Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 32: Para siempre

El viento era poco amigable y la oscuridad de la noche complicaba la difícil tarea que Arthur tenía sobre sus hombros. Se encontraba en cuclillas, vendando la pata de su caballo, este se lastimó horas antes, lo que lo imposibilitó de regresar a tiempo para despedirse de Emilia. Lo sentía en el alma, pero ese animal fue su confidente y amigo el último año, de ninguna manera podía ser egoísta ahora que este necesitaba de los cuidados de su dueño.

Las ropas de Arthur se cubrieron de fango húmedo, lo que a él le importaba poco, pues limpiaba sus manos sobre su ropa cada que fuera necesario. Luego de cerciorarse de que el vendaje estaba listo, fue por una manta al interior de la cabaña y la colocó sobre el caballo.

—¿Estás mejor? —preguntó, observando la oscura mirada del animal.

Le acarició un par de veces por el costado y finalmente se dejó caer en un tronco que fungía como silla para los trabajadores. Después de revisar los campos y sus siembras, Arthur disfrutaba de la sucia cabaña en la que solía refugiarse. 

Relajó los hombros y bebió de la botella de brandi que guardaba en uno de los rincones del paraje. Optó por quedarse hasta el amanecer, la espera le ayudaría a ordenar los pensamientos que involucraban su relación con Emilia. Primero moría por verla para decirle las mil cosas que no fue capaz de pronunciar y, por otro lado, seguían los enfermizos celos que no daban tregua. Cualquier rastro de fuerza que tuviera en su interior, debía ser enfocada para evitar sentirse humillado una vez más.

—No esta vez —soltó en voz alta. 

Escuchó el relinche de su compañero, levantó la mirada y se percató de que los ojos del caballo estaban sobre él.

»No la buscaré —le respondió al caballo—. Estoy mejor aquí, solo.

El animal soltó aire y agachó la cabeza para comer algo de la pastura que Arthur puso para él.

»Tampoco te usé como excusa para no volver a casa. Eres mi amigo y tal parece que me crees un egoísta.

Prefirió ocuparse del filo de un cuchillo al tiempo que agrupaba parte de los recuerdos que pasó en el siglo XIX, donde estuvo a punto de comprometerse en matrimonio con una mujer que no amaba. En la actualidad, sabía de la existencia de la mujer perfecta para él, pero esta lo rechazó en matrimonio. 

Pasaron largas horas, antes de que se quedara dormido, reclinado sobre su propio cuerpo cansado, el día fue largo, los sentimientos volaron y de pronto estaba soñando. Soñaba con el susurro que le proporcionaba el viento, aquel que parecía decir Emilia entre cada soplo. Fueron varias las veces que el caballero volvió el rostro en busca de su amada, pero ahí no había nadie fuera de su caballo. De pronto se puso de pie y miró a lo lejos a la mujer que parecía flotar en el aire entre siluetas oscuras, ráfagas de aire, naturaleza y aves. Era su presencia la que necesitaba sentir, era su piel la que quería palpar. ¿Qué importancia tenía el orgullo cuando la felicidad estaba de por medio? 

Despertó sobresaltado, percatándose de que frente a él no había nadie fuera del animal. Talló los ojos con ambas manos y se puso de pie a sabiendas de que pronto amanecería, sería mejor regresar a casa, tomar un baño y desayunar algo antes de volver al trabajo. Así despejaría su cabeza de todo pensamiento tortuoso.

Regresó caminando en medio de la oscuridad luego de asegurarse de que su compañero estaría bien, fue una media hora lo que tardó en poner el primer pie en el interior de la casa, dejando fango y polvo por todas partes. Encendió la iluminación de la cocina, buscó un vaso con agua y lo bebió de una para saciar su sed. 

Durante su solitario momento, alcanzó a escuchar un ruido que venía desde la sala principal, esa que normalmente era ocupada por William, aunque este no debería estar despierto a esas horas de la madrugada.

«¿Quién podría ser?», se preguntó y fue hasta el oscuro espacio con un madero en mano.

