28 de enero de 2025
El viaje fue demasiado grato.
A pesar de los baches en el camino (mi alucinación con otra mujer y la terrible aparición de mi exesposa).
Al regresar a casa lo primero que hice fue meditar en el momento... que tuve con Angelica.
No le dediqué mucho tiempo.
Los días marcharon sin extrañezas hasta ahora.
Mi amada actuaba muy rara y emotiva por algo.
No sabía qué era.
Jamás la había visto así.
Me preocupé.
El comportamiento que adoptó evocaba que escondía información.
Pensé que era por la cercanía a la fecha de su periodo, sin embargo, no parecía ser eso.
Desde que nos despertamos ella había estado evadiéndome.
Con tal de no incomodarle, decidí alejarme.
«Piensa. Ella nunca había tenido una experiencia como la de...», analicé.
—Mi Dulcinea, ¿por qué no me había comentado? —suspiré, levantándome de mi asiento.
Tenía una suposición.
Llamé a mi secretaria.
Esa mujer entró a mi oficina.
Ella me preguntó: —¿Qué sucede, señor Cárdenas?
—Tengo una pregunta para ti —respondí—. Necesito que cierres la puerta.
La joven mujer me obedeció y dijo: —¿Qué desea preguntarme con urgencia?
—¿Crees que Valentina me ha estado evadiendo por algo que pasó al final de nuestras vacaciones juntos?
—Depende de qué haya sido ese acontecimiento. ¿Qué fue lo que pasó?
Me quedé en silencio.
Me senté antes de contestar: —Le cumplí un deseo... es relacionado con que sea madre.
—Oh... Si ella no había pasado por eso anteriormente entonces, creo que está analizando si fue por amor o no —la señorita se acercó a la mesa—. Además, ese acercamiento fue con usted.
Ya habíamos hecho ese acercamiento, pero no le iba a decir a mi empleada.
Entonces, respondí algo para no revelarlo.
Miré hacia otro lado antes de decir: —Por lo tanto, ella está lidiando con algo normal en las mujeres.
—Está lidiando con algo normal para cualquier persona que acaba de iniciar su vida erótica con alguien —me corrigió—. Me retiro. Espero que todo mejore.
Dirigí mi mirada a ella y agradecí: —Gracias. Me has sido útil. Que tengas lindo día.
Ella se retiró.
No sabía qué hacer, estaba aburrido.
Los segundos se sintieron como horas.
Deseé salir a fumar, pero me contuve.
Sabía que esa acción me dañaría.
Esperé.
Leí y firmé papeles.
Vi gente entrar y salir de mi oficina.
Comí.
Revisé mi reloj.
Ella no llegaba.
Su hermana ya estaba aquí.
Me comenzaba a desesperar.
Creí que ella renunciaría hasta que...
Angelica entró a mi oficina.
Ella estaba muy agitada.
Cerró la puerta y se sentó.
Nos quedamos mirándonos mutuamente.
Alguno debía empezar la conversación.
La chica de los azulejos tomó la iniciativa.
—Perdona por haberte evitado —se disculpó—. No puedo creer que tú y yo intentamos crear un bebé... ni siquiera estaba segura de que fuese por amor.
—Está bien, lo entiendo —dije.
—¿En serio? ¿Sabes cómo me siento?
No sabía.
—No exactamente. Tengo una noción. No debe ser fácil aceptarlo.
Ella agachó la mirada.
—Me alegra que me apoyes.
¿Qué debía hacer?
Alzó su mirada y noté que estaba llorando.
Me levanté para acercarme.
—No llores.
La joven no estaba bien emocionalmente.
—Solo accediste porque te lo pedí —susurró—. No me mientas.
—No fue así —aseguré mientras me agachaba.
Debía convencerla.
Ella se aferraba al dolor.
—Claro que sí —siguió la voz baja—. Reconozco cuando alguien está haciendo algo por mí porque quiere que me olvide de que lo hace porque estoy muriendo.
