Capítulo 3: Un viaje en el tiempo
Emilia empujó la puerta que daba a las escaleras que descendían hasta al sótano convertido en laboratorio. Por alguna razón, la puerta había sido abierta con anterioridad, en el piso, estaba la figura de una persona que yacía en el suelo, delimitada por el simple polvo. El pequeño y oscuro espacio estuvo fuera de los reflectores por muchos años, puesto que la familia del Conde se encargó de omitir aquella información que no deseaban que saliera a la luz. Para los Bennett, sería vergonzoso aceptar que Lord John tenía mayores intereses por la ciencia que por ejercer las interminables tareas que el título de la familia exigía, por ejemplo, estaba su constante negación a desposar a una noble mujer que le diera un heredero.
De igual modo, las irrelevantes invenciones e investigaciones de John, pasaron a último término, luego de que los diarios junto con los experimentos fueron analizados a detalle por los expertos, quienes determinaron que no hubo información relevante que le diera un lugar en el mundo de la ciencia.
John caminó con nostalgia después de ver todo el pequeño lugar cubierto de polvo, no se parecía en nada a lo que había dejado, era apenas un diminuto fragmento de lo que el espacio representó para él.
—¿Por qué este sótano no fue cuidado como el resto del castillo? —interrogó ahogando las palabras que salían muy apenas por su garganta—. Según vi ayer, la armadura de mis ancestros estaba pulida, los lienzos fueron restaurados y mis muebles protegidos, pero... ¿Por qué este, mi sitio favorito fue olvidado?
Emilia sintió el dolor en la voz del caballero, en realidad parecía herido, esta vez era el alma, no el cuerpo.
—Cuando se encontró este espacio y se supo con exactitud lo que era, no se encontraron registros de sus experimentos. Entonces, supusieron que se trataba de algo amateur.
—¿Amateur?
—Una simple distracción para usted —aclaró observando los movimientos de Jhon.
—Ya veo —respondió mientras pasaba un par de dedos por la polvosa mesa—. ¿Dónde están los diarios que mencionó? Señorita...
—Emilia Scott —continuó Emilia a sabiendas de no se habían presentado—. Los diarios fueron colocados en vitrinas, son parte de la exhibición.
Un ligero brillo esperanzador apareció en los ojos de Jhon.
—Entonces, ¿contribuí en algo?
—Lo siento, no. —Negó ella con la cabeza, lamentando su respuesta—. Los científicos no encontraron relevancia y se los dejaron al museo. Cuando llegué aquí, acababan de decidir exhibirlos. El laboratorio, por otro lado, fue cerrado de nuevo.
La joven siguió el empolvado lugar con la mirada y se percató de que alguien había estado ahí recientemente, a pesar de que ese era un espacio restringido.
—Usted asegura saber todo sobre mí. ¿Por qué lo dejó así?
Emilia respiró hondo, por alguna razón John hablaba, caminaba y se movía como un miembro de la nobleza, comenzaba a sentirse casi como una humilde sierva.
—Por lo que ya le he dicho, no hay registros de su interés por la ciencia en ninguna universidad de su época, aunque debí suponerlo si este lugar existía. Sin embargo, en los archivos familiares, se habla sobre su pasión por la equitación y la esgrima.
John volvió el rostro en dirección a ella, enderezando el cuello.
—Soy tan bueno en ello como en otras tantas cosas, mas nunca fue por mi elección. Todo eso fue parte de mi preparación como miembro de la nobleza. —Se olvidó del porte y bajo un poco la cabeza—. Me duele pensar que he pasado a la historia como un simple hombre que no hizo nada por el mundo, además de portar un título y posar para superficiales pinturas.
Emilia se estremeció después de escucharlo, era evidente que la noticia le había calado en lo más profundo de su ser.
Enseguida, John movió un par de cosas que se encontró en un rincón y casi en el acto reconoció su famosa batería, la misma que diseñó con el objetivo de atrapar en ella la energía proveniente de un rayo. Por supuesto, aquel experimento terminó mal, lo hizo volar por la habitación, chocando contra la pared y luego al piso, pero lo que nunca imaginó era que terminaría despertando 174 años después.
—Señor Bennett, aún no comprendo que fue lo que pasó y por qué cree que es...
—Creo que viajé en el tiempo, señorita Scott —interrumpió el hombre, colocando su atención en ella una vez más.
