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Capítulo 26: Distancia y tiempo

—¿Dónde está Arthur? —preguntó Lord William desde la comodidad de su sillón, al tiempo que golpeaba el piso con su nuevo bastón.

Por fortuna, el escándalo fue amortiguado por el elegante tapete que Arthur solicitó colocar en la ahora acogedora sala de estar.

Monsieur Arthur salió hace un momento para hacer el recorrido matutino, milord —dijo la hermana mayor de Enzo, el niño de dieciséis años que cuidaba de Marie.

William miró con recelo a la muchacha y enseguida volvió el rostro.

—¡Entonces, no beberé ese extraño brebaje que me estás dando! ¡Tú quieres matarme!

—Oh, ¿volverá con sus absurdas acusaciones? Es usted como un niño —reprendió la jovencita con el medicamento en las manos.

—Es solo medicina, William —interrumpió Arthur apareciendo en la sala de estar, vestía una camisa blanca con las mangas recogidas en los codos, pantalones oscuros y unas enormes botas llenas de fango.

El trabajo le sentó bien, ahora tenía una mirada más amistosa, su presencia seguía siendo imponente; no obstante, solía mostrarse bastante agradable.

—Esta niña me quiere envenenar, además no hay remedio que me salve de la tumba. Espero y hayas hecho lo que te pedí hace unos días —replicó el viejo, ignorando la presencia de quien lo cuidaba durante los días.

—William, únicamente estás resfriado, no cabaré tu tumba, todavía —resolvió Arthur con tremenda sonrisa.

—Mírame, soy apenas huesos y carne —explicó William haciendo un ademán de muerte.

La joven de apariencia similar a la de su hermano, rio sin el menor intento por guardar la compostura. Aún tenía la medicina de su señor en las manos, pero este se seguía negando a beberla.

—No hay día que no hable sobre su supuesta muerte —soltó la joven cansada del comportamiento infantil del anciano.

Arthur negó con la cabeza mientras levantaba los ojos hacia arriba, enseguida caminó hacia Sylvie y tomó la cuchara de medicamento que ella tenía en la mano, la llevó a su boca y saboreó el líquido ingerido.

—¿Lo ves? —Llamó su atención—. Sigo de pie, no es veneno.

El anciano estaba por soltar un regaño para Arthur, pero en dicho momento apareció Enzo con el señor Orson detrás de él. El viejo calvo y regordete traía consigo un feliz rostro que contagió en el acto a Arthur, olvidándose así, de su renuente bisnieto.

—¡Muchacho, traigo excelentes noticias para todos! —soltó en un grito con tremenda satisfacción.

—¡No necesitas gritar, viejo sordo! —interrumpió William, haciendo notar su frustración.

Orson lo miró fijo, le hizo una mueca y continuó con su trayecto.

—Y tú no necesitas estar vivo.

—Eso intento, morir, pero Arthur no me lo permite —declaró William, impidiendo toda comunicación con Arthur.

—Oh, basta, discutan después, ¿qué noticias tienes Orson? —cuestionó Arthur, entrometiéndose entre la pequeña discusión de los dos viejos.

Era costumbre, que pasaran los minutos peleando uno con el otro, era su manera de decirse amigos. 

—¡Nos han comprado el lote completo de la uva y quieren la próxima cosecha también! Lo que significa, que oficialmente esta uva se magnifique. Nos dará el mejor vino que hayamos probado —informó entusiasmado por el resultado de su arduo trabajo de un año.

—¿De verdad? —cuestionó Arthur con la felicidad plasmada en el rostro.

—Sí, sí, muchacho. Tenemos la reserva en nuestras bodegas, no podemos con la producción todavía, pero en unos cuantos años lo lograremos. Mientras tanto, producirán para nosotros unos trescientos o quinientos barriles.

—La cosecha de la uva ya nos da buenas ganancias, aún sin la producción del vino —explicó el legítimo Conde satisfecho con su labor.

—En efecto, Bennett, ¿quién diría que esas anticuadas técnicas de siembra es lo que le daría valor a la uva?

Arthur sonrió. En realidad, las mencionadas técnicas de siembra, era lo único que sabía hacer, recordó prácticamente todo lo que su padre le enseñó y lo aplicó tal cual en las tierras de Saint Rosalie; no obstante, eran prácticas obsoletas, aunque para los compradores, resultaron fascinantes, puesto que el resultado fue una uva totalmente orgánica y de exquisita calidad.

Conforme el tiempo pasó, aprendió algo sobre la agricultura actual y decidió modernizar el estilo de riego, el tipo de labranza o algunos instrumentos de medición. Orson se encargó de mostrarle parte de ese fascinante mundo y Arthur estaba totalmente agradecido.

—Ahora puedes ir a buscar a esa linda historiadora de la que me hablaste —dijo Orson mientras se dejaba caer sobre el sillón.

La muchacha se sorprendió con el comentario de Orson, después de todo, el caballero atractivo que parecía soltero, estaba enamorado. Una gran cantidad de mujeres terminarían decepcionadas.

—Estaremos en la cocina en caso de que requieran algo —informó Sylvie, empujando a su hermano para salir de la sala de estar, puesto que la conversación ahora rondaba la intimidad del Conde.

William sonrió con picardía al tiempo que buscaba con la mirada el rostro de su bisabuelo.

—La señorita cuya tesis doctoral está mal, ¿he?

Arthur soltó un suspiro al tiempo que el cuerpo se le volvía de goma sobre uno de los elegantes muebles.

—William, Orson, no de nuevo —interceptó antes de ser emboscado por ambos ancianos.

—No puedes quedarte aquí solo, muchacho. Yo me iré pronto —señaló William desde su sofá favorito.

—William, no morirás, comprende que tu salud es envidiable —manifestó el más joven de la habitación.

William golpeó el piso con el bastón y frunció el ceño.

—¡Eso dices tú, pero la verdad es otra!

—Oh, olvídate de él, Arthur. Ella es bonita... —dijo Orson con una larga sonrisa.

—¿Tú cómo lo sabes? —preguntó el caballero.

—Bueno, la busqué en Facebook. Mira, tengo su fotografía.

El hombre mostró el móvil a Arthur y luego a William, quien la contempló asintiendo para sí mismo.

—Sí, esta es la chica perfecta para ti. Está obsesionada con nuestra familia —aseguró William.

Arthur rodó los ojos y volvió el rostro hasta el enorme ventanal que permitía ver los verdes jardines de Saint Rosalie, pasó más de un año desde la última vez que la vio bajando del auto de Michael y para entonces creería que la habría olvidado; sin embargo, las cosas no fueron como planeó, Arthur seguía plenamente enamorado de Emilia, aún despertaba cada mañana pensando en ella y haciendo cuanto trabajo se le presentara con el único motivo de mantener la mente ocupada. Otra parte de él suponía que solo rescatando su lugar como Conde, sería apto para ganarse el perdón de la que una vez fue su novia. A pesar de todo aquello, una fracción de él seguía con el recelo apoderándose de sus sentimientos, era presa de un fuerte orgullo que le impedía caer de rodillas ante ella, suplicándole amor. Ante todo era un Benett y el legítimo Conde de Shrewsbury.

—No puedo ir a buscarla —dijo sin retirar la mirada de los jardines—. Durante el viaje que Orson y yo hicimos a París, hablé por teléfono con Hiroshi, un amigo que hice en la universidad de Shrewsbury.

—¿Querías información de ella? Puedes encontrarla en Facebook —interrumpió Orson señalando de nuevo el teléfono.

—Sabes que detesto los teléfonos celulares, Orson. Además, no quería que ella supiera de mí.

Orson encogió los hombres, restándole importancia.

—Es igual con Facebook, los jóvenes le llaman estalko...

—¡Stalker, viejo gordo! —soltó William—. Lo sé porque Sylvie me explicó.

Arthur los miró a ambos, eran un par de ancianos imposibles, incluso peor que niños, dejó de lado sus comentarios y continuó con su explicación.

—Hiroshi me dijo que ella ha estado trabajando en un proyecto personal, casi nadie sabe de qué se trata, mucho menos el departamento de Física.

—Ah, entonces sigue siendo una historiadora con un doctorado erróneo —indicó William con el dedo índice en el aire.

—No es eso lo que me molestó, William —continuó Arthur un tanto frustrado por todo lo que le oprimía el pecho—. Cerraron el departamento de historia, se apoderaron del castillo y vendieron las pertenencias de nuestra familia. Nada de eso me importa, son simples asuntos materiales, pero ella sigue con el tipo que... le hizo daño. Le ha perdonado tantas cosas y a mí me lanzó lejos de su vida por una absurda mentira.

Suspiró hondo, casi olvidándose de la presencia de los dos hombres.

»Ni siquiera estaba dispuesta a desposarme.

—¿Matrimonio? —cuestionó Orson haciendo grandes los ojos.

