Capítulo 23: Un nuevo futuro
De regreso a la antesala de la vieja casona, Arthur recordó la información que el muchacho le brindó, por lo que fue directo al gran salón donde se encontró con antiguas cortinas gruesas que impedían el paso de la luz solar en casi cualquier habitación. Lo acompañaba un piso que crujía con cada paso, junto con el polvo y las telarañas que ya eran parte de la decoración, se aproximó hasta la ventana y deslizó la pesada cortina. Al instante, la luz natural iluminó esa desgastada pintura en la que fue retratado dos años antes de su regreso a Shrewsbury en 1826. Enseguida estaba la de su hermano, se le distinguía usando ese impecable traje, el porte elegante y el uso de los guantes, incluso había arrogancia en su rostro, Arthur se creyó un tonto por no haber notado aquellos indicios antes.
Estaba claro que su hermano era avaricioso y que el título nobiliario no bastaría, él siempre buscaría obtener más. Por otro lado, se miró a sí mismo para hacer una leve comparación con su gemelo. Una tenue sonrisa se dibujaba, existía cierta profundidad en la mirada soñadora y ese egocentrismo de sentirse absoluto en el mundo.
—Pero qué ciego fui. —Se lamentó en voz alta—. Tenías un papel importante en esta vida y lo despreciaste.
—Uno no elige dónde nacer, muchacho, pero sí elegimos cómo vivir —dijo el anciano que había aparecido a sus espaldas.
El Conde calló por un instante, digiriendo las palabras de su anfitrión, luego volvió el rostro hacia este.
—¿Por qué escogió esta vida de exilio? —preguntó perplejo con la idea.
—No fue así siempre. Me casé con una hermosa mujer que quería hijos, no se los pude dar y tuve que dejarla ir para que fuera feliz. Ella cumplió su sueño. Está casada y tiene hijos en Francia, mientras que yo vivo en este mi único hogar —explicó de pie con el bastón frente a sus pies.
—¿Su elección le complace? —cuestionó contemplando la idea de una vida similar, ya que tuvo que renunciar a Emilia.
—Por un tiempo no, luego vino la paz y eso ya es más de lo que muchos hombres pueden presumir. —Caminó hasta el sillón más próximo y se dejó caer—. Cualquiera diría que la ostentosidad, la abundancia, el éxito o un título nobiliario puede ser sinónimo de felicidad, pero mírame, no tengo nada de eso y puedo decirme feliz.
—¿Por qué no reclamó el título si sabía que podía hacerlo? —indagó el Conde a sabiendas de las ventajas.
—No me habría servido de mucho. Ese que vez ahí fue el último Conde y terminó muerto en su propio castillo. Tampoco tuvo herederos, es un problema que los Bennett tenemos, ¿sabes?
Arthur miró de nuevo el retrato y luego desvió la mirada a lord William. Había cierta complicidad en aquel pobre hombre que no esperaba otra cosa que no fuera la muerte.
»Si tú eres quien dices ser, mi bisabuelo fue tu primo Henrry Bennett primero. Él no fue asesinado aquella noche de 1854, huyó y se ocultó por años. Debo tener ese árbol genealógico en algún lugar de la biblioteca —expuso al tiempo que asentía con una mano y la otra la usaba para apoyarse en el desgastado bastón—. Podría enseñarte algunas cosas sobre nuestra familia. Ahora que te veo frente a ese retrato, no tengo la menor duda de que tienes que ser uno de los nuestros, eres igual a ellos.
El caballero asintió en forma de agradecimiento junto con una notable sonrisa que apareció en su ya relajado rostro.
»Vamos, desayunaremos algo y luego te mostraré esos archivos que tengo guardados. Ayer me hablaste de una batería y recordé unos extraños bosquejos que encontré guardados en una caja de madera.
Una nueva sonrisa apareció, ahora más encaminada hacia esos recuerdos de su infancia.
—Fue el diseño que me trajo hasta aquí —expresó Arthur mientras se dirigía a la cocina con un paso lento por detrás del anciano—. ¡Un fracaso total!
