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Capítulo 11: Estocada fatal


Los rayos del sol burlaban las traslúcidas cortinas de la ventana, para iluminar la antigua recámara de Emilia. Pasaron ocho horas desde que se permitió soñar con las dulces palabras que su anticuado caballero declaró para ella la noche anterior. No quería levantarse y darse cuenta de que todo fue un acto desesperado de su cabeza, una simple quimera con la fuerza necesaria para ruborizarle las mejillas. Después de notar cierta tranquilidad, abrió los ojos en busca de aquel que decidió pasar la noche en el piso de la habitación, justo a un costado de la cama donde la pudiera ver mientras dormía.

Emilia dejó pasar la fugaz idea que tuvo sobre un descanso junto al John, uno donde sintiera su calor corporal y la respiración profunda. El solo pensarlo le producía cobijo, ternura y felicidad. La intención ya no le resultaba extraña, dejó de ser así en el momento que ella le pidió iniciar una especie de noviazgo.

Una nueva sonrisa apareció en su rostro y entonces lo supo, John no le era tan indiferente como siempre creyó. Enseguida se sentó sobre la cama, contemplando su alrededor, pero él ya no estaba, ni sus zapatos o su peculiar aroma. La desilusión la hizo ponerse de pie. 

Esa noche, a pesar del nerviosismo por haber tenido a John tan cerca de ella, logró dormir igual que un anciano, casi como aquellos días donde gozaba de enorme felicidad. Después de estirar las vértebras de su espalda, recordó el plan de sus padres, ella iría con su madre a cancelar los proveedores de su boda y John pasaría el día con Jacob. 

Un ligero puchero apareció en su rostro, hubiera preferido dedicarle el mayor tiempo posible a su actual novio a fin de conocerlo mejor. Imaginó que aún podía librarse de sus padres y se apresuró a salir a su encuentro; no obstante, sabía que para John era incómodo verla en pequeños pijamas, así que regresó para ponerse ropa más presentable.

Luego de varios minutos, llegó a la cocina donde escuchaba las risas de su madre, mezcladas con la característica voz de John.

La escandalosa mujer pegó un grito en cuanto Emilia apareció.

—¡Mira, hija! Tu padre y John son de la misma talla —resolvió la mujer que tenía una taza de café en las manos.

John se puso de pie, apenas la miró entrar. Usaba una camisa verde algo holgada y un pantalón oscuro de tela blanda. Un pequeño vuelco en su interior estaba por explotar. La castaña puso los ojos sobre él, saludó con la cabeza y recuperó el aliento que el caballero le quitó.

—Mamá, pudimos ir por ropa a mi departamento, no era necesario que...

—¡Tonterías, Emilia! Tu padre ha subido de peso y esa ropa no le queda más.

La castaña terminó por ceder y caminó a un costado de John para tomar asiento junto a él. El hombre acercó la silla de Emilia y de inmediato regresó a su lugar. Por otra parte, la madre los miraba maravillada, seguía fascinada por los encantadores modales del novio de su hija.

—Es un espécimen extraño, John.

—¿Disculpe? —cuestionó el hombre.

—Me refiero a que su notable caballerosidad, está casi extinta.

El aludido asintió para todos con orgullo, puesto que su propiedad era un signo de sus ideales.

—Me temo que esa es la educación que recibí, Madame.

—Sus padres hicieron un excelente trabajo.

—Hay quienes piensan que son excesivos —dijo en dirección a la castaña.

Emilia hizo una mueca de sentencia a sabiendas de que la recriminación iba sobre ella.

—John, lamento eso, no debí pedirte que cambiaras tu manera de ser —agregó colocando su mano sobre la de él.

Ruth entrecerró los ojos, no sentía que hubiera entre ellos una relación de dos personas que vivían juntas.

—No se contengan por mí, dense todo ese amor que tienen reservado. Todavía recuerdo cuando tu padre y yo recién comenzamos nuestro noviazgo, era como si nuestras manos tuvieran un imán que daban en nuestros cuerpos.

—¡Mamá! —reprendió Emilia.

—¡Ay, Emilia! De verdad creías que...

—Buenos días, familia. John, ¿estás listo? ¿O prefieres pasar el día cancelando flores y banquetes? —comentó Jacob en su ingreso a la cocina.

John asintió de inmediato, sobre todo, agradecía la interrupción de la charla poco delicada de Emilia y su madre. Sin embargo, no se iría sin antes resolver algunas de sus nacientes dudas.

—¿Antes podría hablar con Emilia a solas? —preguntó el hombre en dirección al padre.

—Por supuesto, están en su casa —reafirmó este, abriéndoles el paso. 

—Debe querer despedirse, cariño. Ellos parecen tímidos —aseguró la Ruth.

