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Capítulo 4: El desconocido caballero


La noche fue larga para ambos, tomando en cuenta todas las abundantes novedades que surgieron, Emilia no podía dejar de pensar en el posible peligro que estaba enfrentando, al haber llevado a su departamento a un extraño. No obstante, el desconocido no dejaba de ser la oportunidad que buscaba para recuperar su vida, esa que parecía perdida luego de las amenazas de su exprometido.

Por otro lado, John seguía encandilado con las fascinantes tecnologías, junto con los incontables descubrimientos que envolvían al nuevo mundo. En su delirio por querer saberlo todo, se convirtió en presa del agotamiento en mente y cuerpo, por lo que en el momento que se permitió cerrar sus ojos, el sueño le cobijó de inmediato en el sofá-cama de su anfitriona.

Para la mañana siguiente, Emilia despertó más temprano que de costumbre, ya que los cuantiosos ruidos provocados por el televisor a alto volumen, interrumpieron el tan ansiado descanso. Llevó ambas manos a la cabeza, deseando volver al descanso que le fue difícil conseguir luego de haber dado tantas vueltas alrededor de su cama.

Sin lograr recuperar el sueño, optó por ponerse de pie, esperanzada con la idea de que su departamento siguiera intacto.

—Señor Bennett, ¿no durmió bien? —preguntó desde la puerta de su habitación, con un pijama sencillo de shorts blancos y blusa de tirantes sin nada más por encima.

—Por supuesto que sí, señorita Scott. Su sofá convertido en cama me ha proporcionado una de las noches más placenteras que he tenido —respondió Bennett sin desviar la mirada del televisor.

Emilia rodó los ojos, puesto que tenía perfectamente claro que el caballero que durmió en su sillón, sí logró conciliar el descanso. Los fuertes ronquidos que atravesaban las paredes, fueron innegables. Enseguida caminó hacia la cocina en busca de una taza de café.

John, finalmente, despegó la mirada del televisor y se encontró con una bella joven con pocas ropas sobre su cuerpo. En dicho instante, el caballero ocultó el rostro, sintiéndose apenado por haber alcanzado a verle las piernas, tomó la manta que Emilia dejó para él en el sofá y corrió a cubrirle el cuerpo con la tela.

—¡¿Qué sucede?! —cuestionó ella casi asustada.

John apenas si tenía palabras para responder, puesto que era mayor la incomodidad que padecía.

—Es una mujer hermosa, madame, mas no puede andar en ropas íntimas frente a mí o cualquier otro hombre. Es inapropiado —mencionó con los ojos en la pared.

—¿Ropa íntima? —Se vio a sí misma, confundida y luego sonrió—. No, John. Estas son mis pijamas, duermo con esto, no es mi ropa interior.

—Su ropa de cama, siguen siendo prendas íntimas —dijo aún con la mirada desviada—. Le agradecería, se mantuviera cubierta el tiempo que yo esté aquí.

A Emilia no le quedó otra opción que aceptar estar cubierta por la manta, muy a regañadientes, tendría que tapar sus piernas para la próxima vez, así el caballero de 1848 no se sentiría incómodo y ella tampoco lo estaría bajo la persuasiva mirada de quién la reprendió.

—Está bien, deje de preocuparse. Iré a vestirme, porque debemos ir de compras —declaró yendo hacia la habitación con solo una taza de café expuesta por fuera de la manta.

—¿Qué compraremos? —inquirió el hombre, ahora observando el rostro de Emilia.

—Ropa para usted. No puede ir a la universidad, vestido así —respondió ella, observándolo de los pies a la cabeza.

Jhon seguía utilizando las mismas prendas antiguas que portaba tras el viaje en el tiempo.

—Estoy de acuerdo, mi saco ya no se siente igual luego de 174 años. Llame al sastre, por favor.

Emilia sonrió congraciada con la idea de Jhohn, pues comenzaba a disfrutar sus inusuales comentarios.

—¡Oh, no! No haremos tal cosa, señor Bennett. Iremos a una tienda departamental donde podremos encontrar lo que necesita.

Aquel frunció el ceño en su intento por ignorar el comentario de Emilia.

—¿Qué dice? Yo solo uso ropa hecha a la medida.

La mujer sonrió una vez más, sabía e imaginaba que debía ser así, se trataba de un noble con altas expectativas sobre absolutamente todo. Sin embargo, por esta ocasión, este debía conformarse con la ropa del centro comercial.