Apenas asomó la cabeza, vio la silueta de un hombre de pie en medio de las penumbras, Arthur agudizó la vista, mas no lograba identificarlo. De inmediato estiró la mano y encendió la luz de la habitación, al tiempo que levantaba el madero sobre el hombro.

—¡Hey, calma! ¡No quiero problemas! —gritó Michael mientras mostraba ambas manos.

Arthur quedó perplejo, suspiró hondo y enseguida bajó el tronco, arrugando la frente. No entendía nada del extraño encuentro.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó finalmente.

Michael suspiró después de ver que el enorme hombre bajó la improvisada arma. Desinfló los pulmones y abrió grandes los ojos antes de soltar palabra.

—Dormir o al menos lo intento —dijo despreocupado como si se tratase de un encuentro casual.

Arthur seguía atónito, nada tenía sentido, incluso pensó que podía seguir soñando.

»Lo siento, tuvimos que pasar la noche aquí —declaró al ver que Arthur seguía sin entender lo que sucedía.

—¿Por qué? —preguntó el Conde con una ceja arqueada.

—El auto se descompuso y no habría manera de volver. Los Scott duermen arriba —replicó estirando el cuerpo.

—¿Emilia está aquí? —interrogó el hombre de cabellos alborotados, una ligera curvatura se reflejó en sus labios cuando escuchó el nombre de su actual tormento.

Michael lo observó con ventaja, puesto que conocía los sentimientos de Emilia.

—Sí, ella está durmiendo en tu habitación.

El varonil hombre se quedó perplejo ante toda la información que su mente buscaba asimilar. Luego ensombreció el semblante que, segundos antes, estaba iluminado.

—Hablamos hace unas horas, no creo que sea necesario hacerlo de nuevo. Anda, ve y llévatela de regreso a Shrewsbury. Te daré la satisfacción de regocijarte en mi rostro —alegó y se sentó en el sofá frente a Michael.

El rubio se limitó a mirar el decaído semblante del enamorado de Emilia, nunca antes lo vio así, orgulloso y dolido por una derrota que no existía.

—Te dije que el auto no encendió. Esos viejos le hicieron algo para que Emilia no se fuera.

Arthur rodó los ojos y resopló el aire, esa jugada no era una mentira de Michael, tomando en cuenta que Orson y William eran capaces de eso y más.

—Entonces, se irán por la mañana —ordenó molesto.

—Emilia nunca volvió conmigo —soltó Michael finalmente a sabiendas de que la perdería para siempre—. Incluso antes de que aparecieras yo ya no significaba nada para ella.

Arthur levantó la mirada y fijó los ojos en los de Michael. El rubio hizo lo mismo.

»Emilia me perdonó muchas cosas, esa última que le hice fue demasiado. No la culpo de nada, actuó de la manera más sana para ambos. Después apareciste y te culpé del rompimiento cuando el único culpable era yo. —Plantó una orgullosa sonrisa, jamás hubiera creído que terminaría diciendo semejantes palabras para el enamorado de su exprometida.

»Estaba tan decidido a recuperarla que incluso le hice creer que salvaría el castillo a cambio de que se casara conmigo, pero eso nunca sucedería. Ni el matrimonio, ni lo del castillo. No había nada que Emilia o tú pudieran hacer para que el edificio siguiera siendo un museo, aun cuando reclamaras el título de Conde de Shrewsbury.

—¡Yo no soy el Conde, ni lo seré jamás! —vociferó Arthur casi en un grito ahogado.

Michael le miró con recelo, ni siquiera se inmutó después de haber escuchado el reclamo.

—¿Qué fue lo que le escondiste a Emilia? ¿Por qué terminó la relación que tenían?

Arthur bajó el oscuro semblante, de nuevo era presa de sus demonios internos, los mismos que le obligaban a olvidarse de Emilia.

—No creo que eso sea de tu incumbencia —emitió y se entrecruzó de brazos.

—Lo es, porque estoy aquí atrapado. Lo que creí que sería una oportunidad para acercarme a ella, resultó en un tipo de secuestro en medio de la nada. Para colmo, Emilia se obsesionó, apenas te volvió a ver hoy. —El rubio volteaba a todos lados con la idea de encontrarse con una botella de vino que pudiera descorchar. Así ocultaría su dolor en semejante declaración.

—¿Qué buscas? —preguntó el caballero no muy satisfecho con su noche.

—¿Dónde guardan el licor en esta casa?

Arthur suspiró hondo y caminó a un gabinete que decoraba uno de los rincones, le entregó a Michael una copa de vino rojo y sirvió un brandi para él. Ahora que Michael se sinceraba, era mejor compañía de lo que fue antes. 

—Le mentí sobre... unos documentos que demostraban mi identidad —mintió el hombre de la barba abultada después de regresar al sofá—. Le dije que no tenía pruebas de ser quien soy para no verme obligado a reclamar el título.

—¿Por qué alguien no querría ser un Conde? —preguntó Michael con la ironía en el rostro.

—Créeme, hay más razones para no querer serlo que para serlo, sobre todo si eres un hombre del siglo XIX... XXI, quise decir.

Michael lo miró con recelo sin darle mayor importancia a su equivocación.

—Podrías pasar por él —dijo apuntando al cuadro del Conde.

Arthur volvió el rostro, observó su propio retrato y omitió el comentario.

—¿Qué haces aquí si se supone que ustedes dos no están juntos?

—Tiene que ver con lo que te dije hace un momento. Emilia lo dejó todo en Shrewsbury, abandonó su profesión, su castillo, su familia, está decidida a reiniciar su vida aquí en Francia. Supuse que, si viajaba con ellos y pasaba este fin de semana a su lado, siendo todo un caballero igual a ti, podría reconquistarla si actuaba como su amigo y le mostraba un apoyo incondicional con respecto a su nuevo trabajo. Usaría este paseo para mi propósito, no quería alejarla más de mí. Aunque, evidentemente, no contaba con tu presencia en este lugar. —Hizo una pausa para beber de la copa que recién le entregaron—. Eso me hizo darme cuenta de que, en realidad, soy yo el que no tiene nada que hacer aquí.

—Entonces, ¿Emilia vino a Francia por mí? —interrogó Arthur con cierto brillo en los ojos.

—Emilia pasó el último año trabajando en los secretos de tu familia, buscando algo para rescatar el honor de los Bennett, nunca lo entendí hasta ahora. Estoy seguro de que lo hizo todo eso creyendo que volverías a Shrewsbury, tal vez imaginó que de esa manera volverían a estar juntos, lo que no sucedió. —Michael caminaba de un punto a otro, pero las palabras eran certeras, claras y precisas, no podían ser simples mentiras—. Dejó pasar un tiempo pertinente y cuando se dio cuenta de que no tenía más razones para seguir esperando, decidió salir de la universidad y de Shrewsbury. Ahora tiene un nuevo empleo aquí en Francia, lejos de todos nosotros y mucho más cerca de ti.

Los ojos de Arthur analizaban los movimientos de Michael, todo parecía real, sincero, esa era la conversación más emotiva que había tenido con él y supo encontrar las palabras adecuadas para que este terminara por entenderlo todo.

»¡¿Qué demonios quieres que te diga?! —vociferó Michael con la molestia en el rostro—. ¡¿Qué Emilia nunca te quiso?! ¡¿Qué te utilizó mientras seguía conmigo?! ¡¿Qué ella corrió a mis brazos luego de que te marchaste?! ¡No, por desgracia para mí, nada de eso sucedió!

—¡Para mí no es tan simple! —gritó Arthur poniéndose de pie.

—¡Para ella tampoco! —gruñó Michael colocándose frente al Conde—. ¡Tampoco para mí lo es, pero aquí estamos! Ella suplica y yo intento convencerte.

El semblante desencajado de Arthur se ablandó lentamente, Emilia hizo un notable esfuerzo por recuperarlo, mientras Michael hacía una especie de sacrificio de amor. Pudiera tratarse de otra artimaña de su parte, pero al caballero no le importaba, si ella fue capaz de soltar toda armadura, de la misma manera lo haría él, así le tocara perder, así tuviera que despojarse de todo orgullo.

Una clara sonrisa apareció en su rostro, rascó la cabeza y soltó la respiración, tenía que ir con ella, debía buscarla. Dio un par de pasos hacia la salida y escuchó la voz de Michael llamarle de nuevo.

—¿Puedo quitar el retrato del Conde? Su mirada no me deja dormir —explicó con el rostro desencajado.

El caballero sonrió para sí mismo, ese sería una pequeña tortura para Michael, lidiar con su presencia plasmada en un lúgubre retrato.

—No, pero puedes beberte las botellas que están ahí —resolvió para luego salir corriendo escaleras arriba en busca de su Emilia.

Michael lo miró alejarse, terminó su copa y caminó hasta el gabinete de dónde sacó una nueva botella.

—Bueno, ahora seremos nosotros tres —dijo sonriente con la mirada en la pintura y la copa en la mano.

Los pasos eran certeros y acelerados, se podía escuchar el eco que producía el golpeteo de las pisadas sobre las escaleras de la casona. El corazón de Arthur hacía juego con aquel sonido, aun cuando nadie además de él lo podía escuchar. Se detuvo en seco cuando llegó a la puerta de su habitación. La cabeza de Arthur comenzó a ser acechada por varias preguntas al azar. ¿Qué pasaba si lo dicho por Michael era una mentira más? ¿Todo podría empeorar? ¿Debía esperar al amanecer? No, nada de eso le detendría, ningún fugaz miedo lo haría regresar.

Colocó la mano en el viejo picaporte y abrió la puerta de la oscura habitación. Una ráfaga de viento estremeció el cuerpo de Arthur cuando esté vio que la cortina se elevó levemente. Caminó hasta la ventana y la cerró sin el menor ruido que alterara el sueño de su amada mujer. Se dejó caer en la silla que estaba junto a la cama, quería verla dormir unos minutos antes de que ella despertara, antes de que las cosas entre los dos se volvieran un caos o una sanación.

Sintió el perfume de Emilia, uno que le embriagaba cada mañana durante el tiempo que vivió a su lado, miró la tersa piel y quiso deslizar una mano por el brazo, añoraba sentir el tacto aun cuando se juzgó a sí mismo como poco caballeroso en caso de hacerlo. Eliminó de su cabeza todo pensamiento indecente y pensó en una mejor manera de despertarla: hablarle al oído o hacer algo de ruido o, ¿por qué no?, un delicado beso en los labios.

Se reclinó sobre ella y apenas se acercó, deslizó una mano por la mejilla tibia de Emilia. La castaña abrió los ojos de golpe y sonrió con total felicidad cuando lo vio de frente, casi podía jurar que se trataba de un sueño, aun cuando parecía ser verdad, Arthur, su caballero andante, estaba a su lado en esa la que era su habitación. Emilia rodeó el cuello de Arthur con ambos brazos, era eso lo que necesitaba desde el momento en el que lo vio partir de la casa de sus padres. El hombre sorprendido por el enternecedor gesto de Emilia, correspondió colocándole una mano sobre la espalda y la otra en la cabellera castaña. Estaba tan feliz que deseaba detener aquel instante para siempre, sería mejor no hablar para evitar una discusión, era mejor permanecer en ese abrazo cargado de amor, pasión y apego.

Emilia fue la primera en romper los lazos, echó el cuerpo para atrás y le dedicó una lúcida mirada a Arthur.

—Volviste —dijo en medio del nerviosismo.

—No sabía que te encontraría aquí, pero eso no quita lo agradecido que estoy por verte de nuevo —confesó tocando la mejilla de Emilia.

—Tenemos que hablar, te dije que no me iría hasta arreglar las cosas.

—No, espera —dictó el hombre colocando un dedo sobre los labios de Emilia —. Ven conmigo, quiero mostrarte algo —agregó al tiempo que le extendía una mano.

