siquiera la idea de permanecer sola.
Emilia se sintió doblegada por cada palabra. Él tenía algo de razón, en ocasiones quería permitirse sentirse frágil y vulnerable en los brazos de un hombre que la entendiera y amara por lo que es y no por lo que representa. John lo entendió rápido
—A veces no tenemos opciones —resolvió ella desviando la mirada.
—Puedo... Llevarla a la cena de beneficencia, si usted me lo permite —dijo el hombre con toda la caballerosidad que lo caracterizaba.
Emilia puso toda su atención en John, en un intento por asegurarse de que lo dicho fue real.
—¿Cómo dice?
—Me he comportado de una manera inaceptable por estos últimos dos días. —Respiró profundo, entrelazó las manos por detrás y caminó hacia ella—. Emilia, usted me ha ayudado bastante con todo esto, lamento haberla ofendido por haberme ocultado la información sobre mi familia. Comprendo sus motivos y me disculpo por mi grotesco comportamiento.
—Me llamó falsa —aseguró con el entrecejo hundido.
John abrió la boca, necesita encontrar las palabras adecuadas para ser perdonado, lo estuvo pensando desde esa mañana, cuando se dio cuenta de lo mucho que la extrañaba.
—Usted no es falsa. Lo dije porque estaba celoso de su vida. La vida de un Lord, Conde, Duque o Rey, no es lo que el mundo cree. La mayor parte del tiempo tenemos que mentir, asentir y proseguir con aquello para lo que se supone nacimos. Actualmente, tienen la dicha de hacer sus elecciones. En realidad, yo soy el falso, por haberme considerado algo que no soy.
Las piernas de Emilia flaquearon, sin duda alguna, John era ese caballero que se convertía en el príncipe ideal, pero incluso para ella, tal comportamiento era abrumador, tan hermoso como preocupante. Por otra parte, estaban sus atenciones, las largas charlas, las interminables preguntas, todo aquel misterio que lo rodeaba, Emilia lo extrañaba, ya no quería fingir indiferencia. No con él.
—Pensé que Ángela lo invitaría como su acompañante a la cena, ya veo que se han vuelto buenos amigos —comentó con cierta timidez en la voz.
—La señorita Ángela planeaba invitarme, pero me he negado, mis deseos no eran asistir, aunque por lo que veo, usted sí me necesita. —El hombre sonrió tendiéndole una mano que esperaba que su cómplice la tomara.
Emilia le regaló a John una amistosa sonrisa, una espontánea y natural, libre de propósitos.
—De acuerdo, señor Bennett. Aceptaré su propuesta e iré de su brazo a la cena de gala. Únicamente como amigos y con bandera de paz, ¿qué le parece? —preguntó satisfecha, estirando la mano para el caballero.
John sonrió por instinto y aceptó la idea. Después de todo, los bailes eran lo suyo. Fue educado para mostrar siempre un feliz rostro lleno de hipocresía frente la aristocracia.
Salieron de la universidad y el resto del día se les fue entre compras e ideas que Emilia y John tenían para salvar el castillo. Varias hipótesis fueron refutadas, apenas fueron mencionadas, otras tantas seguían en el aire, las dudas se irían disipando conforme el caballero avanzara en sus pequeños experimentos.
—Se nos hace tarde, señorita Scott —dijo el hombre desde la ventana que estaba cerca del sofá-cama.
Ya vestido con un elegante esmoquin negro. No estaba hecho a la medida, pero él parecía cómodo. Horas antes, Emilia lo llevó a la peluquería para que le delinearan esa abultada barba e hicieran un nuevo corte de cabello que le hicieran lucir más a la moda.
—Lo lamento, me ha llevado algo de tiempo subir el cierre de este vestido —reconoció la impresionante mujer que usaba un vestido negro de lentejuelas y largos guantes blancos.
John estaba absorto en la belleza de Emilia, delicada figura, ojos y cabellera oscura, era sinónimo de perfección de los pies a la cabeza. Indebidos pensamientos pasaban por su cabeza, él lo sabía, pero ella jamás se enteraría. Caminó en dirección de la dama, tomó su mano y besó el dorso como hubiese hecho en el siglo XIX.
—Luce hermosa.
Emilia sonrió algo ruborizada por la acción del caballero, eran esos modales lo que le hacía querer arrojarse a sus brazos pese a que él no era una opción en su vida sentimental.
La cena de beneficencia se llevaría a cabo en el más antiguo y elegante hotel de la ciudad, era ya una tradición que esas costosas y elegantes reuniones se establecieran en los viejos salones de baile que datan del siglo XVIII. Era ese uno de los lugares favoritos de Emilia, el lugar la hacía sentirse como un miembro más de la realeza, en esta ocasión entraba acompañada de un verdadero caballero y Lord de la época victoriana. Apenas se bajaron del automóvil, John presentó su brazo para que ella se sujetara con firmeza de este. Por breves segundos, dudó en hacerlo, aunque, quería hacerlo, ansiaba atravesar la puerta acompañada de un buen hombre que parecía apreciarla, no era su novio, pero sí un buen amigo. Desde su punto de vista, no había nada malo en ello.