Emilia mostró una tímida y nerviosa mirada, negando aquella posibilidad a toda costa.
—No, de ninguna manera aceptaré tal idea.
—¿No es eso posible en el año 2022? —interrogó acercándose a la mujer.
Por su parte, Emilia lucía asustada, con los ojos grandes y la respiración agitada.
—¡No, ni siquiera está cerca de ser posible! Usted debe ser un pariente lejano o algo así.
—Entonces, explíqueme, ¿cómo fue que terminé sabiendo lo de los diarios? O ¿por qué la ropa me ajusta perfecto luego de tantos años? —Estaba cansado de explicaciones que a su parecer no llevaban a ningún sitio—. Sin duda, podría pasar días completos hablándole sobre todo lo que sucedía en este castillo, pero por el momento, me enfocaré en darle respuesta a mis preguntas, no a las suyas.
—¿Planea quedarse aquí? —cuestionó, señalando el lugar.
—¿Por qué no habría de hacerlo? Es este mi...
—Su hogar, lo sé, pero hay guardias y si lo ven podrían... No puedo dejarlo aquí —comentó la castaña sonando preocupada—. Es peligroso.
Jhon ignoró todo mensaje por parte de Emilia, respiró hondo y continuó con su plan.
—Me quedaré toda la noche en este lugar, mi laboratorio.
—Lo siento, pero no puedo permitirlo, señor Bennett. Es antihigiénico, no hay un retrete o siquiera una buena entrada de aire, la humedad le causaría daños —replicó observando las humedades que los rodeaban.
John estaba confundido, abrumado, pero más que todo, entristecido por haber descubierto que sus sueños de pasar a la historia como un imponente científico terminaron en el olvido.
»Le diré algo, señor Bennett, acompáñeme esta noche a mi casa, puede quedarse conmigo y mañana le permitiré bajar aquí con sus diarios para que busque las respuestas que necesita.
Jhon la observó durativo, considerando la propuesta.
—No recuerdo a los Scott.
—Mi familia no es igual a la suya. Nosotros somos personas comunes, aunque no debe preocuparse por eso, yo vivo sola en un departamento.— Se encogió de hombros y mostró una delicada sonrisa.
—¡Oh, no! De ninguna manera le haría semejante daño, si la vieran a usted a solas conmigo, podrían cuestionar su decencia —expresó Jhon negando con las manos en el aire.
Emilia soltó una sonrisa mayor. El hombre que aseguraba ser un caballero, realmente se expresaba como si lo fuera, su fina manera de hablar, el porte, la elegancia de sus movimientos y palabras, era como formar parte de una película de época.
—No debe preocuparse por eso, en el siglo XXI ya no es mal visto que un hombre y una mujer vivan o pasen tiempo juntos.
—¿Sin estar casados o tener chaperones? —interrogó con una ceja arqueada.
Emilia negó con la cabeza de inmediato.
—Acompáñeme, por favor. Tengo electricidad y le ayudaré a encontrar algunos libros que le puedan ayudar —agregó ella a fin de convencer al caballero.
—¿De verdad? —preguntó para ver a la mujer asentir, lo meditó un instante y aceptó como su única opción—. Usted gana, lo aré siempre y cuando se diga que soy un familiar suyo.
Ella hizo una mueca despreocupada y confirmó sin darle mayor importancia a la petición.
Emilia pasó el resto de la noche, explicándole a John todas las interrogantes que surgían en la cabeza del posible viajero del tiempo. Se preguntó por los autos y su mecanismo de función, luego estaba la radio, la luces en todas partes, las modernas construcciones, los teléfonos celulares y finalmente la internet. Aquel increíble encuentro con la tecnología sobrepasaba la imaginación de John, era abrumadora la cantidad de información que tenía por asimilar, pero del mismo modo, todo le parecía hermoso, incluso brillante. Transcurrieron casi dos siglos y el mundo que él conocía había cambiado por completo.
Estando ya en el departamento de Emilia, los ojos del hombre querían abrirse lo más posible para lograr verlo todo, cada objeto, cada aparato que encendiera gracias a la energía eléctrica. Emilia le mostró la computadora y la televisión. Él pasó cercas de veinte minutos buscando a las personas que creía estaban atrapadas en el interior de la caja, hasta que la historiadora le explicó. Era como un niño con juguete nuevo, el hermano del Conde se había olvidado de sus elegantes modales para mostrar su fascinación por el mundo que le rodeaba.
