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Capítulo 12: Cortejo

—Emilia, deja ya de comerte esas uñas —recriminó Ruth luego de verla con los ojos puestos sobre la ventana.

—Lo siento, mamá. Ya le marqué a John y a mi papá, pero ninguno de los dos responde al celular. ¿No es tarde ya?

La madre se dejó caer en el sillón y luego subió ambas piernas al sofá.

—¿Tanto lo extrañas?

—¿Qué? —Mostró un ligero sonrojo—. No, no es eso, mamá. Lo que sucede es que... él es... diferente.

—Oh, sí... Estoy completamente de acuerdo, John y Michael no tienen semejanzas —emitió la mujer al tiempo que analizaba el curioso comportamiento de su hija.

—Podemos comenzar con el hecho de que John viene del pasado —siseó Emilia al tiempo que arqueaba una ceja y hablaba con ironía.

—¿Qué dices, hija? —cuestionó la mamá mientras estiraba la mano para recibir un vaso con limonada por parte de Glenda.

—Son distintos, tienes razón.

Asintió y se acomodó en uno de los espacios de la sala. Ruth puso en práctica ese sexto sentido que como madre desarrolló, supo que Emilia, estaba en busca de la validación de sus padres para su noviazgo con John. Así que, se reacomodó sobre el sillón y puso toda su atención en ella.

—Ahora que lo pienso, no miré esos ojitos cuando salías con Michael. Supuse que era parte de tu manera de ser, pero hoy que estabas con John, puedo asegurarte que no fue así.

Emilia casi permitía que su cuerpo manifestara el nerviosismo que su mente demostraba. Un pensamiento llevaba a otro y de pronto ya estaba hablando con su madre sobre su nuevo noviazgo.

—Michael y John son diferentes, es verdad, pero él y yo también lo somos.

—¿Lo dices por la edad? —intervino Glenda, quien también estaba al pendiente de la charla.

—¿No creen que eso nos afecte? —interrogó mordiendo una de sus uñas, igual a alguien que espera una respuesta que posiblemente no desea escuchar.

Sin embargo, Ruth sonrió considerando lo boba que le parecía la pregunta de su hija.

—Emilia, has actuado toda tu vida como una persona de diez años más, adoras las antigüedades, las tradiciones y la galantería. John parece sacado de una película de época, lo que combina perfecto contigo.

La castaña asentía mientras dibujaba un falso semblante despreocupado para su madre, si bien, lo que la mujer decía tenía algo de veracidad, Emilia no pensaba en lo que las distintas edades pudieran perjudicar, sino que se refería al hecho de que su novio venía del pasado, tenía claro que había un abismo entre ellos que no podrían ignorar.

De pronto, los cuestionamientos de Emilia fueron interrumpidos por el alarido de su madre, quien no paraba de mirarse los dedos.

—¡Glenda, píntame las uñas! Mira qué horrible se ha puesto el color rosa —expresó Ruth, mostrando las manos.

La compañera de esta hizo una gran mueca, manifestando toda inconformidad.

—Llamaré a la manicurista para que te las pinte, yo tengo trabajo que hacer, Ruth —respondió y salió de la vista de ambas.

—Entre más vieja, más se queja —dijo la rubia con un puchero en el rostro.

—Pero no puedes vivir sin ella, ¿cierto? —replicó la castaña con una grata carcajada hasta que la puerta de la entrada fue abierta por su padre y John.

Ambos portaban semblantes relajados, lo que le decía a Emilia que no hubo discusiones de ningún tipo. En apariencia, el día fue todo un éxito.

—Lamentamos la tardanza, he entretenido a John más de la cuenta —resolvió el robusto hombre, caminando hacia su esposa.

—¿Qué tal la esgrima? —cuestionó Ruth.

—Perfecto, tu novio no tendrá problemas para ponerse en forma —soltó en dirección a su hija.

—Me da gusto —agregó Emilia luego de un largo suspiro.