La mujer no lo pensó dos veces y la tomó, se puso el par de botas y caminó detrás de él sin el menor titubeo. Abrieron la puerta, bajaron las escaleras y pasaron por el gran salón donde Michael aún intentaba conciliar el sueño. Cubierto por una manta y una copa de vino en las manos, los vio pasar y mostró una sonrisa agridulce. Tenía la idea de no haberse equivocado, ahora su adolorido corazón tendría que subsanar para volverse a enamorar.

—¿A dónde iremos? —preguntó Emilia.

—Confía en mí —resolvió él con la oscuridad de la noche sobre sus cabezas.

De la mano la llevó hasta la caballeriza donde le colocó la silla de montar a uno de los caballos, la ayudó a subir a este y luego él lo hizo detrás de ella. Cuando salieron del paraje, el cielo comenzaba a aclarar, pero no fue hasta que llegaron a la orilla de un risco donde los colores del amanecer aparecieron haciendo alarde de su belleza. Detrás de ellos las aves cantaban y el viento soplaba por sobre sus despeinadas cabelleras. 

Apenas bajaron del caballo, Arthur tomó una de las manos de Emilia y la encaminó hasta las orillas del monumental escenario. Podían verse las tierras de cultivo que pertenecían a la familia Bennett, esas que una vez estuvieron abandonadas y que ahora eran un sinónimo de prosperidad. 

Había cierto espectáculo en la labranza del suelo, algunos de los trabajadores llegaban con picos y palas sobre su espalda para comenzar su arduo y fructífero trabajo. Desde las profundidades, alzaban una mano para saludar a su patrón, quien acostumbraba a observar a la lejanía antes de bajar para hacerles compañía. Les enseñó el uso de los artefactos más rudimentarios y anticuados que ellos jamás pensaron en utilizar. Aun así, estaban felices de trabajar para él, era ese ambiente con aura de nobleza lo que les endulzaba la jornada. 

Dentro de una hora, llegarían las mujeres que se encargaban de cosechar las uvas y después de ello, empezarían con el proceso fermentativo del impecable vino que Francia estaba por conocer.

El paisaje no sólo era igual a una pintura de museo, Emilia podía percibir aromas, colores y sonidos, sus ojos iban de la inmensidad del cielo hasta las profundidades del risco para observar aquello que Arthur le mostraba con cierto tono de ilusión. Miraba a su caballero andante tan feliz, que un nudo en la garganta apareció, él lo tenía todo, ahora su vida era perfecta y ella no formaba parte de la dicha.

—¿Es esto lo que querías mostrarme? —preguntó, ocultando esa lágrima que se le escapó.

—Sí, es la mejor parte de mis días y no está en el recorrido que Orson organizó —explicó sin volver la mirada de las tierras.

El hombre respiró una bocanada de aire fresco y luego buscó los ojos de la mujer que tenía a su lado. Emilia escondía la tristeza, fingiendo observar a los recién llegados trabajadores. Él sabía que algo estaba mal y uso una mano para volverle el rostro con un suave toque en el mentón de la castaña.

—¿Qué sucede? —interrogó.

—Eres feliz aquí, ya lo veo —respondió sin sonrisas.

—¿Mi felicidad te produce llanto? —El caballero no mostraba más que una mirada dulce y persuasiva, intentaba enseñarle su más reciente fuente de satisfacción.

—Lo mereces, Arthur. Mereces todo esto, aunque no sea el siglo XIX y yo no forme parte de esto —recitó en un tono que parecía un reclamo para sí misma.

—¿Te irás? —preguntó de nuevo, observando el marrón que cubría los ojos de Emilia.

Ella entreabrió los labios, quería decir que no, esperaba que él le pidiera que no se fuera, pero tal parecía que eso no sucedería.

—Planeaba decirte tantas cosas para convencerte de permanecer juntos, pero no hay nada que me haga competir con esto —dijo, señalando el campo—. Esta nueva vida te gusta y te hace bien, es evidente.

Este sonrió y liberó el pecho, estaba feliz de que ella pudiera verlo.