Pasaron los jardines del recinto, hasta llegar a los escalones que enmarcaban la entrada al salón de baile. Emilia respiró hondo y subió cada escalón, acompañada de fuertes palpitaciones. ¿Qué pensarían los demás? ¿Debía preocuparse? No, no se preocuparía, en vez de ello, disfrutaría de la noche con sus amigos, incluyendo a John.
Finalmente, llegaron a la entrada, el salón estaba bellamente decorado con colores blancos, dorados y detalles en rosa. Meseros ofreciendo champagne y whisky se acercaron a ellos, Emilia tomó una copa y John hizo exactamente lo mismo.
—Nos miran —mencionó John acercándose a su compañera.
—¿Usted cree? —preguntó ella con la temperatura elevada y un tono de ironía.
—Sonría, relájese y asienta con la cabeza.
—John, usted y yo venimos aquí como amigos. ¿Lo recuerda? —Emilia lo observó fijo en un intento por recordar su posición.
Aquel sonrió despreocupado al tiempo que la miraba con ternura.
—Señorita Scott, usted podrá saber muchas cosas que yo ignoro, pero si en algo tengo mayor conocimiento es sobre cómo utilizar a la sociedad para obtener beneficios. ¿Quiere salvar el castillo? ¿Busca molestar a su antiguo prometido? ¿Quiere que todos sepan quién es Emilia Scott? Entonces, sonría, relájese y déjeme a mí guiarla a través del salón.
Emilia se quedó boquiabierta, aunque aquello tenía sentido, sobre todo después de mirar a Michael con esa estúpida ceja arqueada que ella detestaba. Después de esa noche, nadie la volvería a ver como la tonta Emilia que volvería a caer en las mentiras de Michael.
—Busquemos a mis padres —comunicó al tiempo que observaba entre la gente.
El hombre por poco escupe la bebida que tenía en su boca. Emilia mencionó la presencia de sus padres, pero conocerlos le preocupaba, estuvo durmiendo en la casa de la señorita Scott y pasando tiempo con ella sin la presencia de un chaperón, el padre podría recriminarlo y de hacerlo, tendría que aceptar las consecuencias de sus actos: concederle al padre una satisfacción o casarse con su hija. Cualquiera que fuera el caso, daría la cara como el honorable hombre que era.
Caminaron con ligereza, como si nadie observara, hasta llegar a la mesa donde los antiguos catedráticos aguardaban.
—Oh, hija. Aquí estás, ya me comenzaba a preocupar —aseguró el robusto hombre de bigote largo, poniéndose de pie.
El padre de Emilia era apreciado por la comunidad de la universidad, ya que fue un distinguido director que se encargó de poner a la institución en una posición honorable en todo el Reino Unido. Emilia se parecía a él y John lo notó enseguida: el cabello, los ojos, el color de piel, eran similares. Enseguida de este estaba la madre, era rubia, tenía el cabello recogido y hermosos labios color carmesí, parecía ser lo único que Emilia heredó de su madre.
—Papá, te preocupas demasiado. Ya estoy aquí —replicó ella rodeando a su padre con sus brazos. Luego saludó con un delicado beso a su madre.
—¿Quién te acompaña, Emilia? —preguntó la madre sin dejar de mirar a John.
—Él es el señor John Thomson, un colega historiador de Stanford —dijo señalando al hombre que parecía tranquilo, aunque por dentro era consumido por el nerviosismo—. Señor Thomson, ella es mi mamá: Ruth. Trabajó en el departamento de artes por muchos años, un edificio lleva su nombre. Él es mi padre, el reconocido señor Jacob Scott, exdirector de la universidad.
—Emilia, no es necesario que alardees sobre nosotros —declaró el padre al tiempo que extendía la mano para que John la estrechara.
—Es un placer conocerlos, señor y señora Scott —comentó John, haciendo alarde de su elegancia y clase. Luego tomó la mano de la madre de Emilia y besó el dorso.
La mujer apenas si supo cómo reaccionar, esos modales estaban pasados de moda para todos, pero John no podía desprenderse de ellos con tanta facilidad.
—Emilia, creí que asistirías a este evento con...
—Era la idea, papá, pero él decidió sentar a una mujer en sus piernas —soltó Emilia molesta y luego bebió de su copa.
—Deja las groserías para luego —recriminó la madre.