—Puede pasar a cenar, señor Bennett —comunicó Emilia, al tiempo que colocaba dos platos sobre la mesa.
Jhon dejó de lado todas las novedades y caminó de manera acelerada para alcanzar a empujar el asiento de su anfitriona. Emilia agradeció el gesto, pero más que ello, le pareció hermoso. Era uno de esos modales que ahora estaban extintos.
—Le agradezco su hospitalidad y la cena, señorita Scott.
—Tomando en cuenta lo mucho que he husmeado en su vida personal, no considero que tenga que darme las gracias —respondió Emilia a sabiendas de que comenzaba a creer en aquella imposibilidad del viajero del tiempo.
—Podría ayudarle con eso —dijo él, mientras evidenciaba sus elegantes modales sobre la mesa.
A pesar de que Emilia tenía cierta educación para las cenas formales, no pudo evitar sentirse intimidada con la sofisticación y refinación que él mostraba con cada bocado.
—Espero la cena sea de su agrado, no soy una buena cocinera —aseguró arrugando la cara.
Aquel hizo una sonrisa leve y tragó de una el alimento que tenía en la boca.
—La cena está maravillosa. Mis preocupaciones van más hacia las habladurías que mi presencia en su casa podrían despertar.
Emilia sonrió de nuevo, estaba acostumbrándose a las pequeñas frases que sin saberlo cuestionaban su valor como mujer. Ella estaba a punto de responder algunas palabras para tranquilizar al caballero, cuando el timbre de su departamento sonó en dos ocasiones.
De inemdiato arrugó la frente, podrían ser sus amigos o alguien sin importancia. Cualquiera que fuera el caso, no debían ver a John en su casa.
—Siento mucho lo que le voy a pedir, pero podría ir a la habitación —preguntó uniendo las manos en modo de súplica.
El hombre hizo grandes los ojos ante la solicitud hecha.
—Me aseguró que nadie pondría en duda su decencia.
—No se trata de eso, señor Bennett. Es solo que su origen sigue siendo confuso para nosotros, entonces ¿cómo explicárselo a alguien más? Vaya a la habitación del fondo, por favor —insistió Emilia con la preocupación en el rostro y apuntando el camino.
Sin dudarlo, asintió e hizo exacto lo que la anfitriona le pidió.
Una vez que Emilia se aseguró de que John estaba oculto, acudió a abrir la puerta sin imaginar que quien estaría del otro lado de la misma, sería su exnovio y actual jefe: Michael Miller.
Michael tenía siempre una falsa sonrisa en el rostro, gozaba de un elegante porte y una gran amabilidad, debido a esto, nadie podría pensar que le fue infiel a su prometida con Lía, su secretaria. Solía hacer todo tipo de cosas románticas a fin de causar suspiros para ganar la confianza de las personas que le rodeaban, en especial, tratándose de su ventajosa relación con Emilia y su importante puesto en la universidad.
Emilia era hija de un antiguo catedrático y director de la misma universidad en la que ella trabajaba, por lo que su relación con ella para todos era bien vista. Además, Michael estaba pronto a postularse como el próximo director, un escándalo como el que hizo Emilia al haber cancelado su compromiso, no le beneficiaba en nada.
—¿Qué quieres? —cuestionó con brusquedad al tiempo que omitía las flores que Michael traía consigo.
—Es obvio que vengo a que hablemos. Han pasado tres semanas desde tu berrinche. ¡Vamos, Emilia, perdóname y casémonos!
La mujer negó con el ceño fruncido y la cara roja, estaba luchando por no soltar las lágrimas desatadas por la rabia que tenía acumulada.
—Michael, ¿qué se supone que debo hacer para que me entiendas? ¡No me casaré contigo! Yo no puedo perdonar lo que me hiciste. —Entrelazó los brazos y frunció el ceño—. De hacerlo, me convertiría en la burla de toda la universidad. Estoy segura de que todos lo sabían menos yo. ¡La ilusa Emilia Scott estaba muy enamorada para notar las infidelidades de su prometido!
—No fue como tú crees, fue solo una despedida de soltero —respondió el rubio que se decía triste—. Mira, después de nuestro matrimonio ya no volverá a pasar.
—¡¿De qué hablas?! ¡Eres detestable! Sal de mi casa ahora mismo. —Apuntó la puerta con la mano.
—Emilia, sabes que me necesitas, tanto como yo a ti.