Toqué su mejilla húmeda y adherí: —Estás equivocada. ¿Por qué accedería haría eso con cualquier muchacha enferma?
—No lo sé, pero confío en que será por su corta vida.
Respondí con ironía: —Siempre tendría intimidad con mujeres enfermas.
—¡¿Qué?! ¡¿Estás bromeando?!
No entendió al sarcasmo.
Me faltaba práctica.
—Claro que no —la miré—. Solo dije lo que querías escuchar.
—No quería escuchar eso, René.
—Bueno, así como iba la conversación, me parecía que sí... Gracias por corregirme.
Su llanto se detuvo.
Angelica no podía creer qué le dije.
Le dije que no hablaba en serio.
Ella me pidió que me sentase en mi sofá.
Hice lo que me sugirió.
Tomó aire y lo soltó: —No puedo creer que seas capaz de decirme eso sabiendo que no estaba bien.
—Al menos no estás llorando, ni estás triste.
Se levantó: —No, ahora estoy molesta.
—¿Molesta por mi comentario irónico?
Asintió.
—Bueno. Una disculpa, sentí que me decías que no te amaba... Me dolió.
Ella se acercó: —Lo siento. Me cuesta aceptarlo.
—Ya lo noté.
La joven regresó a su asiento.
Exhaló para decir: —Creo que es momento de que me ponga a trabajar.
Ladeé mi cabeza.
—Eres un feo sujeto.
Sabía que bromeaba.
Ella salió de mi oficina.
Su hermana la reemplazó.
Aquella mujer se encontraba molesta.
No dijo nada con palabras, sus gestos demostraban que estaba en desacuerdo con lo que pasó aquí.
Se quedó mirándome varios minutos.
Uno de sus compañeros la llamó.
Spring se retiró.
Casi azotó la puerta.
Ella se molestó sin razón.
De nuevo, me encontré solo con mis pensamientos.
Estaba más relajado por lo que había pasado.
Después de muchas horas Angelica me confesó por qué no quería acercarse a mí.
Al principio me sentí molesto, pero luego entendí que estaba bien que lo hubiera hecho.
Cuando pasé por eso, ni siquiera podía ver los rostros de las demás personas.
...Ya pasó...
...Todo quedó claro...
El amor era mutuo.
Ella no podía aceptarlo por su pasado.
Tomé la decisión de esforzarme para que ese pensamiento negativo la abandonara.
La jovencita tenía dolor al igual que yo.
Me prometí ayudarla.
La jornada laboral terminó y casi no lo notaba.
Los trabajadores salieron del edificio.
Permanecí en mi oficina.
No esperaba recibir visitas.
Sabía que mi pareja quería su espacio.
Apenas terminé de arreglar guardé mis cosas.
Miré mi maletín y recordé el día en que lo recibí.
Ese día salté de la emoción.
Lo vi, pensando en dolor.
Sin embargo, comprarme otro no sería idóneo.
No había razones para reemplazarlo, tal vez lo único sería que fue regalo de...
Alguien tocó la puerta.
Una voz pidió que un humano entrara.
Accedí, quitando la vista de mi maletín.
Valentina ingresó.
Ella tenía los ojos hinchados.
—¿Está todo bien?
—A veces extraño lo que me hizo daño —solté.
—René —murmuró.
Se acercó para abrazarme.
—¿Qué estamos haciendo mal?
—Nada, mi amor. El mundo es cruel.
—Osito, no me gusta que eso sea así.
—Ni a mí, pero hay que superarlo.
Nos quedamos en silencio.
Ella entrelazó nuestras manos.
Puso su cabeza sobre mi pecho.
—Estaremos bien.
Salimos juntos de la oficina.
La hermana de Angelica nos observó.
Spring no estaba contenta.
Mi pareja le preguntó si estaba bien.
—No me simpatiza.
La chica de veintitrés años dijo que no estaba de acuerdo con el comentario que hice.
—Solo fue un comentario, hermanita.
La pelirroja le preguntó por qué nos espió.
—No importa por qué los espié.
Quien trabajaba como contadora se hizo a un lado y nos dejó retirarnos.
Esperamos fuera del edificio.
Acababa de caer la noche.
—Me gusta la luz natural, René.
Las estrellas estaba radiantes.
—Deseo que mi sueño se cumpla —susurró Angelica—. Quiero vivir una vida casi normal con René.
Ignoré lo que dijo.
Sentí que mi corazón se encogió.
El sueño que ella tenía era demasiado.
—Excelente deseo.
No quería sacarla de su realidad, sin embargo, no era sano que siguiera dentro de un sueño.
¿Qué se suponía que debía hacer?
—Deseo que lo que ella desea se haga realidad —solté al mirar el cielo nocturno.
Valentina sonrió.
Me quedé estático.
Caminamos.
Caminamos.
Los pensamientos llegaron.
¿Cuántas veces había mirado al cielo?
¿Cuántas veces estuvo... conmigo?
¿En cuántas ocasiones caminamos a casa?
¿Por qué no podía olvidarla?
Su recuerdo solo me estaba hiriendo.
No estaba bien que la tuviese en cuenta.
—¿René? —dijo Angelica.
¿Por qué ella seguía en mi cabeza?
—René —nos detuvo mi pareja.
—¡¿Qué?! —grité enfadado.
—Tranquilo. Estoy aquí, ¿recuerdas?
—¿Por qué no llega un autobús?
—¿Hay algún problema en que caminemos a casa?
«El problema era que no podía sacar a mi exesposa de mi cabeza», pensé furioso.
Angelica se paró frente a mí.
Su rostro era bellísimo, contrastaba con el ambiente.
Con solo verla recordé que estaba en el presente.
Me aproximé y bajé mi maletín.
Suspirando dije: —Hace mucho que no camino a casa. Tengo mis motivos.
—Algún día lo harás otra vez...
Esperamos.
—Todo va a estar bien, René.
—Ojalá. Siento nervios.
Un autobús pasó frente a nosotros.
El conductor detuvo el camión.
Subimos.
—Si en algún momento te sientes mal nos bajaremos. No quiero herirte.
Pagamos.
Buscamos asientos.
—Aquí está bien.
Ella se colocó junto a la ventana.
—Suertudo —comentó un hombre antes de silbar.
—No creo que sea suerte —respondí—, solo es la muerte burlándose de mí.
El sujeto que había hablado se quedó callado.
—Un estúpido —dijo Angelica, refiriéndose al sujeto que la cosificó.
Agradecí que no tuvimos que soportarlo mucho.
—¿Estamos cerca?
—Sí, mi adorado caballero.
Apenas vi la colonia pedí parada.
Bajamos.
—Por fin, en casa. Me mareé un poco.
—Buscaremos algo para que estés mejor.
—La cena será suficiente.
Entramos a mi casa.
Ella cerró la puerta.
Encendimos las luces.
No nos centramos en lo que pasó en el autobús.
—Ayúdame, Angelica.
—Claro. ¿Cómo te ayudó?
—Tráeme agua.
Ella me dio agua.
Caminamos.
Nos bañamos por turnos.
—¿Te sientes mejor?
—Sí, mejor. ¡A cenar!
Ella sacó la comida.
Cenamos algo que ella había preparado.
—Tienes un don, Angelica.
—Gracias.
Sonrió.
Limpiamos la mesa y lavamos los trastes.
Usamos el baño para lavarnos los dientes.
Nos cambiamos de ropa.
Entramos a mi habitación y nos recostamos.
Angelica prendió la televisión.
Nos pusimos a ver una película.
Cuando nos aburrió, apagué la televisión.
Las luces se fueron.
Dormimos.
Por fin, mi mente estaba tranquila.
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