Jacob se encogió de hombros y dejó pasar aquel comentario que no entendía. Al mismo tiempo, Emilia y John salían de la cocina para internarse en el despacho de la casa de los Scott.

La joven no estaba extrañada por la petición de John, más bien, la consideró normal luego de que creyera, que estaba siendo arrastrado por sus padres. Debía sentirse bastante incómodo, aunque, fuera de eso, él se lo buscó con su insistencia por ir con ellos a hablarles de su naciente relación.

—¿Qué sucede? —preguntó fingiendo que no tenía un dolor de cabeza por las bebidas que consumió una noche antes.

El hombre la miró con profundidad, estaba claro que requería una respuesta real y no una mentira que no le hiriera el corazón.

—¿Por qué no me dijiste que tu boda con Michael seguía en pie?

Emilia abrió grandes los ojos, creyó haber escuchado mal, pero tomando en cuenta la seriedad de John, eso no parecía ser así.

—De ninguna manera esa boda seguía en pie.

—En lo que a mí respecta, sí. Sobre todo, si tomamos en cuenta que no le informaste a nadie sobre tu nueva decisión.

La mente de la castaña comenzó a divagar, había estado diciéndole a todos que no se casaría, aunque no hizo ni una sola cancelación, incluso las citas para ajustar su vestido de novia seguían confirmadas, ni siquiera los invitados fueron notificados. Todos estaban en lo cierto: John, sus padres y también Michael; por más que ella lo detestara, su compromiso con el exnovio seguía programado.

—No cancelé nada porque... yo.

John tomó las manos de Emilia después de ver su penosa reacción.

—No requiero explicaciones, pero necesito saber que esta extraña y repentina relación significa algo para ti.

La mente de Emilia fue sacudida abruptamente, queriendo entender lo que sucedía. La mirada oscura de John, lejos de parecerle intimidante, era un grito de súplica, solicitando no terminar herido.

—John, disfruta el día con mi padre, yo iré con mi mamá a cancelarlo todo, pero por la noche tú y yo tendremos una cita, la primera como una pareja real.

El hombre sonrió con delicadeza, después de las consoladoras palabras de su ahora novia, luego tomó la mano de la misma y depositó un beso. Emilia, por su parte, esperaba que este se olvidara de toda propiedad y se lanzara sobre sus labios. Lo deseaba desde hace tiempo, pese a lo mucho que lo negó.

—John...

—Dime —respondió el hombre antes de salir del despacho.

—Que tenga un excelente día, cualquier cosa puede llamarme al celular como le enseñé.

El caballero asintió y prosiguió con su camino. 

Horas después, Jacob y John entraban a un enorme gimnasio, donde había una vasta cantidad de hombres y mujeres sacudiendo sus sables, espadas y floretes. La gran mayoría preparándose para el importante evento que era el campeonato de esgrima de Shrewsbury. Llegaron a la sala de inscripción, recibidos por una mujer alta con cara alargada y cabellera oscura, quien se paró frente a ellos con el objetivo de atenderlos.

—Jacob, que placer tenerlo por acá, ¿cómo puedo ayudarle? —saludó.

—El placer es mío, madame Caroline. Usted sabe cuánto extraño este lugar.

—Imagino que sí —aseguró la mujer congeniando con la idea.

—Aunque, he de decir que en esta ocasión no he venido a observar los entrenamientos, sino a traer al nuevo novio de Emilia. Quiere entrenar aquí.

La mujer abrió la boca, mientras inspeccionaba al hombre que tenía frente a ella. 

«Alto, un tanto robusto, pero con porte... Un posible atleta»

—Me parece conocido de algún lugar —comentó la de acento francés. 

—Posiblemente, nació aquí, pero vivió en Estados Unidos, ¿cierto, John?

John asintió algo incómodo, puesto que la francesa no le quitaba los ojos de encima.

—¿Tiene experiencia en la esgrima?

—¿Disculpe? —cuestionó John con un tono de arrogancia. Le molestaba que siquiera pensaran que era un simple novato en el arte de las armas—. Tengo la experiencia suficiente, madame.

—Bueno... es que, con su complexión y edad, uno podría pensar que... no es así —soltó con alevosía—. Perdone mi indiscreción. Dígame, ¿en qué categoría quisiera entrar?

John arrugó la frente, levantó el mentón y luego desvió los ojos en dirección de Jacob.

—¿En qué categoría está Michael?

—Sable.

—Entonces, que sea esa.

La rivalidad entre Michael y John se volvió evidente para Jacob en aquel momento, dicha situación estaba destinada a empeorar luego de que el excatedrático solicitara un puesto de trabajo para John en la universidad de Shrewsbury, cosa que no le gustaría en absoluto al exprometido de su hija.

