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Capítulo 28: ¿Quién es Orson?

Frente al famoso museo de arte Louvre, se encontraba Emilia respirando grandes bocanadas de aire, mientras peinaba su alborotado cabello con los dedos de la mano, tragó saliva y buscó entre sus cosas ese pequeño espejo de mano que siempre portaba en su bolso. Ver su reflejo no fue tranquilizador, estaba tan pálida como el día que descubrió a Michael con Lía, los nervios la dominaban de los pies a la cabeza y no tenía manera de remediarlo. Con las manos temblorosas guardó el espejo y regresó la mirada hacia una de las puertas que decían administración. De nuevo respiró hondo y guio sus pasos hacia la puerta, donde finalmente habló con el guardia que le daría acceso a las oficinas del museo.

El lugar tanto por dentro como por fuera era majestuoso, una obra maestra que albergaba arte. Conoció el museo en una ocasión que su madre tuvo que acudir al mismo por trabajo, Emilia era apenas una adolescente, pero supo comportarse a la altura, admirando y apreciando cuanto había en el interior. Tiempo después volvió por sí misma, para hacer un recorrido por las mejores obras de la mágica edificación.

Si bien, Emilia no era una experta en arte, tenía un amplio conocimiento debido a su trabajo como historiadora y como la hija de una mujer que sí se dedicaba al área. Le fue imposible no recordar el día de su primera cita con Arthur, ella se dedicó en gran parte a hablar de fabulosos ejemplares que al Conde no le interesaban en lo más mínimo. En dicho momento, ella creyó que él la ignoraba, luego entendió que su fascinación no tenía mucho que ver con pinturas o esculturas, el caballero disfrutaba de la ciencia, la tecnología y los más recientes descubrimientos. Era una mente revolucionaria que no fue aprovechada en el siglo XIX y que tampoco lo estaban haciendo en el siglo XXI.

El sonido de la voz de una recepcionista llamándole, la sacó de sus recuerdos, por alguna razón, pensar en Arthur, le devolvió la calma que necesitaba para presentarse con quien la entrevistaría. Emilia caminó hasta la oficina y escuchó cómo la puerta era cerrada con ella por dentro.

Una mujer muy delgada y de cabello oscuro, recogido en un extraño molote, se puso de pie para saludar a la historiadora que hizo venir desde Shrewsbury.

Bounjour, Mademoiselle Scott —saludó con total formalidad y elegancia.

Emilia fue educada y estiró el brazo para estrechar la mano.

Bounjour, madame.

Tome asiento, por favor, espero no haya tenido problemas con el acceso —replicó la pelinegra, señalando la silla.

—Oh, no, en realidad fue muy fácil —consintió Emilia sentándose con elegancia. Un pie le comenzó a bailar y al instante intentó limitarlo para evitar verse nerviosa.

—Doctora Scott, iré al grano porque tengo una reunión dentro de poco, he seguido muy de cerca su investigación sobre el caso de la familia Bennett, al parecer ha traído a la vida una historia que estaba prácticamente sepultada, según entiendo —explicó la mujer de rostro largo, observando cada movimiento que Emilia hacía.

—Bueno... yo no diría que sepultada, lo que sucede fue que...

—Sin modestia, doctora. Las noticias de Shrewsbury lo dijeron, incluso en Francia hubo un poco de revuelo, sobre todo porque se dice que la hacienda Saint Rosalie volvió a la vida.

—Eso leí —dijo la castaña recordando la invitación que recibió vía Facebook.

—El museo Louvre no está interesado en los Bennett, pero sí en una historiadora que es capaz de reconstruir la historia, como hizo usted. —La miró fijo, tenía claro que era la persona adecuada para el puesto—. ¿Podría volver a hacerlo? Tenemos algunas piezas de las que necesitamos conocer más.

Los ojos de Emilia se hicieron grandes. Dos días previos, no habría imaginado que eso le estaría pasando. Balbuceó pequeñas monosílabas, mientras la mujer del cabello oscuro se ponía de pie con una elegante carpeta negra.

—Lo siento, debo ir mi reunión, pero espero acepte la propuesta que le estaremos ofreciendo. En unos momentos vendrá André con un contrato que incluye el paquete de beneficios, si decide aceptar podría usted presentarse a principios de mes.

