Capítulo 14: Inesperada visita
—¿Por qué las firmas no coinciden? —peguntó Emilia en voz alta.
Llegó a su oficina con el solo objetivo de revisar cada uno de los documentos que tenía almacenados en el archivo de la universidad, fue presa de un amplio deseo de obtener una posible respuesta sobre aquello que recién descubrió.
—Buenos días, doctora Scott —saludó Jenifer, una estudiante de pecas y cabello rojo que estaba a punto de presentar su examen de titulación.
Detrás de ella apareció René, quien se encargó de la renovación de algunas piezas de arte que eran parte del castillo. Ambas estudiantes eran pupilas de Emilia desde meses atrás, las vacaciones acabaron y debido a ello, era tiempo de su regreso a la universidad.
El cuerpo de Emilia se irguió luego de haber escuchado sus particulares voces entre risillas. Algo en su interior le decía que existía la posibilidad de que ya estuvieran enteradas del chismorreo que la rodeaba desde que John llegó.
—Buenos días, chicas —respondió con cierto temblor en el habla—. Olvidé que volverían hoy.
—Creo que nosotras también. Por poco y no regresamos —dijo René con una clara sonrisa—. No haber tomado cursos de verano para cruzar el atlántico fue una de las mejores decisiones de mi vida.
Emilia regresó la sonrisa, fingiendo que la conversación de la estudiante le importaba, puesto que su cabeza seguía sumergida en los documentos.
—Excelente, me alegro por ustedes —agregó con un par de fotografías impresas en las manos.
—¿Con qué iniciaremos el semestre? —cuestionó Jenifer al tiempo que se acercaba para ver de cercas las imágenes que Emilia tenía en la mano.
La castaña se echó para atrás, sí bien quería conocer la razón de la variación de las firmas, tampoco podía evitar sentirse desconfiada con cualquier fuga de información que llegara a los oídos de su jefe. Después de todo, Michael movía demasiadas piezas a su espalda a fin de cerrar el departamento de historia.
—Son... solo... unas cuantas imágenes. Nada importante —aseguró encogiendo los hombros y atrayendo las imágenes a su cuerpo.
La pelirroja arqueó una ceja y plasmó una evidente incógnita en su rostro.
—¿Necesita ayuda con algo, doctora? —preguntó la estudiante.
Emilia miró a ambas alumnas y reconoció que estaba actuando como si tuviera un rastro de locura, lo mejor era dejarlas contribuir sin dar demasiados detalles o limitarse a asignarles tareas simples que las mantuvieran ocupadas. René, que era estudiante del departamento de artes, manifestaba una gran fascinación por la restauración de objetos valiosos, por lo que ayudaba a Emilia con artículos del museo.
Al instante, la historiadora recordó que, tiempo atrás, trabajó en unas cartas que se encontraron almacenadas en un baúl.
—René, ¿recuerdas las cartas?
—Sí, claro —contestó dejando de lado su bolso y un par de libros.
—¿Puedes traerlas, por favor?
La joven volvió el rostro hacia la ventana, los intereses de su asesora no podrían ser mayores a la seguridad de los papeles.
—¿Las saco de la vitrina? El día está húmedo.
—Solo serán unos breves minutos. No tardaré mucho —explicó despreocupándose por lo que era natural en Shrewsbury.
René hizo una mueca para su amiga como quien no entendía nada y luego se alejó de la oficina dando pequeños saltitos. No pasó mucho tiempo, cuando la morena regresó con los documentos sobre una base que cargaba con cuidado.
Una vez que la carta llegó al escritorio de Emilia, esta se colocó los guantes de algodón y tomó una lupa para la observación. Las estudiantes se dedicaron a verla trabajar sin hacer preguntas de por medio. Era justo esa tención la que se manifestaba en el cuerpo de la historiadora, quien respiró hondo y colocó ambas fotografías a un costado de las cartas firmadas por el Conde.