—Sí, es cierto. Este lugar siempre fue mi verdadero hogar, supongo que es una de las razones por las que el castillo y el título nunca fueron mi prioridad.

—¿Qué pasará con tus sueños por convertirte en un científico? —cuestionó Emilia con un tono de esperanza.

Arthur retiró su atención del campo e hizo una mueca, despreocupado.

—La electricidad ya fue inventada, igual que las baterías de alto voltaje. He hecho algunos inventos para mejorar la producción de uvas aquí. Orson dice que son basura, pero podría ir mejorándolos con el tiempo.

La castaña mostró una diminuta sonrisa y volvió la mirada de nuevo al campo, como quien busca algo más para decir.

»Entonces, ¿crees que esta vida me va bien? —interrumpió el caballero, observando la tristeza de la mujer.

Ella encogió los hombros y lo miró como un reflejo de lo que quería decir.

—Sí, por supuesto.

—¿Sin títulos de por medio? —Apareció una arruga en la frente, esperaba escuchar una respuesta que le tranquilizara.

—Ya no creo que eso importe. Shrewsbury ha vivido muchos años sin un Conde. —Después de meditarlo por tanto tiempo, Emilia concluyó la poca relevancia que el título tenía. 

El viajero del tiempo tenía razón en hacerlo a un lado para seguir con sus sueños. Si lo hubiera hecho mejor o peor que su hermano, eso ya no tenía cabida en las mentes del nuevo siglo.

—¿Has visto a toda esa gente de allá abajo? —preguntó.

Emilia asintió fríamente con la cabeza.

»¿Observaste cómo respondieron a mi saludo?

—De un modo muy afectuoso, sin duda.

—Cuándo mi preparación como Conde comenzó, mi padre nos hablaba constantemente de las personas, del pueblo, de las tierras y de quienes la trabajaban. Nos dijo que un título no tenía relevancia si no existía un suelo para cultivar y un poblado para cuidar. Nunca lo entendí del todo, estaba tan corrompido por la ciencia que me olvidé de la verdadera magia. —Mostró una delicada y persuasiva sonrisa—. Esas personas no son Shrewsbury, pero son mi gente. Vienen aquí a trabajar para ganar el dinero que su familia necesita y me da orgullo saber que me han elegido para esa labor. Hasta cierto punto, soy un Conde sin tener que verme envuelto en las abrumadoras reuniones donde nadie se pone de acuerdo, sin las falsas celebraciones llenas de hipocresía y contratos avariciosos.

»Eso no ha cambiado a lo largo de los años, Emilia.

La joven escuchaba con toda atención cada palabra que salía de los labios del apuesto caballero, Arthur tenía razón en todo, el padre de este estaba en lo cierto. Shrewsbury era diferente en ese momento, no era lo que él conoció y si rechazó el título en aquel entonces, con mayor razón lo haría ahora que la modernidad hacía de las suyas en su lugar natal.

—Entonces, ¿te quedarás aquí porque consideras que estás ejerciendo tu labor como Conde?

El enorme hombre volvió a sonreír, pero en esa ocasión se acercó más a ella, con la mirada fija en sus ojos.

—Me quedo aquí porque estoy seguro de que este es el lugar al que pertenezco.

Emilia abrió los labios e intentó decir algo que nunca salió de su boca.

—Lo entiendo —murmulló.

—Aunque, no fue esa la única enseñanza que mi padre me dio —agregó Arthur con ambos brazos entrelazados a sus espaldas—. Él mencionó lo importante que era para un Conde, estar rodeado de la gente que ama, como una familia, hijos y por supuesto una esposa dotada de belleza, inteligencia y nobleza.

La mujer se fundió por completo en los ojos negros de Arthur, el cuerpo le temblaba, las rodillas prometían flaquear, una punzada en el corazón le hizo sentirse débil y vulnerable. Quería responder, pero era su corazón el que se adueñaba de cada gota de energía que existiera en el cuerpo; la mente, la razón, fueron derrotadas por todo sentimiento romántico que abundaba en el cuerpo.

»Emilia, me rindo ante mi terquedad para pedirte que te quedes conmigo. Este nunca será mi hogar, si tú te vas, no puedo dejarte ir —expresó cogiendo la mano de la dama.

Emilia tragó grueso sin poder creerlo.

—¿Qué dices? —cuestionó perpleja.

—Me comporté como un tonto, necio. Te lastimé y me lastimé a mí mismo con pensamientos que nunca debieron surgir.

—No, yo también tuve mucha culpa. Me equivoqué en todo —expuso ella compartiendo parte de la culpabilidad.

—Eso ya no importa, sólo respóndeme, ¿te quedarías conmigo?

La castaña sonrió notablemente, estaba tan dichosa con la idea de volver a ser la novia de Arthur que pensaba estar imaginándolo. Limpió esa lágrima que se le escapó y brincó a los brazos de su amado caballero.

—Para siempre. Me quedaré contigo para siempre.

Arthur respondió a ese abrazo que no esperaba, rodeó a la castaña con su persona y se permitió sentir la calidez de su cuerpo, la suavidad de su piel y el aroma del alborotado cabello. Buscó su rostro y esta vez fue él quien dio el primer paso para que sus labios estuvieran compenetrados en la ternura de un beso dado con amor.

El suave tacto proporcionado por la delicada caricia, estremeció el cuerpo de la historiadora, aquella que se entregó al sentimiento provocado por la ternura del momento. Por algunos segundos se olvidó de todo lo que estaba fuera de los brazos de su amado, se sentía en casa.

—Michael me habló de tu nuevo trabajo —dijo Arthur, rompiendo los lazos con ambas manos sobre los hombros de su novia.

—Es aquí, en París, podremos estar cerca...

El Conde negó con la cabeza, silenciando las ideas que surgían de los labios de Emilia.

—Cercas no es suficiente, podrías vivir aquí en Sant Rosalie. Entiendo que sea mucha la distancia, pero podemos...

—¿Me estás pidiendo que viva contigo? —preguntó Emilia con tremenda sonrisa marcada en el rostro.

—De ninguna manera aceptaré de nuevo un concubinato. Emilia, te estoy pidiendo que te cases conmigo —explicó y se arrodilló ante la dama que estaba anonadada.

Emilia hizo grandes los ojos mientras miraba al caballero del siglo XIX hincado con la idea de una promesa de amor. Lo miró casi suplicante y enamorado, sabía que no podría negarse o acabaría con el orgullo del vulnerable hombre. Ella tampoco diría que no, fueron muchas las noches que pasó lamentándose de su errónea decisión. Lo amaba, él la amaba y era lo único importaba.

—Sí —respondió con total felicidad.

Arthur se puso de pie y levantó a Emilia por los aires como señal de triunfo. Finalmente, lo aceptó.

—Tengo un anillo, bueno William tiene un anillo que le perteneció a mi familia, te lo daré, apenas lleguemos a casa.

—Eso no importa, podemos casarnos en un registro civil esta tarde.

Arthur arrugó la frente y la miró con recelo, era como si su felicidad hubiera sido detenida por una enorme pared construida por las palabras de Emilia.

—¿Con urgencia? ¿Como si tuviéramos algo que ocultar? No, primero hablaré con tus padres.

—Arthur, ¿es necesario hacerlo de nuevo? —cuestionó la castaña con una mueca en la cara.

—Sucedieron muchas cosas entre nosotros antes del matrimonio, no podemos simplemente fingir que no pasaron. Hablaré con tu padre, pondremos una fecha y tú usarás un vestido.

Emilia sonrió, resignada a aceptar las ideas que Arthur tenía para su matrimonio, consentiría el cortejo, las pláticas con sus padres, la ceremonia, incluso estaba de acuerdo con el poco contacto físico que tendrían previo al matrimonio. Él estableció que no la volvería a tocar hasta que no fuera su legítimo esposo, a pesar de lo que ella lo necesitaba, ansiaba todo beso y caricia que él pudiera proporcionarle; no obstante, ahora tendría que conformarse con los acuerdos hechos por ambos. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro