Epílogo: Un día en el futuro
El sacerdote estaba dando la ceremonia para conmemorar a mi persona especial.
Me entristecía verla partir porque pensaba en que no la había disfrutado cómo se debía.
Reconocía que su rol como instructor de mi vida había dado frutos, a pesar de su partida.
Veía a sus descendientes llorar al lado de sus parejas.
Ellos eran mis hijos, quienes alegraron mi vida con René y que seguirían haciéndolo.
Pensé en lo que pudo haber sido de ellos si René no me hubiera apoyado.
Homero estaba junto a su prometida mientras que Abigail estaba en silencio con su novio, David.
Él siempre estuvo al pendiente de mí al igual que Kris, mi futura nuera.
Estaba precipitándome, pensaba en mi muerte.
Hoy yo tenía unos setenta.
René fue longevo, falleció casi a los noventa.
—Fue un excelente padre —dijo Abigail—, jamás creí que fuera tan tolerante como lo fue.
Veía su cara similar a la de su padre y me imaginaba que lo sentía por la conexión.
Usaba ese el dije que él le regaló para su cumpleaños número quince, el cual tenía una foto de ellos dos frente al río del pueblo.
—Papá fue muy bueno —dijo Homero.
Me sobresalté.
No sabía que estaba detrás de mí.
—Me asustaste —admití—, no importa. ¿Cómo está Kris, cariño? Espero que se encuentre bien.
Frunció el ceño y dijo: —Molesta porque no nos quieren dar nuestros papeles.
—¿Por qué no?
—Están muy pesados últimamente.
Le di una palmada en la espalda.
Se fue con su prometida que.
Sabía que ella estaba embarazada, pero aún no planeaban decírmelo y respetaba su decisión.
—Está embarazada —me susurró Aby—, solo que están esperando a saber cuántas semanas.
Me sorprendí.
—¿Me esperanzo de tener nietos de tu parte?
—En dos años, así ya no tengamos que pagar por la casa —dijo.
Mis hijos eran personas nobles y se les notaba desde que uno los veía de lejos. Parecía que ellos lo sabían, pero no dejaban que otros se aprovecharan de ellos.
Muy inteligentes, tanto como sus padres, mejor dicho de mi parte.
Reí.
—Amén —dijo Cárdenas, estando acompañado con uno de sus hijos.
Terminó con el hermano porque él descubrió que dejó de amarlo.
Ahora estaba casado con Tina.
Ellos tuvieron cuatro hijos, dos niños y dos niñas.
El futuro era incierto.
Gozar del presente era bueno.
A mí me funcionó.
—Damas y caballeros —habló mi hijo—, sé que es evidente lo que les digo. Estábamos esperando las confirmaciones temporales del ginecólogo.
Me acerqué junto a Abigail y David.
—Kris y yo tendremos un bebé —finalizó.
Él estaba emocionado.
Homero dejó de hablar y lo felicité.
Tuvo miedo.
—Perdón por no decírtelo antes.
—No me molesta, es tu vida.
Mi hijo estaba tan tenso como si él hubiera querido platicarlo conmigo, pero algo se lo impedía (Kris).
Ella lo domaba.
Homero se parecía a mí en la parte inocente, se dejaba llevar por la astucia de su esposa.
Aun así, eso no quita que era un buen caballero, el otro descendiente que sacó buenos valores de su padre.
—¿Vendrá mi tía?.
Abigail que estaba sola.
David fue por una bebida.
Después se detuvo a hablar con sus padres.
Raúl Alfonso Cortejo Jenkins-Valentina llegó.
Físicamente, él se parecía su padre, pero con los ojos miel de mi hermana.
—Raúl Alfonso Cortejo Jenkins-Valentina —cantó mi primogénito—. ¡Primo!
Raúl se me acercó y me depositó un beso en la mejilla al igual que a Abigail.
A Homero lo saludó con un abrazo que culminó con una palmada en la espalda.
—¡Cómo has crecido! —lo elogié—. Recuerdo que solías construir castillos con palos.
Sonrió.
—Mi más sentido pésame.
Mi hermana llegó al lado de su esposo, Alfonso, que estaba cargando a una niña de seis años y un varón estaba tomado de la mano de su madre, él debía rondar en los doce años.
Sorpresa, su hermano mayor tenía veintinueve años al igual que mis pequeños hijos.
—Spring —la llamé.
Me abrazó.
—Oh, han hecho mucho en sus tiempos libres.
Su hijo más pequeño, Tobías, dejó que lo cargara y luego se reunió con los descendientes de los hijos de la mejor amiga de René.
Su hermana se quedó con sus padres para ver al resto de los invitados.
Me quedé estática mientras miraba lo que un día fui, una madre jugando con sus pequeños hijos.
Recordé la primera Navidad consciente que celebraron mis hijos.
Tenían ocho años.
René se había disfrazado de Papá Noel para sorprenderlos en la noche.
—Papá —había dicho Abigail, viendo que René estaba disfrazado de alguien más—, ¿me cargas?
René no le debatió y la cargó.
Homero estaba haciendo galletas, en compañía mía. Después, se lavó las manos para estar con su padre.
Solía abducirme la melancolía, pensando en que podía morir en cualquier día gracias al Pulmón Frío.
Ese día, no me sentía animada.
René fue a la cocina y me embarró la nariz con un poco de la mezcla.
—Siempre entrará la duda, pero recuerda —comenzó a decir.
»"Sería algo paradójico decir que me siento bien cuando no es así.
»Es como el canto mudo de la caja musical descompuesta que dentro de ella, deslumbra una poesía asesina que con la triste sonrisa de un feliz habita en mis entrañas quemadas de mi corazón hipotético.
»Más pena me da al entender mis palabras porque salgo de mi zona de confort.
»Me encuentro navegando en el autodescubrimiento que por sí solo no causa nada de emoción."
A regañadientes, respondí: —No entiendo.
—No hay nada que entender —respondió, llevándose a los niños a la sala para decorar el árbol.
Fue entonces que me limpié la nariz.
Fui al baño a vomitar.
Quedé pálida.
Me encerré porque no quería que mis hijos me vieran, pero René fue astuto y me convenció de abrir.
—Su madre está enferma desde hace años —René les contó la verdad a nuestros hijos.
Homero se aferró a mi pierna sin tinte, pero se hizo a un lado para que me limpiara la cara.
Abigail se fue con su hermano.
René me abrazó, recordándome que era fuerte.
Me había tumbado en la cama de nuestro cuarto y no me dejaban salir de él.
Estaba pensando en tanto que me estaba mareando.
No tenía la consciencia limpia, algo me aturdía. Eso aumentó tras el parto.
Ahora, miraba a la joven pareja que tenía en frente.
Me escurrían lágrimas de nostalgia porque los recuerdos apenas dejaban de parecer actos de mi presente.
Iba a extrañar todo lo que había vivido.
Me pidieron dar algunas palabras, después del almuerzo.
Había recitado cada una de las malditas frases que René me solía decir.
Empecé desde lo del cielo hasta la última que fue en el verano pasado.
—"El néctar de la esencia de mi pasión es igual de fuerte que el peso de un muerto cuya alma divaga entre la vida y la muerte.
»Amo la ironía de lo que digo y por eso lo hago, solo por un fetiche enclaustrado que emerge de la paupérrima salud mental de quien le sobra buena estabilidad emocional".
Posterior a eso, fui al baño a toser como si mis pulmones dejaran de existir.
Abigail tocó la puerta del baño.
Entró, diciéndome bastante espantada: —Madre, ¿qué tienes? ¿necesitas que llamemos al médico?
Mis piernas flaquearon.
No podía más, era demasiado para mí.
Abrí la llave del agua antes de caer.
Quería que mis flemas se diluyeran.
Abigail cortó el flujo del agua.
Ella me sacó casi arrastrada.
Mi familia me vio...
Spring estaba preocupada.
Me sentaron en una silla de plástico y me dijeron que me llevarían a casa apenas se empezara ir la gente.
Estaba muy triste.
Había pasado bastantes años al lado de René.
Su partida me afectaba.
—Ya nos vamos mamá —me había dicho Homero tras subirme a su auto.
Cerré los ojos, disfrutando del viaje.
Recordé que forcé a René a tomar vacaciones.
Todo fue complicado, incluso mi parto.
De todo lo que habíamos pasado juntos resonaba en mi cabeza la culpa de tantas cosas que le dije.
Me disculpaba.
—¿A dónde vamos? —pregunté a Homero.
Se censuró.
—A donde dijo papá que te lleváramos cuando ya no pudieras más...
»Es un lugar que tiene un fuerte significado para la familia.
Con lentitud y dolor asomé por la ventana.
Salíamos de Umiza, rumbo al bosque cerca de Posty.
Con poco conocimiento reconocí el paisaje.
—¿A dónde? —insistí, dirigiéndome a Abigail.
—Lo verás al llegar.
Se le formó una torcedura de felicidad.
Los crie de forma buena.
Me llevarían a un buen lugar.
Escuché a Kris decir que faltaba poco para llegar, pero al ser invierno debíamos apresurarnos para no perder el calor corporal.
¿A dónde me llevaban?
¿Cuál era ese lugar importante para todos?
Condujeron por más de tres horas.
Me desesperé.
Bajamos del automóvil para pensar.
Abigail y David me ayudaron a caminar.
No reconocía el lugar al que íbamos.
Un bosque.
¿Qué tendría de especial ese bosque?