—Bueno, eso depende de ti, si crees que no tienes una función en este siglo, muy probablemente sí se trate de un fracaso, pero si lo piensas de manera diferente, podría ser que existan razones por las que deberías estar aquí.
—Viajé 174 años hacia el futuro por un accidente, ¿y me dice que todo fue un plan del destino? —cuestionó Arthur con el ceño fruncido, comprender las palabras de Wiliam era más complejo que los libros de física que devoró.
—Yo preferiría pensar que así es... Aunque soy un simple viejo —resolvió el anciano volviéndose hacia él con una evidente sonrisa—. Tú pudiste ser el Conde.
Las palabras de William eran cada vez más confusas para Arthur, era como si quisiera incitarlo a reflexionar, meditar y debatir entre sus sentimientos que fueron suprimidos por todo sufrimiento, primero la lejanía a 1828, la imposibilidad de regresar, los sueños no cumplidos, la perdida de Emilia y ahora un hogar que estaba pronto a colapsar.
Pasó parte de la tarde, observando ese árbol genealógico que William le mostró, no era muy grande, después de todo la gran mayoría de los Bennett desaparecieron y otros tantos murieron, quedaron apenas tres personas vivas después de 1854. El legado de uno de ellos se perdió años atrás y por ahora solo estaban Lady Olivia, la mujer que llevaba el mismo nombre que la hermana menor de Arthur, parecía una insulsa coincidencia que le orillaba a querer quedarse ahí con desesperación. Así mismo, Lord William no pudo tener hijos, entonces, el apellido estaba prácticamente perdido con él o así era hasta que Arthur apareció en la vida del anciano que parecía dispuesto a aceptar todas las cosas que le decía el hombre de físico familiar.
Un par de días se fueron entre largas pláticas, Arthur decidió que no quería saber más sobre el pasado, su nueva vida era su presente, en el que esperaba construirse un futuro. Después de una plácida noche, despertó dispuesto a tomar pico y pala para comenzar a trabajar. No tenía dinero, tampoco la manera de sustentar las necesidades de Sainte Rosalie, pero lo que sí tenía era la fuerza y las ganas de ver aquel lugar convertido en su nuevo hogar.
Cuando William caminó hacia la entrada y lo vio limpiando lo que parecía una pradera, el anciano sonrió con total naturalidad, era un tonto, uno soñador y le daba cierta satisfacción verlo actuar de dicha manera.
—Solo alguien que vivió en Sainte Rosalie en su grandeza, lucharía por rescatarla —se dijo en el momento que lo miraba a través de la ventana.
El tiempo era bueno con Arthur, mantener la cabeza y el cuerpo concentrado en la finca le hacía olvidarse de Emilia. Un mes de trabajo comenzó a dar pequeños frutos visibles, el frente de la finca estaba despejado con nuevas plantas que florecerían en primavera, el pórtico fue reparado con maderas nuevas, los establos y la casa lucían más limpios, pero a pesar de esa enorme cantidad de trabajo, Arthur aún padecía los recuerdos de Emilia durante las noches.
La amaba, seguía enamorado y eso no podía negarlo, tampoco quería hacerlo pese a su pisoteado orgullo. Pensó en escribirle en un par de ocasiones, aun cuando no había un cartero que recogiera su carta para entregarla, no tenía una forma de comunicación con el mundo estando tan lejos de la internet y la tecnología a la que renunció el día que se marchó de Shrewsbury.
Una tarde en la que trabajaba, vio entrar una camioneta blanca a los terrenos de Saint Rosalie, un hombre calvo y regordete se bajó de inmediato y extendió una mano a quien estaría viendo por primera vez. Para el extraño, la presencia de Arthur era una buena noticia, pues posiblemente su presencia traería la culminación de nuevos negocios.
—Al fin, juventud en estas viejas tierras —expresó satisfecho con su saludo.
Arthur mantenía la mirada fija en los movimientos del hombre, no le parecía conocido y tampoco escuchó de una posible visita para William—. Buenos días, muchacho. Busco a Lord William.
—Está adentro, pero antes debe darme su nombre —emitió con la pala todavía en la mano.
—Era tiempo de que ese viejo se buscara sangre fuerte y joven para Saint Rosalie. Él sabe quién soy yo, tú solo debes ir a buscarlo —repuso autoritario.
