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Capítulo 10: En desventaja

Se podía ver el surgimiento de un tumulto de sentimientos que demandaban salir al exterior: nervios, miedos y confusión, convertían a Emilia en presa de su propia propuesta. Derribada sobre el piso de su oficina, aguardaba por una respuesta que no emitían los labios del caballero, cuyo rostro era el de perplejidad.

El silencio de John le hacía creer a Emilia que no debió haber hecho la pregunta. La mente le gritaba que dijera algo, pero los sonidos se negaban a salir de la boca, eran solo las miradas de ambos las que se comunicaban en un delirio por aceptar lo que recién sucedió.

John despegó los labios con la idea de dar respuesta; sin embargo, un fuerte trueno proveniente del cielo, provocó que desviaran la atención en dirección de las ventanas. De inmediato, la lluvia comenzó a caer y el característico golpeteo de las gotas de agua sacudieron la oficina.

El infortunio despertó con Emilia aquel día y este se negaba a dejarla ir.

—¿No dirá nada? —preguntó la historiadora luego del largo silencio.

El rostro del hombre, lejos de volver a la normalidad, lucía igual de confundido que momentos antes.

—Señorita Scott, hace apenas unas horas le hablé de mis intenciones por casarme con usted y me rechazó.

Emilia tragó saliva y negó con la cabeza, la palabra matrimonio debía ser sacada del diccionario.

—No, yo no hablo de matrimonio... Quiero un simple noviazgo.

—Pero, es que, antes que cualquier cosa, yo debo hablarle sobre...

—¡Discúlpeme, John! —interrumpió apenada—. Prácticamente lo estoy presionando para aceptarme. Esto es absurdo.

—¡No! No, es eso. Lo que sucede es que... Me ha sorprendido su idea —soltó al tiempo que miraba el rubor naciente en las mejillas de Emilia, luego acercó su mano al rostro de ella con la idea de levantar el mentón, así le miraría directo a los ojos cafés que tanto apreciaba—. ¿Esta repentina propuesta solucionará en algo la imagen que tienen todos sobre nosotros?

La historiadora dispuso una mirada para él. Era una buena persona, muy diferente a ella en edad, cultura y educación; sin embargo, no podía negarse que él seguía siendo un hombre y ella una mujer.

—Sí, todos lo verán como una relación más natural y dejarán de creer que soy una tonta.

—¿Por qué piensan eso? —preguntó soltándole el rostro.

—No debe preocuparle, no es algo que tenga que ver con usted. Se trata de mi debilidad para siempre aceptar lo que me piden que haga —aseguró la castaña más relajada. 

—Jamás la consideraría débil, Emilia —expresó ayudándola a ponerse de pie.

El caballero que estaba frente a ella, era amable en casi todo momento, incluso después de la extraña pregunta que ella le hizo y de la manera en la que lo comprometió a participar en el torneo de esgrima.

—Es porque es un caballero, pero será mejor que se olvide de la propuesta. No debí siquiera pensarlo.

John hizo grandes los ojos, no estaba dispuesto a quedar como un hombre que se acobardaba bajo los sentimientos de una mujer tan liberal como lo era Emilia; aunque la realidad era que él también quería hacerlo. Esa era una oportunidad que no dejaría pasar.

—Acepto, aunque me sentiría más cómodo si fuera yo quien lo propusiera —resolvió al tiempo que tomaba con delicadeza una mano de Emilia y se inclinaba levemente frente a ella—. Sería para mí un honor que me permitiera un cortejo. Eso que usted llama noviazgo.

Emilia sonrió ruborizada por la acción, era como en el siglo XIX, pese a la extraña situación en la que estaban atrapados.

—Yo también lo acepto —respondió sin retirarle la mirada.

John parecía querer un tipo de relación que no involucrara acercamiento físico, era evidente que eso estaba fuera de sus planes. Emilia lo sabía y consentía un noviazgo más a lo acostumbrado a la época de su nuevo novio, que a las tradiciones del siglo XXI.

—¡Oh, John! Ahora tenemos que hablar sobre el torneo de esgrima —emitió desviando el tema de la relación.

John negó con la cabeza mientras se recomponía de sus intenciones por abrazar a la castaña, puesto que ella se alejó un poco sin que pareciera evidente.

—No sé qué tan diferente sea al siglo XIX, pero debo presumir que simplemente era el mejor.

Había arrogancia en cada una de sus expresiones, era ese su comportamiento natural.