No estuve aquí con René.
Si estaba en lo correcto, ¿qué era lo interesante de él? ¿Serían los enormes árboles o el olor a naturaleza?
—¿Ya llegamos?
Homero se paró frente a un lago.
El lago que iniciaba en Uji y desembocaba en Umiza.
Un flechazo me tomó por sorpresa.
Fue junto al lago en donde nos topamos una vez, el día en que cumplí los quince años.
—René, ¿por qué es tan importante?
Me dejaron a solas para que admirara el agua.
No había ruido más que el de los pájaros.
Me entregaron una carta de René.
Jamás fue enviada.
Era una carta que tenía una fecha con día y mes, pero no con un año especificado.
Quedaba de esta forma:
05 de julio de x-x-x-x
Cuando alguien esté leyendo esta carta, será porque por fin ha sido enviada al amor de mi vida, Angelica Valentina, con quien me he casado.
Espero hayas llegado al Lago de Uji con desemboco en lo que antes era Umiza, aquí es donde quiero que te encuentres el día en que ya no puedas más.
Tus huesos te dolerán, pero estarás más dolida por mi partida y es comprensible.
No llores por mí, en unos días seré cenizas y me volveré parte de esas aguas que estás viendo.
Me sorprende que sigas luchando por tu vida. Por eso, para mí es claro que has superado varias pruebas.
Entonces, espero que entiendas que compuse esta carta para que tus llantos cesen y así, sigas siendo feliz.
Me duele no poder ver tu bella sonrisa.
Agrego aquí, que te agradezco por haberme dado los mejores años de mi vida de anciano.
Recuerdo que, muchas veces te observaba a lo lejos, la gente creía que era un...
La verdad es que lo hacía porque te admiraba, nunca dejaste de ser valiente; eso es lo que amo de ti, tu valentía.
En muchas ocasiones, mencionaba la diferencia de edad entre tú y yo porque no podía comprender cómo era posible que fueras superior a mí a tan corta edad.
En fin, quiero que reevalúes las opciones de nuestro diario de vida que ahora solo será tuyo a partir de que termines de leer esto.
Como recordarás, habíamos estado pensando en su nombre, pero no encontramos uno.
Finalizo entonces, diciendo que eres el amor de mi vida y que no dejaré que nadie me contradiga, aunque, eso depende de si realmente lo siga siendo todavía.
Amada mía, que a mi lado descansarás, no demuestres el desprecio hacia aquellos quienes te lastimaron en vida.
Hazte poseedora de las virtudes de la muerte que solamente tú conoces.
Con cariño correspondiente de,
René Humberto Cárdenas Tritón.
Terminé de leer.
Me puse de pie con la fuerza que se me había perdido al enterarme de lo vieja que era.
Mi amado esposo me había dicho sus últimas palabras, que quería ser arrojado al agua y viajar alrededor de Mezone sin un destino.
Sonreí al cielo.
Decidí quitarme la cánula y respirar el aire fresco que el resto de las personas inhalaban.
—He decidido el nombre —murmuré para que nadie me oyera dando conclusiones.
Sabía cuál quedaba mejor.
Este título podía ser interpretado de varias formas dependiendo el contexto.
Este era el indicado, yo lo sabía él también.
—Ya nos vamos —dijo Abigail.
Me acerqué para no quedarme sola.
Ya sabía por qué era tan importante el lugar, el ambiente me ayudaría a decidir el nombre del diario.
Me sentía mejor.
Lo había pensado.
No tenía preocupaciones.
—Tengo cincuenta y dos años. Tengo tantos años que he perdido la cuenta de las veces que he sido feliz en compañía de otros.
Ninguno de los presentes entendía por qué lo decía, pero estaban relajados porque me veían más feliz de lo que estaba en el velorio.
El nombre que le otorgué al diario de pareja que ya sería mío y se lo daría a mi nieto era: Despídeme ahora.
Despedir tenía tantos significados como estrellas.
Seguramente, eso era lo que mi amado René querría o, eso esperaba dado que no se hallaba conmigo en el plano terrenal.
Tras varios minutos llegué a casa.
Me preparé una taza con café.
Me senté en la cama y viré la hoja.
Hallé algo curioso.
La parte trasera decía: Despídeme ahora.
Allí estaba, los dos habíamos decidido.
—Era el destino, ¿eh? —concluí, mirando la foto del nacimiento de nuestros hijos.
Descubrí que René había supuesto el nombre que decidí darle al diario que esperaba su siguiente dueño.
No esperaba que todo lo contado en estas hojas pudieran hacerme percatar del dolor que estaba cargando.
La muerte me alcanzó sin llevarme...
A pesar de ello, me hizo reflexionar acerca de que soy como los demás.
«¡Soy una persona que se marchita si otra muere, porque conectó con ella!», pensé.
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