—¿Se quedarán a cenar? —preguntó la madre con la esperanza de que su hija aceptara la invitación.

—No, mamá. Tenemos trabajo pendiente.

En realidad, Emilia no pensaba en otra cosa que no fuera la cita que le prometió a John, una mezcla de nerviosismo y emoción emergía de su interior; no obstante, tampoco quería hacérselo saber a sus padres o al mismo John. No debía permitirse terminar herida o lastimarlo, su noviazgo era una simple relación informal de la que planeaba obtener solo felicidad.

—No me molesta acompañar a sus padres a la cena, Emilia —sugirió John con su particular voz serena.

Emilia vaciló, ya que la huida que tenía planeada, no se trataba de asistir a la universidad a trabajar o de ir al departamento para que él comiera su lamentable comida.

—¡Ay, Emilia! Es fin de semana, ¿cómo puedes arrastrar a John a trabajar en sábado? —reclamó Ruth después de agitar ambas manos en el aire como señal de desaprobación.

Al mismo tiempo, un rojo intenso apareció en las mejillas de quien sacudía la cabeza con una tímida curvatura en los labios.

—¡Es que no es exactamente trabajo, mamá! Es más... una cena.

—¿Con un miembro de la mesa directiva? —preguntó Jacob.

—No... es con...

—Creí que tendríamos una cita —interrumpió John con la mirada en su novia.

En el acto, Emilia se reclinó en la pared que estaba a sus espaldas, buscando restablecer su compostura.

—Sí, John y yo iremos a cenar al Georgette —afirmó ruborizada.

—Oh, esa idea me parece excelente. John no te lo ha dicho, pero a partir de mañana sus entrenamientos serán todo el día.

—¿De verdad? —preguntó Emilia y aquel se limitó a asentir con la cabeza.

Minutos más tarde, la reciente pareja de novios salió de la casa de los Scott para dirigirse al restaurante que Emilia señaló con anterioridad. En esa ocasión, era solo ella y John. No estarían sus padres o amigos, únicamente compartirían una mesa en total complicidad.

Emilia se mostraba nerviosa pese a que era mucho el tiempo que pasaba con John a solas, incluso vivían juntos en el departamento y pasaron una noche en la misma recámara. Sin embargo, no se sentía igual desde las últimas veinticuatro horas en las que acabaron involucrados en algo más que una simple amistad. De pronto, John hablaba de matrimonio con los padres de ella y le confesó una especie de enamoramiento. Aquellas palabras estaban borrosas en la cabeza de la historiadora, tomando en cuenta, la cantidad de alcohol que tenía encima esa noche, era por ello que recordar con precisión la declaración del caballero, sería una tarea complicada.

Ya estando en la mesa que les fue otorgada, John fue quien se encargó de ordenar vino y platillos para ambos, haciendo alarde de sus amplios conocimientos. Apenas el camarero se marchó, una plática amistosa inició entre los dos; John se veía relajado, hablando de la esgrima, pero Emilia temía que su propuesta romántica hubiera sido un grave error.

«Es un hombre de más de un siglo, ¿en qué estaba pensando?», se reprochó en la mente. 

«Somos tan diferentes, todo lo que a él le gusta no tiene nada que ver conmigo. Además, es el hermano del Conde y yo una... ¿Plebeya? Son más los problemas que tendremos que la falsa felicidad que estoy buscando encontrar en él»

—¿Emilia? —La nombró John para sacarla de sus propios pensamientos.

La mujer parpadeó un par de veces en su dirección, estaba avergonzada, ya que con toda claridad notó su ausencia durante la cena.

—Lo siento, reflexionaba sobre cosas sin sentido —Se excusó encogiendo los hombros.

—¿Cosas sin sentido la distraen de mis pláticas?

Emilia suspiró hondo, cometía un error tras otro, era uno de los síntomas que John causaba en ella.