—Y le dijo que no —asintió William—. Múltiples veces 

Orson apenas si lo podía creer, desde su punto de vista era el partido perfecto para cualquier noble y trabajadora mujer.

—¿Qué mentira le has dicho para que te aleje así? —inquirió con el rostro estremecido.

—Él le dijo que era alguien más —comunicó el anciano del bastón con un tono relajado.

—¿Alguien más? ¿Quién?

—Alguien que no era el legítimo conde de Shrewsbury —bramó William.

Orson puso la boca en forma de O, sabía de los títulos nobiliarios de la familia Bennett, pero reclamar semejante título que, además, tenía tiempo perdido, eso ya era bastante.

—¿Piensas reclamarlo?

—¡No! —espetó Arthur.

Aunque William respondió al unísono:

—¡Sí!

—No lo voy a reclamar, no es ese mi interés, me quedaré aquí y cuidaré de Saint Rosalie. Está dicho, William —replicó de tajo, ya cansado de la misma conversación.

El caballero salió de la sala de estar con ese semblante decaído que buscaba esconder, era su deseo permanecer en aquel lugar que le otorgaba cierta paz y tranquilidad, lejos de títulos nobiliarios o problemas con universidades, lejos de Emilia, pese a que esta permaneciera siempre en sus pensamientos. En algo tenían razón los ancianos y era en la precisa idea de que ahora tenía armas para buscarla, tenía un nombre y un apellido que podía emplear, tenía la condición económica y un enorme espacio para llamar hogar. En algún momento, consideró la idea de volver a Shrewsbury con la insignia de recuperar parte de su orgullo, regresar con el mentón en alto y hacerle saber a todos que no era un extraño que se aprovechó de la nobleza de Emilia. Él ahora era alguien, William lo reconoció como a un hijo para que este portara el apellido Bennett, era solo cuestión de tiempo antes de que terminara legitimada su condición.

Miró el bonito caballo criollo llamado Aramis, aguardaba afuera esperando a su dueño para continuar con los recorridos matutinos que Arthur solía hacer cada mañana. El Conde caminó hacia el animal y le acarició la frente al tiempo que le susurraba unas cuantas palabras en francés. A pesar de que era un caballo barato y no uno de raza o con cierto linaje, Arthur se encantó con él, apenas lo vio. El corcel no necesitaba títulos ni parentescos con otros espectaculares animales, a sus ojos era precioso, fuerte, inteligente y audaz, a pesar de esa cicatriz que tenía en la pata trasera y las extrañas manchas que les decían a todos que el caballo era una especie de cruza que no resultó bien.

—Estabas tan perdido como yo, ¿cierto? —dijo para el animal—. Eso no importa, ahora tú y yo somos alguien...

Enseguida se subió sobre el caballo y este galopó hasta los hermosos sembradíos de uvas, que Arthur y Orson lograron conseguir, unieron fuerzas y la labor entre ellos dos resultó fructífera. Los beneficios eran incontables.

Arthur dio unas leves indicaciones al capataz y luego este asintió para alejarse de quien fuera su jefe. Con ese hombre al mando, los días eran de mucho trabajo, el Conde intentaba mantenerlos siempre ocupados y cuando había tiempo para las celebraciones o descansos, les obsequiaba comidas y bebidas, eran esas las tradiciones que su padre le enseñó el tiempo que vivió en Saint Rosalie durante los 1800. En ese último año, Arthur comprendió que recibió la educación de un Conde para convertirse en uno, no para ser un científico, ese no era su lugar en el mundo, aunque este se negó a aceptarlo, era tan joven cuando se suponía debía tomar su lugar, que prácticamente fue el miedo y la cobardía la que lo mal aconsejó.

Después de un considerable día de trabajo, Arthur decidió volver a casa para revisar las últimas facturas que llegaron el día anterior, seguía conflictuado con la idea de que formaba parte de la era digital, ahora tenía que revisar su e-mail dos veces al día en vez de esperar a que la correspondencia llegara en manos de un cartero. 

Por otro lado, William era feliz con el uso de la internet, la electricidad en casa y por supuesto la televisión, amaba ver esas películas modernas y viejas, peleando constantemente con el temperamental control remoto que, según él, nunca seguía sus indicaciones, era por eso, que Sylvie se encargaba en gran parte de cuidar de él.

