Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 33, parte II: Felices para siempre

El baño de sol era agradable para todos los invitados que asistieron a la pronunciada boda de Emilia y Arthur. Todo quedó finamente decorado como la madre de Ruth tenía previsto y Anna se encargó de volverlo realidad. Abundaba una enorme cantidad de flores blancas que iban desde la tarima donde estarían los novios, hasta las orillas de las sillas donde observarían los invitados. Estaba claro que todo realzaba mucho más con la belleza natural que Arthur seleccionó para aquel día, el paisaje otorgado por el risco era impresionante, nadie podía evitar volver la mirada al majestuoso lugar.

El cuarteto de músicos comenzó a sonar y el corazón de Arthur palpitó de manera acelerada, eran muchas las emociones que atravesaron su cabeza al momento; sin embargo, el nombre de Emilia figuró por encima de todo. No era miedo al matrimonio lo que le mantuvo soltero luego de tanto tiempo, era el miedo a no conocer el verdadero amor, miedo a la soledad, miedo a no tener con quién compartir sus más profundos anhelos y miedo a la obligación de emplear una máscara por el resto de sus vidas. De haber aceptado el título, esa hubiese sido su única opción.

Volvió su rostro hacia sus espaldas y en el acto se encontró con una hermosa mujer vestida de blanco, Emilia caminaba por la alfombra roja acompañada de Jacob, quien depositaria la delicada mano de su hija en la de Arthur, haciendo entrega de ese preciado tesoro.

Los ojos cafés de la castaña se anclaron en la profunda mirada de Arthur, mostró una notable sonrisa y le hizo saber lo feliz y agradecida por ese maravilloso día. El religioso comenzó a recitar las palabras de bienvenida, pero las miradas entre ellos no se rompieron, era como si el resto del mundo no existiera, en su mente eran sólo ellos, unidos de las manos, haciendo juramentos que ninguno de los dos pretendía romper. Estarían comprometidos en cuerpo y alma, el uno al otro, con el único objetivo de hacerse feliz mutuamente.

Después llegó el turno de quien los uniría legalmente, los novios firmaron el documento y finalmente se convirtieron en una pareja de recién casados. Cualquiera que estuviera presente fue contagiado por esa aura romántica que había en el espacio, todo con un toque de antigüedad, cercano a la era victoriana. Arthur se sintió confabulado con todos los detalles que le resultaban familiares.

—Fue idea de Emilia —dijo Anna luego de que este le preguntara en medio de la celebración.

El hombre sonrió de inmediato y supo que tenía a la mujer correcta, el viaje en el tiempo resultaba ser poco comparado con la felicidad que le aguardaba.

—Gracias por esto —agregó a sabiendas de que su amiga lo sabía todo. Reconocía su verdadero origen y entendía el extraño viaje en el tiempo que lo situó donde ahora estaba.

En el centro de la pista, William intentaba una especie de baile con Sylvie, la alegre mujer no paraba de reír con los raros pasos que el viejo daba con ayuda del bastón; no obstante, todos se divertían. El anciano parecía ser el alma de la fiesta junto con Orson, quien bailaba acompañado de Wendy, la amiga de Emilia bebió tanto que se olvidó de los más genuinos modales que distinguían a todo inglés. Del otro lado, estaba Fausto entusiasmado con un apuesto francés que conoció en la celebración, se trataba de un sobrino de Orson. Adonis trabajaba para su tío en sus negocios y se volvió una persona cercana a Arthur, por lo que su presencia era más que bienvenida en aquella fiesta que, lejos de ser íntima, terminó con más de cien invitados. 

La lista se amplió cada vez más, tomando en cuenta que todos extendían sus invitaciones a cuanta persona querían tener cerca.

Aquel suceso dejó de interesarle a Emilia, prefirió darles cabida a todos, siempre y cuando el novio fuera Arthur.

Junto a la fuente de camarones, aguardaba de pie un rubio con una copa de licor en la mano y con un bocadillo de camarón en la otra, el traje estaba un tanto desalineado, igual que esa ligera barba que tenía crecida. Respiró hondo y luego fijó la mirada en el ocaso, no faltaba mucho para que la fiesta terminara, así podría marcharse para continuar con su agitada vida.