—No, claro que no —negó contrariada—. Me refería a... usted tuvo un día agradable con mi padre, pero mi caso fue diferente. Debo confesar que, aunque estaba segura de cancelar mi matrimonio con Michael, jamás creí que hubiera tanto... sentimiento acumulado.

—¿Se refiere a algún tipo de dolor? —cuestionó con recelo.

—Resentimiento, tal vez. Planeé esa boda con toda felicidad y de pronto me veo obligada a anularla. Espero me comprenda.

Sin duda, eran muchas las emociones que fueron puestas sobre la mesa, unas tendían hacia la satisfacción de un naciente romance y otras golpeaban el corazón de los comensales.

—Lo hago, a pesar de que no lo comparto —emitió el caballero de los ojos cafés. 

—¿Por qué? —interrogó Emilia con la atención puesta sobre su acompañante.

—Según entiendo, fue usted quien decidió no desposar a Michael. Entonces, ¿por qué las lamentaciones? Él no la merecía, Emilia—explicó y fijó la oscura mirada que le caracterizaba sobre ella—. Ni siquiera supongo que yo la merezca, somos tan diferentes que mis piernas tiemblan con solo mirarle caminar. 

»Y no hablaré de su inquietante mirada y la fortaleza que hay en cada una de sus palabras.

Un suspiro hondo provino desde el pecho de quien recibía la armonía de la declaración de amor.

—No soy tan diferente a otras, John.

—Lo es para alguien como yo, que estaba acostumbrado a ver a la mujer sumisa, callada, siempre dependiente de un marido que pocas veces amaba. Lo más que yo podía aspirar en mi antigua vida, era un matrimonio cordial con una noble mujer que estuviera siempre a mi lado por obligación, mas no por amor —replicó haciendo movimientos con la cabeza, pese a que era una falta para su educación—. De ninguna manera pudiera haber tenido pláticas tan amenas con una esposa sobre tecnología, ciencia, electricidad, física.

—Sabe que no era su culpa, ¿verdad, John?

—En efecto, nunca las culparía de las tantas prohibiciones que había en su vida. Fue para mí agradable, incluso liberador, haberme encontrado con una mujer como usted. —Sonrió con cierta delicadeza, mientras la admiraba—. Sí, tal vez es como lo ha dicho, todas cuentan con sus propias experiencias y riquezas, aunque le diré que mis ojos no son tan felices como cuando la miran a usted. Mis oídos agradecen su risa, aunque esta sea poco delicada y molesta. ¿Qué puedo yo decirle del añoro de mis manos? No me atrevo siquiera a mencionarlo.

Emilia tragó saliva, estaba absorta en las palabras románticas que John decía sin parar a pensar.

»Emilia, sé que sus sentimientos por mí no están claros, pero permítame seguir con mi cortejo y demostrarle cuánto es que la quiero.

La mujer no tenía el corazón para declinar aquella petición que parecía sacada de un libro romántico. Con qué facilidad, el hermano del Conde lograba encontrar las palabras adecuadas para hacerle saber sus sentimientos a la mujer que eligió para enamorar. Emilia no solo tenía miedos respecto a aquello, sino también deseos por experimentarlo, era tan contraproducente que era un chiste, uno que terminaría con dos corazones rotos posiblemente.

El resto de la cena fue mucho más amena, hasta que la castaña terminó derramando parte del vino en su vestido blanco. El rostro ruborizado evidenciaba la vergüenza que sentía, más que una dama, figuró como una niña jugando a tener citas. 

John únicamente sonrió y le ofreció su servilla para que ella limpiara parte de la mancha que innegablemente permanecería ahí.

—Es curioso cómo siempre termina usando mis servilletas —bufó el hombre con una sonrisa grande que le enmarcaba el rostro.

Emilia rio estruendosamente ante la gracia de su desastre.

—Creo que no tengo remedio.

—Agradezco que sea solo vino esta vez y no algunas lágrimas.