—Emilia es algo... directa como ya se habrá dado cuenta, John —justificó Jacob con una sonrisa enorme—. Bien, cuéntenos, ¿qué hay por Stanford?
Los ojos de Emilia se hicieron grandes, de alguna manera debió intuir que su padre haría preguntas sobre la universidad de Stanford, prácticamente seguía dentro de la universidad aconsejando a quienes estaban en el poder. Era por ello que casarse con Emilia, era una oportunidad dorada para Michael, contar con la aprobación de Jacob sería la mejor publicidad que tendría para mantenerse en el poder de la universidad por un largo tiempo. No obstante, aquello estaba perdido, debido a la decisión de Emilia de terminar con su compromiso.
—Papá, no estamos aquí para hablar de trabajo —interrumpió la joven en un intento por salvar la compleja situación en la que se metió.
—Emilia, esto es una cena para recaudar dinero para la universidad, ¿cómo supones que no lo relacione con el trabajo? —cuestionó el padre señalando con la cabeza el lugar.
—Emilia tiene razón, cariño. Hablas de universidades todo el tiempo. Hemos venido a divertirnos y a ganar algunos dólares para la escuela. —Ruth apareció al rescate, mientras colocaba una mano sobre el hombro de su marido.
Ella no lo sabía, pero Emilia lo agradecía en silencio, por lo que decidió desviar la atención hacia un tema del que su madre resultara protagonista.
—Oh, sí. Olvidé decir en la presentación que mi madre que tiene una ligera adicción al póker, mientras mi padre dirige sus adicciones hacia el trabajo.
—¡No es una adicción, Emilia! —reprendió una vez más la rubia, que luego sonrió para Jhon—. Es una forma de entretenernos, pero hoy lo haremos para recaudar dinero.
—Pensé que se trataba de beneficencia, no de juegos —replicó el aludido en dirección a su acompañante.
—En efecto, solo que, en lugar de hacer subastas, recaudaciones o cualquier otra cosa, lo que se hace es montar un casino.
—A diferencia de que aquí, nadie saldrá con sus bolsillos llenos a excepción de la universidad —agregó Ruth.
—¿Juega póker, John? —interrogó Jacob.
Emilia estaba a punto de contestar por él, pero fue la varonil voz de John lo que la dejó muda.
—Oh, sí. Soy un excelente jugador si mi presunción no es mucha —respondió relajado.
—Perfecto, nos acompañará en nuestra mesa —asintió la madre.
Toda la preocupación de John se disipó luego de conocer a los agradables padres de Emilia, le quedó claro por qué la universidad los estimaba, eran tan satisfactorias las pláticas en la mesa, que Emilia y él se olvidaron por completo de la cantidad de miradas que tenían sobre ellos. De vez en cuando, se acercaban algunas personas a saludar a los Scott o a la castaña misma, incluso se apareció el profesor Hiroshi y otros dos profesores con los que John hizo amistad, pensaban que el acercamiento de Jhon a los Scott podría dejar claro la relación que podría formalizar.
Minutos más tarde, la cena fue servida. John se mostraba cómodo con la cantidad de cubiertos, todo era más acorde a lo que acostumbraba en su castillo. Por otro lado, Emilia se miraba como una orgullosa mujer que presumía de su flamante compañero. Así mismo, buscaba con la mirada a Michael con el objetivo de asegurarse de que este notara su felicidad.
—Ruth, Jacob. Que placer verlos divirtiéndose —saludó Michael después de escuchar las estrepitosas risas de Ruth luego de que John contara una anécdota propia.
—Oh, sí. John es encantador, ya veo por qué lo han traído hasta Shrewsbury —respondió Ruth entre sonrisas.
—Yo no tenía el placer de conocerlo —aseguró el rubio, con los ojos fijos en el reciente invitado.
—Emilia, ¿no los has presentado? —interrumpió Jacob.
—No es mi culpa, papá. Michael siempre está muy ocupado, ¿verdad? —respondió con la mirada en John.
Sin embargo, fue John quien se puso de pie con rapidez para presentarse apropiadamente con el exprometido de Emilia. Por dentro, estaba corrompido por el dolor de su amiga, la vio llorar varias veces y ella no lo merecía. Pese a ello, debía poner su mejor sonrisa, esa que estaba llena de hipocresía y que todo el mundo parecía amar. Esa era su máscara, la que sabía emplear a su favor.
—John Thomson. Un placer conocerlo al fin.
Michael miró con recelo la mano de John, bajo otras circunstancias no la hubiera estrechado de ninguna manera, pero a su costado observaban los padres de Emilia, aquellos a los que quería tener como suegros.
—Finalmente lo conozco, señor Thomson. Michael Miller —dijo estrechando la mano junto con una fingida sonrisa—. He escuchado maravillas sobre usted.
—¡Qué casualidad! Emilia también me ha hablado de usted.