La mujer volvió a estirar la mano para Emilia y está la estrechó esperanzada porque no hubiera sentido la sudoración en ellas o el temblor que su cuerpo experimentaba. La gerente salió de la habitación y la castaña se dejó caer en la elegante silla de cuero frente al escritorio, perdiendo toda compostura. Minutos más tarde, André quien era un miembro del personal de Louvre, apareció con una carpeta igual a la de Madame Pettit. El hombre de sombreado rostro explicó algunos de los beneficios, pero Emilia seguía soñadora, estaba enloquecida con la noticia de su nuevo empleo. Cuando el empleado le entregó una copia del contrato, Emilia leyó levemente por encima y luego firmó aceleradamente los papeles para finalizar el momento, estrechando la mano del hombre del traje. Enseguida, salió del museo sumergida en su propia felicidad, esa que nadie podría arrebatarle bajo ninguna circunstancia.

Apenas llegó a la calle, tomó el teléfono e informó a sus padres lo que acababa de suceder, ella era una nueva historiadora del museo Louvre

Para festejar, Emilia pasó la tarde de compras con sus padres, recorriendo gran parte de la monumental ciudad, por la noche asistieron al show nocturno del hotel donde se hospedaron y  más tarde cenaron en un fino restaurante, puesto que Jacob estaba decidido a celebrar en grande el logro de su hija.

Pasaron dos días maravillosos en Francia, comportándose con turistas, yendo de un monumento a otro, tomándose fotografías y degustando platillos en famosos restaurantes. Para el tercer día, tanto Emilia como Jacob manifestaron su agotamiento por seguir el ritmo de Ruth, quería continuar de compras a pesar de que la habitación ya estaba llena de bolsas.

—Mamá, por favor, ¿podríamos quedarnos en el hotel hoy? —reprochó Emilia desde un ventanal.

—Emilia es absurdo, estamos en Francia, eres igual de perezosa que tu padre —dijo Ruth, ignorandola y enfocando toda atención en bonito folleto que tenía en la mano.

—¡Necesitamos un descanso, mujer! —aseguró Jacob analizando el desayuno que tenía frente a él.

—Descansaremos cuando estemos muertos, por ahora no.

Emilia estaba tan cansada que incluso sentía pulsaciones en los pies.

—Parte de vacacionar es también un merecido descanso, mamá.

Ruth hizo una mueca y mostró el papel que tenía en la mano.

—¡Oh, ustedes dos son iguales! Yo quería asistir hoy al museo Picasso.

Emilia se dejó caer sobre la silla frente a la mesa, tenía tan pocos deseos de seguir caminando que decidió buscar cualquier excusa para evadir a su madre.

—¿Qué hay del viñedo? Podríamos ir a uno que está a las afueras de Paris, recibí la invitación para la inauguración que será hoy —expuso esperanzada porque su madre aceptara.

—¡Es esa una excelente idea, Emilia! —expresó la madre.

—Gracias al cielo ya no habrá más compras o museos —soltó Jacob, quien había empezado con su desayuno.

—Dime dónde es, le diré a Michael que nos alcance allá —informó Ruth con el teléfono en la mano.

—¡¿Qué harás qué?! ¡Mamá, dijimos que esto era familiar!

Jacob parecía atragantarse con el bocado que tenía de comida, tosió un par de veces y luego recuperó el color.

—Emilia tiene razón, mujer —interceptó el padre, igual de sorprendido que su hija—. No debiste insistirle.

—Oh, no lo hice, él me habló ayer y me dijo que requería de un descanso igual que nosotros, decidió darse este fin de semana, eso es todo. Me pareció grosero no darle los datos. Además, le servirá para que comprenda que Emilia no quiere nada con él —declaró mientras bebía de su té.

Emilia rodó los ojos e hizo una mueca, tomando un panecillo de la cesta.

—Se lo he dicho tantas veces que incluso ya es un fastidio —reprochó en un puchero.

—Bueno, Emilia. Michael es un amigo de la familia y no puedes esperar que tanto tu madre como yo le demos la espalda por el sólo hecho de que la relación de ustedes no funcionó. Lo mejor es que te resignes a verlo en algunas ocasiones —aseguró el robusto hombre con la mirada en su hija.