Minutos más tarde, John y Jacob fueron guiados por Madame Caroline hasta el área destinada para los expertos en sable. La mujer seguía escéptica de que el nuevo pudiera estar a la altura de los entrenadores de ese nivel; no obstante, no le negaría la oportunidad de demostrarlo, sobre todo, siendo este apadrinado por Jacob.

En aquel lugar, se escucharon los gritos enaltecidos que un hombre daba, aparentemente diestro en la esgrima, el resto le miraba con total admiración, a sus ojos toda una maravilla. John levantó una ceja y meneó la cara, nada de lo que veía le parecía intimidante. Eran simples movimientos muy poco pulidos desde su punto de vista.

El combate finalizó con la clara victoria del esgrimista al que todos aclamaban, este agradeció a su oponente estrechando la mano y enseguida se giró para retirar la careta frente al resto de los tiradores. Jacob sonrió de inmediato, al tiempo que el resto aplaudía. 

Por otro lado, John dibujó una expresión de desagrado. De nuevo era Michael Miller, quien aparecía en su vida.

El victorioso esgrimista notó la presencia de los visitantes y no perdió la oportunidad de ir a confabularse con el viejo que quería como suegro.

—Jacob, qué agradable visita —dijo Michael con esa sonrisa cínica que John reconocía con toda facilidad. 

«Digna de un tipo como él», pensó John.

—Thomson —agregó el rubio, extendiendo la mano para saludar.

John la estrechó, estaba dispuesto a jugar del mismo modo que lo hacía su rival. No le molestaba de ninguna manera, tenía toda una vida de práctica fingiendo con gracia.

—Hemos venido a inscribir a John. Participará en el torneo y en la misma categoría que tú —informó Jacob.

—Agradable sorpresa —expresó Michael con el recelo claramente expuesto en los ojos, puesto que nunca creyó que la amenaza de su exnovia se volviera una realidad—. Imagino que Emilia y Ruth también están por aquí.

—¿Qué? Oh, no. Ellas salieron a cancelar el banquete de su... boda. Por hoy solo seremos John y yo.

Michael se sintió herido luego de haber escuchado la palabra cancelación. Por raro que pareciera, estaba seguro de que Emilia terminaría aceptando el matrimonio y que por eso no se había deshecho de nada. No obstante, ella golpeó duro: vivía con John, lo llevó con sus padres y canceló los proveedores. 

Michael contempló su vida a través de sus ojos. No tenía deseos de permitir que Emilia se le fuera de las manos, no así, bajo las circunstancias en las que sucedió todo. Él debía ser la víctima en aquel rompimiento, no ella.

—John, ¿por qué no vienes conmigo? Puedo presentarte a tu entrenador —dijo Michael, atravesándolo con la mirada.

Jacob mostró un gesto de alivio. No quería que existiera una enemistad entre ellos dos por culpa de su hija.

—Sí, ve John —consintió.

John asintió, siguiendo el juego de Michael. Ambos caminaron para alejarse de Jacob, llegaron hasta un espacio donde quedaron a solas, Michael aprovechó para quitarse la máscara de buen perdedor.

—¿Qué buscas en realidad? ¿Dinero? ¿Un puesto?

El viajero del tiempo frunció el ceño, su enemigo dejó salir su desespero.

—Nada de eso. Emilia fue bastante clara contigo cuando fuiste al castillo a insultarnos. Yo exijo una satisfacción y parece ser que la única manera de hacerlo es a través de este torneo.

—¿Así que crees que puedes vencerme? —cuestionó el rubio con la saña sobre él.

—No lo creo, estoy seguro, pero para serte sincero, el torneo no me importa. Lo único que deseo es revelar tu verdadero rostro ante todos.

—¿De qué hablas?

—Eres un tipo con doble cara, falso, egoísta, soberbio; siempre pensando en ti y en nadie más —soltó con desprecio, sin doblegarse o sentirse menos. 

Michael hizo un leve movimiento de cabeza, no le retiró la mirada a su amenazador.

—Ahora estás al tanto de los chismes, me extraña de un caballero como John Thomson —ironizó señalándolo de los pies a la cabeza. 

—Puedes pensar lo que quieras, le pedirás perdón a Emilia por haberle faltado el respeto y dejarás de existir en su vida luego de nuestro encuentro.

—¡Tú no tienes ningún derecho de recriminarme! —reclamó ya saliendo de sus cabales.

—¡Los tengo! Tengo los derechos, Emilia es mi novia ahora y no te permito faltas de ningún tipo para con ella, ¿lo comprendes?

Michael enmudeció, frunció el ceño y apretó fuerte tanto labios como puños. ¿Cómo fue que sucedió? ¿Cómo fue que terminó siendo reemplazado por ese desconocido?

—Mientes...

—Ahí está Jacob, anoche dio su consentimiento para que yo iniciara mi cortejo, puedes preguntarle —respondió con total orgullo al tiempo que se alejaba de él, dejando al rubio hirviendo en su cólera.