La historiadora intuyó los celos de Michael, aunque este jamás perdería el control frente a sus padres.
—Emilia, cariño, podrías acompañarme un momento. Hay unas cosas de las que quiero hablarte en privado —resolvió Michael después de soltar la mano de John.
Ella asintió a sabiendas de que se trataba de cualquier estupidez que tuviera que ver con su aparición acompañada por John. Ambos caminaron hasta donde ya no había mesas, dibujando sonrisas para que el resto de los invitados no estallaran en especulaciones. Emilia sabía que eso no funcionaría y que hablarían de igual manera.
—Me quieres explicar, ¿qué demonios haces aquí con él? —cuestionó Michael furioso.
Emilia notó su descontento y lo ignoró.
—Me pediste que viniera.
—¡Conmigo, Emilia! No con él. Hice el ridículo apartando tu lugar junto a mi. Seré la burla de toda la mesa directiva.
—Al menos será solo de la mesa directiva, pero yo lo fui de toda la universidad —bufó para luego beber de la copa que traía en la mano.
—Deja ya de beber y vamos que te necesito a mi lado cuando se inicien los juegos —replicó tomando la mano de Emilia.
—¡Oye, no! —respondió la mujer, al tiempo que se zafaba del agarre—. De ninguna manera dejaré a John con mis padres. Aunque, él se las puede arreglar solo, ¿sabes? Todo el mundo lo ama.
Aquel la vio fijo y luego enderezó el cuerpo.
—Algo he oído. ¿Lo estás utilizando para provocarme celos?
—Aun suponiendo que así fuera, ¿crees que te lo diría? Pensé que eras listo, pero te responderé para satisfacer tu necesidad de sentirte obedecido por mí —bebió y luego sonrió—. John y yo somos amigos, me invitó a la cena y dije que sí. No lo uso para darte celos, no es esa la razón por la que está aquí.
—¿Cuál es la razón? ¿Salvar el castillo? Cásate conmigo y no perderás tu precioso castillo. Tampoco se irá el departamento de historia. Deja de perder el tiempo con él —dijo aquel con fastidio.
La mujer lo vio directo a los ojos, esos que alguna vez la miraron con amor o al menos eso era lo que quería pensar, puesto que entre más tiempo pasaba alejada de él, más cosas parecía comprender.
—Tal vez me ayude a salvar el castillo o tal vez no. De cualquier modo, no voy a volver contigo. No seré la burla de la universidad de nueva cuenta. Búscate a otra para ese trabajo.
—Emilia...
—No, Michael —espetó al tiempo que buscaba salir de su alcance.
—¡No hemos terminado de hablar! ¡Ven aquí! —gritó Michael reteniendo a Emilia del brazo.
Emilia intentó soltarse del agarre, pero este era fuerte, más de lo que ella podría manejar por sí misma, se jaló en un par de veces, pero le era inútil, necesitaba ayuda o al menos fingir complacer a su contrincante. Solicitó ser liberada en dos ocasiones hasta que la pelea fue detenida por quien lo observaba todo con detalle.
—La señorita Scott fue clara cuando le dijo que ya no quería hablar —interrumpió John con esa robusta voz que Emilia reconoció de inmediato.
Tres pares de ojos se entrecruzaron, Michael soltó a Emilia y esta caminó al costado de John, buscando evitar que aquello se saliera de control.
—Emilia y yo solo aclarábamos los detalles de nuestra relación, no sé si tú lo sepas, pero nosotros...
—¡No hay una relación, Michael! ¡Olvídalo! ¡No necesito estar contigo para salvar el castillo! —reclamó ella en un grito—. Vamos, John. Mis padres nos esperan para jugar póker.
La oscura mirada del caballero seguía fija en el rostro de Michael, quien a sus ojos comenzaba a sobrepasar la línea de la insistencia. Emilia le jaló del brazo para buscar el camino de regreso a donde los padres de ella los esperaban.
—¡Gracias, John! —dijo luego de un largo silencio que los acompañó hasta la mesa donde estaban inicialmente.
—Es intolerante el comportamiento de ese hombre —manifestó con cierta amargura en la voz.
—Está molesto por...
—Por mi presencia —aseguró el caballero. —Aunque no por eso son justificables sus actos.
—Déjelo así, ya se calmará —contestó Emilia en un intento por tranquilizar las cosas.
—¿La lastimo? —cuestionó en un tono preocupado.
—Lastimé más a su ego de lo que él lastimó a mi brazo, despreocúpese, no volverá a acercarse.
John no quería aumentar la incomodidad de ella, así que limitó a asentir con la cabeza y una relajada sonrisa, la noche sería larga, más de lo que imaginó; no obstante, estaba ahí para lucir su impecable máscara, esa que a la sociedad de Shrewsbury le agradaba.
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