—Ojalá fueran unas cuantas ocasiones, pero está en todos lados —alegó mientras colocaba la cabeza sobre ambas manos—. En fin, puede venir con nosotros siempre y cuando no tenga nada que ver conmigo.

—Deja ya las niñerías, hija —reprendió Ruth—. ¡Oh, mira, aquí viene Michael! Por aquí, querido, justo a tiempo para el desayuno —añadió sacudiendo ambas manos en el aire para que el rubio los viera en el comedor del hotel. 

Michael no perdía esa sonrisa arrogante que le caracterizaba, ni mucho menos ese ego que portaba como corona a donde sea que este fuera, era tal el porte al caminar, que solía llamar la atención de quien le rodeara, sobre todo en el caso de las mujeres. Emilia notó que un par de señoritas le miraron de los pies a la cabeza y luego rieron entre sí, ella rodó los ojos con tan vulgar acto.

—¡Hola, espero no interrumpir algo importante!

—Solo las vacaciones, Michael —recriminó Emilia.

—¡Por Dios, niña! Ya lo hablamos —soltó Ruth, golpeando la mano de hija.

Michael sacó una mano del bolsillo y retiró los lentes negros que portaba, luego se inclinó levemente y miró fijo a quien fue su prometida.

—Descuida, Emilia. No voy a insistir de nuevo por una nueva oportunidad, estoy aquí porque de verdad necesitaba un descanso y la idea de un fin de semana en Francia no me desagrada. Sabes que mi familia está lejos y no cuento con nadie más de este lado del mundo —declaró victimizándose.

Ruth caía muy fácil en sus manipuladoras palabras, por lo que hizo un gesto de ternura.

—Iremos a un viñedo, ¿qué te parece? —preguntó.

—¡Exquisita idea! Tal vez también podamos asistir al teatro por la noche.

—Si vamos a estar sentados, yo me apunto —agregó Jacob consintiendo los planes para esos días.

—¿Emilia, estás de acuerdo? —Le preguntó con cierta sonrisa que le anticipaba que intentaría algo.

La castaña los miró a todos de reojo, realmente parecían más una familia de cuatro y tampoco podía negar el hecho de que la presencia de Michael, le ayudaba a desviar un poco la atención que sus padres ponían sobre ella. Él, mejor que nadie, sabía cuan atosigantes podían ser y solía darle ese espacio que ella, como única hija, requería en algunas ocasiones.

—Siempre y cuando vayamos a este lugar, Saint Rosalie —explicó mostrando la invitación que recibió días antes vía Facebook.

—¿No es la hacienda abandonada de los Bennett? —preguntó Jacob, arqueando una ceja.

—Lo era, ahora es una bonita finca convertida en viñedo. No tiene nada que ver con los Bennett, solo quiero visitar ese lugar por curiosidad.

Los tres asintieron mirándose entre sí. No había algo que pudieran negarle a Emilia, sobre todo ahora que sabían lo difícil que sería para ella desprenderse de los Bennett.

Los Scott en compañía de Michael, terminaron su desayuno y luego regresaron a sus respectivas habitaciones con la idea de prepararse para salir a la nueva finca que estaba pronta a inaugurarse. En el camino, Ruth y Michael entonaban canciones que sonaban en el auto, Jacob intentaba leer el periódico local y Emilia analizaba el paisaje a través de la ventana de los asientos traseros. Tanto Jacob como Ruth insistieron en que debía ser Emilia quien ocupara el asiento del copiloto, pero se negó en cada ocasión, prefería viajar atrás junto a su padre.

Transcurrió casi una hora cuando al fin comenzaron a vislumbrar la magnificencia con la que Emilia imaginaba Saint Rosalie, el lugar no era para nada lo que recordaba con anterioridad, la última vez que lo visitó era sólo polvo y escombro, apenas una construcción en pie. Pero ahora, un colorido jardín al frente de la propiedad llamaba su atención, la casa fue revitalizada sin afectar la fachada original. De nuevo los blancos eran blancos, las ventanas permitían el paso de la luz solar para mostrar la supremacía de cada rincón. Emilia no podía esperar a entrar para ver por sí misma lo que hicieron con los interiores de aquella hermosa estructura. Imaginó molduras, reliquias y pinturas, debía tratarse de un sueño.