Después de las labores domésticas de aquel largo día, Sylvie colocó sobre la mesa la comida que preparó para los señores Bennett, un hermoso pastel de carne de conejo que el mismo Arthur cazó para que fuera cocinado. La muchacha consideró que el mejor platillo para el bonito ejemplar, sería la receta favorita de Lord William.

Los dos hombres aguardaban en la mesa, pero Arthur parecía solo estarlo de cuerpo, ya que su mente estaba por completo fuera de ese lugar.

—Orson dice que muy pronto estará la próxima cosecha de uva —dijo el anciano para intentar llamar la atención del bisabuelo de cuarenta y seis años.

Arthur apenas si asintió con la cabeza y luego volvió la mirada al plato que tenía servido.

»¿Es por la historiadora? —inquirió el viejo.

—Todo y a la vez nada —soltó Arthur en un suspiro y una depresiva mirada.

—Te ha pegado duro el enamoramiento, pasó más de un año y sigues pensando en ella.

Esta vez el más joven asintió

—A cada día. Sería tonto si me atreviera a negarlo, pero no puedo hacer nada, William, ella ya eligió a ese otro hombre con el que sí estaba dispuesta a casarse.

—Si es esa tu elección, ¿por qué no buscas a otra dama? —interrogó estando a punto de llevar un bocado a su boca.

—No es tan sencillo. Ella era... es para mí una mujer excepcional, casi te puedo asegurar que todo lo que vivimos fue real. —Levantó un poco el rostro y continuó—. Sí, lo fue, no como la absurda fantasía de mi viaje por el tiempo.

—Pero... sí viajaste por el tiempo, eres mi bisabuelo —explicó el anciano peleando con un trozo de carne que no lograba masticar.

Arthur arrugó la frente y respingó la nariz, William siempre le hacía reír.

—Sí, pero es casi una fantasía porque me es difícil creer que haya tenido que viajar 174 años para conocer a la mujer que me habría de enamorar como un idiota y que, para colmo, me odiaría.

—Ella no te odia, solo se sintió herida. No le dijiste la verdad cuando debiste hacerlo.

—Ser un Conde nunca ha sido lo que quiero, por eso nunca fungí como tal. —Arthur arrugó la frente y dejó caer la mano sobre la mesa.

—Y tu hermano no lo hizo del todo bien, las funestas consecuencias le costaron caro a la familia. Un alma tan simple como la tuya, era lo que el condado necesitaba.

—Come, William, es mejor que eliminemos el tema por la paz.

El anciano asintió y llevó un bocado a su boca.

Por otro lado, Emilia había reunido evidencia suficiente en bibliotecas, museos, universidades y edificios gubernamentales, para demostrar los importantes aportes de la familia Bennett para el condado de Shropshire en Shrewsbury. Afortunadamente, para Emilia, los Bennett no solo fueron una familia tachada por la hambruna de los 1800, sino que también, formaron parte de los cimientos para que la agricultura se consolidara como base de la economía local. Además, fueron los primeros Condes los encargados de la explotación de las ya famosas tierras, utilizadas en gran parte para el comercio extranjero, así lograron situar al condado como una valiosa zona de negocios.

Emilia habló sobre el Conde Bernardo, bisabuelo de Arthur y pionero en técnicas de siembra para el cultivo de alimentos que no crecían en la zona de Shrewsbury por su temperamental clima. Fue en ese momento, donde la castaña comprendió que la sed que tenía Arthur por el conocimiento y la invención, era parte hereditaria de sus ancestros. Le pareció hermoso pensar que lo suyo no fue un acto de egoísmo, como ella lo llamó, sino que se trataba de esa fuerza que traía en la sangre. Muy probablemente, Arthur hubiese llegado a ser un gran ingeniero o científico de no haber terminado en el siglo XXI junto con ella.

Así mismo, descubrió que los Bennett fueron principales benefactores en la construcción de edificios e iglesias, fue otro más de los Condes quien diseñó parte de la estructura interna de las construcciones que todavía permanecían de pie. La historiadora descubrió toda una línea de condes, que gustaban de la generación de conocimientos en distintas áreas como la agricultura, la ingeniería, la construcción o la medicina, el mismo padre de Arthur fue un genio de la agricultura, al haber logrado el cultivo de una rara uva en Saint Rosalie. 

Una familia pionera en muchos aspectos, tenían el derecho de ser recordados con buenos sentimientos en Shrewsbury, Emilia buscó a un periodista local y le habló de todo aquello que encontró, el reportaje estaba por salir y los resultados se verían al día siguiente, cuando la sociedad del condado se encargaría de dar su último veredicto.

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