—No, no es así. —Negó en un intento por ignorar al exnovio.
No obstante, Michael era persistente y no se detendría por nada. Así que, ignoró las peticiones de Emilia y se plantó frente a ella.
—Escucha, pronto iniciaremos con la campaña que me ayudará a ser electo como el nuevo director de la universidad de Shrewsbury, para ello necesito tener la imagen de un hombre de familia. Te necesito a mi lado, la universidad te ama, a ti y a tus padres. —Puso una mano sobre el hombro de la mujer de cabello castaño.
—¡¿Qué?! ¿Realmente te estás escuchando, Michael? —interrogó ella saliendo de su alcance—. De ninguna manera puedo aceptar semejante propuesta. ¡Ve y pídele a la tonta de tu secretaria que se case contigo, porque este matrimonio no me beneficia en nada a mí!
—En eso te equivocas, cariño —interrumpió Michael con una sonrisa en la cara—. ¿No te has preguntado cómo ha sido posible que el departamento de historia permanezca abierto cuando ya no tenemos suficientes estudiantes? O ¿Por qué te seguimos entregando recursos para la renovación de un castillo que nadie visita? A nadie le importa la nobleza en estos días, Emilia. De no casarte conmigo, tu carrera morirá.
La historiadora fijó la oscura mirada en el hombre que la observaba con simpleza.
—¿Qué quieres decir con eso? —inquirió con respiraciones hondas.
—Lo que digo, es que el departamento de historia sigue abierto únicamente por mi insistencia. Lo hice por ti. Los miembros del consejo quieren que tanto el castillo como tu departamento sea cerrado —informó caminando por el departamento y analizándolo todo.
—No pueden hacer eso... —reclamó la mujer observándolo.
—Oh, sí pueden. Necesitan un nuevo edificio para el área de diseño y han puesto los ojos en el castillo. Le harán ciertas modificaciones, modernizarlo un poco, los planos están casi listos —declaró al tiempo que notaba los dos platos que estaban sobre la mesa, casi vacíos—. ¿Quién te acompañó a cenar? —preguntó con la ceja arqueada.
—¿Qué? —Emilia supo que Michael vio los platos y la mirada se abrió—. ¡Nadie, Michael! ¿Quién puede venir a cenar conmigo? Comí una vez y luego decidí cenar de nuevo porque estoy deprimida, ¿qué tiene de malo?
—Engordarás, deja de comer helado, chocolates y esas cosas —declaró dejando de lado la cena de Emilia—. Mañana le diremos a todos que la boda sigue en pie.
—¡No dirás nada! No me casaré contigo, así me quede sin trabajo. ¡Vete! —insistió con las lágrimas a punto de brotarle.
Michael dejó las flores sobre la mesa, borró la tonta sonrisa de su cara y se encaminó por sí mismo hasta la puerta del apartamento de su exnovia.
—Aún estás a tiempo de tomar la decisión correcta, Emilia. Descansa —dijo y después salió del lugar cerrando la puerta tras de él.
Fue tanta la rabia y la impotencia que Emilia sentía en aquel instante, que terminó sucumbiendo ante su dolor.
Hasta hace apenas un par de semanas lo tenía todo; un prometido, una carrera profesional y el éxito que cualquier mujer pudiera envidiar. No obstante, todo parecía ir cuesta abajo. Una lágrima tras otra comenzaron a surgir de los ojos cafés, caminó hacia el refrigerador y abrió el congelador donde había varios recipientes con helados de distintos sabores. Michael la conocía bien y sabía que apenas su novia se deprimía, ella se rendía ante la comida, muy en especial los postres. Terminó tomando un bote de helado que estaba dispuesta a consumir completo y se dejó caer en el sillón que decoraba la pequeña sala de estar de su departamento.
—¿Ese hombre le ha hecho daño? —preguntó John para ver a la mujer sobresaltarse sobre el sofá, puesto que se había olvidado de la presencia de su invitado—. Lamento haber escuchado, pero no pude evitarlo.
—Imagino que no, este es un lugar pequeño, no un castillo —resolvió ella limpiando la humedad de su rostro.
—¿Puedo hacer algo por usted?
La mujer negó con la cabeza al tiempo que llevaba a su boca una cuchara con helado.
—¿Por qué nunca se casó, señor Bennett?