—Eso me tranquiliza, aunque, de igual modo, iremos hoy mismo a una academia de esgrima para que usted logre actualizarse y prepararse para la competencia.

El caballero se negó una vez más, haciéndolo esta vez frente a ella.

—Antes hablaré con sus padres.

—¿Por qué? —cuestionó la castaña con el ceño fruncido. 

—Necesito la aprobación de ellos antes de iniciar mi cortejo —declaró satisfecho con la idea y ambas manos entrelazadas por detrás. 

—John, ya hemos hablado sobre esto. Mis padres no tienen que enterarse de todo lo que sucede en mi vida.

—No cambiaré mi postura, señorita Scott, si en verdad me quiere como su novio, me permitirá hablar con ellos.

La mujer rio con gentileza y luego lo disimuló mordiendo uno de sus labios. Así no lo haría enojar.

—Emilia, ahora debe llamarme Emilia. Puede hacer un esfuerzo, al menos en eso —declaró satisfecha. 

—Lo intentaré.

Después de varios minutos, la castaña comenzaba a sentir una severa preocupación por el supuesto noviazgo que recién comenzó con John. En realidad, ella quería pensar que se trataba más de un juego que de algo serio; no obstante, la sonrisa de su nueva pareja le decía que no compartía su misma ideología, sino que, muy por el contrario, había dejado claras sus intenciones por formalizarlo en presencia de sus padres. El hombre estaba feliz después de la extraña e inesperada petición de la mujer, aun cuando fueran mayores las razones que los separaban a las que los unían.

A su salida del castillo, Emilia tomó el brazo que John le ofreció, era más un gesto amistoso que romántico a los ojos de la propia historiadora. En su trayecto al automóvil, ella percibió las miradas de sus compañeros de labores, incluyendo las de Fausto y Wendy, quienes minutos más tarde, la bombardearon con preguntas de todo tipo. Emilia se limitó a confirmar algunas cosas sin dar mayores detalles, eso lo haría después, cuando los viera en persona, por el momento, era necesario llevar a John a la academia de esgrima, si quería verlo vencer en el torneo que se celebraría el próximo mes.

Sin embargo, John insistió en la visita que le debía a los padres de Emilia, se negó rotundamente antes de aceptar ir a cualquier otro lugar que no fuera la casa de la familia Scott. 

Finalmente, y luego de un par de discusiones, Emilia no tuvo más remedio que llevarlo a donde sus padres, así este podría enfocarse en el resto de la situación que comenzaba a sobrepasarlos a ambos, pese a que John parecía mucho más relajado de lo que lo había estado antes.

Apenas cruzaron la puerta de la residencia Scott, Emilia le pidió a Glenda un vaso de buen whisky para ella y otro para John, sospechó que ambos lo necesitarían. Glenda, la mujer de la limpieza de la casa, no hizo, sino sonreírle a la castaña y aceptar su extraña petición. Beber no era costumbre de Emilia, pero entendía que un momento melodramático para Ruth estaba por iniciar.

—Lo necesitas para la puesta en escena, ¿cierto? —dijo la mujer al tiempo que les entregaba las bebidas.

—Sabes cómo es mamá —asintió Emilia tomando parte de la bebida.

—Oh, no es necesario que le hagas caso a tus padres, este hombre parece bueno y es muy guapo —soltó Glenda congraciada con la característica caballerosidad de John.

—Emilia, hija. Ya era tiempo de que te dignaras a aparecer —reclamó la madre apareciendo frente a todos.

Emilia rodó los ojos y suspiró hondo, sería una larga tarde para ella.

—Mamá, no exageres. Vengo siempre que puedo.

—¿Es por eso que me entero de tus noviazgos por terceros? —cuestionó la madre acercandose a ambos.

—Es que las cosas se dieron de repente —se excusó la hija. 

John negó con la cabeza, seguía de pie frente a la madre de Emilia.

—John, querido. Es un gusto para mí saludarte de nuevo, salvo por la penosa circunstancia en la que ahora estamos envueltos.

John tomó la mano de Ruth, depositó un beso en el dorso con cierta elegancia y luego regresó a su recta postura.

—Es aún más vergonzoso para mí, señora Scott. Es debido a esto que requiero hablar con su esposo.

—Él vendrá en un instante, recibió una llamada de Michael.

—¿De Michael? —cuestionó Emilia con la mirada en su madre.

—Bueno, hija. Michael era prácticamente de la familia. Supongo que, sus asuntos tendrá con tu papá, sobre todo ahora que has decidido retirarle tu apoyo durante las elecciones del nuevo director.

—Deja eso ya de lado, Ruth. Abrumarás a John —emitió Jacob apareciendo en la sala.

Los ojos de John volvieron a donde Emilia, ella se limitó a encogerse de hombros y a hacer un gesto de advertencia, luego volvió a su bebida, decidida a permanecer callada.

—¿Qué tal se encuentra, John? —saludó el hombre y luego colocó un beso en la frente de su hija.

—Para ser sincero, estoy apenado después de la escandalosa situación en la que su hija y yo terminamos —respondió después de entrelazar la mano con la del padre de Emilia.

—Ya veo, bueno... Al menos Emilia pudo ser sincera el día de la cena de beneficencia y presentarlo como lo que usted era.

—Es que en ese entonces no éramos novios, papá. Eso surgió apenas hoy —interceptó la joven que se escondía tras de John. 

—¿Hoy? Pero ese día parecían una pareja —interrogó Ruth, quien parecía no entender nada. 

—Mujer, los jóvenes de ahora primero pasan tiempo juntos antes de formalizar algo —interrumpió Jacob.

—Es esa la razón de mi visita, señores Scott. Quiero formalizar mi relación con Emilia —informó John con toda seguridad.

—¿Matrimonio? —preguntó la madre con cierto aire de felicidad en la voz.

En el acto, la mujer que estaba sentada junto a él, prácticamente regresó parte de la bebida que tenía en su boca. Las miradas de todos se volvieron a Emilia y ella no pudo más que responder con una leve sonrisa que mostraba apenada.

—Lo siento, es que John no habla de matrimonio, mamá.

—En realidad, era eso a lo que me refería —confirmó el hombre con la mirada puesta sobre ella. 

Emilia se reacomodó en el sillón, llevó una mano a la frente y enseguida volvió la vista a donde sus padres aguardaban por una respuesta.

—¿Podemos hablar de eso después?

—Emilia, tienes 34 años y John... ¿Cuál es su edad? 

—¡Mamá! —espetó Emilia avergonzada por completo.

—¿Por qué no puedo saber la edad de mi futuro yerno? —inquirió la de ojos azules y cabello rubio.

—45 años, Ruth —soltó John y ambos padres abrieron grande los ojos.

—Bueno, sí son once años de diferencia, pero esa no es razón para que John y yo no nos entendamos. Compartimos gusto por la historia, las buenas lecturas y el sonido de la lluvia. Platicamos casi todo el tiempo, incluso por horas —mencionó Emilia con una tonta sonrisa que dibujó para ella misma—. John es caballeroso, amable, me comprende y escucha siempre, incluso cuando creo que no lo hace —agregó con la mirada perdida en los ojos cafés del hombre que estaba sin palabras escuchándola.

—Entonces, si su relación es como dices, ¿por qué esperar? Emilia, no eres una niña.

—Me temo que eso tiene más que ver conmigo, Ruth. Mi actual situación financiera está fuera de mi control —resolvió con pena el caballero ruborizado.

—¿Cuál es el problema? —preguntó Jacob al tiempo que acariciaba su barbilla.

—John tiene problemas en Stanford, le han pedido que regrese, pero él no quiere hacerlo. Desea quedarse a trabajar como historiador en la universidad de Shrewsbury —explicó Emilia antes de que el caballero dijera algo que los comprometiera todavía más.

—Podemos arreglar eso con facilidad, ese es tu departamento, Emilia.

—Michael, ni siquiera contemplará mis decisiones, papá —cuestionó la hija.

—Me dijo hace un momento que John planea entrar al torneo de esgrima. 

John y Emilia asintieron entre miradas. 

»¿Tiene algo que ver contigo? —preguntó Jacob en dirección a su hija.

La castaña quería salir corriendo de ahí; no obstante, era demasiado tarde para ello, tendría que ser una adulta y resolver sus problemas de frente.

—No exactamente, pero Michael ha estado fastidiando a John.

Jacob alzó una ceja y miró con recelo a la nueva pareja.

—¿Viven juntos?

Esta vez, el ahogo provino desde la garganta de John, la preocupante expresión del caballero lo dijo todo. Por otro lado, Emilia estaba agotada por aquel molesto chisme que había llegado a los oídos de sus padres. Empezó a temer que ese día no terminaría jamás.

—Sí, aunque fue mi decisión. John necesitaba hospedaje y vino aquí a ayudarme —afirmó con toda seguridad y planteó esa dura mirada sobre el rostro de su padre.

—Bien, Emilia. Los ayudaré. Primero porque eres mi única hija y apoyaré siempre tus elecciones, sea John, Michael o la soltería, lo que sea que decidas por mí estará bien. Por otro lado, no me complace la idea de que John y tú estén viviendo juntos, aunque es su elección, lo respetaré—. Infló el pecho y relajó los hombros ahora que sabía la verdad. —Haré un par de llamadas y John podrá formar parte del personal docente de la universidad, ¿qué les parece?

—¡Gracias, papá! —expresó Emilia al tiempo que se fundía en un abrazo del robusto hombre.

—Yo, debo agregar que he respetado a Emilia todo este tiempo, señor Scott. Ella es importante para mí y por eso he venido a solicitar su consentimiento para iniciar mi cortejo.

—¡Noviazgo! —interrumpió Emilia.

Jacob sonrió, les dirigió una mirada a ambos y luego asintió.

—Debo decir que agradezco su consideración, John. Únicamente encárguese de hacerla feliz. Ella y su madre son mi mayor éxito.

—Oh, John, es usted un hombre tan cálido —agregó la madre con una grata sonrisa que contagiaba a todos.

Emilia pasó de estar avergonzada a confundida en apenas un instante, durante las últimas semanas, sus padres fueron insistentes en que reconsiderara su postura ante la relación que recién terminó con Michael. 

Ellos creían que, con dificultad, su hija encontraría un mejor partido pese al terrible error que cometió. Sin embargo, el hombre buscó remendar sus pasos, acudiendo a donde los Scott para disculparse y pedir una segunda oportunidad, aquellos consideraron la idea, aunque sería Emilia, quien daría la última palabra.

En aquel día, tanto Ruth como Jacob, aceptaron a John y decidieron olvidar el antiguo compromiso de Emilia, era casi una misión imposible que el caballero del siglo XIX hizo posible. Después de un periodo de charlas, donde los padres buscaban conocer a John, ambas parejas pasaron al comedor para cenar en convivencia familiar. Emilia se encargó de mantener su copa siempre llena, por alguna razón la situación parecía abrumarla.

«¿Por qué mis padres de pronto amán a John?», pensó al tiempo que miraba la boca de su padre moverse en dirección a donde estaba su nuevo novio. 

Las largas pláticas no cesarían, hablaron de Francia, Shrewsbury, vinos y ahora esgrima. Por otro lado, Ruth se mostraba siempre atenta y riendo de las bromas de su yerno, incluso pidieron ser tuteados. 

Para Emilia, todo era demasiado.

—¡Creo que nos iremos ya! —emitió prácticamente en un grito.

—¿Por qué? —cuestionó su padre, observándola—. La plática es amena.

—Debo llevar a John a la academia de esgrima, debe comenzar a prepararse.

—¿No lo practicaba ya? —inquirió la rubia.

—En efecto, Ruth. Aunque, Emilia cree que no me haría daño un entrenamiento exhaustivo —dijo John con toda cordialidad.

—Tal vez a John le quede el viejo traje de tu padre. Nunca se lo ofrecimos a Michael porque es mucho más delgado, en cambio, John parece ser de la misma complexión.

—Mamá, John no está acostumbrado a...

—¡Será un placer, Ruth! —interrumpió el hombre y Emilia le fulminó con la mirada.

Contrariada con la cortesía de sus padres, esta se puso de pie con brusquedad y se percató de lo mareada que estaba luego de haber bebido varias copas de vino algo apresuradas. Cerró los ojos buscando que estos se enfocaran luego de volverlos abrir, pero tenía claro que había bebido de más. John lo notó de inmediato, se puso de pie a su costado y la ayudó a retomar el asiento.

—Hija, bebiste mucho —afirmó el padre con la mirada en ella.

—Solo necesito un instante, me recuperaré —resolvió escondiendo la cabeza.

—John podría conducir —agregó Ruth.

La castaña levantó el rostro y lo fijó en su novio.

—No creo que pueda. Es por la licencia —dijo ella, para que aquello no fuera una opción.

—Entonces se quedarán aquí —soltó la madre para ver el rostro de su hija palidecer.

—Mamá, no será necesario. Yo conduciré o nos iremos en un taxi.

—¡Tonterías, Emilia! Se quedarán en tu antigua habitación, así mañana podremos ir tú y yo a cancelar los proveedores ahora que en definitiva se canceló tu matrimonio. Tu padre puede acompañar a John a la academia de esgrima. Sabes que siempre busca pretextos para irse a parar por allá.

—Por supuesto, John y yo pasaremos el día juntos, nos conoceremos mejor y arreglaremos su situación.

—Estaré encantado, Jacob —respondió John, evitando mirar los enfurecidos ojos de Emilia.

La castaña terminó aceptando a sabiendas de que no les podría ganar a los tres involucrados, después de todo, ella misma se había saboteado por haber abusado de la bebida.

Minutos después, la mujer de treinta y cuatro años de edad, estaba sentada en la cama que fue su habitación durante el tiempo que vivió con sus padres, miró todo a su alrededor, nada de ahí seguía como lo dejó, la habitación fue remodelada por Ruth. Sin embargo, había recuerdos, después de la ruptura sentimental, ella corrió a los brazos de su madre y estuvo refugiada en ellos por al menos una semana, eran esas las memorias que le provocaban cierta lamentación de volver a dormir en la cama que la vio llorar durante las noches.

La puerta fue atravesada por John, el hombre había insistido en dormir en el sillón de cualquier otro espacio, pero los padres de Emilia se negaron en más de una ocasión, después de todo, ellos ya vivían juntos. 

«¿Cómo negarse a su lógica?», pensó Emilia y le pidió a John dejar la rebeldía.

—Dormiré en esa silla —dijo apuntando a un mueble forrado por finas telas claras.

—Puede dormir donde le plazca, John. Después de lo de hoy, ya nada me parecerá extraño —respondió Emilia bajo los efectos de la bebida.

—Sigue usted...

—¿Ebria? Sí, yo supongo que sí, pero eso no es razón para que yo diga o haga cosas —emitió con un tono de ironía.

—¿A qué se refiere? —cuestionó recargado en la pared.

—John, esta mañana, cuando llegamos a la universidad, éramos dos simples amigos. El día termina y nosotros estamos a un paso del compromiso, durmiendo en la misma habitación, bajo la aprobación de mis padres.

—¿Le molestan mis intenciones matrimoniales? —preguntó el hombre, estando frente a la mujer que no salía de sus pensamientos.

—Mañana iré a cancelar una boda, mientras mi madre comienza a planear otra. ¡Usted mencionó la palabra matrimonio! ¡Yo solo quería un simple noviazgo! ¿Por qué lo hizo? ¡Y no, no quiero que me hable de su honor como caballero, mi buen nombre o lo que sea que tenga que ver con su siglo! —espetó furiosa.

John no bajó los ojos, muy por el contrario, los fijó en los de ella, esos que estaban recios a demandar una respuesta. Se puso en cuclillas y curvó los labios.

—No creo que no lo haya notado.

—¿Qué? —cuestionó confundida. 

—Hablo de mis sentimientos.

—¿Qué sentimientos, John? —inquirió ella aún con la molestia en el rostro.

El hombre temeroso respiró hondo y le tomó la mano.

—Desventajosamente para mí, me enamoré. Viajé por el tiempo y la encontré en mi castillo, sumergida en un mundo de problemas sentimentales, fue por eso que usted me ignoró, apenas si percibió el crecimiento de mis sentimientos, no la culpo, ni siquiera yo lo noté. —Tragó grueso y continuó—. Luego sentí celos, no quería verla con Michael o alguien más, lo supe la noche de beneficencia cuando dejó la mesa para ir con él. En dicho momento, no me envió su madre como le hice creer, la busqué yo mismo por voluntad propia, porque si no la tengo cerca comienzo a necesitarla: el sonido de su voz, su aroma, su lamentable comida. Absolutamente todo. 

Sonrió perdido en el café de los ojos de Emilia. 

»Emilia, no le diré más, ya que yo soy un caballero y usted una dama, pero posiblemente, podría imaginar cada palabra que he retenido en mi mente.

El pecho de la castaña estaba a punto de explotar, la delataba la temblorosa mano que John tenía sostenida, a pesar de que quisiera fingir demencia, desapego o desinterés, su cuerpo le gritó a John la verdad. 

Ella estaba sintiendo algo similar, aunque lo negara.  

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