Capítulo 21: Un corazón roto
El teléfono celular no anunciaba ni una sola llamada o mensaje, el caballero tampoco parecía haber asistido a la universidad ese día. Emilia mantenía la mirada perdida en la única ventana que tenía la sala de juntas, donde Michael hablaba sobre el eminente cierre del departamento de historia. Varios pares de ojos observaban a detalle los movimientos de Emilia, esperando que los reclamos de la misma, iniciaran para que la reunión se volviera menos aburrida; no obstante, eso no sucedió. Era como si la guardiana del castillo no hubiera asistido aquel día a la reunión.
Michael continuó hablando sobre el museo que recibiría parte de la colección y luego mencionó la subasta de los artículos con la que se beneficiaría el departamento de ciencias.
—Imagino que ya todo está listo —dijo Michael, observando a Emilia.
Pero esta seguía perdida en sus pensamientos con la mirada ausente.
»¿Emilia? —La llamó acercándose un poco más a ella para llamar su atención.
La mujer dio un pequeño brinco sobre su asiento y regresó en sí para fingirse interesada en la reunión.
—¿Qué decías?
—Quiero saber si ya está todo guardado y etiquetado —repitió a fin recordarle dónde se encontraba—. Las subastas comenzarán pronto.
—Mis estudiantes y yo nos estamos encargando de eso, no falta mucho —resolvió al tiempo que bajaba la mirada.
El hombre asintió con la cabeza, mientras se mantenía de pie junto a ella.
—De acuerdo, todo lo que no se venda pasará al departamento de artes, por eso es importante que el inventario esté al día.
No obstante, la mujer sabía de un par de elementos que eran relevantes para Arthur, el castillo no le interesaba y lo que estaba en su interior no podía ser más irrelevante, a excepción de aquello que celosamente resguardaba en uno de los agujeros del que fue su hogar.
—¿Qué pasará con las cosas que están en el último sótano? —cuestionó Emilia, recordándose a sí misma que esos eran grandes tesoros para Arthur, sus pequeños experimentos fallidos.
El hombre hizo una mueca con la cara, como quien no tiene idea de a qué cosas se refería la historiadora.
—¿De qué hablas? —preguntó.
—Hay unos cuantos objetos que no salieron a la luz: un intento de batería, algunos diarios personales de John Bennett como inventor y cosas que no están inventariadas —comentó observándolos a todos.
—¿Por qué no lo están? —inquirió Michael con una sonrisa llena de ironía y ambas manos en la cintura.
—Bueno, es que... nunca se consideraron relevantes para un museo —explicó, sintiéndose cada vez más diminuta en la sala de juntas.
—Si fueron basura para los Bennett, también son basura para nosotros —expuso el hombre sin frenar su arrogante rostro—. Has con ello lo que quieras, ponlos en una caja y listo.
La respuesta de Michael no fue sorpresiva para Emilia, prácticamente, él nunca tomó en serio su trabajo como historiadora; sin embargo, en ese punto, ya todo le daba igual.
—Eso es todo por hoy...
—Esperen... —interrumpió Emilia antes de que la sesión se diera por terminada.
Las miradas de los presentes se fijaron en la castaña, que ahora estaba de pie frente a algunos miembros del consejo y los líderes de los diferentes departamentos. Relamió los labios e infló el pecho con aire a fin de ganar valor.
—Aprovecho la reunión para hacerles saber sobre mi renuncia, las razones las conocen de sobra, no se ocupa una historiadora donde no hay un departamento de historia —soltó en un lamento—. De igual modo, agradezco la oportunidad y el tiempo que se me permitió trabajar en ese... hermoso castillo.
—Espera, Emilia. Nadie ha dicho que tienes que renunciar —interceptó un hombre calvo, se trataba del actual director de la universidad.
—Lo sé, señor Baker. La decisión fue mía, se trata de algo personal.
—Tu puesto solo sería reasignado al departamento de artes, Emilia. La restauración es una parte importante del área y tú lo haces excelente —aseguró Michael, revelando su inconformidad por la nueva elección de Emilia.
—Lo siento, pero no tengo planeado quedarme para ser una restauradora. No es lo que quiero —aseguró finalmente, corrompida por su deseo de salir de ahí.
—De acuerdo, dejaremos que lo hables con Michael, después de todo, él es tu jefe directo. Si decides quedarte, sabes que sería un gusto para nosotros —agregó el director con un tono más cálido al de cualquier otro.
Enseguida la reunión fue finalizada, todos salieron y Emilia se quedó en silencio junto con Michael, quien recién cerraba la puerta de la sala de juntas para tener un momento a solas con su antigua prometida.
—¿Tu decisión repentina se debe a mi presencia en esta escuela? —preguntó acercándose a ella, empleando un tono más empático.
—No digas tonterías, Michael —respondió fastidiada del tema—. La razón por la que amaba mi trabajo era porque lo hacía en ese castillo.
—Tendrás la misma oficina, dentro del castillo.
—¡No! No se trata de la oficina. Se trata de todo lo que rodeaba a ese lugar. —Se reclinó sobre la silla casi al grado de perder la poca compostura que le quedaba. —Basé mi doctorado en los Bennett y ahora parte de la historia de Shrewsbury estará distribuida por todos lados. No puedo simplemente pretender que eso no pasó.
El hombre respiró hondo, sabía lo apasionada que era, se acercó aún más y se puso en cuclillas frente a ella sin algún tipo de ventaja.
—Lamento que las cosas llegaran a este punto, y lamento haberme comportado como un idiota. —puso una mano sobre la de ella—. Todos sabemos lo mucho que amabas tu trabajo y nos duele ver cómo terminó. Ahora te pido de parte de la universidad que no nos dejes, eres un elemento fuerte y te necesitamos en artes.
La mujer miró los ojos azules de Michael, había pasado tiempo desde que él no se sinceraba de tal manera. Durante los últimos meses todo fue reclamos, gritos, sarcasmos y celos entre ambos. Un nudo surgió en su garganta y un par de lágrimas querían salir de sus ojos cafés; sin embargo, a pesar de que Michael permanecía ahí para prestarle un hombro, no era él en quien pensaba, no era Michael a quien quería tener a su lado para reconfortarla.
—Ven aquí —pidió el hombre y ella se echó para atrás fingiendo que no estaba a punto de llorar.
Luego estiró la mano hacia su bolso y dentro de este, encontró la servilleta que usaba en el comedor, la misma que John le proporcionó como un pañuelo. El rostro de Emilia terminó por descomponerse y el llanto surgió en el momento que acercó la tela a su rostro.
—Te llevaré a casa —emitió Michael.
Emilia negó con la cara todavía sumergida en la tela blanca y el corazón palpitante.
—Yo puedo irme sola. Mañana volveré para continuar con todo esto.
—Tu padre dijo que tu coche seguía en el gimnasio de esgrima, déjame llevarte, mañana paso por ti temprano y por la tarde arreglo que traigan tu auto.
Después de mirar su reflejo en un diminuto espejo de bolsillo, decidió que eso sería lo mejor, andar por las calles con ese pálido semblante, causando pena, no era algo que necesitara. Luego de un tiempo, los dos salieron de la sala de juntas rumbo al estacionamiento, Emilia sabía que, para el día siguiente, la universidad completa estaría hablando sobre ella y Michael. Primero saltó de los brazos de Michael a los de Arthur y ahora iba de regreso a los del rubio, incluso para ella, eso era detestable.
El camino a su departamento no fue otra cosa que Michael hablando sobre sus planes para llegar a la dirección de la universidad, mencionó sus brillantes ideas y algunas estrategias, pero la mujer solo pensaba en Arthur, seguía esperanzada con la idea de encontrarlo todavía en su departamento con el remoto deseo de que ambos llegaran a un entendimiento. El carro frenó frente al edificio y Michael corrió para abrir la puerta de Emilia.
—No es necesario que entres —indicó la mujer con cierta timidez.
Michael frunció el ceño y volvió el rostro, de ninguna manera aprobaría la sugerencia.
—Necesito saber que ese cretino ha desaparecido de tu vida —declaró con agresión.
—No es un cretino, ya te expliqué cómo fue que sucedieron las cosas y no me hará daño en caso de que él siga ahí. Ya vete, Michael —soltó tajante.
Por su parte, Michael no la dejaría ir tan fácil, estaba dispuesto a insistir, al menos así se aseguraría de que aquel hombre saliera de la vida de Emilia para siempre.
—¡Emilia! ¿Cómo se te ocurre pensar que...?
—No entrarás. Vete, por favor —aseguró ella en un grito.
El hombre se mostró molesto, había logrado un diminuto acercamiento minutos atrás y ahora de nuevo aquello estaba perdido.
—Bien, tú ganas, me iré, pero cualquier cosa que necesites me marcas —expresó con descontento.
Emilia asintió agachando un poco la mirada para buscar sus llaves en el bolso, le entregó a Michael las del auto y luego volvió el rostro hacia la puerta del edificio.
—¡Emilia! —llamó el hombre para que esta se volviera.
Apenas si lo vio venir cuando un beso estaba siendo recibido desde los fríos labios de su antiguo prometido. La mujer permaneció estática por un par de segundos y luego meneó la cabeza para terminar con aquello que no solicitó.
—No debiste hacerlo —soltó sin sonar molesta.
—Lo siento, necesitaba hacerlo. Mañana vendré por ti a eso de las siete. No desayunes, te llevaré a un lugar cercas de la universidad —emitió al tiempo que caminaba de regreso a su auto.
—Michael, no quiero que pienses que...
—¡Solo es un desayuno, Emilia! ¡Relájate! —resolvió y finalmente la mujer lo vio conducir para salir de su visibilidad.