Transcurrieron varias horas y las manos del caballero estaban llenas de todo tipo de bolsas, desde un pesado abrigo hasta zapatos y ropa interior. La historiadora no detuvo las risas entre cada prenda que John se probaba, incluso tuvo que ayudarlo a vestirse en un par de ocasiones, donde había que ajustar accesorios que le eran irreconocibles, como fue el caso de los cinturones. El caballero se negó a la idea de utilizar el cinto en lugar de los cómodos tirantes, por lo que Emilia prefirió darle gusto y comprar un par.

Al finalizar las compras, John le decía a los vendedores que enviaran todo a su castillo con la promesa de que él pasaría pronto a pagar el adeudo. Emilia negaba tal acción y sacaba su tarjeta de crédito para cubrir los costos.

Después de una productiva mañana de compras, ella tenía claro que era tiempo de volver a la universidad para comenzar con las investigaciones que le ayudarían a salvar el departamento de historia y el castillo de Shrewsbury.

Entre los planes de la historiadora, estaba el dar con la lejana verdad tras la familia Bennett, poner el nombre del hermano del Conde dentro de la comunidad científica y rescatar su intelecto como historiadora. Toda información parecería confusa, no obstante, estaba decidida a lograrlo con la ayuda del supuesto caballero que viajó 174 años hacia el futuro.

—Le diremos a todos que su nombre es William Burroughs —expresó mientras caminaban por los jardines de la universidad.

—¿Burroughs? Ese apellido me suena —expresó pensativo.

—¿De verdad? No creo que...

—Oh, sí, ya lo recuerdo. Conocí a un hombre llamado así en una taberna. De ninguna manera aceptaré su apellido —agregó en un tono que le hacía lucir petulante.

—Eso no tiene importancia. La cosa es, que no podemos decirles a todos que usted es el hermano del Conde Arthur Bennett. Me creerán loca igual que a usted —aseguró Emilia al tiempo que imaginaba lo peor.

—Prefiero decir que me llamo Philip Mckenzie.

Emilia se encogió de hombros, él podría elegir cómo quería ser llamado, después de todo.

—Bien, si ese nombre le gusta... —asintió la mujer y enseguida enfocó la mirada en un miembro de la universidad—. Ahí viene un catedrático, estoy segura de que hará preguntas por qué es amigo de mi... de Michael —se corrigió.

Un hombre alto, delgado, de bigote y barba delineada, caminó hacia ella con la clara idea de saludar a la mujer que, al parecer, estaba bien acompañada.

—Buenas tardes, Emilia. ¿Qué tal su mañana? ¿Productiva? —dijo con saña, puesto que, a esa hora del día, la gran mayoría ya sabría que ella faltó a su trabajo.

Emilia ignoró la reunión que tenía programada en su agenda desde hace varias semanas, en vez de ello, fue de compras con John.

—Por supuesto, Peter. Como verás, tuve que salir al aeropuerto a recoger al señor...

—John Thomson —soltó de pronto el caballero, quien estaba con la mano extendida a uno de los costados de Emilia.

La mujer entrecerró los ojos y respondió a aquella interrupción con una falsa sonrisa.

—Un placer conocerle, señor Thomson. ¿Qué le trae por aquí con nuestra muy querida Emilia?

—Es un historiador de la universidad de... Stanford —interrumpió ella con un tono preocupado.

Peter arqueó una ceja, un hombre de semejante porte y con tal acento, solo podía ser inglés.

—¿De los Estados Unidos? —cuestionó confundido—, pero claramente tiene un acento inglés.

—Nací, crecí y viví muchos años aquí y en Francia; aunque las circunstancias me llevaron al nuevo continente —interceptó Jhon, puesto que Emilia se quedó sin habla.

Peter no lograba comprender la espontánea información que salió del desconocido, su presencia era extraña, incluso su manera de expresarse, había demasiado formalismo para su gusto.

—Bien, entonces los dejo. Espero que esta vez logres acompañarnos a la reunión de mañana, Emilia —agregó al tiempo que ella asentía.

Tanto la historiadora como el caballero lo vieron alejarse, después de lo que en apariencia fue una conversación natural para John.

—¡Me quiere explicar, ¿por qué cambió su supuesto nombre en ese último momento, John Thomson?! —reclamó la mujer casi en un grito.

—El apellido Thomson era muy sonado en mi época, así no sería sospechoso —resolvió satisfecho con la respuesta e ignorando el enfado de Emilia.

—John Thomson fue un físico famoso años después de que usted... Bueno... desapareciera, muriera o lo que sea que le haya pasado. No podemos cometer errores de ese estilo, señor Bennett —aseguró tratando de que aquel entendiera.