Era un caballero, uno real y ni ella o alguien más podría ponerlo en duda.

Salieron del restaurante y decidieron caminar por un parque que tenían de frente. De nueva cuenta, John ofreció su brazo para su acompañante, aunque Emilia esta vez no lo quiso aceptar. Seguía tan feliz que decidió dejar toda formalidad y tomar la mano de John, tal cual lo hiciera una pareja de enamorados del actual siglo.

Aquel miró ambas manos entrelazadas, piel rozando con piel, sintiendo algo de ese calor que ambos cuerpos emanaban. Ella era cálida y él podía notarlo gracias a la falta de guantes, esos que detestaba usar todo el tiempo. 

Se trataba de un gesto poético que iba más allá de la ruptura de las estrictas reglas de cortejo que conocía. Sin embargo, ¿qué debía hacer, si nada en esa relación era natural? Optó por sacar el pecho y caminar al lado de la dama, mientras que ella hablaba sin limitaciones sobre el arte que existía en el castillo. 

Ni siquiera él o su hermano, amaron más ese castillo que la propia Emilia. Era por ello, que le daba gran tristeza el solo pensar, que ella podía perder su trabajo, ahora tenía mayores razones para no permitirlo, aunque ¿cómo lo lograría cuando sus planes no avanzaban? ¿Acaso debía hablarle a Emilia con la verdad? No, él no quería perderla. No daría paso a sus secretos.

Después de cierto momento, Emilia sacó a John de sus pensamientos con una serie de preguntas que él ignoraba.

—¿John?

Este volvió discrepando entre intentar salvar la conversación o pedir disculpas por su falta de entendimiento.

—Oh, lo siento, madame. Es que yo...

La mujer soltó un suspiro y luego detuvo sus pasos.

—Ya sean del siglo XXI o del siglo XIX, ustedes suelen ignorarnos —reclamó.

—¡No, lo siento! ¡No fue así! Estaba siendo hipnotizado por el sonido de su voz —aseguró con rapidez. 

—John, no diga tonterías que no soy una jovencita. Es mejor ser sincero —solicitó entre risillas—. Mis pláticas le aburrieron.

Soltó el aire sin perder el porte, su novia lo había atrapado.

—El arte nunca fue lo mío, Emilia.

—¿No pensaba en otra cosa que no fuera la energía eléctrica?

—Por supuesto, estaba la esgrima, la cacería, los eventos sociales que detestaba, mis labores como Lord, etc.

—¿Mujeres? —interceptó la castaña.

El hombre tosió tan fuerte que la sangre se le vino a la cabeza. No creía que Emilia se atreviera a preguntar por semejante acto.

—¡Yo no me casé nunca...!

—Pero estuvo con mujeres —interrumpió ella—. O al menos conoció a algunas.

—Señorita Emilia... esos son temas delicados que no debo hablar con usted —replicó el caballero que lucía exasperado. 

—¿Por qué no? ¿Tenía sentimientos por una mujer, John? —inquirió Emilia, ignorando la incomodidad del otro. 

Él arrugó la frente, entendiendo que no se detendría y seguiría haciendo todo tipo de preguntas inadecuadas.

—Un hombre siempre tiene necesidades. En efecto, conocí a algunas mujeres.

Ella no tenía la más mínima intención de que la entrevista terminara con esa información, estaba decidida a indagar todavía más sobre la vida del viajero del tiempo.

—¿Todas eran de burdel o tuvo una relación con alguna dama de sociedad? —interrogó con toda normalidad.

El caballero hizo grandes los ojos y meneó la cabeza, estaba más que avergonzado por la enorme falta de modales de Emilia.

—¿Es necesario que le responda?

—Necesito que exista cierta confianza entre nosotros, cosas más íntimas —declaró de lo más tranquila.

—¿Intimas? Eso sucede luego del matrimonio. Además, no entiendo a qué tipo de intimidad se refiere.

—A la normal entre una pareja actual, como por ejemplo, el número de novios y novias previos, el tipo de ropa interior que usamos, las cosas que hacemos cuando nadie nos ve, los días en los que tengo mi periodo.

John caminó varios pasos alejados de la mujer, ella de verdad estaba luchando por sacarlo de sus cávales.

—¡Esto es absurdo! —emitió en un alarido.

—¡John! ¡No es para tanto! —respondió ella en un grito para tranquilizarlo. 

—Me ha hablado de los asuntos femeninos que no deben ser mencionados frente a un caballero. ¡Es impropio, Emilia! —siseó con miedo a que alguien más los escuchara.

—¡Oh, John! Ni siquiera le veo el problema, incluso usted ha visto mis toallas femeninas cuando entra al baño —explicó asegurándose de que no hubiera más personas a su alrededor.

—¿Qué cosa? —cuestionó con una ceja arqueada.

—La bolsa rosa que está en el primer cajón, usted anduvo husmeando. Lo sé porque lo vi hecho un desastre, pero eso no importa, ya que eres igual a un niño explorando el mundo. Tuviste en tus manos una toalla femenina, yo las uso para retener el sangrado, debo colocarlas en mis bragas —explicó con una satisfactoria sonrisa. 

—¡Santo Dios! Creí que era una especie de vendaje —declaró John con las manos sobre su cabeza y un notorio rubor en la cara. 

Emilia rio a carcajadas, esas que eran poco delicadas y educadas según el caballero. Contagiado por su pareja, él también comenzó a reír con el deseo nulo de detenerse, en dicho momento, nació una complicidad sin que lo notaran. Enseguida, ambos recuperaron el aliento y Emilia reclinó su cabeza en el pecho de John. Un íntimo espacio que parecía ser un nuevo hogar.

—Sí, conocí a varias mujeres que trabajaban en un burdel, pero también tuve una penosa relación con una mujer que cortejé por varios meses —confesó el viajero del tiempo, mientras mantenía el contacto físico que Emilia propició.

—¿Penosa? ¿Por qué? —cuestionó, observándolo.

—Ella nunca aceptó casarse conmigo. Prefirió al Conde.

La castaña se puso helada de pronto, sí existió una rivalidad grande entre los dos hermanos, gemelos, atractivos, educados, ricos, con títulos y aun así la rivalidad era innegable.

Sintió pena por John porque parecía haberle dolido el distanciamiento que tenía con su hermano gemelo, tal vez era por ello, que se negaba a aceptar la dichosa enemistad que ella mencionó después de haber leído los diarios.

Un fuerte relámpago rompió la tensión y anunció la lluvia que venía hacia ellos, Emilia volvió el rostro hacia el cielo para percatarse de las nubes que estaban sobre sus cabezas.

—Vamos —dijo.

Tomó fuerte la mano de John y se echaron a correr bajo el agua. La mujer tropezó dos veces, pero él la ayudaba a recomponerse y seguir el camino. Finalmente, lograron protegerse al pie de las escaleras del restaurante donde cenaron antes. Ambos esperaban el auto, empapados por completo, John quiso colocar su saco sobre los hombros de Emilia, pero era inútil, era igual que agregarle una mayor cantidad de agua al cuerpo. Luego sacó de su bolsillo una servilleta y ella se echó a reír.

—Lo siento, sigo sin encontrar pañuelos —dijo paseándolo por el rostro de Emilia.

La joven lo miró directo a los ojos, era un caballero en todo momento, incluso cuando no tenía las herramientas para serlo. No pudo evitarlo, se fundió en sus ojos, dio dos pasos hacia su cuerpo, se puso en punta y unió sus mojados labios a los de él. Lord Benett permaneció estático, no tenía idea de lo que debía hacer, estaban en una zona pública, mojados y muy cerca uno del otro. Aun así, terminó sucumbiendo al calor de su amada y respondió a ese beso robado que le daría alas.  

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