Emilia llevó ambas manos a su rostro, talló los ojos y caminó hacia el interior del departamento. Muy en su interior esperaba que Arthur siguiera ahí para verlo, aunque fuera para despedirse más apropiadamente, algo más acorde a la bonita relación que tuvo con él, aunque solo fuera poco más de un mes.
Una vez en su departamento, notó que el lugar se encontraba solo, vacío, sin la presencia de un Arthur o John, el hombre del pasado no apareció por ningún lado. Seguía parte de su ropa perfectamente doblada, la televisión apagada y los libros en la estantería, apenas uno estaba fuera de su sitio, aquel que tenía el título de física cuántica.
«Ese era su favorito», pensó al tiempo que lo tomaba para abrirlo.
Una nota escrita a mano cayó al suelo y Emilia se reclinó para tomarla.
No tuve la oportunidad de llevar este libro a la biblioteca, espero pueda hacerme el favor de regresarlo por mí.
Me despido agradeciendo todo lo que hizo para ayudarme y disculpándome por lo que mi estancia a su lado le causó, sé que las molestias fueron muchas. No espero que entienda parte de mis decisiones del pasado, las tomé basándome en mis deseos, pero no de un modo egoísta como usted pudiera llegar a suponer, estas fueron basadas en lo que creí sería lo mejor para Shrewsbury.
Así mismo, le dejé sobre la mesa un último diario personal y algunas cartas que intercambié con mi hermano, espero sean suficientes evidencias para que resurja la real situación de los Bennett, con ello, ansío llegue su felicidad.
Su siempre enamorado Arthur Bennett, legítimo Conde de Shrewsbury.
El cuerpo de Emilia llegó al sillón que fungió como cama de Arthur, la tapicería todavía olía a él. Releyó la carta un par de veces más y luego la dejó de lado para buscar su teléfono celular, con suerte, Arthur estaría todavía cercas. Sin embargo, una vez que ella esperaba escuchar la voz del Conde, el sonido del teléfono sonó por sobre la barra de la cocina. Caminó hasta ahí y vio el smartphone, al costado estaba la laptop, un puñado de amarillentas cartas y ese último diario personal que mencionó en su mensaje de despedida.
El diario lucía igual de antiguo al resto, un libro personal redactado en el siglo XIX. La joven abrió la primera página y de inmediato se encontró con esa inconfundible caligrafía, esta vez le era evidente que fue escrito por el verdadero Arthur Bennett y no por el gemelo que tomó su lugar.
Shrewsbury, febrero de 1829
He organizado un laboratorio en el sótano del castillo, mi hermano y yo hemos acordado no interferir en los deseos del otro, así que, ahora tengo la libertad de mostrar mi verdadero ser, ese que tiene deseos de conocer el mundo, de obtener respuestas, quiero descubrir cada diminuta partícula que haya sido producida por la vida misma. Oh, qué felicidad siento, el sótano es oscuro, húmedo y frío, pero eso no importa, es mi espacio, es aquí donde haré que mi nombre sea parte de la historia científica.
Emilia sintió esa felicidad que Arthur describía en los diarios, un hombre cuya finalidad era negada por el solo hecho de haber sido el hermano mayor, que gran peso tenía el título de Conde cuando no se quiere portar. Ella apenas lo comprendía, pero ya era demasiado tarde, ahora Arthur Bennett había desaparecido de su vida.
Por otra parte, en las calles de Shrewsbury, Arthur caminaba con dirección a los trenes que lo llevarían directo a Francia. Ese fue su casa por toda su adolescencia y era el único lugar que reconocía después del castillo que ya no podía habitar. Los Bennett habían tenido varias propiedades, pero su padre solía pasar su tiempo en Francia con sus hijos y en el castillo, hogar del condado de Shrewsbury.
Los pensamientos del caballero se agruparon en el doloroso momento, en el que observó a Emilia besando a Michael a las afueras del departamento. La vio llegar con él e hicieron planes para el día siguiente, la vida de la mujer que amaba estaba volviendo a la normalidad que tenía, antes de que él apareciera en sus días. Por breves segundos contempló la idea de enfrentarlos a ambos, a pesar de que ya no tenía armas para hacerlo.
Ese día salió del departamento y luego decidió volver esperanzado por una segunda oportunidad para aclarar las cosas con la mujer que amaba, sí, la amaba por sobre cualquier pelea que hubieran tenido, por sobre cualquier mentira y estaba dispuesto a solucionarlo todo. No obstante, a su regreso, luego de ver semejante escena protagonizada por su Emilia, supo que había perdido la batalla, sus sentimientos fueron despedazados en un corto segundo.
Dolido, herido y roto, recordó Francia, quería estar lo más lejos que se pudiera de Emilia, aun cuando el amor que sentía por ella lo acompañaría a donde sea que este fuera.
Compró ese boleto en la estación de tren, lo abordó y subió con la esperanza de que parte de su dolor se quedara en Shrewsbury, sabía que no sucedería así, mas no perdía la ilusión de que un día todo fuera un amargo recuerdo.
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