La firma no era tan diferente a como Emilia lo imaginó. Aunque sí discernía en ciertas partes, principalmente la letra A. Su corazón dio un brinco, eran muchas las cosas que no entendía, esos hermanos miembros de la nobleza le provocaban suficientes dolores de cabeza.
—¿Ven la diferencia? —preguntó Emilia, esperanzada porque se tratara sólo de su imaginación.
—La letra A es diferente —aseguró Jenifer mientras señalaba la inicial sin tocar el documento—. Ambas tienen la firma del Conde, pero estas no coinciden. ¿Por qué?
Emilia no tenía la respuesta, mordió ligeramente uno de sus labios y se dejó caer en la silla tras el escritorio. Luego abrió el cajón y sacó uno de los diarios que John le entregó desde el principio.
Las alumnas abrieron la boca sin emitir sonido, se alejaron algunas semanas, y a su regreso, su tutora tenía un diario del Conde en su poder. El descubrimiento les resultaba fascinante.
—Doctora Scott, ¿dónde lo encontró? —interrogó la entusiasta Jenifer.
La mujer de ojos cafés se fijó en las expresiones de ambas, tenía claro que compartían los mismos sentimientos que el documento le causó en un inicio. Luego sonrió con ligereza y se encogió de hombros.
—Estaban en una de las habitaciones... Yo... los encontré accidentalmente.
—¡¿Hay más?! —expresaron ambas estudiantes más que encandiladas por el hallazgo.
—Sí, son tres. Revisemos si la caligrafía coincide, por favor —indicó colocando el diario abierto sobre el escritorio.
Tres pares de ojos, analizaban el documento casi encima de él, Emilia ni siquiera sabía lo que debía buscar a pesar de que su experiencia le dictaba que algo estaba mal, ese recelo que siempre guardaba el Conde hacia su hermano gemelo le parecía inexplicable, ¿acaso se trataban de simples celos por la libertad que John tenía? Las obligaciones de ambos eran diferentes; sin embargo, John gozaba de un poco más de libertad al no ser el heredero del título. Esa difícil labor le pertenecía a su hermano.
Arrugó la frente luego del análisis de los textos, de nuevo nada tenía sentido. Las cartas y la firma en el título coincidían, pero los diarios eran por completo distintos.
En dicho instante, la puerta del castillo fue abierta de golpe y Emilia se estremeció, apenas la escuchó sonar, levantó la mirada y se encontró con Michael, el hombre de vanidosa sonrisa apareció frente a ella.
La historiadora no agachó la mirada, en vez de ello, les pidió a las jóvenes regresar las cartas a su lugar y se plantó frente a Michael para averiguar las razones de su sorpresiva visita.
—¿Qué necesitas? —preguntó al tiempo que las estudiantes salían de la oficina.
—¿No está tu flamante novio contigo? —interrogó con arrogancia y analizando su alrededor.
La castaña rodó los ojos, mientras retiraba los guantes de algodón.
—Sabes que se está preparando para el torneo.
El rubio borró la sonrisa y la reemplazó con una fulminante mirada llena de reclamos.
—Emilia, ¿puedes parar todo esto? No entiendo qué es lo que pretendes.
—¿Parar que cosa? —soltó dejando de lado toda actividad que estuviera haciendo.
—Esto... lo de tu noviazgo con ese hombre que es mucho mayor que tú.
—¡Eso a ti no te importa, Michael! —espetó en un grito cargado de furia.
—Aparece de la nada pocas semanas después de tu berrinche, te paseas con él frente a todos, lo llevas a vivir contigo, y ¿ahora insistes en traerlo a trabajar a la universidad? ¿Qué demonios te pasa?
La mujer sintió ese mundo de emociones que veía surgir y no detendría. Era tal su molestia que ahora estaba fastidiada por la presencia de Michael.
—Pasa... pasa que me di cuenta de lo ciega que fui. Siembre a tu lado como la tonta muñeca que era. Esperando a que me dijeras a dónde tenía que ir o dónde pararme.
—¡Eras mi prometida, sólo necesitaba de tu apoyo! —emitió señalándola.
—¿Y también requerías enredarte con Lía? —reclamó Emilia con gran rebeldía—. ¡No! ¡Eso fue algo extra que siempre se te olvida!
—Tú eres la que le da importancia a Lía, ella ya ni siquiera trabaja para mí, la he cambiado de departamento, tal como pediste—. Las manos le temblaban y caminaba de un lado a otro como una medida para disipar el enojo.
—¡Se seguirán viendo! La escuché decirlo tras las paredes y tampoco me interesa lo que tengas que hacer con ella. Ahora estoy con John y quiero que respetes mi decisión.
Michael plantó los ojos azules sobre su exnovia, estaba rojo por la cólera provocada. Emilia nunca se atrevió a hablarle así, esas debían ser ideas del historiador que llegó para entorpecer sus metas.
—¡No lo quiero aquí, Emilia! ¿Qué es lo que pretendes haciendo que trabaje para esta universidad?
Ella abrió la boca queriendo decir algo, mas no había palabras que fueran emitidas.
»Tu padre vino hoy, solicitando un favor especial para su nuevo yerno. ¿Cómo supones que me verán todos? —preguntó Michael apuntando hacia la puerta.
La mujer tragó saliva, cogió aire y se atrevió a soltar lo que tenía guardado.
—De la misma manera que me vieron cuando se enteraron de tu clandestino romance con tu asistente.
El rubio caminó hacia ella, gozaba de la intimidación que a veces le causaba. Claramente, ese día era diferente.
—¿Entonces, lo haces por una absurda venganza? —interrogó con la azulada mirada puesta sobre ella.
Esta dio un paso hacia atrás y omitió la acusatoria expresión de su exnovio.
—¡Deja de creer que eres el núcleo de mi vida, Michael! ¿Por qué no puedes aceptar que simplemente conecté con John y decidí darme una oportunidad?
—¿A poco tiempo de terminar conmigo? —sonrió burlón—. No, eso no lo acepto.
—Pues comienza a hacerlo porque no tengo otra explicación —bramó molesta.
—Ya te darás cuenta en el torneo de que ese hombre no vale la pena.
—Gane o pierda, eso no lo define como hombre. Tiene muchos otros atributos que me hacen querer estar con él —aseguró ella sin el menor temblor en la voz.
Michael comenzó a reír, debido a la arrogancia que habitaba en la castaña o por lo mucho que él subestimaba a John.
—Él no es mejor que yo.
—No pienso discutir los detalles de mi vida sentimental contigo. Ahora, vete de mi oficina —ordenó señalando la puerta.
—¡Sigo siendo tu jefe, Emilia!
—Entonces piensa en eso cada que te dirijas a mí, porque esta conversación podría ser interpretada como acoso, señor Miller.
El hombre no tuvo otra opción que la de dar varios pasos hacia atrás, era obvio que Emilia estaba fuera de su dominio. Apretó fuerte la mandíbula y terminó saliendo de la oficina dando zancadas.
La historiadora soltó el aire que tenía retenido, Michael no sólo estaba furioso, sino que también tenía el orgullo magullado. Con normalidad, su exnovio era amable y apacible, aunque decidido a alcanzar sus metas, sabía que cuando algo se le interponía, su temperamento cambiaba por completo. Era por ello, que una serie de miedos rondaron la cabeza de Emilia.
¿Michael se atrevería a hacerle daño a John?
Un ligero escalofrío rondó su piel, no estaba dispuesta a quedarse el resto del día con el cuerpo atado a un escritorio con la mente lejos de ahí.
Se puso de pie y caminó pronto a dónde aguardaban las jóvenes estudiantes.
—Necesito que investiguen sobre el retratista del Conde: Jeffrey Lorens. Cuando obtengan algo me llaman al celular, por favor —indicó y salió prácticamente corriendo hacia el estacionamiento.
Se apresuró a llegar a su auto y enseguida condujo directo al gimnasio. En su apuro por verlo, se olvidó de la cantidad de gente que la reconocía como la bonita prometida de Michael y la educada hija de Jacob. Momentáneamente, eso era lo de menos, antes hubiera evitado a cualquier costo que el mundo se enterara de su nuevo noviazgo, pero por alguna razón desconocida, estaba más que entusiasmada por la idea de que fuera vista junto a él.
Era ese simple deseo de besarlo de nuevo lo que la arrastró al gimnasio. Finalmente, llegó a la pedana donde John continuaba entrenando.
—¡John! —gritó para llamar su atención.
El hombre detuvo los movimientos que hacía en contra de su contrincante, volvió la mirada y se retiró la careta, dejando ver el rostro enrojecido junto con las gotas de sudor que le recorrían la frente. Emilia no pudo evitarlo y saltó sobre él con el simple deseo de robarle un nuevo beso.
John lo correspondió como cualquier hombre cuya caballerosidad ha sido derrumbada por el ardiente sentimiento que una mujer despertó en él.
Tomando en cuenta su poca fascinación por los eventos sociales, no tenía grandes experiencias en el cortejo de damas; sin embargo, con Emilia no lo necesitaba. Había algo que surgía de su interior y le permitía hablarle, mirarle y sentirla como su único anhelo. No quería que ella se alejara, no estaba dispuesto a dejarla partir después de haber viajado 174 años para encontrar a la mujer que añoraba como compañera de vida, ese se había convertido en su más ferviente deseo.
Los pies de Emilia volvieron a tocar el suelo, mientras sus labios se separaban. El hombre la miró atónito, apenas si podría creer que ella estuviera ahí.
—¿Qué sucede? ¿Qué haces aquí? —preguntó con un tono de sorpresa.
—Necesitaba verte. —Sonrió y mordió uno de los labios.
—No creo que haya sido sólo eso.
La visitante se sonrojó, dispuesta a resolver la situación con picardía, hasta que el entrenador de John apareció en medio de la romántica escena.
—Emilia, ¿tienes alguna razón importante por la que has venido hasta acá a interrumpir el entrenamiento? —cuestionó con los brazos abiertos, señalando la pista.
—No, ninguna, bueno... solo que extrañaba a mi novio —respondió sin retirar la mirada de John.
—¡El hombre tiene dos días entrenando, Emilia! —soltó Fernando, el antiguo entrenador de ella cuando era una adolescente.
—Lo sé, pero tenía que hacerlo, ya me iré —explicó con ambas manos en el aire.
—Dios santo, esa es la razón por la que no llegaste lejos en los deportes —expuso el de ropa deportiva, mientras rascaba la frente—. ¡Sal de mi pista!
Emilia corrió y se acomodó en una banca al costado de la pista, así dedicaría el resto de su día a observar a John.
En el acto, Fernando dio algunas indicaciones y luego sonó su silbato, dejando trabajar a los oponentes que seguían en horario de práctica. Caminó sin el mayor disimulo hasta llegar con Emilia para sentarse a su lado.
—Tu nuevo novio, ¿eh? —dijo el moreno con la vista sobre los tiradores.
Emilia se sonrojó y agachó la cara.
—¿Tú también me dirás que mi lugar es con el campeón?
—Michael no era para ti. Lo supe desde siempre. Son diferentes.
Ella volvió la mirada hacia Fernando y sin decir nada, asintió con la cabeza.
»Estás muy entusiasmada, ¿cierto?
—Eso parece, ¿se nota mucho?
—En los años de tu vieja relación, nunca interrumpiste un entrenamiento para dar un simple beso.