Minutos más tarde, cuando John estaba listo para su primera evaluación, la pista se liberó para que mostrara sus aptitudes en la esgrima. Fernando era el mejor entrenador de la región, un cauteloso hombre decidido a dar lo mejor de sí mismo con cada entrenamiento. Sin embargo, cuando le hablaron de John, imaginó que este no tendría lo necesario para un campeonato tan cercano como era el próximo de Shrewsbury.

—Bien, John. Para comenzar, le pondré un oponente de score decente. No lo pondré a pelear en su evaluación con el campeón, ¿verdad? —bufó con el silbato colgando de su cuello.

Con toda elegancia, el aludido arqueó una ceja y dibujó una falsa sonrisa en la cara mientras dirigía una oscura mirada a Michael, quien permanecía dispuesto a observar cada movimiento del pequeño duelo.

Ambos hombres colocaron caretas, se saludaron y el combate inició, no pasaron más de unos cuantos segundos cuando John ya había sido tocado, por lo que el marcador se movió en su contra. Michael sonrió de inmediato, John se decía tirador y apenas si entendía lo que pasaba a su alrededor. No obstante, recién comenzaba a entender cómo funcionaba el actualizado deporte, si bien, había protección en su época, no era tanta como en la actualidad, era obvia la incomodidad que sentía por el novedoso equipo lleno de tecnología. A pesar de ello, debía mostrar su talento y disciplina en un duelo, sabía que ese era el momento oportuno para sembrar el miedo en contra de sus adversarios y no lo dejaría pasar.

Se plantó firme sobre el piso, se colocó en posición de ataque y esperó la nueva indicación que le decía que era libre de atacar. Apenas escuchó el silbato, este inició de inmediato, su oponente ni siquiera lo vio venir cuando ya un punto en su contra le fue cuantificado.

El hermano del Conde sonrió detrás de la careta para sí mismo, lo comprendió, adoptó la misma posición de guardia y esperó el reinició. El sable fue de arriba abajo con inmediatos movimientos y suma rapidez, John hizo una marcha que iba hacia la ofensiva, el esgrimista que estaba del otro lado del sable, no pudo, sino protegerse intentando todo tipo de paradas que le fueron en vano. En esta ocasión, era John quien guiaba el encuentro, por lo que este no logró cubrirse a tiempo y fue punzado de nuevo.

El joven esgrimista fue afectado de tal manera, que la concentración se le estaba yendo de las manos. Después de seis minutos, John alcanzó los quince toques que necesitaba para vencer a su oponente. 

Los ojos de todos estaban abiertos sin lograr explicar lo que recién vieron. Era grande, fuerte, casi tosco, pero sumamente veloz. Vencería con facilidad casi a cualquier tirador.

Saludó al pobre con el que se batió en duelo, deslizó la careta y ahí estaba, la misma imagen de la arrogancia apoderándose de sí mismo.

—Supongo que estoy calificado para este nivel —dijo soberbio.

Fernando tartamudeó un par de consonantes y finalmente articuló.

—Sí... Claro... John. Hay algunos detalles que le debo corregir, nada importante —emitió aún sorprendido—. Nos veremos en horario completo a partir del lunes.

—¿Horario completo? —cuestionó sin comprenderlo.

—De ocho a ocho, señor. Solo así estará listo para el torneo. 

John asintió sin tener la menor idea de qué era lo que le debían «corregir». 

»John, ¿en qué academia aprendió todo lo que  sabe? —Se atrevió a preguntar de nuevo.

El hombre evidenció su enaltecida personalidad, esa que tenía reservada para los escasos momentos en los que debía lucirse ante la sociedad; sin embargo, era obvio que no debía decir que sus aptitudes en las armas las aprendió en Francia con uno de los grandes maestros de la esgrima. Además, un par de semanas antes de su viaje hacia el futuro, todavía practicaba el deporte en el jardín de su castillo. Su mismo hermano era regularmente su oponente, donde pocas veces el Conde le vencía a diferencia de la equitación que favorecía a su gemelo.

—Mi padre, me entrenó en casa. No tuve la ventajosa educación de una academia —respondió con naturalidad, mientras saboreaba el perplejo rostro de Fernando.

—Vaya educación que un padre le da a su hijo —dijo y sonrió confabulado.

Enseguida, el resto volvió a sus labores sin ocultar el asombro por el último duelo. Por otro lado, Michael estaba enfurecido por aquello que sus ojos vieron. No, no quería perder contra John, seguía negado a que eso ocurriera luego de que este llegara a Shrewsbury a quitarle todo: Emilia, los Scott y ese campeonato eran de él. Pasó tiempo luchando por alcanzar sus metas como para que un desconocido se interpusiera en su camino.

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