El hombre de compostura recta, imaginó que quien los visitaba lo pensó un simple empleado de jardinería o algo por el estilo, su orgullo de noble le hacía querer gritarle a la cara su verdadero nombre, pero su deseo por una mañana tranquila le hizo preferir omitir sus ignorantes palabras y dejarlo en el error.
—Lo acompaño a la casa —comentó finalmente mientras caminaba hacia la casona que estaba en mejores condiciones.
—Veo tu trabajo en este lugar, muchacho. Sí que eres hábil con las manos. —Había una enorme sonrisa en los labios de la visita de William, era como si acabara de ganar la lotería.
—Nada más es algo de esfuerzo —aseguró Arthur desinteresado en los elogios.
—Gente como tú es lo que ese viejo anciano de William necesita —soltó poniendo el primer pie sobre el restaurado pórtico.
Enseguida, Arthur lo hizo llegar hasta la desgastada sala de estar, donde no había objetos de valor, salvo por la riqueza que había en el paisaje que se podía apreciar a través de la ventana.
—¡La respuesta sigue siendo un rotundo, no! —gritó William luego de ver aparecer al extraño en su casa.
No había conocimiento alguno que le hiciera saber a Arthur lo que recién sucedía, William solía estar diciendo tonterías todo el tiempo, pero era un hombre cuerdo, cuyas razones tenía para decir lo que se le viniera en gana.
—¡Oh, vamos viejo testarudo! Sabes que necesitas vender este lugar, ve a un retiro en la ciudad o en el campo, te irá mejor, no puedes dejar caer Saint Rosalie —reclamó el hombre regordete siendo un tanto tosco.
—Tus intenciones no son las de salvar este lugar, tú quieres tumbar mi casa y usar mis tierras —recriminó William con el prologando ceño fruncido.
—No me atrevería a derribar siglos de historia, esta es una propiedad tan vieja como tú. —Lo señaló a la cara—. Muchacho, porque no le dices a tu señor que este paraje requiere de mucho dinero para que vuelva a producir.
Por obvias razones, el que los visitaba era Orson Roy, quien había estado insistiendo en comprar las tierras. Arthur pensó en su suerte, primero llegaba a un castillo cuyo destino era ser convertido en un edificio de diseño y ahora que regresaba a Saint Rosalie, alguien quería derribarlo. Fueron solo 174 años y el mundo estaba cegado por la codicia, aunque no podía decir mucho, cuando su propio hermano y él mismo terminaron alcanzados por el mismo malestar.
—¡Mientes! ¡Este lugar será mi tumba! —escupió William igual a un niño berrinchudo.
—¡Entonces he de venir cuando estés muerto y me apoderaré de las tierras, viejo terco! —soltó Orson con alevosía.
William sonrió, meses atrás hubiera padecido la agonía de aquella amenaza; no obstante, ese día no sería. Ese día tenía un arma para sentirse cómodo con su futuro.
—¡Ja! Saint Rosalie ya tiene nuevo dueño, Orson. Te presento a mi sobrino, Arthur Bennett. Arthur, él es un viejo gordo en el que nunca debes confiar.
Orson miró al Conde de los pies a la cabeza, fue un tonto al no haber notado la similitud que tenía con las pinturas o con el mismo William, esa imponente figura no era para menos que la de un Bennett, aun cuando estos estuvieran en la ruina.
—¿Un Lord trabajando la tierra con sus propias manos? —cuestionó con los ojos en aquel—. Creí que tú y tu prima eran los últimos.
William negó de inmediato, a sabiendas de que había ganado su pequeña disputa.
—No es así, este muchacho es hijo de... un primo lejano, quien también lleva el apellido Bennett, supusimos que desapareció, aunque no fue así. Él será el legítimo heredero.
—¡Vaya herencia la que le has dejado, un lugar en ruinas! Es mejor que me vendas, te pagaré un poco más de su valor para que tu sobrino pueda hacerse de un camino más exitoso.
—¡No venderemos, Orson! —gritó el anciano de nueva cuenta.