Emilia sonrió como si se tratara de una adolescente enamorada, no notó lo sonrojada que estaba. Ella reía para sí misma.
—¿Qué tal le va? —inquirió luego de tranquilizarse.
—Es bueno, muy bueno —informó para después acercarse al oído de Emilia—. Te diré que me enseñará algunos trucos a mí —siseó con una larga sonrisa.
—¡No bromees, Fernando! —expresó sorprendida.
—¡No lo hago, es bastante bueno! Lo único que te puedo decir es que su esgrima es algo anticuada, casi como la del siglo XIX o algo por el estilo.
Emilia tosió algo fuerte, el entrenador puso sus ojos sobre ella, como quien intenta ayudar. A la lejanía, John se percató de la fuerte tos, pero se limitó a continuar con el entrenamiento.
—¿Emilia? —llamó el entrenador.
—Estoy bien... me ahogué con algo de saliva —mintió, tragando grueso—. ¿Crees que lo del torneo es mala idea?
Fernando negó con la cabeza.
—¿Lo dices por el supuesto duelo que tendrán Michael y John?
La mujer soltó el aire, era absurdo pensar que el chismorreo no llegaría a los oídos de los participantes de esgrima, ahí entrenaba Peter, aunque en niveles inferiores. Era casi como la sombra de Michael. Hizo una mueca luego de imaginar la cantidad de cosas que se decían sobre ella y John.
—Es una estupidez, lo sé, pero no encontré otra manera para que Michael dejara en paz a John.
—No lo dejará en paz nunca, ya deberías de saberlo, Emilia. Michael es persistente. Lo que hiciste fue alimentar el odio entre ellos dos.
—Michael tiene que aceptar que ya no siento nada por él.
Fernando se levantó del costado de Emilia, sonrió para ella y se acomodó las gafas.
—Es un serio problema el que tienes —dijo y salió caminando a la pista.
Los pensamientos se sumergieron en las limitadas opciones que tenía, incluso analizó la idea de dejar las cosas como estaban y salir de Shrewsbury junto con John, pero no era eso una historia sacada de un cuento de hadas, casi como una telenovela donde los protagonistas huyen juntos para lograr su amor. Aunque, su realidad era prácticamente esa, tomando en cuenta el viaje que John hizo a través del tiempo, algo que nadie podría explicar.
Un par de semanas después, Emilia y John llegaban a la universidad de Shrewsbury después de la grata comida que compartieron en un sencillo restaurante a los alrededores de la universidad, ni Fausto o Wendy los acompañaron, dado que, la pareja estaba pasando limitadas cantidades de tiempo juntos, algo que ambos comenzaban a detestar.
—Al menos, el torneo será pronto —dijo ella mientras guardaba su teléfono celular en el bolso.
Sin embargo, los ojos del noble, estaban lejos de la atención que con frecuencia le daba a su novia, por ahora, tenía la vista fijada en el camión estacionado a las afueras del castillo. Tragó saliva e instintivamente tomó la mano de Emilia a sabiendas de que nada de lo que él hiciera la reconfortaría. Ella lo observó, debido a que los actos de demostración afectiva en público seguían siendo preocupantes para él. Luego notó que los ojos de este estaban sobre el castillo y volvió el rostro hacia el mismo punto.
—¡No! —gritó después de ver a un par de hombres llevar ciertos objetos al camión que tenía pintado el nombre del museo en la parte exterior—. ¡No, Michael no puede hacerme esto!
John la abrazó fuerte, pero Emilia quería correr en dirección al castillo.
—¡Calma, Emilia!
—¡No puedes pedirme que me calme cuando también son tus cosas y es tu castillo al que quieren destruir! —reclamó en un grito lleno de dolor mientras luchaba por salir de los brazos del hombre.
—¡Te pueden oír! —dijo el caballero.
Emilia se soltó del agarre de John y llegó a la puerta del castillo, donde ya se encontraba Michael hablando con William, el arrogante gerente del museo que venía a robarse su preciosa colección, la misma que ella cuidó como a un tesoro propio.
—¡Dijiste que esperarías a después de tu elección como director! —vociferó la mujer con la furia en los ojos.
Michael desvió la azulada mirada, no tenía el temple para verla derrotada.
—Decidimos iniciar el traslado de las cosas, el cierre de tu departamento es inminente.
—¡Ni siquiera ha comenzado el periodo de inscripción, no puedes hacerme esto!
—No se ofertará la licenciatura en historia. Te hemos dado el aviso hace meses —explicó en su dirección, esta vez debía darle frente.
—Sí, pero prometiste esperar a después de las elecciones. —La respiración agitada se evidenciaba a través del escote.
—Lo siento, Emilia. Ya no quiero esperar —dijo Michael al tiempo que miraba aparecer a John frente a él.
Una tensión grande se apoderó de ambos, John intentaba calmar a Emilia, pero ella no podía parar de lamentar el camino que los hombres hacían al subir los preciados tesoros al camión. Las estudiantes se plantaron al frente de su tutora con la misma cara de espanto, lamentaban el hecho de que su trabajo en el castillo terminó sin siquiera un aviso.
—Lo siento, doctora Scott, no pudimos hacer nada —expuso René, cuidando de un candelabro que tenía en la mano.
—Haga el favor de entregar el objeto —demandó William, estirando las manos que portaban guantes de algodón.
La estudiante no tuvo más remedio que darle la pieza y agachar la mirada, estuvo trabajando tanto en aquel candelabro que le dolió verlo partir.
—¡Espero no lo hayan arruinado!
Los ojos de la enfurecida mujer se fueron contra el hombre que solo hacía su trabajo.
—¿Cómo puede creer que haríamos eso? ¡Somos personas capacitadas para tratar estas cosas! —espetó la historiadora en un grito.
—¡Emilia! —intervino Michael.
Sin embargo, ella lo ignoró por completo.
—¡Es el trabajo de mi vida, no hay nadie en esta ciudad que ame y conozca más estas piezas de lo que las conozco yo!
—¡Emilia, basta! —replicó el rubio—. Fue sólo una familia con un título nobiliario que ya no existe.
—¡No fue así! ¡Los Bennett fue la familia impulsora de Shrewsbury! Este castillo es la base de todo.
—¡Emilia, debes calmarte! —gritó Michael.
Para John el fuerte llamado de atención no fue apropiado para una dama como lo era Emilia, estaba fuera de tono, de tacto y sobre todo, venía del mismo Michael.
—No es necesario que le grites —soltó produndizando la mirada en el rubio.
—Tú no te metas...
—Deja ya de suponer que no tengo el derecho de estar aquí, cuando tengo más derecho que cualquiera.
—¿Qué? —cuestionó aquel que no entendía nada.
—John, quiero irme a casa —intervino Emilia, limpiando un par de lágrimas que salían de sus ojos, buscando evitar que la situación se saliera de su control.
El caballero que suspiraba bocanadas de aire, tenía ambas manos hechas puño, había mucho dolor, más de lo que quería aceptar, pero ese día no haría nada que agravara el daño causado a la mujer que reposaba en sus brazos, sería mejor esperar al torneo de esgrima que se realizaría en las próximas cuarenta y ocho horas.
—Vamos —consintió al tiempo que daban un par de pasos hacia atrás.
Michael los miró caminar con recelo, no soportaba la idea de que fuera ese intruso quien gozara de sus antiguos privilegios.
—¡Emilia! —gritó en un acto de desesperación.
Ella sólo volteó creyendo que ya nada de lo que le dijera podría afectarle.
»Pudiste evitarte todo esto —soltó señalando el dedo anular donde tiempo antes ella lucía el anillo de compromiso que el hombre le dio.
Cuan equivocada estaba, porque su interior estaba por derrumbarse.
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