—Yo no fui quien dijo que soy un historiador de Stanford. Ni siquiera es una universidad que conozca.

—Sí, me equivoqué, es claro que su acento es inglés y no hablemos de sus excesivos modales.

John arrugó la frente de inmediato, desconcertado por las palabras de Emilia.

—¿Qué tienen mis modales?

—Son demasiados, John. Tal vez debería ser... ¿Menos cortés?

La historiadora mostró una sonrisa forzada en conjunto con unos hombros encogidos.

—¡Tonterías, no lo haré! —Se negó volviendo la mirada en dirección de su castillo.

—Bien, vayamos al castillo y le mostraré los diarios —soltó Emilia a sabiendas de que perdió la batalla contra los modales de Jhon.

Minutos más tarde, él estaba sumergido entre sus diarios, buscando darles término a sus problemas, esos que desde su punto de vista no tenían solución, sus teorías eran simple basura y por eso los científicos de la era moderna los desestimaron.

«No lo lograré jamás» pensó para sí mismo en medio de su desesperación, mientras hojeaba cada página.

Apuñó la mano y golpeó con rudeza la mesa, era obvia su ansiedad por soltar todo lo que su pecho acumuló desde su viaje a través del tiempo.

Emilia escuchó el golpe que el escritorio recibió; aunque, no se estremeció, en vez de ello, levantó la mirada con tranquilidad, notando el descontento del hombre. Esa misma sensación ella la padecía desde que Michael se atrevió a meterse con su secretaria y fingía ante todos, que no pasó nada.

—Idiota —dijo para sí misma en voz alta desde su escritorio.

El hermano del Conde posó sus ojos sobre ella al haber escuchado la grosería.

—¿Disculpe? —cuestionó creyente de que el insulto fue para él.

—No me refería a usted, sino a... Nadie en particular —corrigió. Luego respiró hondo, se puso de pie y caminó hacia él-. Podría intentar ver sus hipótesis desde otro punto de vista. Tal vez eso le ayude.

Por su parte, Jhon seguía decepcionado.

—¡Es inútil! Nada de esto funcionará, señorita Scott.

Ella no se preocupó, más bien, logró visualizar la respuesta a los problemas.

—Venga conmigo —dijo tomando la mano del caballero, quien observó el suave toque de la dama—. Traiga esos diarios. Iremos a un lugar que creo que le gustará.

Caminaron por la universidad, de alguna manera Emilia parecía sentirse más relajada desde que su nuevo compañero caminaba de su lado, esa inseguridad que padecía cada vez que tenía que esconderse de sus amigos estaba más hacia el olvido. En el trayecto, Emilia se topó con muchos de sus colegas catedráticos.

«Tal parece que ahora todos salen a pasear por la universidad» pensó, buscando ocultarse de las miradas.

Un enorme edificio de fachada antigua, estaba frente al noble, quien parecía maravillado con la arquitectura. Sin embargo, el asombro que sintió a las afueras del edificio se acrecentó, apenas atravesó la puerta y logró vislumbrar la cantidad de libros que tenía frente a él.

—¿Qué es esto, señorita Scott? —preguntó anonadado.

Desconcertada, Emilia arrugó la cara.

—Una biblioteca, no creo usted no...

—Nunca una como esta —respondió asombrado.

La mujer se maravilló a través de sus ojos, satisfecha con su júbilo. Enseguida, lo guío a la sección físico-matemática, donde encontrarían ejemplares con alusión al descubrimiento de la electricidad.

—¿Está bien si lo dejo aquí un par de horas, señor Bennett? —preguntó indecisa—. Tengo que hacer algunas cosas.

John con dificultad despegó su atención del libro que tenía en sus manos, asintió con la cabeza y volvió a lo suyo.

Emilia quería confirmar lo dicho por Michael, puesto que el castillo de Shrewsbury era patrimonio del condado y convertirlo en un edificio de diseño sonaba casi absurdo. Una verdadera tontería que afectaría la historia no solo de la ciudad, sino también de la nobleza.

Caminó decidida a encontrarse con cada uno de los miembros de la mesa directiva para abogar por su departamento. Se enamoró del castillo y su historia, desde la primera vez que sus padres tuvieron que llevarla a la universidad, ambos siendo catedráticos de la institución, no lo creyeron un problema. La niña terminó en el castillo en una visita guiada por el museo, después de ese día su fascinación por la historia de Shrewsbury aumentó hasta que se convirtió en la guardiana del castillo.

Entró a las oficinas y caminó con recelo, las piernas parecían flaquear, pero a pesar de ello, tenía que atravesar la puerta que decía «subdirector académico». En la antesala, estaba la rubia secretaria, la misma que se atrevió a involucrarse con un hombre comprometido.

—Emilia, ¿necesitas que te ayude con algo? —interrogó con total cinismo.

La castaña arrugó la nariz y volteó los ojos, no esperaba topársela, aunque así fue.

—Estoy bien, Lía. ¿Por qué no vas a buscar un hombre comprometido con quien enredarte? Michael ahora está soltero y no creo que sea de tu gusto.

Aquella sonrió con alevosía al tiempo que caminaba por el lugar.

—Ay, eso fue una simple tontería. Deberías dejar de lado tu falsa dignidad que no te viene bien.

—¿Falsa dignidad? —Hundió el entrecejo—. No soy una mujer con falsa dignidad.

—Sí, claro que sí —replicó congraciada por la disputa—. Sabemos que terminarás aceptándolo. Te casarás con Michael tarde o temprano, porque siempre le perdonas todo. No es la primera vez que lo haces.

El rostro de Emilia se puso rojo tras las palabras que la secretaria de Michael soltó con desdén. Quería tomarla del oxigenado cabello y hacerla rodar por el piso, aun cuando tenía claro que no se atrevería, puesto que regularmente cuidaba de sus modales.

En un momento oportuno, apareció el jefe de ambas jóvenes que estaban a punto de explotar.

—¡Mi preciosa Emilia, qué gusto verte! Necesito que pases a la oficina, tenemos que hablar.

Emilia miró con odio a su enemiga. «Zorra» pensó.

Luego suspiró grande y aceptó la indicación de Michael, después de todo, esa era la razón por la que estaba ahí. Requería la confirmación, bajo evidencias, acerca del nuevo destino del departamento de historia.

—Imagino que reconsideraste lo del matrimonio —dijo el hombre al tiempo que se colocaba tras el escritorio.

—No he reconsiderado nada, Michael. Vine hasta aquí, porque necesito saber los detalles del cierre de mi departamento —respondió Emilia, analizando los movimientos de Michael.

—Sabes que no te puedo dar los nombres de quienes votaron a favor. Además, las razones son lógicas: No tenemos estudiantes, el número de alumnos que ingresan a tu área, es minúsculo. Representan más un gasto para la institución que una ganancia, y no quiero ni hablar de la preservación del castillo.

—Es un lugar histórico, ¿cómo se les ocurre pensar en cerrarlo? ¿Qué se supone que harán con todo lo que hay dentro?

—La colección será vendida, pasará a otro museo. Solo el castillo es de interés. Deberías ir encargándote de almacenar todo para su traslado —aseguró, tomando algunos papeles que requerían su firma.

—No haré eso hasta que sea un hecho. Todavía está lejos el próximo ciclo escolar —negó dando ligeros pasos hacia la salida de la oficina.

—¿Qué hay del tipo con el que te estás paseando por la universidad? —inquirió para detener la salida de la mujer.

Ella se sorprendió tanto que parecía petrificada, no sabía lo que debía de responder, pese a que ya no tenía por qué darle explicaciones al hombre que las demandaba; no obstante, quería hacerlo, provocarle celos y dejarlo creer que su acompañante era alguien importante.

—Es un colega que conocí hace tiempo. Decidió venir a estudiar la historia del castillo y a la familia Bennett.

Aquel arqueó una ceja, incrédulo de lo dicho por Emilia.

—No me ha llegado la solicitud de su universidad. ¿Dónde trabaja?

—Stanford, aunque es de aquí, su nombre es...

La mujer se quedó callada, puesto que después de haber mencionado varios posibles nombres falsos, ella estaba confundida ante la respuesta que debía dar.

—¿No recuerdas el nombre de tu amigo? —cuestionó Michael con una extraña sonrisa.

Emilia hizo una cara de desaprobación y finalmente respondió.

—Thomson, su nombre es John Thomson.

Michael negó con el rostro, al tiempo que reclinaba el cuerpo hacia el respaldo y hacía un pequeño triángulo con los dedos de la mano.

—No me suena... Tampoco creo que tu departamento cuente con los recursos para pagar la investigación.

—No los necesitamos —emitió confiada—. Sé trata de algo personal, yo me haré cargo de la estadía de John.

—¿Personal? No mencionaste que viene a estudiar a los Bennett—. El rubio dejó la comodidad de la silla para ponerse de pie, ahora las respuestas de Emilia comenzaban a causar estragos en su tranquilidad.

—En efecto, pero lo hace por gusto propio, me contactó y acepté, ahora está aquí. Se trata de una colaboración un tanto privada, nuestras universidades nada tienen que ver —soltó buscando golpear los celos de Michael.

—¿Él estaba en tu departamento ayer? ¿Es eso lo que me quieres decir? ¡Emilia, ¿cómo te atreves?! ¡Estoy a nada de empezar la campaña! —gruñó señalándola.

—¡Tu campaña no tiene nada que ver conmigo y tampoco tengo por qué darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer! Así que... despreocúpate por lo que John y yo hagamos.

La mujer de nueva cuenta intentó salir de la oficina, pero esta vez, Michael la tomó del brazo.

—¡Emilia! —tragó saliva y respiró hondo para sonar más amable—. Necesito que me acompañes a la gala de beneficencia.

Ella fijó la mirada primero en su brazo retenido por él y luego en los ojos azules que la miraban sin parpadear.

—Sabes que iré porque estarán mis padres, aunque no entraré a la gala de tu brazo.


Por otro lado, en la enorme biblioteca, John disfrutaba de una considerable cantidad de títulos relacionados con el trasfondo de la electricidad, otros más describían las leyes básicas de la física. Tan concentrado estaba que ignoraba que a su alrededor se habían agrupado varías estudiantes de diferentes facultades que se sintieron atraídas por el hombre de cuarenta y cinco años que seguía sumergido en la lectura.

—Es guapo —comentó una de las jovencitas rubias.

—También parece viejo —respondió la que estaba a su costado.

La rubia negó de inmediato.

—No me parece viejo, más bien es maduro. Me gusta. —Lo dijo al tiempo que disimulaba una coqueta sonrisa.

—¡Oh, Jannet, pudiera ser tu padre o un profesor! —reprendió la amiga.

—Preguntémosle —resolvió otra de ellas.

No obstante, aquello se quedó en el espacio luego de que a sus espaldas apareciera Wendy, la buena amiga de Emilia.

—¿Necesitan algún libro, señoritas?

Los ojos de cada una de ellas se abrieron grandes, luego de sus sospechas de haber sido escuchadas en pleno momento de chismorreo, aunque Wendy tampoco culpaba a las jovencitas, el catedrático de Stanford era atractivo y varonil.

Las alumnas salieron casi corriendo y Wendy terminó de pie frente al caballero desconocido.

—Lamento eso —mencionó caminando hacia él—. Las jovencitas de ahora no se intimidan con nada. ¿Puedo ayudarle?

El hombre despegó la mirada del libro, pero no entendía lo que pasaba.

—Espero a la señorita Scott. No se preocupe por mí, encontré todos estos excelentes libros.

Wendy miró agotada el desorden que el hombre tenía sobre una de las mesas de la biblioteca.

—Ya veo —asintió entrelazando los brazos—. ¿Scott? ¿Se refiere a Emilia?

—Sí, ella me trajo hasta aquí. Quiso compartir conmigo esta basta colección —consintió al tiempo mostraba uno de los ejemplares que tenía en la mano.

Wendy soltó una tímida sonrisa que le provocó un ligero ahogo.

—Tan linda mi amiga, pudiendo compartir con usted algo más que simples libros, ¿verdad?


En el interior de un cubículo del baño, Emilia buscaba controlar su llanto, ese descomunal dolor que surgió a raíz del encuentro con la amante de su exnovio. Con dificultad, podía creer que ella aún seguía siendo su secretaria, y que tanto Michael como ella le restaran importancia.

«Par de arpías» pensó al tiempo que tomaba el papel que le limpiaría la nariz.

Estando a punto de emitir el particular sonido de una nariz siendo limpiada, escuchó las voces de algunas colegas que recién ingresaban al sanitario.

—Te lo digo de verdad, la vi pasear muy tranquila con un hombre muy atractivo.

—¿Supiste quién era? —interrogó otra voz consumida por la duda.

—Peter le preguntó y dice que es un historiador igual que ella.

—Claro, Emilia jamás se atrevería a tener una relación con otro hombre después de tan poco tiempo de su rompimiento. Además, pronto perdonará a Michael.

—Después de tanto tiempo y con el importante puesto que Michael está por disputar, supongo que yo también lo perdonaría —agregó la que se retocaba el maquillaje—. Él es de ese tipo de hombre que no te conviene dejar.

—Al menos debería divertirse con ese otro que acaba de llegar —dijo la morena dándole la espalda al espejo para quedar de frente con su amiga.

—No lo hará. Podría apostarlo. Emilia es aburrida, casi una mojigata, siempre haciendo lo que los demás quieren -resolvió la rubia colocando el maquillaje en un bolso.

—Es cierto, pero ya vamos que se hace tarde.

La historiadora no pudo evitar imaginar que su nombre y el de John ahora estaban rodando de boca en boca, gracias a Peter. El chismoso amigo de Michael, se había encargado de distribuir la información que Emilia le presentó horas antes. Por otro lado, estaba el hecho de que todos aseguraban que volvería con su exnovio. Aquella idea le causaba repulsión con solo considerarla.

Consideró que algo se le debía ocurrir para que el resto dejara de creerla una mujer débil.

Así mismo, estaba la sospechosa relación que tenía con Jhon, no eran una pareja, la belleza en el varonil caballero era innegable, incluso ella lo notó; sin embargo, él era mayor para ella, puesto que serían más de diez años de diferencia.

Luego de los confusos pensamientos de Emilia, se dio cuenta de lo tarde que era, por lo que corrió hasta donde debía encontrarse con Jhon. En su apuro por llegar a la biblioteca, trastabilló con un mueble, sintió un leve golpe, pero lejos de considerarlo un peligro, hizo caso omiso del dolor que le provocó una mueca. Así continuó su carrera hasta llegar al punto exacto donde lo dejó.

Entre más se acercaba, mayor era el escándalo que percibía. Se sintió confundida, ya que se trataba de una biblioteca, ¿no se suponía que debía haber silencio?

Volteó la cabeza de izquierda a derecha y de inmediato reconoció la estrepitosa voz de Wendy y Fausto, ambos amigos parecían irradiar felicidad. Caminó, a su alrededor, buscando evitarlos, puesto que deseaba encontrarse con John y salir de ahí sin que ellos lo notaran, pero el rostro se le puso pálido cuando encontró al apuesto caballero acompañado de sus dos amigos.

—¡Emilia Scott! ¿Qué se supone que haces detrás de ese librero? —reprendió Wendy con una mano en la cintura.

Emilia hizo pequeños los ojos, la reconocieron y ahora debía dar la cara.

—Emm... Yo... Lo busco a él —respondió apuntando al hombre que figuraba entre Wendy y Fausto.

—Nos quieres explicar, ¿por qué no nos hablaste de tu amigo? —cuestionó Fausto con los ojos en la recién llegada.

—Bueno, yo no...

—Mi visita a Shrewsbury fue algo apresurada —interrumpió John con una limpia sonrisa.

—Bien, me alegro de que ya estés aquí, Emilia. Vámonos —soltó Wendy.

—¿A dónde? —preguntó de inmediato.

—Llevaremos a John a un elegante restaurante —agregó Fausto sonriéndole a Jhon—. Nos contó unas historias maravillosas, es de lo más simpático.

—¿Simpático? —replicó Emilia con la mirada en el enorme hombre—. ¿Por qué no dejamos eso para después? El señor Benne... digo... Thomson, debe estar cansado.

—De ninguna manera, señorita Scott. En realidad, agradecería despejarme la cabeza luego de las interesantes lecturas del día de hoy —interrumpió golpeando los ejemplares que tenía en la mano.

Wendy miró los libros y en el acto frunció el ceño.

—Hay algo que no comprendo. Si usted es un historiador, ¿Por qué lee sobre física?

Los ojos de Emilia se hicieron grandes una vez más, bastaba una simple cena con sus amigos para que ellos lo descubrieran todo. Con dificultad ella lograba esconderles sus problemas y esa no sería la excepción.

—Hay algunos diarios en el castillo que necesito analizar, no soy un físico teórico o un matemático, así que requiero al menos el conocimiento básico.

—Emilia, podrías contactarlo con el profesor Hiroshi. Él puede ayudarle —interceptó Franco de un modo emotivo.

Emilia negaba con la cabeza al tiempo que las palabras se le agrupaban en la cabeza.

—No creo que sea nece...

—¿Una clase con un profesor experto? Eso me encantaría. Gracias —resolvió John olvidándose del plan de permanecer en el castillo.

—Mañana lo llevaremos con él —comunicó Wendy.

Finalmente, Emilia se limitó a asentir entre falsas sonrisas, aceptando los planes de sus amigos para esa noche con John Thompson.

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