Michael estacionó el auto rentado y Emilia fue la primera en bajar del mismo para respirar ese aire fresco que sus pulmones reclamaban, el sitio tenía una atmosfera que la hacía sentirse como en casa. Sonrió sin notarlo mientras analizaba el precioso jardín que parecía propiamente diseñado para la propiedad, cada flor, cada arbusto, todo seleccionado con la delicadeza suficiente que requería aquel espacio.

—¡Hola, ¿qué tal! Soy Anna, imagino que han venido a la inauguración del viñedo —saludó la francesa que se les acercó al instante que los vio llegar.

Emilia volvió el rostro y la miró fijo, por alguna razón esperaba encontrarse con el tal Orson, el hombre que le envió la invitación; no obstante, sería absurdo pensar que el millonario que decidió rescatar Saint Rosalie, los recibiría personalmente.

—Bueno, sí, Emilia, mi hija, recibió su invitación —respondió Ruth al tiempo que estrechaba la mano de la hermosa mujer que era Anna. Cabello negro y sedoso, piel bronceada claramente por el sol de la hacienda, con un par de ojos que demostraban cierta fuerza. Después de mirarla, incluso Emilia intentó peinar su alborotado cabello con la mano.

—Como ven, hemos tenido bastantes visitas este día, pero si me muestras la invitación podría buscarles un espacio para...

Emilia sacó su teléfono y enseñó rápidamente la invitación digital enviada por Orson, la mujer la miró y sonrió en breve.

—¿Sucede algo? —preguntó Emilia.

—Oh, no se preocupen, les haré un espacio. Síganme por favor.

Los rostros de los nuevos visitantes asintieron sin preocupaciones, por un corto instante, creyeron que no se les permitiría la entrada, haciendo el viaje en vano; sin embargo, por alguna razón que todos desconocían, la invitación de Emilia tenía cierto valor. Llegaron hasta una sala de estar instalada en los jardines de la casona, el lugar era cómodo, elegante y la vista no podía ser mejor, estaba claro que los dueños tenían un excelente gusto por los detalles.

—Ya les traerán una copa de vino mientras esperan su turno para el recorrido —explicó Ana.

—¿El recorrido incluye los interiores de la casa? —inquirió Emilia, quien era presa de la curiosidad.

—¿La casa? —Anna se detuvo, los miró a todos en silencio y enseguida volvió a Emilia—. No, me temo que no, la casa aún no está lista para recibir huéspedes.

—Ah, no somos huéspedes, yo nada más quisiera conocerla. Verá, vine a este lugar cuando todavía vivía el antiguo dueño, obviamente no estaba en estas condiciones, imagino que la remodelación incluye la casa —explicó Emilia esperanzada porque le permitieran el paso. Era como si esperara trasladarse en el tiempo para imaginar a Arthur y John vagando por los pasillos.

Anna arqueó una ceja, no entendía mucho de lo que la mujer decía, el lugar seguía teniendo a los mismos dueños, aunque su invitación era una de esas que tenía destellos dorados, Orson insistió en el uso de los mismos para seleccionar a los invitados de mayor relevancia.

—¿Quién me dijo que era? Debo revisar la lista —interrogó de nuevo Anna antes de dar una nueva respuesta.

La castaña miró a su alrededor, ¿qué importancia tenía su nombre?

—Emilia Scott —respondió confundida.

Por su parte, Ana logró entenderlo todo y lo demostró con una relajada curvatura en los labios.

—Ah, la historiadora, ¿verdad?

Emilia y el resto se vieron entre sí, ¿ella era reconocida en Saint Rosalie? ¿Por qué?

—Lo soy, pero yo no conozco al señor Orson, él me envió la...

—Lo sé, él tenía cierto interés en su asistencia —interrumpió Anna con una libreta en las manos.

Michael arrugó la frente y Jacob sacó el pecho, ambos parecían intrigados y molestos por la idea de un nuevo pretendiente para Emilia.

—Señorita, si ese tal Orson intenta algo con Emilia, debe decirle que...

—Los intereses de mi padre no son de ese tipo, Mesié —soltó Anna con total seguridad, imponiendo parte de su autoridad.

—¿Su padre? —preguntó Emilia ya plantada frente a Michael y Jacob.

Anna sonrió, tenía claro que la joven acudió a la inauguración sin saber la razón por la que fue invitada.