El caballero buscó entre sus ropas un pañuelo bordado a mano que nunca encontró, se había olvidado de que el saco ya no era suyo del todo. Luego vio sobre la mesa las servilletas de tela que usaron durante la cena, tomó una y caminó hacia la mujer a fin de entregarle el sustituto de pañuelo.
Emilia miró la servilleta e hizo un gesto lleno de ternura que evidenciaba su agrado por el reconfortante acto del hermano del Conde.
—Me temo que nunca encontré a la mujer indicada —respondió aquel con una temeraria sonrisa, al verla tranquilizarse.
—¿Tan ocupado estaba con sus experimentos y sus labores que ni siquiera se permitió buscar a la madre de sus hijos? —cuestionó con la tela en las manos.
—En definitiva, la busqué, pero no quería a alguien que solo me diera hijos—. Se acomodó junto a ella—. Entiendo que es absurdo para un hombre cuya obligación principal es la de tener un heredero.
—No es absurdo, señor Bennett —soltó Emilia con la mirada en el apuesto hombre—. La idea de un caballero pensando en el amor antes que, en sus intereses por el título, me parece maravilloso. La persona que vino hoy es mi... exprometido, Michael Miller. Lo encontré con otra mujer semanas antes de nuestra boda.
Jhon asintió con los labios sellados y se atrevió a decir:
—Podría usted entender que un hombre necesita de...
—No, no podría yo entender nada. Hay cosas del siglo XXI que usted ignora. Además, me está amenazando con convertir su castillo en un edificio para dar clases de diseño —dijo disgustada con el entrecejo hundido.
—Es decir que, ¿ya no sería más el castillo de Shrewsbury? —inquirió el hombre despreocupado.
—¡Exacto! La única manera de lograr evitarlo es si acepto casarme con él para que sea electo director de la universidad.
—¿Por qué el castillo es importante para usted? —preguntó con cierto recelo en la mirada.
Ella levantó sus cristalinos ojos cafés y los puso sobre él, era una pregunta que le hacían con frecuencia a la que siempre respondía igual.
—El castillo junto con la historia de Shrewsbury es mi vida. No hay otro lugar en el que yo quisiera estar.
A los ojos de John, Emilia parecía sincera con respecto a su amor por el que un día fue su hogar.
—¿No dijo ser historiadora?
—Lo soy, ¿qué con eso? —Emilia se olvidó del helado para poner su atención en el caballero.
—Podríamos ayudarnos mutuamente, si yo contribuyo en sus investigaciones, usted me ayudará a poner mi nombre en el mundo de la ciencia—. Se puso de pie, satisfecho con lo que pensaba—. Si yo le doy algo de información relevante con respecto a mi familia, ¿usted podría salvar el castillo?
Emilia se recompuso después de escuchar con atención el plan que él recitó. Había ideas en su cabeza, demasiadas, todas agrupándose en un solo sitio llamado mente.
—¡Señor John Bennett, eso es excelente! —gritó con decoro—. Haremos de usted un científico y no solo salvaremos su castillo, sino también el buen nombre de su familia.
—¿El nombre de mi familia quedó entredicho? —cuestionó preocupado—. No comprendo. ¿Qué sucedió?
—Le contaré mañana en la universidad, le mostraré los documentos y usted podrá hablarme de ello.
—De acuerdo, pero usted dijo que mi presencia ahí era peligrosa por...
—¡Oh, eso no importa ahora! —interrumpió la mujer—. Le diremos a todos que es usted un historiador que ha venido a estudiar el castillo, ya le daré los pormenores mañana.
Ahora Emilia estaba entusiasmada con la idea.
El caballero terminó por asentir y aceptar las decisiones de quien le había brindado su ayuda, al menos había contribuido en algo para que le volviera una espontánea sonrisa, esa que el exnovio le arrebató cuando se marchó del departamento para dejarla sumida en su dolor.
—Es agradable verla sonreír de nuevo —comentó John sin haberlo planeado, ya que fue contagiado por la felicidad de su anfitriona.
Emilia le correspondió con una sonrisa, el extraño que estaba en su departamento era bastante agradable, mucho más que cualquier otra persona.
—Bueno, sus ideas me han dado una leve esperanza y el helado siempre me hace feliz. ¿Gusta un poco? —preguntó con una cuchara con helado frente a él.
John aceptó, mas no se imaginó que Emilia, estaría introduciéndole una cucharada del postre en la boca. Esa era una sensación que él desconocía.
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