Emilia lo miró como nunca antes, todo rastro de ego desapareció, ahora era un hombre vulnerable.

—Hola —dijo ella luego de acercarse a Michael.

—¡Emilia... Hola! Iba a buscarte para felicitarte, pero... —expuso el hombre al tiempo que escondía el bocadillo que tenía en la mano.

—¿Cómo estás?

—Bien... En realidad, estoy bien. No mejor que tú, pero hago lo que puedo.

La historiadora le levantó el delicado vestido de encaje blanco que caía al cuerpo para acercarse a su antiguo novio.

—¿Cómo va todo en la universidad? —interrogó quitando algunas manchas de comida que estaban en el saco de Michael.

—Igual que siempre, nuevos proyectos y otros tantos que terminan. —Miró de reojo algo de lo que la mujer hacía—. ¿Y tu trabajo?

Emilia nunca lo vio de tal modo, le resultó desconcertante y supo que debía decir algo que lo ayudara a recuperar la virilidad que lo caracterizaba. 

—Michael, todo este tiempo que pasamos separados me ha servido para entender que no tuviste tanta culpa como pensé.

Los penetrantes ojos azules se fijaron sobre ella, estaba consternado por aquella respuesta que surgió de una plática que parecía casual. ¿Qué se supone que debía decir?

—Olvida eso, yo...

—Me refiero a que... tú querías divertirte de una manera que yo no entendía. Por eso sucedió, lo que sucedió. No fuimos hechos el uno para el otro. Teníamos una relación sin futuro.

—¿Lo crees?

—Mira al aburrido hombre con el que me casé —soltó la mujer señalando a Arthur, quien se encontraba de pie a un costado de la pista hablando con Jacob—. Le gusta la vajilla de porcelana, los pañuelos bordados con sus iniciales y los relojes de bolsillo. Odia los celulares y todavía supone que Inglaterra es el ombligo del planeta. Es un hombre anticuado del siglo XIX.

El rubio sonrió, tenía claro que la mujer intentaba levantarle el ánimo.

—Bueno, no se puede esperar menos de un viejo de cuarenta y seis años, pero espero que tengan un matrimonio feliz. Aburrido y feliz.

—Gracias —dijo ella y le dedicó un tierno beso en la mejilla. Después dio un par de pasos en dirección a Arthur.

Sin embargo, el rubio la detuvo antes de que terminara de alejarse.

—¡Emilia! —Ella volvió el rostro esperando la respuesta del mismo—. Perdón por todo.

La castaña asintió sin dejar de sonreírle.

»Eres una novia hermosa —agregó Michael y después de aquello la vio partir.

No pudo evitar sentirse mejor, evidentemente todo rastro de enemistad había caído entre ellos. Después de todo, él siempre sería un amigo de la familia, según dijeron los padres de Emilia, y a partir de ese momento, Arthur estaría presente en los eventos de los Scott.

Bennett miró a su nueva esposa llegar hacia él con el objeto de sentirle a su lado. Ella se internó en los gruesos brazos de quien ahora fuera su esposo.

—¿Todo está bien? —preguntó después de sentir el calor de Emilia.

—No podría ser mejor —dijo ella con la felicidad en el rostro—. Ahora sólo espero que esto acabe para poder quitarme este vestido.

—Puedo ayudarte con eso, talvez —emitió Arthur con la picardía plasmada en la cara roja.

—¿Quién eres? ¿Y qué le hiciste a mi prometido?

—Se convirtió en tu esposo —se excusó confabulado con la palabra.

Después de un par de horas, el ocaso estaba cerca y con ello estaría finalizando la bonita celebración que se llevó a cabo en Saint Rosalie. Todo invitado salía más que satisfecho de aquel evento que terminó siendo sustancial, puesto que hubo baile, comida, bebida, fuegos artificiales y por su puesto la fuente de camarones de William. Los invitados fueros despedidos y la feliz pareja pudo ir a su nueva habitación con el anhelo de que surgiera ese momento de intimidad que tan ansiosamente estuvieron esperando.

Emilia fue sorprendida por el bonito espacio rediseñado para su nuevo comienzo, agradecía la sorpresa de tal manera que fue directo al sanitario, donde retiró las zapatillas y el molesto tocado que llevaba en el cabello, buscó entre su equipaje una delicada lencería que compró en París y buscó cambiarse antes de que su flamante esposo apareciera a sus espaldas.

Por su parte, el caballero se limitó a escuchar todo el ruido que la mujer hacía, era preocupante e intimidante, pero ella le dijo que no se entrometiera en sus asuntos, saldría cuando estuviera lista. 

Arthur observó la negrura de la noche a través de la ventana, retiró el saco y corrió la cortina, eligió renovar la habitación con la mejor vista para él y su nueva esposa.

—En el siglo XIX, no hubiera tenido que esperar tanto para esto —emitió el hombre esperanzado por acelerar las cosas—. Habría dejado que los sirvientes te preparasen, luego yo hubiera entrado a tus aposentos y estarías lista para mí. ¿Qué tanto haces, Emilia?

—En el siglo XIX, no estaría usando lo que hoy y tampoco te permitiré intervenir. La boda fue a tu gusto y la noche de bodas será como yo diga —demandó la mujer que aparecía en el marco de la puerta cubierta con apenas una pequeña bata blanca.

Arthur tragó saliva, apenas la vio, parpadeó un par de veces y suspiró hondo. No tenía palabras, seguía mudo. Emilia se aprovechó de su victoria y dejó que la bata blanca que la cubría callera a sus pies, permitiendo mostrar la sensualidad que existía en las prolongadas curvas hechas a bases de postres. Había cierta transparencia en la delgada tela que no dejaba mucho a la imaginación. Todo estaba ahí, siendo exhibido igual que una gloriosa obra de arte.

—Parece que no te gustó —expresó Emilia con un puchero en la cara.

Arthur mantenía la mirada fija en las largas piernas de Emilia, la tersa piel y las curvas que ahora podría permitirse palpar.

—Digna de un Conde. —Logró articular aun cuando las palabras parecían arrastradas. Era ese el poder que Emilia ejercía sobre él.

Ella fue hacia el hombre que permanecía estático, sentado sobre la cama. Lo besó con gentileza y de nuevo lo miró directo a los ojos.

—Supongo que esta vez el siglo XXI ha vencido sobre el siglo XIX —indicó Emilia desabotonando con lentitud la camisa de su marido.

—Se hará como quieras —dijo el hombre al tiempo que se ponía de pie para llevarla hacia la cama. Fueron apenas unos cuantos segundos, lo que este tardó en recomponerse para tomar el control.

Emilia no lo vio venir, tampoco le importaba, quería sentirse su mujer desde el mismo día en el que le pidió que iniciaran una relación. El pecho de la castaña se expandía y Arthur sintió en ella esas absurdas palpitaciones que iban al ritmo de las suyas.

—Te pertenezco —le dijo al oído.

Emilia se estremeció de los pies a la cabeza.

»Puedes hacer conmigo lo que quieras, llévame al cielo o al infierno, pero que sea contigo —replicó el hombre de nuevo.

Ella sonrió, acercó su rostro al de él y se unieron en un profundo beso que los guiaría hacia placeres más intensos. Las manos de Arthur se deshicieron de cada rastro de prenda que la cubría, lo mismo hicieron las de Emilia con el cuerpo del hombre. Era esa la necesidad que estuvieron limitando por largos meses y no deseaban esperar más, no estaba en sus planes.

Esa noche, Emilia sintió más amor de lo que imaginó alguna vez sentir, puesto que, Arthur, el caballero del siglo XIX, le permitió transformarse en una mujer plena y feliz, era ella su universo y él se lo demostró con cada beso o caricia que nacía en la cama y terminaba plasmado en el alma.

Se olvidaron del mundo, no existía el tiempo entre ellos, eran dos simples espíritus enamorados, entrelazados, apasionados el uno con el otro. A Emilia le importó poco y dejó fluir los gemidos de placer que su cuerpo liberaba, Arthur estaba tan perdido en el cuerpo de su mujer que tampoco evitaría que el mundo los escuchara, ¿qué más daba? Tanto amor que se daban no cabía en la habitación.

Para la mañana siguiente, Emilia despertó tallando la cara con las manos, abrió los ojos y notó que no era tan temprano como imaginó. Volvió el rostro y a su lado figuraba el rostro más hermoso que jamás vio. Arthur dormía tan plácidamente que no quería despertarlo. Sonrió para sí misma, quiso moverse, pero tenía el cuerpo adolorido, pesado luego del día anterior y de la intensa noche de bodas.

Arrugó la cara sintiendo algo de pena por el escándalo. No se preocupó por la hora o cualquier otra cosa. Ella simplemente se le entregó al hombre que amaba. Buscó ponerse de pie; no obstante, fue la mano de Arthur la que le regresó de nuevo a la cama, cayó de nuevo sobre la almohada, mostrando una enorme sonrisa.

—Tengo que salir de la cama —expuso.

—No saldrás en semanas —repuso el hombre que parecía listo para repetir sus acciones nocturnas.

—¿Estás bromeando? Ninguna persona soporta tanto. Además, tengo hambre.

—Tienes razón, debí subir algo de la fuente de camarones.

—El matrimonio te ha vuelto muy gracioso, Arthur —reprochó Emilia con ironía.

—Es la felicidad que traes para mí.

La castaña asintió para él y se permitió quedarse en la cama para dar paso a un nuevo encuentro cargado de pasión y amor. Como bien lo dijo Arthur, prometía no acabar con la luna de miel en mucho tiempo. Sería eterna y llevaría toda la vida.

Meses después...

Los ojos de Arthur estaban fijos en el monitor donde aparecía la imagen de su primer hijo, relamió los labios y tragó grueso después de ver los pequeños movimientos que informaban que el niño estaba sano, sería el próximo Bennett, un apuesto varón que tendría que criar para convertirse en un buen hombre.

El médico encendió la bocina y los latidos del pequeño inundaron la habitación, volvió el rostro en la búsqueda del armonioso sonido sin darse cuenta de que mantenía oprimida la mano de Emilia con un poco de exceso de fuerza.

—Amor, me lastimas —dijo Emilia soltándose del agarre de su esposo.

Lo siento, lo que sucede es que la tecnología me hace realmente feliz —expuso acariciando el hombro de la mujer sin despegar la vista del monitor.

El especialista que estaba a su costado arqueó una ceja e hizo una mueca, puesto que le parecía extraño pensar que el padre se dijo más emocionado por los avances tecnológicos que por su propio bebé. ¿Qué sentido tenía? Por su parte, Emilia soltó una delicada sonrisa, después de intentar recomponerse, ya que el ultrasonido había terminado.

—Sé emociona por el bebé, pero no sabía que podía verlo —declaró Emilia intentando explicar la situación.

El joven asintió de igual modo e ignoró lo sucedido, sucedían cosas extrañas todo el tiempo en ese consultorio. Enseguida, tomó un poco de papel y se lo pasó a la madre para que esta limpiara el exceso de gel utilizado en el vientre.

—Todo está bien, ustedes tendrán un bebé muy sano —comentó.

Arthur intervino antes de que Emilia cogiera el papel y sacó de su saco ese bonito pañuelo que tenía con su nombre bordado, se lo pasó a Emilia y él tomó el papel para regresárselo al médico. Este los vio de nuevo, Arthur era algo más que singular.

La castaña limpió la panza y se reacomodó la ropa, nunca hubiera pensado que estaría usando ese mismo pañuelo con el que secó sus lágrimas para frotar el área donde reposaba su bebé. Un pequeño ser que fue deseado tanto por su madre como su padre, ahora la vida de ambos, estaba completa.

Arthur depositó un beso en la mano de su esposa y ella se reclinó sobre el pecho del mismo, sabían lo enamorados que estaban, sabían que todo sería perfecto.

FIN

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro