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Capítulo 27: No puedo olvidar

Corrió una semana desde que el imponente reportaje sobre los Bennett era centro de atención para la sociedad de Shrewsbury, entre los miles de comentarios que el periódico local recibió, estaba en principio el apoyo y la satisfacción por parte de familias cuyos apellidos pertenecían a la nobleza y a la política local. Otras personas que se manifestaron a favor de los Bennett, fueron empresarios, dueños de una riqueza que tenía un valor inigualable en la economía del condado. Sin embargo, también existía esa otra parte negativa que ensombreció el momento, las personas menos afortunadas de Shrewsbury, reprobaban el hecho de que siquiera se mencionara el nombre de los Bennett, se trataba de una familia que no hizo, sino dar hambruna y muerte a su condado, lo que estaba lejos de ser olvidado.

Con frecuencia, Emilia recibía correos felicitándola por la motivadora investigación y otros tantos tenían que ver con su enojo por haberlo hecho, la castaña intentaba omitir toda negatividad, ella era sólo una mujer que se encargó de mostrar ambas caras de la moneda.

Emilia leía uno de los correos que criticaban su trabajo cuando escuchó su teléfono sonar, levantó el móvil y miró el número desconocido con lada de Francia que aparecía en la pantalla. Arqueó una ceja y dejó de lado la computadora para atender la llamada.

—¿Hola?

—¿Emilia Scott? —escuchó a través de la bocina con ese particular acento francés que cualquiera lograría reconocer.

—Ella habla —respondió la historiadora, parpadeando un par de veces.

—Hola, soy Marian Pettit del departamento de investigación del museo Louvre, recibimos su Curriculum Vitae hace algunos meses y estamos interesados en su trabajo.

Los ojos de Emilia se hicieron grandes y las palabras quedaron atrapadas en medio de sus pensamientos, todo intento de comunicación era obstruido por los latidos del corazón que le decían que su vida estaba por cambiar.

—Ammm... —soltó como sonido sin emitir una clara respuesta.

—¿Podría usted presentarse en dos o tres días para que hablemos? —interrumpió la mujer tras el teléfono.

Tontamente, Emilia asintió con la cabeza como si quien le hacía la pregunta estuviera frente a ella, luego recuperó la compostura y carraspeó la garganta para intentar contestar.

—Sí, yo, sí... Sí puedo —dijo todavía confundida.

—Excelente, le enviaremos los detalles al correo. La esperamos para entonces. Que tenga un magnífico día.

—Sí, gracias, usted también... buen día —replicó cuando ya la mujer le había colgado la llamada.

Con dificultad entendía lo que acababa de suceder, permaneció estática por breves segundos, ¿quién no quería trabajar en el Louvre? La sola experiencia de visitar ese lugar era ya un tesoro único, trabajar ahí sería como estar en el Olimpo, al menos, eso era lo que ella creía. 

La información le llegó a su bandeja y en dicho momento supo que no lo imaginó, la oportunidad era una realidad. Luego de tomar nota de la información enviada, un correo sobre una alerta de Facebook llamó su atención, fue a las notificaciones de la aplicación y ahí estaba; un viejo regordete y calvo le extendió una invitación para asistir a la inauguración de un viñedo en Francia en Sanit Rosalie. Fuera de que ese era un sitio reconocido para ella, ¿por qué ese tal Orson la invitaba? Imaginó que se trataba de esos hombres que buscan novias jovencitas, le parecía detestable dicha acción. Aun así, la distrajo aquello de un viñedo en Saint Rosalie, eran tierras viejas y en decadentes condiciones donde vivía Lord William Bennett, el aciano que negó su parentesco con los Bennett de Shrewsbury. Ahora, presentaban el paraje como una bonita campiña y el dueño parecía ser un tal Orson.

Finalmente, la mujer se encogió de hombros y cerró la computadora, guardó esas últimas pertenencias que le quedaban en el escritorio y salió de la hermosa oficina que extrañaría. Respiró hondo, sonrió para sí misma y le dedicó un adiós a ese bonito espacio que la hizo feliz desde que era una niña.

«Al menos cumplí un sueño», pensó sonriente. Apagó la luz y atravesó la puerta.

Afuera del castillo, aguardaban Wendy con unos globos en la mano y Fausto con un pastelillo.

—¡Feliz último día de trabajo, Emilia! —recitaron los dos al unísono.

La historiadora sonrió encantada con la sorpresa que sus amigos le brindaron.

—No tenían por qué molestarse...

—No lo hicimos, se lo robamos a alguien —agregó Fausto, negando con el rostro despreocupado.

—De hecho, sí —asintió Wendy mostrando una mueca con la boca—. Lo globos son prestados, el pastelillo lo robamos de la sala de maestros.

Emilia no hizo nada y simplemente se limitó a hacer un pequeño puchero.

—Eso explica el feliz cumpleaños impreso en el globo. —Observó el decorativo riendo de la acción—. Par de amigos que tengo, los voy a extrañar tanto...

—Pero nos seguiremos viendo, linda —dijo Wendy, sumergiéndose en un abrazo con ella—. Cada viernes, después del trabajo, así nos quejaremos de la universidad.

—Y del reinado de Michael en esta institución —agregó Fausto.

—No te puedes quejar, Fausto. Tu departamento ha sido ampliamente beneficiado, te quedaste con una parte de mi castillo —agregó Emilia, señalando el enorme edificio que tenía a sus espaldas.

—Pero he tenido que renunciar a mi mejor amiga —respondió poco confabulado con su salida.

—Oye, ¿qué te pasa? ¿Yo estoy aquí? —cuestionó Wendy con molestia al tiempo que le golpeaba ligeramente la cabeza.

—¿Lo ves? Ves lo que tendré que soportar —reprochó con grandes ojos que estaban anclados en Emilia—. Hablo de sus maltratos... No me aprecia lo suficiente.

A Wendy le importó poco, rodó los ojos y respondió antes de que dijera cualquier otra estupidez.

—Eso es porque yo no te necesito tanto como Emilia, últimamente tiene más problemas que nosotros.

Aquella hizo una cara de resignación, estaba acostumbrada a que sus amigos hablaran frente a ella fingiendo su ausencia. Era una broma que hacían constantemente entre ellos tres.

—Todo parece cierto, pero ya no más —aseguró con una sonrisa en el rostro.

—¿Qué sucede? —interrogó Wendy.

—Recibí una llamada del museo Louvre... ¡Me dieron una entrevista para dentro de dos días!

Lo siguiente fue un estallido de gritos, el pastelillo terminó en el suelo y los globos se soltaron de la mano de Wendy, solo eran los tres brincando en un círculo hecho de abrazos.

—¡Iremos a Francia! —declaró Fausto.

—¡Dios santo, imagínate con un Francés de dos metros! ¡Eso sí que es más de lo que te mereces, Emilia! —replicó la pelirroja en un grito de emoción.

—Promete que nos dejarás visitarte —intervino Fausto.

Emilia les sonrió a ambos, seguía tan emocionada que se había olvidado de que en realidad el puesto no era un hecho.

—Sí, claro, bueno, apenas me han concedido la entrevista, parecían interesados en mi trabajo y a eso voy, pero de quedarme en el Louvre, saben que los recibiré cada que quieran.

—Jura que me conseguirás un novio Francés —agregó Fausto, señalando a la mujer con un dedo.

—También necesito uno, estoy cansada de los ingleses —replicó Wendy sin desprenderse de Emilia.

—Bueno, antes permíteme asegurarme el trabajo.

—Lo obtendrás, sabemos que así será. Eres la mejor y te lo mereces —aseguró Fausto totalmente satisfecho la idea. 

Emilia sonrió y volvió a los brazos de sus amigos, después de una breve discusión entre si se verían esa noche o después; la historiadora caminó hacia el estacionamiento cargando esa última caja con sus pertenencias, subió a su coche y condujo directo a casa de sus padres para hacerles saber de la nueva noticia que sabía que celebrarían tanto como ella.

En su llegada, Glenda le abrió la puerta, la miró tan contenta que no pudo evitar preguntar por toda esa felicidad que le iluminaba el rostro, Emilia le dijo que se los diría a todos juntos en la mesa durante la comida, cuando sus padres hubieran llegado.

Minutos más tarde, los gritos que venían de los Scott y Glenda, cubrieron la casa por completo, era como si la noticia les hubiera devuelto algo de vida, algo de esas energías que se perdieron cuando la joven se dedicó a la búsqueda de información que salvaría a los Bennett; no obstante, esos tragos amargos llenos de decepciones, ya estaban atrás, según Emilia, puesto que ahora tenía una mayor oportunidad que no podría rechazar jamás.

—Oh, cariño, tengo una magnífica idea —vociferó Ruth casi brincando de la mesa—. ¿Por qué no vamos a Francia con Emilia?

Jacob hizo grandes los ojos, luego de escuchar a su esposa.

—¿Has enloquecido, mujer? Emilia ya es una adulta...

Ruth negó con la mano y enfocó su atención en persuadir a su marido.

—No iremos a su entrevista, serán sólo unas vacaciones previas a su nuevo trabajo. Le ayudarían a ella y a nosotros, ya que ahora la veremos menos.

El padre arrugó la frente al tiempo que un semblante entristecido aparecía, lo que su mujer recién dijo era una realidad. Emilia, su única hija, se iría lejos a rehacer su vida.

—Bueno, es que... No sé lo que ella...quiera —dijo el padre apenado.

Emilia no eliminó su grata sonrisa, amaba a sus padres y también los extrañaría.

—La idea de mamá no es mala, me encantaría pasar unos días con ustedes antes de lo que sea que pase en Francia. 

Los padres sonrieron felices de ese apresurado viaje, por tanto, la castaña reservó tres boletos de avión, llegarían a Francia un día antes de la entrevista y estarían por allá algunos días más para pasarlos en familia. Ruth se apresuró a empacar y Emilia estaba por salir a su departamento a hacer lo mismo cuando escucharon la voz de Michael en el recibidor. Glenda se apresuró a informales a Jacob y a Ruth, al tiempo que hacía una mueca para Emilia, quien sonrió como cuando era una niña.

—Hola, Michael querido, ¿cómo va todo? —preguntó Ruth mientras recibía un beso en la mejilla por parte del rubio.

—Excelente, la universidad marcha bien —respondió con total seguridad—. Emilia, saliste antes y no me diste tiempo de ir a despedirte.

Caminó hacia ella, la saludó con un beso en la mejilla y le extendió un ramillete de flores coloridas. Emilia no era de las mujeres que tienen una flor favorita, por lo que Michael solía enviar de diversos tipos.

—Bueno, es que... Hubo algunos cambios y salí antes —replicó cogiendo las flores con cordialidad.

—Traje estos papeles que son tuyos, son de administración y esas cosas. También vine porque quería invitarte a cenar, será como tu despedida de la universidad. —Con aquello, Michael mostró sus verdaderas intenciones.

—Ay, es un gesto muy lindo, Emilia. ¿Por qué no vas? —alentó Ruth, enternecida con la invitación y las manos sobre las flores que recién le entregaron a su hija.

Emilia hizo una mueca grande y rodó los ojos sin que Michael lo notara, aunque él fue prudente con respecto a su nueva relación de sólo amigos, ella no tenía la intención de asistir a una cena a solas con él.

—Lo que pasa es que... Tengo que preparar una maleta —soltó como excusa.

—Puedes hacerlo después de cenar, si quieres Glenda y yo lo hacemos por ti, solo dame las llaves de...

—No, mamá. No es necesario que preparen un equipaje por mí —interrumpió con tremendos ojos cafés sobre su madre.

—¿Sales de viaje? —preguntó Michael.

—Solo unos días —respondió a secas.

—Ya deja la modestia, hija. Emilia tiene una entrevista en el Louvre —aseguró Ruth, pasándole las flores a Glenda para que fueran colocadas en agua.

Por su parte, Michael dibujó una curvatura en sus labios, parecía real y espontánea, igual a la de todos los que estaban alrededor de Emilia.

—¿De verdad? ¡Es una magnífica noticia para ti!

—Lo es para todos —declaró Jacob, quien se mantenía ajeno a la conversación hasta ese punto—. Emilia, requiere de otros aires, conocerá a nuevas personas y eso le hará bien.

»La reserva de hotel está hecha —agregó para su mujer e hija.

—¿Ustedes también viajan? —cuestionó de nuevo el rubio, mirándolos a ambos.

—Tendremos unas vacaciones familiares en Francia. 

—Suena excelente, un cambio de vida le hará bien a Emilia —declaró en un intento por mantener la paz con la historiadora.

—¿De vida?, ¡Oh, olvidé lo difícil que es encontrar un buen departamento en Paris! Si me contratan, ¿dónde viviré? —expresó la joven con un semblante preocupado y la mano en la cabeza.

—Podrías quedarte en el departamento de mis padres. Tiene una excelente ubicación —ofreció mientras se sentaba en el antebrazo del sillón blanco de Ruth, con la atención puesta sobre Emilia.

—Creí que tus padres lo vendieron —mencionó ella con la interrogativa en el rostro.

—Oh, no. Me lo obsequiaron, soy el único que vive de este lado del mundo, sabes que mis hermanos tampoco están cerca. No lo vendí porque creí que sería más provechoso.

—Michael, ese es un lindo ofrecimiento de tu parte, te lo agradecemos de todo corazón —agregó Ruth a un costado de Emilia.

—Solo estaré ahí hasta que encuentre algo, Michael. Además, no es seguro que obtenga el empleo —dijo ella, soltando un poco de aire por la boca.

—Es cierto, pero tienes algo menos de que preocuparte. —Encogió los hombros y mostró una satisfactoria sonrisa.

—Michael, cariño, podrías acompañarnos, así podemos visitar el departamento y revisar las condiciones —interceptó Ruth, fascinada con la idea.

No obstante, para Emilia aquella no sería una buena idea. Ya le incomodaba el hecho de tener que quedarse un tiempo en el departamento de quienes antes fueron sus suegros. Era como volver a depender de él de una manera que no quería hacerlo.

—Puedo hacer eso por mi misma, mamá. Además, Michael tiene mucho trabajo en la universidad.

Michael entendió con rapidez el enojo de Emilia y decidió no causarle problemas.

—A decir verdad, me gustaría revisar algunas cosas del departamento, pero solo podré hacerlo el fin de semana. Así que no tienes de que preocuparte, Emilia. No te molestaré más tiempo de lo necesario.

La mujer soltó el cuerpo en el mismo sofá en el que se encontraba. La cercanía de Michael en su vida era irremediable. 

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