—¿Qué es lo que le interesa exactamente? —se atrevió a preguntar Arthur, luego de ver que la pelea entre ambos ancianos no iba hacia ningún lado.
—Las tierras, me interesan estas tierras que son fructíferas. Tienen una capacidad para dar una uva...
—Qué es difícil de producir —continuó Arthur con cierta sonrisa, puesto que recordó las palabras que su padre decía todo el tiempo cuando los visitaba en Saint Rosalie.
—Sí, sí —confirmó con desespero—. Hice los estudios necesarios, la uva crecería con tal majestuosidad, que el vino sería de la mejor calidad, incluso podría exportarlo. Es un desperdicio tener ese suelo fértil en las condiciones que por ahora está.
Orson tenía razón, una tierra tan sana como esa, tenía la obligación de producir, era casi un delito dejarlas abandonadas.
—¿Qué hay de la casa? —interrogó Arthur con una ceja arqueada.
—Puedo dejarla de pie si insisten, aunque no pienso invertir mi dinero en esta propiedad —expuso con un tono agrío para los dos Bennett.
—¡Dijiste que tenía historia, viejo rastrero! —bramó de nueva cuenta William, golpeando .
—William, ¿por qué no formar una sociedad? —interrumpió Arthur, al mismo tiempo que observaba los arrugados rostros.
—¡¿Qué?! —preguntaron ambos hombres al unísono.
—Tú necesitas las tierras, nosotros no tenemos el dinero. Cada quien pone su parte y todos nos beneficiamos —explicó Arthur confabulado con su reciente idea.
Por su parte, Orson permitió que una leve sonrisa se le escapara, era un trato que le parecía desigual.
—Es un negocio con una terrible desventaja para mí, muchacho. Hay mucho que invertir en unas tierras que ni siquiera serían mías.
—Pero sí la mitad de lo que se produzca. —Ahora era esa mente brillante la que le hacía posicionarse como el líder de conversación con la sola idea de hacer negocios que les beneficiarían a todos—. Es esa la única opción que tienes, porque al igual que William, no estaré dispuesto a vender, tampoco me iré de aquí, así que tendrás que lidiar con otro viejo por otros cuarenta años.
William miraba a su bisabuelo con una grata sonrisa, estaba fastidiando a Orson con semejante propuesta que por obvias razones no aceptaría. El negociante los miró, tenía solo dos opciones, buscar otras tierras o aceptar el descabellado trato del que posiblemente se arrepentiría. No obstante, estaba obsesionado con la producción de esa uva, había hecho tantas cosas en su vida que ya solo le faltaba ese maravilloso vino que una vez degustó en España. Preguntó su origen y cuando le dieron la información se sorprendió al enterarse de que en sus manos estaba replicarlo. Regresó a casa feliz y con un nuevo sueño por cumplir antes de morir; sin embargo, las negativas de William por vender las tierras se convirtieron en su mayor obstáculo, seis años pasaron y no lograba convencerlo, la oportunidad que Arthur le ofrecía era su mayor logro hasta ese momento y no la dejaría pasar por la burda idea de perder dinero, lo prefería a morir sin haber cumplido un último sueño.
—Bien, volveré mañana con mi abogado y firmaremos la sociedad. Comenzaremos esta misma semana antes de perder la temporada —explicó fingiéndose insatisfecho.
Enseguida se dio media vuelta y celebró con una grata sonrisa que se extendía en todo su rostro, tendría las tierras, tendría las uvas y tendría su vino, estaba feliz y era lo único que le importaba. Por otro lado, Arthur y William seguían sin poder creerlo, acababan de obtener el boleto dorado que les ayudaría a recuperar parte de Saint Rosalie. William vería ese bello lugar florecer una vez más y Arthur se encargaría de ello.
—¿Cómo se te ocurrió? —preguntó el anciano.
—Estaban tan aferrados a salirse con la suya, que no miraban lo que juntos podrían lograr. William, Saint Rosalie volverá a producir uvas y será lo que una vez fue —declaró satisfecho.
Un largo suspiro salió de William, acompañado de un pacífico rostro lleno de paz.
—Espero que mis ojos alcancen a verlo.
—Así será —aseguró el caballero.
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