—Así es, el señor Bennett y mi padre son copropietarios del viñedo, mas no de Saint Rosalie, eso sigue siendo del dueño original. Mejor relájense y beban una copa de vino, yo buscaré a mi papá para que les dé ese recorrido él mismo, así mademoiselle Scott podrá resolver sus dudas.

Anna salió de los ojos de ellos y de inmediato las preguntas surgieron, Emilia no entendía lo que sucedía, había terminado en el lugar menos indicado con las personas menos indicadas, ¿qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Huir? No, no lo haría, tenía demasiadas dudas rodándole la cabeza, sobre todo ahora que sabía que la propiedad seguía perteneciendo a ese viejo anciano que negó toda relación con los Bennett de Shrewsbury.

—¿Quién es Orson, Emilia? —cuestionó Jacob en dicho instante.

—Ya te lo dijo su hija, el copropietario del viñedo —replicó la aturdida mujer.

—No trates de jugar conmigo, señorita. ¿Tienes una relación con un hombre viejo? —inquirió como si de una adolescente se tratara.

No obstante, ella ni siquiera lograba entenderse de lo que insinuaban.

—¡Papá! —soltó con una expresión de horror.

—¡Oh, Jacob, ni siquiera lo hemos visto! ¿Cómo sabes que es un viejo? —replicó Ruth, al tiempo que se ponía cómoda en el sillón.

—Su hija tiene al menos treinta y cinco años, no me vas a decir que...

—¡Ya basta! No conozco al señor. Recibí la invitación y eso es todo —interrumpió Emilia molesta.

Michael la observó de reojo y luego de nuevo al lugar, todo era extraño desde su punto de vista.

—¡Deberíamos irnos ya! —dijo el hombre desconfiado.

Aunque Emilia no lo permitiría, eran demasiadas las incógnitas que arrasaban su cabeza.

—No me iré, quiero saber por qué me invitó personalmente.

—Emilia, está claro que tiene que ver con tu trabajo con los Bennett, eso fue todo —dispuso Michael, tomando esa copa de vino que les sirvieron.

—Si eso fue todo, entonces no tiene caso que huyamos de aquí, venimos al viñedo, ¿no? —dispuso ella, dejándose caer junto a su madre.

Michael la vio desentendida, su imagen ya no tenía valor para ella.

—Bien, quedémonos, pero si las cosas se ponen todavía más extrañas nos iremos.

Emilia tomó la copa de vino que un mesero puso frente a ellos y rodó los ojos para que el rubio la observara hacerlo, aunque no obtuviera sus respuestas, estaba decidida a fastidiar a Michael, al menos así, lo alejaría cada vez más de ella.

Pasaron cerca de veinte minutos, cuando finalmente, vieron aparecer frente a ellos, la regordeta figura de Orson, el entusiasmado hombre arribó acompañado de su hija, quien parecía organizarlo todo desde el auricular que tenía sobre su oreja.

—Les presento a mi papá, Orson Roy —dijo Anna extendiendo una mano hacia donde estaba él.

El hombre sonrió de la misma manera que su hija lo hacía, era la sonrisa de un niño en plena juguetería.

—Lamento haberlos hecho esperar, hemos tenido muchos visitantes, pero ninguno de mayor importancia, mademoiselle Scott.

Emilia se puso fría, sin habla, apenas respiraba, su cerebro no alcanzaba a entender lo que pasaba. Michael, por otro lado, experimentaba una clara sensación de celos que, nunca antes sintió, le parecía patético, sobre todo por la sóla idea de que se trataba de un viejo, adinerado, sí, pero viejo.

—Y Emilia es tan importante para usted porque... —inquirió el exnovio frente a Orson.

Este lo observó entusiasmado y asintió a sabiendas de que no había sido claro del todo.

—Oh, sí. Disculpen. Ella es mi invitada porque es la famosa historiadora de los Bennett y esta es una bella propiedad que pertenece a la familia —explicó entre sonrisas.

La castaña arrugó la frente.

—Perteneció a ellos hace muchos años, pero ellos ahora están...

—Vivos y aquí... Siguen siendo los dueños de esta propiedad, William y su sobrino son parte de los Bennett —respondió Orson, adelantándose a las conclusiones de Emilia. 

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